jueves, 27 de marzo de 2025

CARTA A MARIANA, CON EL VIAJE DE ABELARDO

Querida Mariana: el árbol de los deseos tiene muchos frutos. Todo mundo tiene diferentes deseos, obsesiones. La tía Manuela soñó toda su vida con ir a la Ciudad de México y visitar la Basílica de Guadalupe. Fue feliz el día que estuvo en la plaza frente al soberbio edificio que construyó el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, que al principio muchos fieles criticaron, porque decían que era como una carpa de circo. ¡No importaba! En el interior estaba la imagen de la virgencita, la milagrosa, la Reina de México. Abelardo Espinosa, papá de mi amiga Paty, soñó toda su vida con conocer las instalaciones de la B Grande de México, mítica estación radiofónica que escuchaba desde niño en su natal Cajcam, por herencia de su papá, don Noé Espinosa, quien toda su vida estuvo acompañado por un radio. En aquellos años (años sesenta) el mundo de Cajcam se comunicaba con lo demás del planeta gracias a la radio, no tenían televisión, ni salas de cine, mucho menos Internet ni celulares (estos aún no se habían inventado). La única extensión era la radio, desde entonces, Abelardo se volvió personaje de novela, porque (igual que su papá Noé) comenzó a comprar radios cada que tenía paga, en la sala un radio, otro en la recámara, otro amarrado en el pilar de la casa, otro más en el morral para la hora de ir al campo, otro más en la mochila para ir escuchando camino a la escuela, radios, muchos radios, que no hubiera un espacio sin ese maravilloso chunche que le servía para comunicarse con el mundo, pero a diferencia de los sastres que conocí en Comitán, Abelardo no sintonizaba la W, la Voz de América Latina desde México, ¡no!, la estación favorita de él siempre fue (es) la B Grande de México, así que cuando Paty le dijo que viajaran a la Ciudad de México, el papá dijo: sí, vamos a conocer a la B Grande de México. Ese fue su gran deseo y Paty, como si fuese el hada madrina, le cumplió el deseo, porque hizo una llamada, explicó y los funcionarios de la radioemisora le dijeron que sí, que los incluirían en uno de los grupos de visita (de los martes o de los jueves), pero, ¡oh, decepción!, después de revisar la agenda resultó que todos los grupos estaban llenos. ¡No, no, por favor, mi papá siempre ha soñado con conocer las instalaciones y conocerlos a ustedes! Va, dijeron, muy amables, les agendaremos una visita especial ¡y así fue! El día lunes, en cuanto llegaron al aeropuerto de la Ciudad de México, tomaron un UBER y Paty, Abelardo y Gloria (la mamá de Paty) fueron a la B Grande de México. El más emocionado era el niño Abelardo, quien llevaba en su espíritu todos los instantes mágicos que había pepenado en su niñez, en las tardes después de hacer la tarea, la tarea de la escuela y la tarea del campo; en las noches después de tomar el café con una tostada; a la hora de ir a la cama. La B Grande de México, su gran compañera, su amiga eterna, la fiel, la maravillosa, la que siempre le ha dado la mano para llevarlo a viajar por el fascinante mundo de la imaginación. Y de pronto estaban en la casa del mago, en la cabina donde, detrás del cristal, el locutor en turno, Modesto Santos, les dio una emotiva bienvenida: “Ah, ya, ya platicamos con la visita, muchas gracias, a Dora Patricia Espinosa, “quehacerosa” de la comunicación que viene a presentarnos su revista, además viene con el señor Abelardo Espinosa y con Gloria Vázquez, la familia chiapaneca, ¡viva Chiapas!, viva ese rinconcito verde, lleno de cultura, lleno de amor, por la tierra, por las comunidades indígenas, por las lenguas, por todo lo que se vive ahí, que es parte de nuestro México, gracias por venir a visitarnos, son bienvenidos y que tengan excelente regreso, buen viaje, que haya luz en su camino y regresen pronto. Gracias, Dora Patricia, Abelardo Espinosa y Gloria Vázquez, ¡ésta es para ustedes!” Posdata: y el locutor “soltó” la canción, que se escuchó en miles de aparatos en medio mundo, porque la B grande tiene un poder de transmisión de ¡cien mil watts! “Quehacerosa”, qué bonita palabra inventó el comunicador. Todos los escuchas del mundo que en ese momento sintonizaban la B Grande de México se enteraron que Abelardo estuvo ahí, estuvo ahí por los que tienen el mismo sueño y aún no lo han cumplido, llegó a cumplir su deseo y el de miles y miles de radioescuchas de todo el país, de regiones lejanas, bueno, con decir que hasta nuestra revista tuvo la bienvenida, el locutor no dijo el nombre de Arenilla porque no les está permitido decir marcas comerciales, pero Arenilla estuvo en la cabina de la B Grande de México, todo este portento gracias a que Abelardo, desde siempre, soñó con conocer la casa de la mujer que siempre le ha acompañado, que ha alegrado sus días Cajcameros desde la Ciudad de México. Abelardo cumplió su deseo. Ya después podría venir lo que fuera, ya el deseo mayor estaba cumplido, ya luego, ese día, fueron a conocer por afuerita la Cineteca Nacional (que, me dijo Paty, está al lado de la B Grande de México); ya luego fueron a la Alameda, al tradicional barrio de Coyoacán (con su fuente de coyotes), Palacio de Bellas Artes, y, en la noche, al Teatro Xola. Nada comparable con la B Grande de México, porque la radio llegaba hasta Cajcam, viajaba por el aire, como un ave soberbia. ¡Ah, cuántas horas sintetizadas en los minutos donde estuvo cerca de la cabina y en el estudio de grabación donde hacen los radioteatros! ¡Soberbio! Ah, qué buen deseo de este personaje de novela, quien siempre lleva un radio con él, debajo del brazo y encima del espíritu. ¡Tzatz Comitán!