miércoles, 19 de marzo de 2025

CARTA A MARIANA, CON LA UNIVERSIDAD NACIONAL ROSARIO CASTELLANOS (tercera de tres)

Querida Mariana: un amigo cercano, quien me envía mensajes todos los días, admirador de la 4T, me dijo que iría al Zócalo el domingo 9 de marzo para estar con Claudia. Lo hizo, viajó a la Ciudad de México para ser testigo de ese día histórico. Le deseé buen viaje y como colofón le dije: yo esperaré que Claudia venga a mí, lo dije porque corría el rumor, cada vez más intenso, de que la presidenta de la República vendría a Comitán a inaugurar la Universidad Nacional Rosario Castellanos. Y la predicción no falló, la presidenta no me falló: vino a mí. Claro, para mí hubiese sido algo menos complicado que llegara a la casa, se tomara un café y platicáramos un rato, pero no sucedió así, vos sabés que las agendas de los poderosos no tienen huequitos para esas convivencias sencillas, además, tal vez alguien le contó a la presidenta que en casa, desde Pandemia, no aceptamos visitas. Pero la presidenta de la República vino a Comitán y yo no podía perder la oportunidad de estar en el mismo espacio que ella. Mi amigo viajó hasta la Ciudad de México, yo la tenía más fácil. Mi amigo Jorge Mandujano, quien siempre está al tanto de los grandes eventos del país, hizo favor de enviarme copia de la agenda oficial que Claudia tenía el día viernes 14 de marzo: a las siete y media su mañanera; a las diez de la mañana Conferencia Mundial de Mujeres Parlamentarias; y a las seis de la tarde, ¡Dios mío!, inauguración de la Universidad Nacional Rosario Castellanos, sede Comitán, en carretera municipal Tecnológico-Copalar, kilómetro 2,200. Con esta certeza pensé que el día viernes 14 de marzo 2025 sería un día grandioso para el pueblo, vendría la presidenta de la República. Entré a redes sociales y ya había algarabía local, alguien subió una etiqueta donde se leía que el punto de encuentro era el Polideportivo. No tenía idea de la clase de acto que el gobierno había organizado, pero cuando leí esa invitación comunitaria intuí que sería un acto multitudinario y no un acto académico. Pero me repetí: tenés qué ir, tenés qué ir. Mi amigo Mario me llamó por teléfono, preguntó si iría, le dije que sí, que iría con Paty Cajcam. ¿Me pego con ustedes?, preguntó. ¡Claro!, dije, será nuestro privilegio. Le expliqué que como era viernes, teníamos el “En vivo”, que cada semana hacemos en Arenilla para hablar de la obra de Rosario Castellanos, así que saldríamos del centro a esa hora. Además, le dije, vamos en calidad de pueblo, sólo para ver cómo se desarrolla el acto, no somos invitados especiales ni tenemos acreditación como medio de comunicación. Mario aceptó y cinco minutos antes de las cinco mandó un mensaje diciendo que ya estaba en la puerta de la oficina. Terminamos el “En vivo”, nos trepamos al tsurito y partimos con rumbo a la universidad. Decidí ir por la ruta del Crematorio y del Rastro. Como supuse, la carretera del Tecnológico estaba llena de autos. Al llegar al cruce, los automovilistas se pusieron de acuerdo en pasar uno por uno, porque ningún agente vial estaba disponible. A partir de ahí el tránsito se hizo lentísimo, a vuelta de rueda. Nosotros quedamos atrás de un camión de pasajeros, poco a poco avanzábamos, la fila de autos era enorme. Ya era más de las cinco y media (la cita era a las seis), hubo un instante en que la carretera de voy y vengo la convirtieron de un solo sentido y los automovilistas comenzaron a avanzar por el carril de regreso, escuché el sonido de una sirena, una camioneta de policía pasó a mi lado y detrás de él una serie de autos finos, con cristales polarizados, avanzando a gran velocidad. Pensé que era peligroso, porque (nunca falta) cuando pasó el convoy de poderosos, una serie de automovilistas de a pie aprovecharon y se unieron a la caravana. Llegó un instante en que todo volvió a “la normalidad”, sólo seguía avanzando una fila, pero al rato (ya sin velocidad) otros autos trataban de rebasar, porque el avance seguía lentísimo, cuando vine a ver, un carrito verde, simpático, se puso a mi lado, volví la vista y me topé con el senador Pepe Cruz, como buen comiteco, lo saludé: ¡senador, cómo está! Bien, me dijo, ¿tú? Acá vamos. Como el tránsito era lentísimo, me dijo: me bajo para saludarte y vi que abrió la puerta del auto verde, se bajó y me dio la mano. Lo saludé. Se subió al auto y vimos que su chofer se metió en una lateral, se estacionó y el senador bajó. Caminará, pensamos. Pues sí. Quiere llegar a tiempo. Pensé entonces (ahí me equivoqué) en imitarlos. Me metí en la lateral, estacioné el tsurito e invité a Mario y a Paty a caminar. Y allá vamos, la tarde era fresca, el sol ya se disponía a despedirse, caminábamos al lado de la fila de autos que avanzaba poco a poco. Pensé que había hecho buena elección, caminábamos más aprisa, llegaríamos antes que los demás. Pero avanzábamos, acezábamos y no veíamos el Polideportivo. Después de varios, muchos minutos, vimos la pared de la cancha de frontenis, ánimo, ya estamos cerca. Sí, pensé, ya estamos más cerca que hace diez minutos. Vi una mujer que, a lo lejos, estaba sobre la azotea de su casa, desde ahí presenciaba el momento histórico. Claro, ella no miraba más que un enorme gusano metálico sobre la carretera. Por fin llegamos al Polideportivo, como lo decía la invitación de redes sociales, muchísimas personas estaban concentradas ahí, con pancartas de bienvenida, me acerqué a un líder transportista y pregunté si por ahí pasaría Claudia, sí, me respondió con certeza. Fue donde volví a tomar una decisión equivocada: propuse a Mario y a Paty que, como el acceso principal tenía vallas camináramos por la carretera alterna, la de piedras, y para allá fuimos (luego vi en redes sociales que el líder transportista subió foto al lado de la presidenta, porque ella pasó por ahí). La tarde era bella, ya comenzaba a oscurecer, las piedras no trataban bien a las plantas de nuestros pies. Pero, no nos rajamos. Por fin llegamos, más vallas, una persona que resguardaba nos informó en forma muy amable que el gobernador ya había llegado. Él, nuestro paisano, como cientos de personas, estaba en espera de la llegada de la presidenta de la República. El guardia nos dijo que debíamos caminar hacia las carpas gigantescas que levantaron en terreno aledaño a los edificios de la UNRC. ¡Uf, sí, era un acto multitudinario! Lo primero que vi fue una fila de baños portátiles, la gente los usaba. Una amiga me dijo, después, que junto a sus compañeros de trabajo, había llegado a las tres de la tarde, estaban sentados, pero ya había cansancio y hambre. Ya iban a dar las siete, la oscuridad se había instalado alrededor, sólo en el espacio de la manifestación había luz emitida por reflectores. Los conocidos se saludaban, había un ambiente de fiesta, pero también de fastidio, mucha gente emprendió la retirada. La presidenta no llegaba. Se sabe, este tipo de actos exige hacer paradas. Saqué el celular para tomar una fotografía y vi el reloj: ya pasaba de las siete. Con pena le dije a Mario y a Paty que hasta ahí, debía regresar al pueblo, vos sabés que duermo a las ocho, así que mi cama me esperaba. Estábamos cansados por la caminata, por el sudor, por el polvo (un polvo fino que se levantaba cada vez que pasaba un carro, un polvo dañino que me obligó a usar un cubrebocas). Mario y Paty dijeron que sí, que regresáramos a buscar el tsurito. Comenzamos a caminar, Paty dijo: ahí viene una combi, le hicimos la parada, subimos, viajamos parados, la combi iba llena, avanzaba muy lento, al llegar al entronque con la carretera pavimentada, un agente de vialidad (por fin vimos a uno) desviaba los autos con rumbo al aeropuerto de Copalar. ¡Bajan, bajan!, grité, nosotros debíamos caminar hacia el lado contrario. Al bajar, vimos la luna en medio de la oscuridad, bellísima moneda dorada. Ah, qué privilegio para Claudia, el cielo con una luna bellísima y nueve estrellas. Mario dio la mano a mujeres que bajaban del transporte, porque eso sí, agotados, pero los comitecos somos caballerosos. Emprendimos la caminata de regreso. Lamentamos que la luna estuviera detrás, hubiese sido una gran motivadora verla mientras caminábamos. Y allá vamos. Yo adelante, queriendo llegar lo más pronto, Paty y Mario platicando atrás, pero sin hacer pausa. Por fin llegamos, el tsurito estaba solo, ah, fiel compañero de más de veinte años. Subimos y comentamos que cuando el acto terminara regresaría el caos vehicular, ahora avanzábamos con paso firme. Cuando subimos a la combi, Paty dijo que había escuchado que el maestro de ceremonias (el buen Paquito Ruiz Vera) había anunciado con emoción: …Claudia Sheinbaum, presidenta constitucional de los Estados Unidos Mexicanos…, ya había llegado a la Universidad Nacional Rosario Castellanos para la declaratoria inaugural. Sí, estábamos cansados. Pensé en las personas de comunidades cercanas, ¿a qué hora llegarían a sus casas? Cuando llegamos a la ciudad le dije a Mario que lo llevaría a su casa, Paty me acompañó. Luego dejé a Paty en la oficina, ahí estaba ya su hermano Roberto Carlos, quien también fue a la recepción de Claudia, pero, igual, regresó sin esperar el acto inaugural. Llegué a casa al filo de las ocho, recibí un mensaje de Mario, era una foto donde estaban los invitados de honor. Lo vi en la tele, dijo. Posdata: un invitado de honor me dijo al día siguiente: casi no llego. Sí, fue muy complicado llegar. Así vivimos un instante histórico para la vida de nuestro pueblo. Hay cientos de testimonios más, cientos de fotografías que dan cuenta de este momento de luz para la educación. ¡Tzatz Comitán!