viernes, 6 de noviembre de 2009

CON RUMBO AL PRIMER MUNDO



Dicen que no es poca cosa. El otro día, en Comitán, inauguraron un Wal Mart. Cientos de personas acuden, desde entonces, a conocer este centro comercial. Dicen que esto es un avance, que, poco a poco, dejamos de ser pueblo y nos inscribimos en la relación de las ciudades “con aspiraciones”. En diciembre inaugurarán una plaza con salas cinematográficas y esto nos colocará en la dimensión de las ciudades grandes como Tuxtla y San Cristóbal. Seremos la envidia de ciudades como Comalapa, Chicomuselo, Las Margaritas y demás puntos intermedios. Los comitecos nos sentiremos “chentos”, casi casi como si ya estuviéramos instalados en la pasarela donde caminan París o Londres.
Lo cierto es que las compras de este próximo diciembre modificarán nuestros hábitos de años. Nuestros gustos culinarios también se modificarán. Anhelamos probar una pizza de esas que nos la llevan a domicilio antes de treinta minutos. Como no tenemos el referente de una auténtica pizza italiana creeremos que ese sabor de cartón húmedo es la neta. Igual que en cualquier parte de México el modelo de vida norteamericano nos deslumbra. Por la mañana gritamos ¡Viva México!, a la hora en que “nuestra” selección de fútbol vence a la selección de Estados Unidos, pero en la tarde celebramos el triunfo comiendo una hamburguesa de franquicia gringa. El American way of life nos seduce.
A inicios de los años ochentas la mayoría de comitecos soñaba con que la televisión comercial llegara al pueblo. Únicamente teníamos acceso a TRM. El deseo de que la tele comercial llegara estaba sustentado en la ilusión de estar a la altura de las demás ciudades. Doña Elena, quien había viajado recientemente a la ciudad de México, le decía a su hermana que jamás abandonó Comitán: “Ay, lo vieras, Nita, hasta los comerciales son bien bonitos”. Y era cierto y sigue siendo cierto. La televisión mexicana, llamada cultural, se especializa en hacer programas aburridos. Y la otra, la comercial, se especializa en seducirnos a través de sus comerciales bonitos para que nos sumemos a esa inmensa fila de consumidores inertes y compulsivos.
Desde 1950, año en que Comitán se “unió” a la república a través de la Carretera Panamericana, hubo un deseo de abandonar la categoría de pueblo olvidado para, en acto de premonición, convertirnos en parte del mundo global. Algo como un complejo nos ha acompañado siempre: Queremos ser como son los otros.
Pero no se crea que esto sea exclusivo de nuestro pueblo. En todas partes del mundo se cuecen complejos. En 2002 inauguraron El Palacio de Hierro, en la ciudad de Puebla. El tránsito de la zona se colapsó por la cantidad de personas que querían conocer el nuevo inmueble. Ese día Puebla mostró su verdadero rostro. La ciudad de un millón y medio de habitantes se mostraba como un pueblote que ya no tenía nada que envidiarle a la ciudad de México. Ese día, la gente bonita de la Angelópolis decidió ser Totalmente Palacio. Hace días en Comitán mucha gente decidió ser Totalmente Wal Mart (digo, para ser Totalmente Palacio nos faltan kilómetros de años).
No lo aceptamos en público, pero nos sentimos menos ante el oropel que nos ofrecen las ciudades con pedigree, por esto ahora pensamos que ya no estamos tan lejos de la mano del Dios del Glamour.
El día que Televisa llegó no nos hizo mejores (tal vez ocurrió lo contrario). ¿Qué pasará con Comitán ahora que estamos metidos de lleno en el camino del “progreso comercial”?
Hace tiempo escribí que la personalidad de Comitán no desaparecerá el día que abran locales con hamburguesas de franquicia extranjera. El espíritu del comiteco se cancelará el día que los pequeños restaurantes de panes compuestos, butifarras y chalupas cierren sus puertas porque ya nadie los consume.
Hoy tenemos Wal Mart y nos sentimos chentos.