miércoles, 28 de septiembre de 2022

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA

Cuatro elementos constituyen esta fotografía, sencilla, pero grandiosa. Acá aparece el cielo, un avión, un árbol y nubes. A primera vista las nubes constituyen un grupo, pero los demás elementos también constituyen grupos: el árbol es un conjunto de muchas hojas y ramas; el cielo un grupo infinito de galaxias y el avión un conjunto de elementos. Falso, no son cuatro elementos, como en cualquier reflexión filosófica existe un quinto elemento: la línea que deja el avión en su trayecto, una raya que se evaporará, pero que acá es constancia de su paso. ¿No es eso lo que sucede con el tránsito de los seres humanos en la vida? ¡Apenas una línea que se borra como si la existencia fuera una simple raya sobre el agua! Falso, no son cinco elementos, son muchos más. ¿Cuántos pasajeros lleva el avión? ¿Hacia dónde se dirigen? Quien tomó la fotografía vio la raya y con entusiasmo infantil dijo: ¡el avión!, como aquel famoso personaje de una serie de televisión que, desde la isla, gritaba ¡el avión!, mientras, con el brazo levantado, señalaba hacia el cielo. ¿Es el cielo el elemento más importante de esta imagen? Quien tomó la fotografía dejó de ver el horizonte o la tierra, por un momento elevó la mirada y vio lo que acá se ve: un árbol, nubes, una raya, un avión y el cielo. Tal vez lo más importante es ese objeto sí identificado que vuela, que lleva en su interior a decenas de viajeros; y tal vez es el más importante porque lleva a seres humanos, que son la esencia de la vida, porque quien, desde el suelo vio hacia el cielo, fue un hombre que después de extasiarse con ese obsequio mañanero de la naturaleza se preguntó por el destino de los viajeros. El avión iba hacia el sur, tal vez hacia Centroamérica o Sudamérica. ¿Guatemala, Costa Rica? ¿O más allá del Perú, de Colombia? El árbol se mecía lentamente al ritmo del viento; las nubes se desplazaban lentas, como pesadas tortugas en un mar de aire; el avión volaba con velocidad de crucero; y el cielo, eterno, se expandía con el resuello que tiene desde el principio de todo. Todo se movía, mientras el fotógrafo permanecía extasiado, inmóvil, en pausa mínima. ¿Y los pasajeros del avión? ¿En ese tubo inmenso, pero minúsculo, las azafatas qué hacían? ¿El del asiento A3 se paró en ese instante para ir al baño? ¿Dormía la del asiento S2 o veía por la ventanilla hacia abajo, hacia donde había dejado sus sueños para construir otros? ¿Qué leía el señor con el libro en el regazo, qué película veía su esposa en la pantalla individual, qué canción escuchaba el hijo con los audífonos? La vida está concentrada en esta imagen tan de todos los días, tan de todas las mañanas, pero que, a veces, pasa inadvertida. La cámara de un sencillo celular logró capturar el instante donde muchos elementos concentraron la grandeza de la vida, la inmediatez, lo transparente, lo etéreo. Porque allá arriba, haciéndose paso entre las nubes, como si fuera un relato de Las mil y una mañanas, un grupo de seres humanos dejó abajo la miseria de todos los días. Allá arriba no había guerras, ni hambre, ni manifestaciones, ni bloqueos, ni sonidos de ambulancias, ni manos extendidas pidiendo limosna. ¡No! Ese tubo espacial fue como una burbuja protectora; como una mano divina que les permitió dormir a pierna suelta; ver películas; leer libros o revistas; tomar un jugo, café o cerveza; caminar, no sobre el agua, sino sobre el aire. Esto fue así hasta el momento donde el avión aterrizó y abandonó su burbuja de cielo. Al aterrizar, los pasajeros regresaron a la realidad de siempre, los empujones, las filas, los taxis, las escaleras, los elevadores, las puertas. Pero, tal vez, muchas de estas puertas se abrieron para dar paso al abrazo del familiar que sonrió, que lloró de alegría y dijo: ¡Qué gusto!, pero, tal vez, otras historias no fueron tan rostro de pastel de cereza. Todos los elementos son importantes en esta imagen, concentran la vida, el instante. Fue apenas un segundo de cualquier mañana. ¡Tzatz Comitán!