domingo, 15 de noviembre de 2009

JARRONES DE PORCELANA


Somos niños. Entramos a un cuarto donde el tío Dobleele guarda pantalones, calcetines y camisas en una maleta de cuero. El cuarto apesta a león. Nunca hemos estado cerca de un león pero repetimos lo que todo mundo dice cuando algo apesta a humedad revuelta con aroma de chorizo a las brasas. Llovizna afuera.
El tío nos señala las camisas recién planchadas y nosotros corremos a levantarlas para dárselas. Él las dobla y las mete. Ya casi no cabe algo más. Entra la tía Dobleú, con un paquete envuelto en papel aluminio, hace a un lado al tío y, como si dijera la sentencia más sublime del siglo, engola la voz y dice: "Todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar".
Y, desde entonces, crecemos repitiendo la famosa sentencia, aún cuando bien pensado sea una estupidez que se aplica muy de vez en cuando.
El maestro, en secundaria, trata de enseñarnos el principio físico de que todo cuerpo ocupa un determinado espacio y no puede ser ocupado por otro cuerpo, pero nuestra cabeza se resiste al conocimiento porque ya la famosa tía Dobleú nos enseñó que "todo cabe sabiéndolo acomodar".
Por esto vemos que en el estadio de fútbol -diseñado para cien mil espectadores cómodamente sentados- "caben" ciento treinta y dos mil ochocientos; por esto las combis públicas, diseñadas para once pasajeros más un chofer, van "reatacadas" con quince o dieciséis pasajeros.
El transporte público de Comitán a Trinitaria (y viceversa) lo constituyen dos camiones medio destartalados y cinco o seis suburbans de modelo más o menos reciente. No viajo en combis o suburbans, siempre lo hago en camión (bueno, casi siempre). El otro día no había ningún camión en el andén, me desesperé y acepté la propuesta de Paty: Vayamos en combi. ¡Nunca lo hubiéramos hecho!
El chofer -tal vez pariente lejano de la tía Dobleú- metió dieciocho pasajeros donde debían ir doce. Paty y yo nos sentamos en el asiento trasero (cuando subimos nos sentamos en el asiento posterior al chofer, pero un compa que se sentó atrás de nosotros tenía "gripe" y estornudó dos veces en mi nuca. "Preferimos" cambiarnos de asiento).
Hasta eso debo confesar que el chofer "acomodó" con gracia a los pasajeros en el "jarrito". "Con tanto frío, ¡bien les va a caer ir apretaditos!", dijo cuando ya éramos quince adentro del carro.
¿De qué chingados estaba hecho el jarrito de la tía Dobleú? Los jarros, jarritos y jarrones que yo conozco son de un material no maleable y no aceptan más cosas en su interior que el límite de su capacidad física.
Tal vez la tía -imaginativa como ella sola- tenía un jarrito "extendible".
Lo que sí debo admitir es que, después de sacar todo lo que el tío había metido, volvió a acomodar todas las cosas de una manera en que la maleta cerró sin dificultad.
Ahora que lo pienso, tal vez la tía no es tan culpable. Los culpables somos nosotros por entender mal los conceptos. Los choferes entendieron que los pasajeros somos "cosas" y se la pasan aplicando la famosa sentencia como si fuésemos chunches.
Pero si lo pienso bien, tampoco se aplica a todas las cosas. Si los chunches a meter en el famoso jarrito son peluches ¡no hay problema! Pero a ver, ya quisiera ver a la tía tratando de meter en un jarrito pequeño una docena de grandes lámparas de cristal cortado (así terminarían).
¿Todo cabe en un jarrito? Depende, depende. Siempre y cuando el jarrito no sea más pequeño que las cosas a guardar. Digo, digo. El mundo cabe dentro del universo, pero el universo no cabrá jamás dentro del mundo.
A mis cincuenta y dos años sigo pensando que ese dicho es una soberana estupidez, pero ahí voy repitiéndolo y tratando de rellenar maletas como si éstas fuesen panzas de sapos.