jueves, 8 de septiembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN DIARIO

Querida Mariana: muy poca gente escribe cartas. A mí me gusta ser, como dice Roberto Carlos: “de esos amantes a la antigua”. Aún escribo cartas. Ya no las escribo en forma manuscrita, como antes, pero sigo conservando el modelo clásico. Siempre comienzo con un “Querida Mariana”. Todas las cartas que recibí en la Ciudad de México cuando estudiaba allá y que me llegaban, en su mayoría, procedentes de nuestro pueblo, comenzaban así, con un querido: querido hijo, cuando eran cartas de mis papás; querido nieto, cuando eran cartas de mi abuelita Esperanza; querido Alejandro, cuando eran de mis amigos. Sigo enviando cartas, es tanta mi afición que te mando cartas todos los días, y soy tan exhibicionista y vos tan generosa que permitimos que otros amigos se enteren de lo que te digo. Vos y yo sabemos que las cartas son abrazos íntimos. Cuando era adolescente, mis amigos no permitían que yo leyera las cartas que recibían de sus novias. Las palabras que ahí se decían eran como los abrazos que sólo se daban entre ellos. Cuando alguien hurgaba en una carta ajena se convertía en un roba espíritus. En la literatura hay muchos ejemplos de cartas que sirven como elemento de chantaje, casi como ahora se utilizan los mensajes por celular, y esto es así, porque las conversaciones privadas tienen esa etiqueta, no es para todo mundo, se escriben palabras confidenciales. Ahora, la gente ya no escribe cartas. Las personas de esta generación se acostumbraron a enviar mensajes por WhatsApp o por hacer llamadas telefónicas. Esto ha provocado que cada vez se escriba menos y se redacte en forma ilegible. Todo mundo dice que la letra manuscrita de Rosario Castellanos era muy difícil de leer. Quienes lo dicen no conocieron la letra de mi abuelita Esperanza. Ah, eso sí era un código casi indescifrable. A mí me encantaba recibir sus cartas porque, además de recibir su cariño envuelto en un sobre, me permitían jugar a ser uno de esos científicos que descifraron las estelas mayas. Llegué a pensar que mi abuelita había sido china en una vida anterior, por lo que escribía en su lengua materna: el chino. Sus cartas siempre eran breves. Descifrar el principio no me costaba, siempre era: querido nieto. A partir de ese momento mi labor paleográfica debía intensificarse. Ah, qué hermosos eran sus garabatos que me escribía con tanto cariño. ¿Las abuelas de hoy escriben cartas a sus nietos? Mi hermana Esther es linda, me manda cartas manuscritas. Claro, ella empata la tradición con la modernidad. En forma cariñosa escribe sobre un papel, le toma foto con su celular y me envía su carta en un mensaje de WhatsApp. ¡Ah, disfruto esas cartas! Recibo su cariño, sus mensajes de aliento. Ella las redacta en su casa en el estado de México y un segundo después las recibo en mi casa de Comitán, Chiapas. Mi hermana es una amante del cariño a la antigua, escribe cartas en forma manuscrita, las sigue escribiendo sobre papel. ¿Yo? No, yo las escribo en un teclado de computadora y así te las mando. Me siento bien con esta mezcla, sigo escribiendo cartas a la usanza antigua, pero las escribo viendo una pantalla. Extraño los garabatos y palabras indescifrables de mi abuelita Esperanza, pero bendigo estos tiempos que nos permiten enviar mensajes que no necesitan traductores especiales. Por fortuna no heredé la escritura de mi abuelita, heredé la escritura de mi papá, que era hermosa, impecable. No escribo tan enredado, pero, por supuesto, prefiero el teclado de estos tiempos. El encabezado de esta carta menciona la palabra Diario. Te pregunto: “¿los chicos escriben Diarios en estos tiempos?” Cuando fui joven muchos escribíamos Diarios, que, como su palabra lo indica, consignaba lo que a diario vivíamos. Era un ejercicio de síntesis de hechos y una manera maravillosa de conservar los momentos vividos. Por supuesto, estos Diarios eran súper confidenciales, no tenían mayor destinatario que el mismo escritor, era una manera de hablarse frente a un espejo, de expresar aquello que no podía decirse a alguien más, ahí se consignaba lo más secreto, lo más íntimo. Posdata: siempre hemos dicho que cuando se da un cambio algo se pierde mientras otra cosa se gana. Estos tiempos son prodigiosos. Las cartas que te envío las recibís casi en forma instantánea. Antes, las cartas que me enviaban mis papás tardaban varios días en llegar de Comitán a la grandiosa Ciudad de México, pero poseían el misterio de llevar sus palabras escritas a mano. Conservo algunas de esas cartas, cuando las veo recupero sus letras, los trazos, la forma en que la pluma se deslizaba sobre el papel, ahí está el tiempo de ellos convertido en mi tiempo. Los fans corren en busca del autógrafo del cantante predilecto, desean conservar en un papel la letra manuscrita. Las cartas de antes eran generosísimas, nos entregaban un rosario inmenso de palabras, conformaban una oración sublime. ¡Tzatz Comitán!