lunes, 16 de noviembre de 2009

UN AÑO DE AGUA BENDITA



La palabra del poeta ilumina, es como agua de bendición. Por esto, a veces, los reinos se dan cuenta del valor de la palabra.
Cuentan que una vez un reino decidió celebrar la obra de un poeta. El Consejo de Ancianos convocó a los poetas vivos. Acudieron miles de hacedores de palabras (En el reino existía un viejo apotegma que rezaba: “En el reino hay tantos poetas que basta levantar una piedra para hallar uno que se cree tal”). El Consejo destinó muchas noches al proceso de elección. Por fin, a las doce de la noche del día doce, las trompetas del reino sonaron por todo el territorio. Grupos numerosos de personas acudieron desde todas las comarcas. Llegaron a la plaza principal del reino, con cientos de antorchas. El Presidente del Consejo se paró en el balcón, carraspeó, y leyó el Bando Declaratorio. Al término de la lectura los cientos de asistentes prorrumpieron en aplausos y porras. Hubo fiesta durante tres días continuos.
El Presidente declaró que el homenaje sería de tal solemnidad que, a partir de ese día, se conmemoraría “El año del poeta”, pero no sería para ninguno de los poetas vivos, sería para el poeta muerto más reconocido: El Poeta Mayor. El Consejo razonó que si el homenaje se realizara en honor de un poeta vivo éste podía caer en el pecado de la soberbia, y ya se sabe que no hay peor cosa que un hacedor de palabra que no sea humilde ante esa gracia divina (El Consejo descubrió que la mayoría de poetas participantes era soberbia).
Los corifeos aparecieron y gritaron a todo pulmón: “¡Pintaremos bardas con versos de El Poeta Mayor!”. “Sí, sí”, dijeron los dueños de los feudos y enviaron a sus súbditos a pintar todos los muros ciegos que se llenaron de luz con los versos del homenajeado.
El Consejo de Ancianos subió a sus carruajes e inició un viaje de reconocimiento. Por todos los poblados vieron bardas llenas de palabras como nubes. Un concejal, que padecía el mal que aquejaba a los miles que se creían poetas, dijo: “Es como si una lluvia luminosa humedeciera los muros de nuestro espíritu”. Sus compañeros le dieron la mano, lo palmearon y sonrieron complacidos. “El año del poeta” era un éxito. Desde los carruajes, los integrantes del Consejo veían cómo el pueblo se detenía ante las bardas y miraba los versos.
Al final del viaje, al Presidente se le ocurrió bajar del carruaje para escuchar la voz del pueblo. Los concejales se apearon y una multitud los rodeó ante una barda pintada. El Presidente llamó a un hombre que, con el sombrero de palma en la mano, miraba la barda con una gran emoción. “¿Qué te parece, vos?”, preguntó el Presidente. “No me parece”, dijo el hombre, retorciendo su sombrero. Un murmullo apareció y, como si fuese una víbora, serpenteó entre la multitud. El Presidente somató su bastón sobre el suelo arenoso y con voz grave preguntó: “¿Por qué no te parece?”. “Porque no sé qué dice ahí”, dijo el hombre y se retiró en medio de la gente. “A ver, vos, vení”, dijo el Presidente a un niño que llevaba una mochila en la espalda (con esto garantizaba que el niño supiera leer). El niño, con cara de niño inteligente, se acercó y preguntó: “¿No sabía escribir El Poeta Mayor?”. Una piedra de silencio pareció asfixiar a la multitud. El Presidente volvió a somatar el bastón. “¿Por qué dices eso?”. El niño se acercó a la barda y señaló una palabra que estaba mal escrita, le faltaba una tilde y en lugar de “zeta” tenía una “ese”. El Presidente dio media vuelta, subió al carruaje y ordenó partir en seguida.
Una vez en Palacio, el Consejo de Ancianos se reunió y determinó olvidar el incidente y continuar con el homenaje.
“¡Hagamos una revista que sea un homenaje al poeta!”, dijeron los corifeos. “Sí, sí”, dijeron los siempre dispuestos a aplaudir. Los creadores se desvelaron durante dos noches, fueron de un lado a otro de la oficina, tomaron café, apagaron y encendieron cigarrillos a granel, hasta que, a las tres y cuarenta y dos de la madrugada del segundo día, alguien gritó “¡Eureka!”. El grupo se acercó, dos o tres que dormitaban en los sofás y debajo de los escritorios también se levantaron para rodear al iluminado. “¡Ya lo tengo! -dijo el iluminado- Que la revista lleve el nombre del primer libro de El Poeta Mayor”. “Sí, sí”, dijeron a coro y pusieron manos a la obra.
Cuando la revista estuvo lista, el Presidente ordenó le llevaran un ejemplar. Abrió la revista en la primera página, leyó y se dio cuenta que el texto estaba plagado de errores de ortografía. Molesto, cerró los ojos y vio la carita del niño, la vio como un reclamo. ¿Es que en el reino no había alguien que supiera escribir? El Presidente ordenó una reunión extraordinaria. Una vez que el Consejo estuvo reunido, el Presidente somató su bastón sobre la duela barnizada e impecable de la Sala de Ceremonias y decretó: “Ordeno que se suspenda el pintado de bardas; ordeno que se suspenda la publicación de la revista; asimismo sugiero que cada persona celebre a su manera la gracia de “El Año de El Poeta Mayor””.
Y cuenta la leyenda que el Presidente fue a casa del niño inteligente y le obsequió un ejemplar del “Nuevo Recuento de Poemas” para que comprobara que El Poeta Mayor sabía escribir y lo hacía ¡muy bien!