lunes, 24 de marzo de 2025
CARTA A MARIANA, CON IMAGEN SUBLIME
Querida Mariana: acá está la pequeña Nat con su mamá Cielito. Sí, nuestra compañera de Arenilla, encargada del Contenido Digital, está con su hijita.
No hay necesidad de describir la imagen, bella, como bellas la hija y la madre. Cielito, más hermosa que nunca, le cuenta un cuento a su pequeña Natalia.
Desde que Nat estaba en la pancita, Iván, su papá, le leía cuentos. A los dos meses de edad, Nat, recostada en un sofá sigue escuchando historias fascinantes. Acá, Cielo (ah, nombre que habla de su belleza física) le lee el cuento “Lo que más me gusta de ti”.
Nat, con sus manitas sobre su pecho, escucha atentamente lo que su jovial mamá le narra. Porque, Cielito sabe que la palabra es bendita y Nat está pepenando historias sublimes. Sí, ella llegó a este mundo que no siempre es afable, pero su mamá se encarga de despejar los nubarrones y le cuenta historias bonitas, que sean como mariposas que aleteen frente a su carita, que le lleven aire bueno. Se trata de que la pequeña Nat crezca en medio de duendes simpáticos y árboles llenos de frutos buenos; se trata de que la pequeña Nat se alimente, no sólo de la leche materna, sino también del fruto de la imaginación, de la bondad de quienes han contado historias para bebés bonitas. Nuestra compañera Cielo le da la teta para alimentarla físicamente y le da su propio nombre, Cielo, para que su niña vea estrellas (las nueve de Balún Canán) y escuche el murmullo de los cometas. Porque no sólo la palabra ha alimentado a Nat, también, desde que estaba en la pancita, su papá y su mamá le pusieron música clásica, para que los violines y el piano y las tarolas, en plena armonía, celebraran su vida. Me cuentan que cuando Nat está molesta, se tranquiliza si le ponen a Vivaldi. Ah, qué cordón umbilical tan eterno, la música de los grandes sigue estimulando la paz en el mundo, la palabra de los grandes sigue colocando pajaritos sobre todos los aires, sobre todos los vientos.
Acá está una bellísima imagen. Cielito, bellísima, le cuenta historias bellas a su niña, luego le da de mamar (ah, qué momento más sublime) y la saca al patio para que vea el tocayo de su madre y cuente el vuelo de los pájaros y escuche sus cantos y oiga el ladrido de la pequeña perrita Luna y el maullido tierno y exigente del gato Malvavisco.
Esta historia se ha repetido desde que el libro fue libro y mucho antes, las mamás de todos los tiempos han contado historias bellas a sus críos, porque es la forma de neutralizar los monstruos de la realidad; los monstruos de la ficción son aliados de la vida plena, son los que deshacen las dentaduras de los reales.
Nat escucha, con sus manitas sobre el pecho, escucha atentamente las palabras de su mamá, y ésta, espléndida, sonríe al ver que su pichita la escucha.
¿Qué tanto pepena la pequeña? ¡Mucho! ¡Enormidades! Tal vez alguien diría que está muy pequeña para saborear el fruto de la lectura, pero no es así, ella pepena la esencia, como si la palabra fuera una naranja ella saborea cada letra, cada sonido. Ella no es más que la síntesis de la raza humana, nosotros, parecería que no, pero sí pepenamos las historias que el universo nos narra, escuchamos los sonidos que son eco del Big Bang, recibimos el aire que proviene del hálito inicial. Como Nat, todos los seres humanos, en forma sencilla, ponemos nuestras manos sobre el pecho y escuchamos la palabra de nuestra madre nutricia: la Tierra.
Y esta nueva integrante del mundo, disfruta por ahora la palabra que su mamá le cuenta. Acá, el aire sigue siendo el cordón umbilical donde la madre nutre a la hija.
La mamá va dejando huellas en el aire, huellas que, cuando Nat sea grande, buscará para encontrar la senda del sosiego. Todo es aire, todo es vida. La palabra cumple con su misión, la palabra, en este caso, sí cumple su palabra.
En la voz de Cielito va un tren cargado de palabras, de historias; este tren viaja por vías de todo el mundo: por las montañas del Tíbet, por los mares del sur, por la Cordillera de Los Andes, por la Torre Eiffel, por el Big Ben, por las ruinas de Chinkultic, por Palenque, por Tenam, por el parque central de Comitán, por el Cañón del Sumidero, por la Calle del Resbalón, por el nido del cenzontle, por el árbol lleno de orquídeas, por el limonero, por el templo, por el jardín donde crecen azucenas. Cielo le da lechita todos los días, lechita de sus pechos y lechita de historias bonitas.
Posdata: Nat mama lo mejor de la vida. Dios las bendiga siempre. Mientras más mamás cuenten historias bonitas a sus críos en el mundo crece la flor de la esperanza.
¡Tzatz Comitán!