domingo, 16 de abril de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN VIAJE EN AUTOBÚS

Querida Mariana: iba tranquilo en mi Tsuru, en el bulevar, pendiente de los demás autos, conservando mi distancia, hasta que alcancé en un semáforo a un autobús de pasajeros, de esos maravillosos autobuses que traen turistas a Chiapas. Me detuve, vi una serie de figuritas que sintetizaban los servicios que ofrece el autobús y, de inmediato, recordé los viajes que hacíamos los estudiantes de la UNAM, en los años setenta. Saqué mi celular y tuve tiempo de tomarle una foto, foto que ahora comparto con vos. ¿Ya viste cuántos servicios ofrece esta empresa de viajes? El autobús ofrece luz individual, sonido estéreo, butaca reclinable, video, aire climatizado, frenos de seguridad y w. c. Bueno, a vos esto no te sorprende, porque sos de estos tiempos, pero yo, ¡Dios mío!, vengo de un tiempo donde los maravillosos autobuses de la Cristóbal Colón no ofrecían estos servicios. En ese tiempo la Colón era la empresa más fifí de la zona, sin embargo, nada de esto teníamos. Comienzo: ¿Luz individual? No existía. Si necesitabas alumbrar prendías un cerillo y ahí andabas con la cabeza inclinada buscando el cigarro que se te había caído, porque eso sí, nosotros gozábamos del privilegio que ahora no tienen los viajeros fumadores: nosotros fumábamos, nosotros fuimos los creadores de la famosa “cortina de humo” que obligaba a los demás viajeros a abrir las ventanas, porque en ese tiempo sí se abrían las ventanas, no estaban selladas como ahora. Cuando llegábamos a los poblados de Oaxaca, abríamos las ventanas y el olor del camarón seco se metía. Comprábamos vasos de fruta y algunas personas mayores adquirían totopo y queso, que comían con emoción. Si dormías escuchabas el sonido que hacen los ratones al comer. ¿Sonido estéreo? No, tampoco. Se escuchaban las pláticas, los rumores, el rugido de los niños al vomitar y un sonido directo de los que roncaban y de los que soltaban ventosidades. ¿Butaca reclinable? No, ni soñarlo. Los asientos eran duros y si se reclinaban significaba que estaban deteriorados y el viaje se convertía en un suplicio, porque tenías que ir de lado, con un fierro lastimando un riñón. ¿Video? Ni en sueños. Uno no tenía más imágenes que la del curverío hacia Oaxaca o las montañas a lo lejos, donde se veían casitas con sus culebritas de humo, que indicaban que ahí la vida se concentraba en el comal donde se freían los huevitos y cocían las tortillas para comer con frijol y salsa molcajeteada. ¿Aire climatizado? Ya dije que para que el aire entrara se abrían las ventanas. A veces, era necesario decirle al de adelante que cerrara la ventana, porque entraban chiflones encontrados, pero el de adelante se quejaba de la peste acumulada por los treinta y tantos pasajeros, que era una mezcla de popó de niños, sudor y pedos. ¿Frenos de seguridad? Con seguridad sabías que el autobús tenía frenos cuando te ibas hacia adelante y chocabas contra el asiento delantero, porque en ese tiempo tampoco había cinturones de seguridad. ¿W. C.? Dios mío, ni por casualidad. ¿En dónde hacíamos nuestras necesidades cuando aparecía algún reclamo del cuerpo? Pues uno debía aguantarse, si esto era posible, hasta llegar a una terminal donde los conductores daban autorización para bajar: “Cinco minutos y nos vamos”. Veías una larga fila formarse ante un sanitario todo sucio. Si la urgencia ocurría entre una y otra terminal, el necesitado caminaba en el pasillo, deteniéndose con las manos en la parte alta de los asientos, hasta llegar con el chofer para explicar la urgencia. Los demás pasajeros veíamos cómo el conductor se hacía a un lado de la carretera, movía la palanca para abrir la puerta y los pasajeros de la derecha veíamos cómo la persona caminaba entre la maleza, en busca de un arbolito que lo cubriera a la hora de bajarse el pantalón y de ponerse en cuclillas. Era un suplicio. El cagón regresaba con una cara mezcla de tranquilidad y de cierta vergüenza. Gracias, decía al conductor, y regresaba a su asiento. Por eso, para cualquier eventualidad, todos los pasajeros llevaban unos pliegos de papel sanitario en la bolsa trasera del pantalón. Posdata: vi todos los pictogramas que estaban pintados en la parte trasera del autobús de pasajeros y pensé que estos tiempos son más cómodos, pero, asimismo, son latosos. Cierre la ventanilla, por favor, decíamos al pasajero de adelante y él lo cerraba. Ahora el clima artificial del interior se convierte en un suplicio, porque a veces el interior se convierte en una experiencia de iglú, donde el aire acondicionado está al tope de frío, como si fuera refrigerador de una carnicería. ¡Tzatz Comitán!