viernes, 28 de abril de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN ESPACIO AMIGO

Querida Mariana: ayer saludé a mi querido amigo Víctor González. Llegó al Colegio Mariano N. Ruiz, acompañó a su nieto, quien participó en el Concurso de Oratoria, de la Zona Escolar 004. Nuestro colegio fue sede de este acto cultural. Víctor y yo nos conocimos en la escuela primaria Fray Matías de Córdova. Pucha, estoy hablando de los años sesenta, del siglo pasado. Desde esos años somos amigos, no somos los grandes amigos; es decir, no nos miramos todos los días, él tiene su palomilla y yo tengo la mía, pero somos amigos que nos queremos mucho, siempre que el destino nos hace coincidir nos sentimos bien y demostramos nuestro afecto. ¿Por qué te cuento esto? Bueno, te lo cuento porque vos sabés que te tengo mucha confianza, siempre narro los sucesos que marcan mi vida, porque sé que la luz que recibo vos la pepenás con gusto. Líneas arriba escribí la palabra destino. Este concepto es polémico, muchas personas creen que los seres estamos predestinados por ello, y muchas otras personas descreen de ello. Aplico el término a lo que nos reserva el azar. Antes de toparme con Víctor no pensaba hallarlo en el Colegio Mariano N. Ruiz. En la puerta saludé a su hija, la talentosa arquitecta Maribel, el mismo afecto que tengo por el árbol lo prodigo a sus ramas, si quiero a mi amigo Víctor, quiero a su hija y a su nieto. ¿Por qué esa cinta de luz va atando más espacios? No lo sé. Pero es real. Mirá, nosotros nacimos en un círculo familiar. ¿Cuál es ese misterio? Tampoco lo sé, pero esa cinta de luz que ahí inicia nos hace amar a quienes reconocemos como nuestros padres, nuestros abuelos y todos los que conforman ese aro de luz. Claro, el misterio no es tan terso, en estos espacios de pronto aparece gente que parecería no tener plena conciencia de tal bendición. A veces, en el interior de las familias hay integrantes que son jodones. En mi caso, sólo seres armoniosos conocí y conozco. Pero, luego, ¡oh, prodigio!, asomó la escuela. Nuestros papás nos llevan al colegio por primera vez y ahí aparece otro círculo. A mí me tocó asistir al patio y a las aulas de la maravillosa escuela primaria Fray Matías de Córdova y ahí conocí a Víctor. Víctor fue un niño con un carácter cercano al mío, alejado de broncas. Me llevé bien con él, me sigo llevando bien. Digo esto porque en ese espacio escolar tuvimos que convivir con compañeros jodones, con el que (¡Dios lo perdone!) me quitaba mi gasto, con la amenaza de madrearme si no le daba mis monedas. Un día, ya te conté, Dios hizo que caminara en la calle con mi papá cuando vi al cabrón en la esquina, levanté el brazo y lo señalé. Él pensó que le decía a mi papá que él era el maldoso y desde ese día mi gasto se salvó, mi espíritu halló sosiego y fue un demonio menos en la larga lista de jodones, y así durante todo el crecimiento. Hallamos gente buena en los espacios donde nos reunimos, en los mismos lugares aparecen los cabrones. Ah, el misterio de la vida, el destino. Posdata: siempre que me topo con mi amigo Víctor me da gusto, me siento bien en su compañía, todo es una cinta de luz, no me arrebata mi gasto; al contrario, agrega armonía a la burbuja bendita. Dios bendiga siempre su tronco y a todas sus ramas. ¡Tzatz Comitán!