martes, 4 de abril de 2023

CARTA A MARIANA, CON PRIVILEGIOS

Querida Mariana: los comitecos somos privilegiados. ¿Sabés a cuántos kilómetros está la ciudad de San Cristóbal de Las Casas? ¡Ochenta kilómetros! Si esto no es un privilegio, no sé qué es el lujo espiritual. Muchos visitantes viajan cientos, miles de kilómetros, para disfrutar esta maravillosa ciudad, Pueblo Mágico de México. Nosotros la tenemos a vuelta de la esquina. Nos subimos a un taxi, una combi, un autobús de pasajeros o un auto propio y, después de una hora estamos en la maravillosa ciudad. Ya sé, muchos paisanos dirán que el viaje de ochenta kilómetros sería más estimulante si la carretera no tuviera las decenas de topes que tiene. A cada rato hay que frenar el auto ante los topes que colocaron los habitantes de la cercanía. Pero el verdadero viacrucis es cuando grupos inconformes hacen bloqueos, sin respeto al derecho de tránsito de los otros, colocan piedras y, como el poder no actúa, ellos se convierten en poder temporal y provocan molestias en los viajeros. Pero, cuando no hay bloqueos, la fantástica San Cristóbal de Las Casas nos queda bien cerca. Y eso es una bendición, porque, ya lo dije, muchas personas de otras ciudades, de otros países, llegan después de recorridos amplísimos. Siempre he pensado que vivir cerca de un lugar maravilloso es algo que debe agradecerse. Imaginá el compa que vive a ochenta kilómetros de París; a ochenta kilómetros de la Antigua Guatemala; a ochenta kilómetros de Buenos Aires; a ochenta kilómetros de Nueva York; a ochenta kilómetros del Vaticano. ¿Ya lo imaginaste? ¿A poco no es un deleite? Bueno, pues lo mismo sucede con los comitecos que vivimos a ochenta kilómetros de la ciudad coleta, ciudad armoniosa. Pero, los comitecos tenemos mojol de lujo. ¿Cuál es éste? Pues nuestro propio pueblo. Porque, igual que muchas personas viajan de lejanísimos lugares para visitar San Cris, pues igual lo hacen para conocer Comitán, tierra bellísima. Ayer recordé que hace quince años regresé al pueblo. Vivía tranquilo en Puebla, pero, ya te conté, todas las mañanas extrañaba Comitán. Una tarde, sentado en una banca del zócalo poblano, miré el cielo y pedí a mi Dios que me permitiera regresar a mi lugar de origen. Ya sabés, soy consentido, al otro día el maestro Jorge Gordillo me brindó la oportunidad de regresar con trabajo, así que volví en abril de 2018. Desde ese día supe que debía vivir en este pueblo con la mirada novedosa. ¿A ver, compa, para qué pediste regresar al pueblo? Para vivirlo con intensidad, por esto, disfruto cada salida, cada momento, cada sonido, cada carcajada, cada llanto. Estoy en Comitán, no tengo necesidad de trasladarme cientos de kilómetros para disfrutarlo. ¡No! Me basta caminar tantito para llegar al mercado primero de mayo y pedir un vaso de atol de granillo. ¡Ah, cuántos amigos paisanos tenemos que no poseen esta bendición, porque radican en otras ciudades de la república o de otros países! Leo sus mensajes donde admiten que extrañan muchísimo las bondades y virtudes que posee este pueblo. Los comitecos somos privilegiados. Vivimos en una ciudad vecina de San Cristóbal de Las Casas. En el tiempo A. P. íbamos cada dos meses para repartir Arenilla. Desde entonces no he vuelto, pero tengo la cosquillita para treparme a un auto y disfrutar la ciudad donde nació mi padre. Él, ya te conté, me enseñó a amar su ciudad natal y yo la admiro desde entonces. Este cariño está basado no sólo en el recuerdo familiar, se refuerza en la opinión de miles y miles de visitantes que la alaban, que la disfrutan. Posdata: los comitecos tenemos a San Cris a la vuelta de la esquina y más cerca, qué bendición, tenemos a nuestro propio pueblo, que es también una de las joyas de la corona turística de Chiapas. El comiteco que no valora vivir en una de las ciudades más bellas del mundo, una de las más auténticas, se está perdiendo algo importante en su vida. ¡Tzatz Comitán!