sábado, 1 de abril de 2023

CARTA A MARIANA, CON REQUINTO

Querida Mariana: el maestro Antonio es mi amigo, por eso me dio chance de jugar, porque sólo como juego o en el sueño podría aparecer como estoy en esta fotografía, al lado de grandes músicos, orgullo de nuestro pueblo mágico. Digamos que soy como el quinto en discordia, un metidito. Pero, así como el Álex Lora, cuando aparece en la tele le dice a su mamá que prenda la grabadora; yo te grito a vos: ¡trepá la foto en La Nube!, para que nunca llueva el olvido. Que, cuando menos en la ficción, yo aparezca como ejecutante de la marimba. Ah, esta foto es para mi álbum nostálgico. Sucede que fui a comprar pollo que quería mi mamá y al regreso de la pollería “Doña Julia” vi y escuché que en el atrio de El Calvario andaba con todo la Marimba Orquesta Lira de Oro. Como ya estoy viejo, y mi mamá ya casi no me regaña cuando llego un poco tarde a casa, estacioné mi tsurito y bajé para escuchar la marimba. Estaba de buenas, porque siempre me siento bien cuando Ani y Yoyi me atienden en la pollería que inició doña Julia Gómez, que, también, tenía un carácter agradable; y me puse más de buenas cuando vi y escuché la magistral interpretación de los maestros Sergio Antonio Domínguez Villatoro, Antonio Domínguez Villatoro, Ramón Abadía Gordillo y Caralampio Alfaro Reyes. Los mencioné, querida mía, en el orden que aparecen en la foto. A mí ignorame. Ya te conté que, en una navidad, el Viejito de La Nochebuena me trajo una marimbita. Era un instrumento maravilloso, hecho con la pulcritud y precisión de los marimberos de la región. Casi casi estoy seguro que fue una marimba hecha en La Trinitaria, pero no lo afirmaré. Por desgracia ya no vive el Viejito de La Nochebuena para corroborar mi dicho. Si he de ser sincero, no manifesté la misma alegría que cuando, un año antes, el Viejito se aventó la buena puntada de traerme un carro de pedales, color plateado, casi casi como el que usaba el Santo, el enmascarado de plata, en las películas. Entiendo que mi papá, hombre maravilloso, quería injertarme el gusto por la música. Él contrató al maestro Cruz Courtouis para que me impartiera clases de marimba. El maestro llegaba tres veces por semana, en las tardes, hasta que me armé de valor y le dije a mi papá que no quería aprender a tocar marimba. No le dije, pero el sueño de toda mi vida ha sido ¡la batería! Pero, la mañana de El Calvario agarré un par de bolillos, me paré detrás de la marimba, en la sección donde se lleva la melodía, al lado del experimentado maestro Toñito, mientras Sergio Antonio tomaba la selfi del recuerdo. El maestro Sergio es baterista, él domina el instrumento que desde siempre me guiña un ojo. No quise aprender a tocar marimba, a pesar de que habría sido muy satisfactorio para mi papá, pero, en compensación, puedo decirle al espíritu de mi papá que disfruto escucharla. Como mi amigo Marco Polo, en mi adolescencia, al lado de la palomilla, ponía atención para ver en qué barrio había guateque y bajábamos. Mientras ellos bailaban con alguna muchacha bonita, debajo del manteado, en el patio central, yo me recargaba en un pilar, con una cuba en la mano, y disfrutaba el maravilloso sonido de la marimba. Ah, mi corazón retumbaba de alegría al oír ese sonido tan arrecho; mis ojos se llenaban de luz al ver a mis amigos mover los pies con ritmo, llevando a sus muchachas a la esquina del patio, para ver si ellas cedían y se iban a bailar a lo oscurito, ahí donde las mamás ya las perdían de vista. Siempre que escucho una marimba procuro estacionar el auto y oírla en vivo y a todo color. Eso es un privilegio que tenemos en Chiapas y en pocos lugares más de la república. ¿A poco no has detenido tu caminar cuando en la Ciudad de México aparece en cualquier banqueta una marimba? Muchos citadinos pasan de largo, porque llevan prisa, pero la mayoría de comitecos se detiene, hace una pausa, para sentir ese abrazo que nos recuerda que somos de una tierra que ama la marimba. Todo mundo ya nos lo advirtió: nacemos, crecemos y morimos con ese sonido ancestral. A mí, la verdad, me vale una pura y dos con sal el debate del origen de la marimba. Cuando nací ya la encontré en Comitán, acá la he gozado, acá he conocido a geniales ejecutantes, como los que acá mirás. Bueno, en realidad, en este cuarteto, sólo dos le estaban tupiendo a la marimba, el maestro Toñito y el maestro Ramón. Sergio, ya lo dije, toca la batería, y el maestro Caralampio toca el bajo. Bueno, la verdad es que todos son ejecutantes de otros instrumentos, porque, tal vez te acordás que el maestro Caralampio impartía clases de piano en el Centro Cultural Rosario Castellanos, además de dar clases de Educación Artística en escuelas de nivel preescolar y de nivel primaria. Ahora ya es maestro jubilado y siempre que lo llaman acompaña a los grupos musicales. Para que mirés la calidad de la melcocha diré que el maestro Toñito ha tocado la marimba durante más de cuarenta y dos años. Hacé una pausa, por favor, y paladeá el dato: más de cuarenta y dos años; es decir, a tu edad agregale diez. ¡Toda una vida! Él comenzó por necesidad y por gusto. La marimba le ha ayudado a tener su paga (tan necesaria en todos los tiempos), pero, además, le ha permitido disfrutar la vida, porque su mirada se ha llenado de gratas imágenes. Es placentero saber que él, gracias a su talento musical, provoca tantos sentimientos nobles en la audiencia. Él ha visto reír y llorar a muchísimas personas. Ha visto a quinceañeras felices cuando el padrino las presenta en sociedad; asimismo, ha visto llorar a la abuela cuando el nieto celebra el término de sus estudios y se gradúa de médico; ha visto bailar a niños, muchachos y adultos. El otro día miré que se paró una señora, como de noventa años, y con andadera dio pasitos tun tun. ¡Genial! Los bolillos sobre las tablillas de madera provocan la caricia más sublime al alma. En esta fotografía le robé los bolillos al maestro Ramón, sólo para la foto. ¿Cómo te suena el apellido del maestro? Claro, él nació en Tzimol, tierra bendita de Chiapas, lugar prodigioso, pero dice que terminó de crecer en Comitán, así que ya es más tenocté que caña. Ramón, a la edad de seis años, comenzó tocando batería, pero luego se pasó a la marimba. A veces ha cambiado de oficio, pero sostiene que regresa a la música, porque es lo de él, dice una frase hermosa: “en la música encuentro los detalles que necesito para vivir”. ¡Qué frase tan certera, tan llena de luz! La marimba orquesta Lira de Oro, a pesar de que tiene el nombre de un metal precioso y caro en su nombre, cobra lo justo. Si querés amenizar una tu fiestecita, en forma sabrosa y bullanguera, la contratás por cinco horas, a mil la hora. El contrato tiene que ser así, porque vos sabés que el traslado no es sencillo. Para el traslado de una marimba, de perdida, se necesita un camioncito que la lleve. El maestro Caralampio también comenzó a tocar a la edad de seis años. Bueno, la música estaba en el patio de la casa paterna, porque él es hijo del famosísimo maestro Manuel Alfaro, que fue más conocido como Manuel Hijo, esto habla de la tradición familiar, porque si hubo Manuel Hijo también existió un Manuel Padre. Los comitecos que, ya sabés, siempre son simpáticos y a todo le encuentran al mencionar la marimba de Manuel Hijo también decían: “Manuel te hago uno”. Pucha, qué llevados, qué arrechos. La mañana de El Calvario puse mucha atención en la forma como el maestro Sergio tocaba la batería. Digo pues que es como una asignatura pendiente. El otro día pensé en comprar una batería moderna, de esas que sólo tienen pequeñas tabletitas acústicas. Pero luego pensé que mi mamá, lindísima mujer, no me regaña por llegar un poco tarde a casa, pero se molestará con el ruido de los baquetazos. Tal vez me convenga más olvidar mi sueño de niño y seguir siendo un admirador de los bateristas. Nunca te he preguntado qué instrumento musical te habría gustado aprender a tocar. ¿El piano? ¿El arpa? ¿El güiro? ¿El pandero? ¿La marimba? No dejo de agradecer la bendición de los festejos religiosos. Siempre que hay festejo en los templos católicos, la junta encargada de los festejos reune paguita para contratar marimba y que el santo festejado o virgen cumpleañera tenga la alegría de una marimba. Dios siga enviando bendiciones a esas personas que continúan con la tradición y riegue también bendiciones a los ejecutantes que, debajo de una carpa, le dan con todo. Posdata: ah, cómo disfrutaba ver cómo mis amigos pasaban el brazo derecho por la espalda de la muchacha bonita y hacían un arco con su brazo izquierdo para recibir las manos de la chica que había aceptado la clásica invitación: ¿bailamos? A mí me daba pena hacer este protocolo. Desde el principio pensaba que me dirían: no, gracias. ¿Qué hacer en este caso? Para evitar la pena, me recargaba sobre un pilar y tomaba una cuba. A veces, después de cuatro cubas agarraba valor, pero la chica decía que no, porque estaba borracho, entonces mandaba a la susodicha a la región menos transparente del pueblo. Nunca fui bailador, pero siempre disfruté el sonido de la marimba, como hasta hoy día. ¡Tzatz Comitán!