sábado, 3 de septiembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO SENSACIONAL

Querida Mariana: volveré a contar algo de un tiempo donde vos no habías nacido. La idea es que tengás elementos históricos de tu pueblo, pequeños deslumbres, historias sensacionales. Sé que te interesará porque vos sos amante del cine, experta en cine. Hoy, aparte que en el pueblo tenemos la oportunidad de ir a las salas de Cinépolis, con una oferta comercial atractiva, tenemos la posibilidad de inscribirnos a una plataforma en Internet y disponer de cientos, miles de cintas. ¡Qué tiempos tan sensacionales! Hubo un tiempo donde los cinéfilos de Comitán rentamos videocasetes en el Video Alaska, ahí encontrábamos películas para ver en casa. A veces, ah, qué mala pata, ya estaba rentada la que deseábamos ver, nos anotábamos en la lista para que en cuanto la regresaran nos tocara a nosotros. El otro día tuve el privilegio de saludar por teléfono a doña Alicita de Cancino, quien, al lado de su esposo, don Jorge Cancino (en paz descanse), fueron los primeros comitecos en ofrecer el servicio de renta de videos. Su negocio estuvo en una de las esquinas, frente al templo de El Calvario, a una cuadra del parque central. Son varios los videoclubes que existieron en Comitán, el primero fue el de don Jorge y de doña Alicita, luego llegó VideoVisa (que luego fue Videocentro, y estuvo en el Pasaje Morales y cerró en el local al lado de donde estuvo Bingo, donde hoy está la oficina de la televisión por cable), luego el Video Monserrat, y un video club que estuvo en el vestíbulo de los Cinemas 2000. Con el tiempo hubo pequeños locales donde rentaban videocasetes en diversas partes de la ciudad, estos últimos videoclubes daban servicio a los habitantes de la zona. Pero los primeros mencionados fueron los que acapararon al mayor número de cinéfilos. Como ya te diste cuenta aún teníamos salas cinematográficas, pero los videocasetes fueron muy atractivos porque permitían que toda la familia viera una película de estreno a un bajo costo. Tal vez podás imaginarlo si pensás lo que ahora significa una suscripción a Netflix o a Prime Video o HBO o Disney. ¿Cuánto pagás mensualmente? La mensualidad es módica, no llega a doscientos pesos, por esta cantidad tenés miles de películas a tu disposición, las veinticuatro horas del día, todos los días. Pucha, parece que estuviera haciendo promoción a estas plataformas. Vos y medio mundo reconoce el dicho que fue muy famoso: “El cine se ve mejor en el cine”. ¡Claro! La experiencia de una sala cinematográfica es sublime, pero, ah, debés estar dispuesta a gastar una buena paguita. Imaginá a los papás que tienen dos hijos. Sólo por la entrada ya pagan más de la mensualidad de Netflix y no te digo el gasto en dulcería. Sólo de las cubetas de palomitas se va una muy buena lana. Y esto es sólo por ver una cinta. En el llamado streaming por el precio de una película en sala mirás un titipuchal de cintas. Vos conocés a Romeo, sabés que él, igual que vos, es un cinéfilo de hueso colorado, bueno de hueso a todo color y también en blanco y negro. Pues dice que mira más de cien cintas al mes. A veces son las once o doce de la noche y sigue viendo películas. No termina de bendecir estos tiempos. Pero yo te hablo de un tiempo lejano, de cuando aún no vislumbrábamos la posibilidad del Internet. En ese tiempo se necesitaba comprar una videocasetera; es decir, un reproductor de videos. ¿Cómo inició el Video Alaska? Ah, te cuento. Doña Alicita me dijo que don Jorge y ella tenían una licorería. Ah, era un negociazo. Vendían botellas de trago durante las veinticuatro horas. Quienes a media fiesta miraban que ya estaba terminando el trago mandaban a comprar otras botellas a Vinos y Licores Flamingo. Era un buen negocio, pero muy pesado, porque la atención era de tiempo completo. Un día la visitó un amigo de Tuxtla Gutiérrez y le dijo que cerrara ese negocio que era tan absorbente, que mejor pusiera venta de casetes de música y discos; el amigo se comprometió a asesorarlos y a surtirles el producto cultural. Doña Alicita y don Jorge lo platicaron y decidieron cerrar la vinatería y cambiar de giro el negocio. Los amigos de don Jorge (ah, nunca faltan) se enojaron con el cambio, cómo no, los gorrones siempre llegaban a saludarlo a la una de la tarde, porque sabían que él los invitaba a tomar una copita. Se cerró la vinatería y en lugar de que les pidieran una de don Pedro o una de tequila, la nueva clientela comenzó a pedirles: uno de los Chamos, de Amanda Miguel o de Menudo, artistas de moda. Todo mundo reconoce que doña Alicita es una mujer muy trabajadora y visionaria, de inmediato compró un deck para grabar de casete a casete, esto le permitió grabar la música que le solicitaban. Cuenta que tenía un cliente que siempre llegaba y le pedía: “grabame uno para llorar”, y ella le grababa uno con puras canciones pegadoras. Pronto, el negocio comenzó a prosperar, los dueños estaban satisfechos de la respuesta del público. Tiempo después llegó el mismo amigo de Tuxtla, los sentó a ambos y les dijo que debían dar un cambio, el futuro estaba en la renta de videos, que no se preocuparan, como la vez pasada él los iba a orientar y a proveerles de los insumos. Entonces, los clientes dejaron de pedir discos y comenzaron a pedir películas. De igual manera pronto fue un éxito, un éxito que superó a los anteriores. Muchas personas adquirieron las videocaseteras, rentaron películas en Video Alaska y vieron las cintas en sus casas, toda la familia reunida en la sala frente al televisor. Doña Alicita dice que fue una locura. Los fines de semana quedaban vacíos los estantes, había personas que se llevaban paquetes de diez o doce películas para ver viernes, sábado y domingo. Volvieron a tener un negocio muy exitoso. Video Alaska comenzó con la renta de los videocasetes de formato Beta, luego se dio la transformación al formato VHS, lo que requirió adquirir un nuevo aparato de reproducción, cosa que hizo todo mundo. La dotación inicial la proporcionó el amigo de Tuxtla, pero doña Alicita luego supo el secreto y viajaba a la Ciudad de México para conseguir películas en Tepito y luego en el mismo lugar donde VideoVisa surtía a sus filiales, en la calle de Rosedal. “Llegamos a ser 14 personas en atención del Videoclub”, dice doña Alicita. Pucha, mirá cuánta gente para entregar películas, para recibirlas, para rebobinarlas (había una rebobinadora para dejar la cinta en el principio). Fue una gran fiebre. ¿Y por qué el nombre de Video Alaska? Ah, una ocurrencia de doña Alicita. En el primer viaje que hizo a la Ciudad de México para comprar videocasetes vio un enorme espectacular que anunciaba el estreno de una película, con la imagen de un enorme oso polar en medio del hielo. El título tenía la palabra Alaska. Doña Alicita dijo: “así se llamará nuestro video club: Alaska” y Alaska se llamó. Como ya dije, el primer negocio que tuvieron fue una vinatería, con venta de trago y cerveza, así que no faltó el ocurrente comiteco que dijo: “al principio íbamos a-las-kaguamas, ahora vamos a-las-karicaturas”. Toda una época, cientos de cinéfilos se suscribieron al video club Alaska, ese negocio permitió que el gusto por el cine se satisficiera y se incrementara. El cine que se veía en la Ciudad de México se veía acá. Doña Alicita regresaba con las maletas llenas de videocasetes y recibía dotaciones que llegaban por los transportes. Había películas de gran demanda, que estaban de moda, de esos títulos, doña Alicita compraba hasta diez copias de esas cintas. Como ya dije, los viernes en la tarde el local era insuficiente. Muchas personas ya habían anotado sus nombres y pedidos. La promesa era que tendrían listo lo solicitado, siempre y cuando llegaran a determinada hora, si no llegaban a esa hora “soltaban” las películas, porque muchas otras personas las solicitaban. Posdata: el trabajo fue muy intenso y satisfactorio. Don Jorge y doña Alicita atendieron el negocio con mucho entusiasmo, pero como ya vimos, doña Alicita es mujer de cambios, los acepta, los propicia y los engrandece. Un día llega una persona y le ofrece una cantidad de dinero muy aceptable para poner un negocio en su local, pagando cinco años adelantados. ¡Ah, fue oferta tentadora! Lo platicaron y así fue como Video Alaska cerró sus puertas. Doña Alicita vendió las películas a video clubes que había ayudado a abrir en otras ciudades. Un día, se accidenta quien había pagado la renta adelantada y cierran la oficina. Doña Alicita regresa la paga recibida y vuelve a hacerse cargo de su local. ¿Qué hacer? Ah, abramos un acuario. Y abren el Acuario Leo. Y, faltaba más, vuelven a hacerlo exitoso. Esto, querida niña, es síntesis apretada de una vida de trabajo y esfuerzo, de una pequeña parte de la historia de los videoclubes en Comitán.