lunes, 23 de noviembre de 2009

VOCACIÓN DE PÁJAROS



Somos lo que somos porque no logramos ser lo que queríamos. Los hombres cínicos afirman: “Si volviera a nacer ¡sería el que soy!” ¿De veras?
No soporto a los hombres que, desde niños, supieron qué “iban a ser”. Esas vocaciones tempranas son frustrantes, porque cierran todas las demás puertas de la vida.
Admiro a los hombres que realizan muchos oficios, porque en esa profusión admiten su deseo de haber querido ser otra cosa o de ser otro algo.
Es odiosa la pregunta que los adultos hacemos al niño: “¿Qué quieres ser de grande?”. A veces el niño responde: “Tal cosa”. El niño que, a sus escasos ocho años, se muestra seguro de lo que va a ser es un pobre diablo. Su supuesta certeza le impide caminar otros caminos, ¡pobre!
Da Vinci o Miguel Ángel ya no están por acá para darnos su versión. Pero a mí me gustaría invitarlos a tomar un café con un pan compuesto, cualquiera de estas tardes lluviosas, y preguntarles -entre otras cosas- si no tuvieron otro sueño en la vida; es decir, si no a fin de cuentas fueron maravillosos pintores porque se dieron cuenta que pintaban como “los dioses”. ¿No será que no se dedicaron a hacer lo que soñaban porque tuvieron temor de atreverse en terrenos donde no se movían como “peces en el agua”?
Siempre he pensado que los hombres nos dedicamos a hacer aquello que nos otorga cierta seguridad y por temor no nos atrevemos a perseguir nuestro máximo sueño. Siempre he pensado que todos los hombres soñamos con ser un Everest y nos conformamos con ser un simple Pico de Orizaba o una loma que apenas levanta del horizonte.
Ahora pienso en los millones de secretarias y de funcionarios de “primer nivel”; ahora mismo pienso en los diputados y senadores; pienso en todos los hombres y mujeres que están adentro de oficinas (lujosas o modestas). ¿De veras ese fue su sueño o están ahí porque esa estancia asfixiante les garantiza una seguridad de estatus?
Tal vez sea cierta la leyenda que, con una taza de té en la mano, me contó don Pedrito. Dice que hubo un tiempo (en el inicio de los tiempos) que los hombres y animales conseguían su deseo vocacional con una mano en la cintura (bueno, con un ala o con una pata en caso de los animales). Los dioses, por ejemplo, concedieron el deseo al hombre que soñaba con ser el mejor cantante del mundo o el que soñó con ser el más fuerte (dicen que Hércules fue uno de los beneficiados). ¡Todo mundo era feliz! Pero como nunca falta un arroz en medio de los prietitos, hubo un tipo que deseó ser más poderoso que los dioses. Los dioses se molestaron ante petición tan soberbia y, desde entonces los terrícolas debemos conformarnos con ser lo que alcanzamos a ser y ¡no más!
Don Pedrito dice que es una pena, pero un alivio a la vez, porque en aquel tiempo los animales también soñaban. En el momento menos pensado un canario se convertía en un león feroz o un caballo se convertía en ratón (cuenta que más de dos jinetes perdieron la vida al ir trotando sobre caballos que, sin previo aviso, se convirtieron, uno en mariposa y el otro en colibrí).
Yo doy gracias a Dios por el oficio que me envió, pero en el fondo tengo algo como una frustración. De niño soñé con ser un gran pintor, como lo fue Miguel Ángel.
Soñaba con pintar el cuadro más hermoso del mundo; soñaba con ver mi cuadro colgado en una pared del Museo Metropolitano de Arte, de Nueva York; soñaba que un día, ya súper famoso, llegaba a Comitán y las muchachas bonitas (cientos de ellas) aventaban, a mi paso, pétalos de clavel (la flor preferida de mi papá). Pero como decía Sara (que fue sirviente en la casa de mis papás): “Soñabas, tiempo pasado”.
¿En qué soñaba Miguel Ángel? Estoy seguro que soñó con ser otra cosa, pero como la vida es veleidosa, ella no le alcanzó más que para ser uno de los más grandes pintores de todos los tiempos. Se quedó sin cumplir su deseo subterráneo, y ahora ya no tenemos chance de preguntarle cuál fue ese. Qué pena.