jueves, 11 de agosto de 2022

CARTA A MARIANA, CON PAUSA

Querida Mariana: llamó mi atención la pausa. Supe que estas pausas se dan en todos los lugares del mundo. La vida debería tener la placidez de este momento. Pensé en las ciudades que están en guerra. ¿Hay estas pausas? Sí, en medio del horror, el ser humano procura instantes para untar un poco de armonía en sus espíritus, es una manera de hacer frente al espanto, a lo incomprensible. La vida manda aluviones de lodo. Siempre ha sido así. Imaginá el dolor de los amigos de Ucrania cuando vieron que el ejército ruso comenzó a invadir su nación. Ya habían recibido noticias, millones de ellos debieron evacuar su patria, dejar su hogar, el jardín de la abuela, los caminitos de tierra donde los niños jugaban carritos. Vivieron el dolor que viven millones de personas cada día al subirse al tren de la migración. Por eso, cuando pasé una de estas mañanas por el parque central de nuestro pueblo, en esta esquina soberbia, llamó mi atención la ola de tranquilidad que llegó a mi playa. Transitaba en mi tsurito, entregaba la edición impresa más reciente de Arenilla Revista. Me detuve tantito, como lo hago cuando me topo con amigos para entregarles la revista; me detuve para tomar la instantánea. Un quinteto de personas estaba resguardado bajo la sombra, sobre la plancha de cemento donde están escritos poemas de Rosario Castellanos, porque el busto está dedicado a la gloria de la famosa escritora. La mañana estaba dispuesta para esta pausa, de la cual me contagié tantito, porque, digo, detuve el tsurito para tomar la fotografía, para llenarme de la misma caricia que los bendecía a ellos. Sé que las nubes se desplazaban como globos, pero acá parece que también, el prodigio de la fotografía, las detuvo y las invitó a unirse a esta pausa maravillosa. Todo se detuvo por un instante, fue como el juego que jugábamos de niños: ¡encantados!, cuando quedábamos sin movernos, como si la orden hubiese tenido la magia para suspender todo movimiento, para que todo lo que volaba en el cielo quedara en suspenso. Cuando me detuve detrás de mí venía un taxista, al ver que me había detenido para tomar una fotografía no tocó el claxon, ¿mirás?, pucha, un taxista también hizo una pausa. Sé que los taxistas están tras la chuleta, no están acostumbrados a hacer pausas innecesarias, ellos se trepan al tren de la velocidad y casi del vértigo para pepenar la paga que les permitirá la sobrevivencia, pero esa mañana la burbuja de sosiego fue tan inmensa que el taxista esperó pacientemente el tiempo mínimo que me tomé para retratar este momento intenso. ¿Ya viste que ellos toman un helado, una nieve artesanal? Casi estoy seguro que ellos se acercaron al nevero que se pone ahí en la escalinata y pidieron la tradicional de vainilla y el nevero colocó el barquillo en una servilleta y sirvió la nieve. Me encantó esta imagen sencilla, plena, maravillosa. Supe que quienes estábamos en esa burbuja éramos privilegiados. Supe, qué pena, que también los hombres y mujeres que viven en medio de la guerra, buscan momentos para untar esperanza en sus espíritus. He visto fotografías donde un pianista toca una melodía de Mozart a mitad de una calle donde hay desechos y edificios en ruinas; he visto fotografías donde la abuela abraza a sus nietos; donde los papás leen a sus hijos con las caritas iluminadas. He visto fotografías donde hay hombres y mujeres sentados, bordando una pausa en el trayecto miserable de la migración. Posdata: vi a este grupo hermoso, al lado del busto de Rosario, cobijados por una sombra fresca, y pensé que la vida, siempre confusa, a veces abre sus brazos generosos y nos recibe como mamá afectuosa. En todo el mundo la gente de bien aprecia estos momentos, los busca, los procura. Los visitantes llegan a Comitán y estiman estas pausas generosas. Comitán es una ciudad donde la pausa se encarama en el minutero del reloj y le hace trampa. ¡Tzatz Comitán!