miércoles, 12 de marzo de 2025

CARTA A MARIANA, CON RÍOS DE NOSTALGIA

Querida Mariana: vos, ¿llorás? Sí, seguro que sí. Una vez leí la frase de una escritora, dijo que las lágrimas eran el río de la nostalgia. Eso me gustó y cambió la opinión que tenía del llanto. Yo era el clásico mexicano que creció con la idea de “los hombres no lloran”. Pensé: ¿qué relación tiene el sentimiento con respecto al sexo de las personas? ¿El pene debía ser una coraza ante lo que se suponía era territorio exclusivo de la vagina? ¡Quiere llorar, quiere llorar, quiere llorar!, gritan los chicos cuando otro está a punto de soltar las lágrimas, gritan para hacerlo sentir niña. Él, como el clásico cómico de la televisión mexicana, quisiera gritar: ¡no soy niña, no soy niña!, pero no puede hacerlo ya que el río de la nostalgia, de la tristeza, de la pena, de la miseria, encuentra cauce en sus ojos y llora, llora, como una Magdalena. ¿Sólo la Magdalena fue el personaje llorón de La Biblia? ¿Nunca algún varón bíblico lloró ante alguna injusticia? ¿No lloró de emoción el tal Lázaro, cuando Jesús le dijo: levántate y anda? ¿Por qué los mexicanos crecimos con la falsa idea del llanto como demostración de debilidad? ¿Por qué crecimos con la estúpida idea de que el llanto era exclusivo de las mujeres porque éstas eran débiles, Magdalenas no insurrectas? El niño del que se burlan los otros, quisiera gritar: no soy niña, no soy niña, pero no puede evitar el río de la miseria absurda y los demás niños gritan: ¡es niña, es niña!, y el niño llora más, ya no puede evitar que las puertas de la compresa se abran como si fueran esclusas, y corre, limpiándose los ojos con los brazos, con furia, con la furia que le hizo falta a la hora de recibir la andanada de gritos. Corre y piensa que sí, que fue un cobarde y, ¡la gran puta!, la cobardía también es característica de niños que son niñas. ¿Vos llorás? No habría problema, porque sos mujer, niña. En este país no está mal visto que una chica llore, al contrario, llama a conmiseración, pero en caso de hombres, de niños, de chicos, la idea se modifica. Digo que cambié mi idea de llanto, cambié cuando leí lo que la escritora dijo: el llanto es el río de la nostalgia. Supe que yo había llorado de dolor (una vez un estúpido compañero de primaria, en la escalera para subir a las aulas superiores, donde estaba el salón de sexto, me dio un puntapié con una bota, él era ranchero, siempre apestaba a caca de vaca, usaba botas puntiagudas, me soltó una patada y me pegó en la espinilla de la pierna. Lloré, lloré, el dolor era intenso; él me vio llorar y salió corriendo, me dejó solo, a mitad de la escalera, pensé que él había escapado para que no lo acusara con algún maestro, pero no fue así, volvió con dos o tres más y este grupo de malvados, hijos de la chingada, comenzaron a burlarse de mí, mi llanto de dolor les parecía algo propio de niñas). Desde niño he llorado, cada vez el llanto se manifiesta más, conforme crezco, el río de la nostalgia acumula más llanto. En mí no hay temporada de sequía, siempre hay ríos infinitos donde los recuerdos sublimes me anegan la mirada, la nublan con esa maravillosa mano aguada que ennoblece, que es salida de emociones. Mi amado Gutmita es un viejo maravilloso, él se dice “El llorón de San Ramón”, porque San Ramón es el lugar donde vive. Él, igual que yo, llora por todo, le emociona alguna palabra, algún recuerdo jala su memoria y lo patea, y él deja que el río asome, que compita con el Río Grande de Chiapa, que sea más caudaloso que el Ganges. Él se mete en sus aguas y limpia su espíritu, regresa resplandeciente, luminoso. ¿Por qué le hice caso a los pendejos, que decían que los hombres no lloran? Lloramos los hombres y las mujeres, lloramos todos los seres humanos, también algunos animales. Sólo las piedras no lloran y yo ¡no soy piedra! No lloran sólo las niñas, también los niños y quienes más lloran son los chicos más sensibles, los que tienen la flor de la emoción en la superficie del alma. Lloran más los que saben que las emociones son parte esencial de la vida. Dicen, no lo sé, que cuando una criatura nace llora, debe llorar, para que la vida la reciba. Lloramos al nacer y, por supuesto, lloramos a la hora de la muerte, lloramos la muerte de nuestros cercanos. He visto a hombres que lloran ausencias definitivas. Nadie se atreve a decir que sólo las mujeres lloran. Fui un pendejo, hice caso a teorías bobas. De niño lloré a mares, pero debí hacerlo sin temor, sin vergüenza. Juro, ante Dios y ante vos, que lloré escondido, para que nadie me viera, para que nadie pensara que era una niña. Ahora, ya viejo, grito: ¡no soy niña!, lloro porque soy hombre, porque soy un ser humano que, sin nadar, se mete al río de la nostalgia, porque, no puedo evitar recordar los instantes sublimes que son parte de mi vida, que son mis recuerdos amados, lloro por la ausencia física de mi padre, lamento que no esté acá, para abrazarme, para que me diga que todo está bien, que todo irá bien. Posdata: vos, ¿llorás? A mí me encanta llorar de alegría, de emoción. Ya no me contengo, lloro frente a todos, ahora me vale madre la opinión de los otros. ¿Qué van a saber ellos lo que siento yo? ¡Tzatz Comitán!