domingo, 29 de noviembre de 2009

INTERRUPCIONES


Sucedió en la FIL. Carlos Fuentes presentó a Villarraigosa (Alcalde de la ciudad de Los Ángeles, California, USA). Carlitos se paró frente al atril y, justo al empezar a leer, una edecán se acercó y colocó un vaso con agua a su lado derecho. El escritor (con cara de medio encabronado), en voz baja para que sólo lo escuchara ella y los miles y miles de personas que veían la transmisión por televisión (y los cientos que formaban el auditorio) le dijo: "No más interrupciones, a partir de ahora".
Pucha, sin duda que a la edecán se le enrollaron los calzones de más. Ya tiene la anécdota para contar a sus nietos; algo así como: "Una vez, al escritor Carlos Fuentes le serví un vaso de agua y..."
Algunos pensarán que Carlitos, con estas actitudes, se cree "La región más transparente de México", pero yo pienso que tiene razón.
Tiene razón porque el mundo ha trivializado el acto de lectura y por esto nos va como nos va.
¿Alguien se atreve a interrumpir al cirujano a la hora que hace un corte con el bisturí? ¿Alguien se atreve a interrumpir al odontólogo a la hora que está en labor de extracción de una muela? Bueno, ¿alguien se baja de la tribuna e interrumpe al jugador que lanzará un penalty? (Esto último sí sucede, pero no es correcto. Por lo regular, las fuerzas públicas entran a la cancha y se llevan al "simpático").
Pues sucede que con la lectura ¡no hay respeto!
Hace tiempo tenía la costumbre de ir a leer al parque central. Me sentaba en una de las bancas junto al kiosco (previendo que el grueso de los caminantes lo hace por la periferia). Abría el libro y comenzaba la gran aventura. Ay, pobre de mí. No sé por qué misterio perverso de la vida, algún compa me "detectaba". Cuando más entrado estaba en la lectura y menos me lo esperaba, mi compa me palmeaba la espalda y se sentaba a mi lado con gran alegría.
En esas ocasiones pensaba que me hubiese gustado ser futbolista para que nadie se bajara a la cancha a interrumpirme a la hora del juego.
¡Pobre de Carlitos! Pobre, porque cuando terminó la presentación y el alcalde de Los Ángeles tomó su lugar en el atril, Carlitos se sentó en la mesa de honor, ladeó tantito la silla para escuchar con respeto lo que Villarraigosa diría, la edecán (con otro pinche vaso de agua) se acercó y lo puso sobre la mesa. Imaginé que el taconeo sobre la duela era como un taladro para la conciencia de Fuentes.
¡Digo, qué pinche falta de respeto!
Claro, la nena no tiene la culpa. La culpa la tienen los "maravillosos" organizadores, quienes, en afán de vender una imagen, creen que el acto de la lectura es como una función de lucha donde las edecanes deben salir, levantar la tarjeta y anunciar la siguiente caída.
Pobre Carlitos. Pobres todos los lectores que en el mundo han sido.
Mi Paty se enoja cuando yo estoy escribiendo un textillo y no la pelo. Me ha dicho que soy un grosero. A veces ella no entiende que estoy jugando y es ella quien se baja a la cancha y me quita el balón.
Pobre Carlitos.