martes, 24 de noviembre de 2009
BARCO
¿Qué hacen los marinos cuando un huracán amenaza? Se quedan en casa, prenden los hornos, calientan el té y se sientan en los pórticos a contar historias. Frente a ellos el mar violento, rugiendo, como si fuese una bestia a la que algo le duele, a la que algo le molesta.
Los marinos prenden los cigarrillos, se sirven un poco de aguardiente en los vasos de peltre donde el aroma del ponche ayuda a recuperar las nubes de la infancia. Frente a ellos el mar desplegando banderas de viento.
¿Y los escritores, qué hacen cuando una tormenta de arena amenaza? Se quedan en casa, prenden los fogones y calientan el té. La única diferencia respecto a los marinos es que los escritores abandonan los portalillos y se resguardan en casa, cierran ventanas y, a través de los cristales, ven ese "viento negro" que cubre todas las cosas (el Sol incluso).
Los escritores prenden los quinqués. Igual que los marinos se reúnen a contar historias. Sólo que a diferencia de aquéllos, éstos las consignan en sus bitácoras de vuelo, para que el día de mañana, cuando un grupo de alpinistas deba descansar a mitad del ascenso al Everest pueda recuperar las historias a través de la lectura.
Cuando el cielo amenaza con soltar un gran aguacero, los hombres prefieren resguardarse en casa, prender los quinqués y el fuego de las chimeneas.
No hay un solo grupo humano que haga silencio total. Los hombres imitan a los leños que arden y platican con sus impresionantes lenguas de fuego.
Los escritores, igual que los marinos, revisan sus redes. Para que estén listas la mañana en que de nuevo sale el Sol. El "temporal" escribe su sino en el nombre; lo permanente es "lo otro": La luz, el Sol, el viento en la cara y la llovizna de flores amarillas.