lunes, 3 de abril de 2023

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA

Las nubes iban en retirada. Las nubes siempre están en movimiento. Nadie sabe en qué momento adquieren su vocación de cirrus o nimbus, desde la tierra advertimos que se mueven, van de un lado hacia otro, como si su verdadero destino fuera el viaje, hasta que, gordas, bien panzonas, se abren y se desgajan en lluvia, para iniciar otro ciclo. Porque la vida no es más que esto: un ciclo. Las nubes iban en retirada, buscando la línea del horizonte, pero se detuvieron, para formar una figura inédita, porque hallaron en la playa, en un recodo de malecón, un diálogo eterno, como el que se dio en el Paraíso. El ciclo sigue. Por esto, al mundo le duele cuando una especie se extingue, porque el viaje se detiene y los seres humanos extravían la cinta del diálogo. El mar, así se advierte, también hizo una pausa, instantánea, pero pausa al fin. El mar siempre está en movimiento. Nadie sabe en qué lugar inicia su viaje, pero su destino es besar la orilla de la playa y retornar, como si fuera un eterno viajero que reconoce su vocación. Nunca abandona su hogar. Acá, el mar, igual que las nubes, se detuvo, para ser testigo del diálogo entre el chucho negro y el hombre de cachucha y sandalias. La vida también detuvo su marcha, se posó, como pájaro en lo alto del árbol, y vio esta imagen que jamás volvió a darse en la tierra, en el universo. Nadie sabe quién inició el diálogo. ¿Fue el hombre del short y de la playera, el hombre que adopta la misma posición que el chucho negro? ¿Fue el animal de cuatro patas el que comenzó a dialogar? No puede saberse, porque acá, apenas en un segundo, ambos platicadores quedaron en silencio. Parece, sólo parece, que el hombre lanzó una pregunta y el chucho negro reflexiona su respuesta, o tal vez lo ve con mirada de misericordia, porque, se sabe, el animal supera en dignidad al ser humano, siempre ha sido así, desde que ambos seres aparecieron en el Paraíso. La tierra perdió cuando los dinosaurios se extinguieron, pierde cada vez que un animal se extravía para siempre. En épocas recientes, nos dicen los sabios, el ser humano ha provocado la extinción de muchas especies. El mundo se queda trunco, pierde estrellas en el universo. El mundo pierde cada vez que las huellas de un animal desaparecen; pierde cada vez que huellas de aves dejan de hollar el cielo, las nubes. El chucho ve al hombre y éste ve al animal. ¿Qué mirada dice más? Por supuesto que la del chucho negro, su posición, desde abajo, advierte que su humildad es la divisa que lo hace supremo, que lo hace merecedor de la luz ámbar de las nubes en retirada. Todo se detuvo para este instante, no siempre es posible hacerlo en el tráfago de la carretera; en el desasosiego de ir a la escuela, al trabajo, al templo; el surfista no puede detenerse a la hora que la tabla está en la parte superior de la ola; sólo el halconcillo y el colibrí se detienen en el aire. Jamás he visto que una piedra detenga su carrera en un alud. Lejos estamos del milagro que captó Jaime Córdova, en Sisal, Yucatán. Las líneas oblícuas del cielo están en armonía con la diagonal que forman el chucho negro y el hombre de la cachucha. Todas las demás líneas siguen la ley de la vertical o de la horizontal. La diagonal maravillosa que forman el chucho y el hombre no volverá a darse, porque el chucho y el hombre, igual que las nubes y que el mar, siempre están en movimiento, la vida siempre está de arriba para abajo. Las pausas instantáneas sólo aparecen de vez en cuando. Los hombres somos necios, no advertimos que ahí, en el sosiego, aparece la semilla que hará llover la vida sobre los objetos, sobre el alma.