miércoles, 11 de noviembre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LOS LIBROS TAMBIÉN VUELAN ADENTRO DE CAJAS



Querida Mariana: La luz exterior siempre es la misma, pero en el interior de los edificios se modifica. Una es la luz del templo, otra la de una cantina. La luz de las bibliotecas es como un riachuelo de agua transparente. La luz de la biblioteca es más cercana a la que brota en un fogón, pero más distante a la luz intensa de un estadio o a la flama difusa de una plaza a media noche. ¿A vos te gusta la luz que prende el “mushcac” (que le dicen luciérnaga en otros lados)?
Pedro Ortiz Gutiérrez llegó a la escuela donde trabajo. Llegó con tres cajas de cartón que contenían libros. ¡Es maravillosa la capacidad de las cajas de cartón! Son como hospicios que dan albergue a los chunches desvalidos (incluso líquidos traviesos que toman la forma del cristal que los contiene).
Pedro entró a la biblioteca y dijo: “Vengo a donar estos libros”. Lo dijo así, como si supiera que el Sol no hace alarde de algo cada mañana. Pedro dejó las cajas y se retiró, con la sencillez que el Sol, en la tarde, mueve la mano.
Pedro sabe que quien regala un libro no sólo regala hojas pegadas o costuradas; quien dona un libro dona algo como un gajo de luz, como una rama de viento fresco. Quien dona un libro dona palabras. Pedro, el otro día, nos compartió muchos ríos: Gabriel García Márquez, Octavio Paz, Marguerite Yourcenar, Platón, Mario Vargas Llosa, Walt Whitman y muchos más.
Las cajas reciben mil y un objetos. Es fantástica la capacidad mimética del cartón; fantástica su tolerancia ante los diversos aromas, texturas y colores. A pesar de su capacidad de camaleón prolífico el cartón no distingue entre tostadas y libros. Quien abre la caja ¡sí reconoce la diferencia!
Las cajas de Pedro quedaron en el suelo. A la mañana siguiente, muy temprano, abrimos las cajas y fue como si abriéramos las ventanas de la casa que da al huerto, a la calle, al mar. Porque un libro es semilla de luz.
Con la emoción del niño que abre la caja el día de su cumpleaños o el día después de noche buena descubrimos un libro con poemas de Neruda, nos sentamos en el suelo y leímos una oda a la gaviota y supimos que el libro también tiene vocación de vuelo. El libro es ave que no discrimina ningún cielo.
El libro vuela hacia todas las direcciones e inventa pretextos estacionales para migrar hacia otros territorios.
Pedro, esa mañana, fue como una gaviota sobre la playa, como una raya de luz sobre los cielos. Al día siguiente colocamos los libros en la Sala Universitaria de Lectura. Hoy, los libros de Pedro están en manos de alumnos de la Universidad Mariano N. Ruiz. ¡Están en buenas manos!
Quienes donan libros riegan semillas de luz a los cuatro vientos. ¿Sabe Pedro lo que hizo? Los hombres que colocan un libro sobre las manos de otros hombres ¿saben el prodigio que hacen?
La luz de nuestra biblioteca está más cerca de la luz de quinqué de una casa comiteca, y muy distante de la luz de reflector de un aparador de Nueva York.
P.d. Alicia, quien era la mala del cuento, quiso molestar a Jazmín y le hizo un regalo el día de su cumpleaños. Cuando Jazz abrió la caja halló una cucaracha viva. Jazz sonrió y dijo: “Gracias, Al, gracias por acordarte de mí y regalarme a Gregorio Samsa”, y siguió leyendo a Kafka.