viernes, 21 de marzo de 2025

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE CAMINO POR LA ORILLA

Querida Mariana: me gusta caminar por la orilla, no meto mis pies en el río ni en la arena del desierto. París me enseñó el camino, todas las personas caminan por los bordes del Sena, ahí se sientan a comer, a descansar, a tomar vino; ahí se besan las parejas, ahí leen quienes adquirieron un libro, bien en las “bouquinistes” o en la mítica librería “Shakespeare and Company”. En los años sesenta, los comitecos iban al Río Grande, llevaban canastos con “paquitos”, con gallinas “paseadas”. Algunos se metían a nadar a las pozas, otros preferíamos caminar por las orillas del río, como si estuviéramos en nuestro propio Sena. Camino por la orilla, porque París me dijo cómo hacerlo. Jamás escuché el llamado de Nueva York, por eso no tengo rascacielos en mi mirada ni el metal es mi deseo. Siempre leo como si estuviera en un café al aire libre, en el boulevard Saint-Michel, como si el espíritu de la Torre Eiffel, más alta que la estatua de tío Belis, estuviera cerca. No me espantan los callejones ni los espacios reducidos, siempre camino como si estuviera en el corazón de la Plaza de la Concordia, como si la baguete se hubiese hecho pequeña para tener el tamaño ideal del pan compuesto. Vos sabés que no bebo vino, ya tomé lo que era mi ración de vida, pero siempre que tomo un vaso de agua lo bebo como si fuese vino tinto, como si fuese vino blanco que exige el pescado que como, porque esa palabra tan bonita que es maridaje me lleva a buscar que el agua combine con todo lo que como. ¿Por qué pienso que una de las mujeres más bellas del mundo es Brigitte Bardot? Porque la conocí en el Cine Comitán, que estaba a media cuadra del parque central de Comitán. Entré a la sala, me senté en una butaca de madera, de triplay, pintada de rojo, y la pantalla se iluminó como si fuera un amanecer visto desde la cima del Junchavín, jamás el rostro de una actriz había tenido tal luminosidad, jamás había condensado el brillo divino. Supe que ahí estaba la mujer ideal, la que tenía todo lo que París era: ciudad que, como dijo una amiga en Puebla, fue hecha para enamorarse, para vivirla. Brigitte era, así lo pensé, la mujer que la naturaleza hizo para enamorarse, para vivirla. Desde esa tarde prodigiosa, mi vida no ha sido más que un camino iluminado por el recuerdo de la Bardot. Ella, también, hija del Sena, ha caminado por la orilla del reflector, jamás, jamás se hizo una modificación a su cuerpo, a su rostro, dejó que las grietas del tiempo caminaran por ella, hoy sigue siendo la mujer más bella del mundo, llena de arrugas, con el rostro cansado, con el cuerpo marchito, pero con el espíritu más puro, hecha del aire que vuela por la cima del Everest. Me gusta caminar por la orilla, no meto mis pies en el río ni en la arena del desierto. Tampoco vuelo, me place ser, como decía Sabines, un peatón. Mi vida ha dejado que París le ponga su huella, que hable en francés. Si me detengo ante un aparador juego a que estoy en Le Marais; si camino por el Pasaje Morales juego a que es la Galerie Vivienne, y recuerdo a Julio Cortázar, el argentino más francés y viceversa. Cuando recuerdo a Julio llego a casa y tomo del librero uno de sus libros de cuentos y camino con él en una plaza donde un grupo de jóvenes juega petanca. Pienso que así como en París hay un Barrio Latino, en nuestro pueblo bien podríamos nombrar un Barrio Francés, para que el paseo estuviera menos en el Río Grande (que ya apesta a mierda) para volverse Río Sena y caminar en su orilla, imaginando que ahí lo cruza el Pont des Arts. Posdata: dichosos y bienaventurados los que caminan por el centro, los que crecen ante la luz del reflector. A mí me gusta caminar por la orilla, como no sé nadar no me meto al agua de la vida, dejo que la Tierra sea mi casa, el caparazón de mi tortuga. ¡Tzatz Comitán!