lunes, 29 de agosto de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN CLÁSICO

Querida Mariana: hablo de un clásico; por supuesto, me refiero al pupitre o mesabanco. Un día estos pupitres fueron sustituidos por sillas de paleta, ergonómicas. Un día de agosto de 2022 fui a la primaria de nuestro Colegio Mariano y hallé varios de estos pupitres, que fueron los asientos de quienes estudiamos la secundaria al principio de los años setenta. Ah, nunca imaginé que me emocionaría tanto al ver un objeto antiquísimo y que aún cumple con su maravillosa función. Ahora que existen dinámicas grupales estos pupitres son estorbosos. ¿Cómo andar moviendo de acá para allá estos armatostes? No, estos pupitres fueron diseñados para estar en un lugar fijo, tan fijo que cada uno tenía su lugar. No sé qué dirían los expertos hoy, pero nosotros, los alumnos de aquellos tiempos, disfrutamos estos asientos rotundos, abuelos soberbios de las sillas actuales. Podría, querida mía, dar una serie de ventajas de estos pupitres, sin establecer comparaciones con las sillas de paleta actuales. Sólo diré que es visible la generosa “paleta” que nosotros tuvimos. ¿Ya miraste que al frente había una franja para colocar las plumas, los lápices, las gomas de borrar y la regla de treinta centímetros? Los bordes evitaban que los útiles se cayeran. Era una genialidad. No sólo reglas y lápices colocamos ahí, también pequeñas bolitas de plastilina gris (que usábamos para la clase de modelado) y usábamos para los más grandes partidos de fútbol que jamás se dieron en cancha alguna. Mientras el padre Carlos (Dios bendiga siempre su memoria) desde el estrado nos narraba las peripecias del Cid Campeador, los varones, sentados a mitad del salón, detrás de las filas de las niñas, pintábamos con lápiz dos rayitas a la mitad del borde de la franja, para hacer la portería, donde los jugadores de Brasil y de México se disputaban la final del Mundial de Fútbol Soccer a través de una serie de penaltis. Mientras en el robledo de Corpes llegan los infantes de Carrión para ofender a las hijas del Cid, Chava Reyes, seleccionado de México, lanzará el quinto penal. El dedo medio de la mano derecha del alumno de secundaria se dobla tantito y se coloca frente a la pelotita de plastilina. La muchedumbre grita: Chava, Chava, y luego México, México, hasta que la razón obliga a hacer un silencio expectante. Mientras los infantes deciden cómo atacarán a doña Elvira y a doña Sol, Chava da cinco pasos hacia atrás y cuando el árbitro pita Chava sabe que no debe fallar, que quien falló el penal fue el brasileño, así que la gloria está en sus pies. Toma impulso y doña Sol y doña Elvira piden clemencia, prefieren que los atacantes les corten la cabeza antes de caer en la deshonra. Chava hace contacto con el balón y lo patea con fuerza y maestría, el portero de Brasil se avienta y los infantes golpean a las hijas del Cid, doña Sol y doña Elvira han quedado tiradas, el portero se tira en el aire, se extiende hacia la derecha. La pelotita choca en la barra, el dedo del alumno no tuvo la pericia suficiente, el balón pegó a la derecha del poste derecho. Cuatro cuatro es el resultado, comenzará la tanda de muerte súbita. Pero el padre ya guarda el apunte en su cartapacio y dice que continuará en la siguiente clase. Ramiro que está a mi lado me pregunta quién ganó y le digo el resultado. Ya sabremos el final del partido en la clase de Física con el maestro Güero, pero con él es difícil porque baja del estrado y camina por los pasillos del salón. Tal vez convenga esperar el final de la final para la clase del padre. Posdata: es sólo una de las ventajas. La tapa se levantaba y dejaba un gran espacio que servía para guardar libros, libretas, pelotas de goma. A la hora de la clase de dibujo técnico el pupitre se convertía en restirador, gracias a la magia de un chunche que habíamos mandado a construir con un carpintero de acuerdo a las indicaciones de nuestro maestro Güero. Colocábamos el tablero encima del pupitre y teníamos una superficie tersa para pegar el papel albanene. Este tablero tenía huecos en las bases donde pasaba la regla T para transportarla sin problema, regla que un alumno travieso usó una vez cuando el padre Carlos nos habló de los Tres Mosqueteros y usó la regla como si fuera espada, la puso contra el pecho del maestro Güero y le dijo: soy Dartañán (D’Artagnan). Estuve sentado tres años en uno de estos mesabancos, de 1968 a 1971. Eran asientos geniales, rotundos, generosos. Los alumnos de entonces nos sentíamos y nos sentábamos a nuestras anchas. Tiempos gloriosos, donde las dinámicas de clase las formulábamos nosotros, los alumnos, dando rienda suelta a nuestra imaginación. Invento genial, unieron la mesa con la banca, como si dijéramos carro-avión o barco-helicóptero. ¡Tzatz Comitán!