martes, 11 de marzo de 2025

CARTA A MARIANA, CON ADOCTRINAMIENTO

Querida Mariana: se me hizo una contradicción. Vi un video donde una gran cantante de música de jazz se inclinó al término de su presentación. Ella, toda bonita, toda hermosa, se paró al centro del escenario del fastuoso teatro, hizo un pie hacia atrás e hizo una reverencia al público que le aplaudía de pie. Todo normal, digo yo, así se acostumbra. Como si fuera una película en reverse motion vi el principio que llevó al final, las personas, con sacos y estolas, compraron los boletos, se sentaron en las butacas, leyeron el programa y aplaudieron cuando la cantante apareció, cantó en forma espléndida y, al final, la audiencia aplaudió, intensamente, en reconocimiento al talento de la artista y ésta hizo la reverencia en agradecimiento al generoso aplauso. Todo normal, digo yo. Sé que así es, pero hay algo que no me cuadra. Sé que no estarás de acuerdo, pero se me hace algo inexplicable el comportamiento final de la cantante. Y digo que este comportamiento es como un adoctrinamiento que nos ha llevado a la situación actual de la cultura. En este país, vos lo sabés, hay un reconocimiento contradictorio ante el arte y los artistas. Sólo pondré un ejemplo, los funcionarios de la cultura se llenan la boca alabando el talento de los creadores, pero dicho empalagoso palabrerío no se traduce en un real apoyo a la creación. En palabras llanas, hay un descastado aprovechamiento de los artistas, quienes no son retribuidos en forma económica. Es proverbial el caso donde los funcionarios, mostrando su empatía y generosidad, permiten que los creadores tengan un escenario donde presentarse y se “alimenten” con el aplauso del público. Todo normal, digo yo, así se da en este país. Por eso, cuando vi lo que hizo la cantante se me hizo el colmo. Ella, ¿podés creerlo?, después de entregar su talento, las mil horas de ensayos, las mil ramas donde se trepó como pajarito para preparar su recital, todavía, ¡Dios mío!, se vio “obligada” a llevar un pie hacia atrás y hacer una reverencia de agradecimiento al público. Sé que es la mínima muestra de respeto, pero, insisto, se me hizo un exceso. Quienes deberían inclinarse ante el talento eran los escuchas, quienes, sólo estuvieron sentados, aplastados (diría la tía Emma). Sé que no estarás de acuerdo, sé que protestarás, que lo dicho por mí es el exceso, pero, he visto a gente que es invitada a la presentación de un libro y al principio de su participación comienza diciendo que agradece a las autoridades por la invitación. ¿Qué agradece? Si es él, como en el caso de la cantante, quien preparó sus palabras, que tienen tras de sí horas y horas de lectura. El mundo funciona así, así lo han diseñado los poderosos, los que controlan la vida de los demás. Los artistas y creadores agradecen la oportunidad de que les abran espacios. Por eso, admiro a quienes tienen el valor de estar en la otra orilla; admiro el valor de las personas que abren sus propios espacios. He visto, y vos también, a ejecutantes de violín que se paran en una plaza, colocan un sombrero en el piso para recibir el reconocimiento traducido en monedas o billetes. Esta gente no busca el gran reflector ni el escenario del teatro fastuoso. Esta gente no se inclina ante la presencia de los príncipes que aplauden desde las butacas; esta gente se quita el sombrero al principio y lo coloca en el piso, el sombrero no le sirve para hacer la caravana, ¡no!, el sombrero le sirve como contenedor de las monedas y los billetes de los peatones ocasionales que se detienen tantito para gozar la música que él regala, que él cuelga sobre el aire limpio. Todo normal, digo yo. He escuchado, sé que vos también, a cantantes que superan con mucho el talento pishcul de la Chica Dorada, por ejemplo, y están en las plazas donde obtienen algunas monedas y billetes, cuando la famosa, inflada por la publicidad y por las grandes firmas, gana toneladas de dinero. Así es el mundo. Los poderosos han armado el mundo a sus intereses. Todo mundo se inclina ante ellos, así vemos que la gente besa el anillo del papa, que agacha la cerviz a la hora de saludar a la presidenta, que hace una reverencia ante la princesa, que se hinca ante la imagen divina. Y en medio de todo, la cantante de jazz, la de espléndida voz, ave de mil voces, debe hacer un paso para atrás y hacer una genuflexión para agradecer el aplauso de la audiencia que, a cambio del pago de su entrada y de sus aplausos, recibió una carretada de luz infinita. No hay forma de retribuir la magia del canto y sin embargo el mundo ha hecho que, tras no basta, el agradecido sea el que entrega todo. Posdata: sé que no estarás de acuerdo conmigo, pero se me hace un exceso que después de dar tanto, la cantante todavía tenga que agradecer el inmenso obsequio de su talento. A veces la reverencia es símbolo de sumisión. Uf. ¡Tzatz Comitán!