sábado, 28 de noviembre de 2009
LOS CINCUENTAS
Felipe me regaló un devedé. Él es melómano. El disco presenta el concierto donde Enrique Guzmán celebra 50 años como cantante. ¡Te va a gustar!, me dijo mi afecto.
Estoy seguro que yo no hubiese comprado este devedé, ni en sueños.
He comprado muy pocos discos, casettes y, ahora compactos y devedés. Cuando tenía alguna paguita de sobra (tiempo pasado) compraba ¡libros!
Pero como a Guzmán regalado no se le ve el colmillo puse el devedé en este chunche (ah, prodigio de estos tiempos).
Me impactó lo de siempre: la multitud que acude a actos públicos; me recordó lo obvio: estoy hecho, también, de canciones de Enrique Guzmán.
Nunca compré un disco de él, jamás me aprendí de memoria una de sus canciones (¡miento, miento!, porque me sé un buen cacho de aquella que dice: "Acompáñame, porque puede suceder...").
El Quique -igual que el César Costa, Alberto Vázquez y demás Angélicas Marías- me llegó a través del cine Comitán.
He reconocido muchas veces que no me formé en el blues, en el jazz ni en la batería de Deep Purple. ¡No! Ahora que lo escribo debo reconocer que el Quique también fue injerto de la radio local XEUI.
Hace apenas unos días entrevisté a Romeo Torres Ventura, pionero de la radio local, y me dijo que conducía un programa juvenil. En dicho programa "confrontaba" a Enrique Guzmán con Alberto Vázquez, por ejemplo. ¡El programa era un trancazo!, me dijo. Tal vez escuché ese programa muchas veces.
Ahora vi el concierto de sus cincuenta años. ¡Muchas lunas han pasado!
Soy un espíritu casi simple. Descubro obviedades. La gente me queda viendo cuando hago "un descubrimiento", porque tal acto es común para los demás.
Soy como un gato. Cada mañana salgo a olisquear las flores, a ver qué novedades hay en el patio.
Ayer descubrí que estoy formado con Enrique Guzmán. Descubrí que en mi interior existe algo que quiere rechazarlo. No sé por qué.
Ayer descubrí que la multitud acude y llena salas de concierto porque sabe lo que apenas descubrí el día de ayer.
Estoy seguro que yo no hubiese comprado ese devedé. Tal vez la certeza acude porque mis afectos los compran por mí. Manolo, La Noches, Felipe y otros compas se encargan de comprar el vino, de catarlo y luego de darme una probadita. Cuando tengo la copa frente a mi mesa y huelo el vino, de inmediato me reconozco en él.
Descubro obviedades. Digo que no soporto las canciones de Leo Dan, pero, de vez en vez, me escucho cantando -en voz baja- aquella de "Mary es mi amor, sólo con ella vivo la felicidad..." Me dan ganas de vomitar, pero no lo hago. Tal vez un día descubriré que también estoy hecho de eso; descubriré que de chavo cantaba esta canción a todas horas y en todo lugar; descubriré que cambiaba el nombre de Mary por el diminutivo del nombre de la niña bonita que me traía por la calle de la amargura.
Algún día descubriré que "la calle de la amargura" no está en un vecindario ajeno sino a dos cuadras de la casa y, con frecuencia, caminé por ella.
Para sobrevivir -o para hacer más intenso ese trayecto- me acompañé con canciones de ese tiempo. ¿Con qué más? Ahora sé que la poesía también es buen lazarillo, pero en ese tiempo no había más que la XEUI, que el Cine Comitán, que Enrique Guzmán.
Descubro obviedades. Disculpen ustedes.