viernes, 27 de noviembre de 2009

CON OLOR A HUMEDAD


A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como azoteas, y mujeres que son como cuartos cerrados.
Las mujeres no lo aceptan pero todas tienen algo de cuarto cerrado. Siempre que me acerco a una mujer algo de humedad y de oscuridad me alcanzan.
La mujer cuarto cerrado está siempre en la parte más lejana de la casa; por ello es una mujer llena de misterio. Los hombres la deseamos desde niños, porque ella es la rama del árbol prohibido. Nos seduce la prohibición materna: “Ni se te ocurra acercarte al cuarto cerrado”. No sabemos por qué, nadie nos explica, el cuarto debe permanecer siempre cerrado y nosotros permanecer alejados de él. Pero, crecemos y la leyenda se teje. Alguien nos cuenta que ahí murió la tía Eréndira, quien permaneció tres días sin que su cadáver fuera descubierto. Matías, su nieto, llegó a visitarla una mañana y apenas entró a la casa dijo: “Huele como a perro”. Desde entonces el cuarto se llamó “El cuarto del perro”.
A veces el misterio es menos trágico y Sara, la sirvienta, nos llama y hace que nos sentemos junto al fogón donde calienta el café, y nos cuenta. El rostro de Sara se llena de latigazos dorados que salen del mero corazón del fuego. “Cuando levantaron la casa, dos veces se cayó la pared que da al sitio. Los albañiles comenzaron a decir que este cuarto no quería estar cerrado, que debían dejarlo como parte del patio, como que ese territorio era hijo del viento. Pero ahí está pues que los ladinos no hacen caso de lo que dicen los naturales y el arquitecto obligó a los albañiles a construir por tercera vez la pared. La pared quedó medio torcida, pero, al fin, quedó lista. Cuando los dueños de la casa la inauguraron y la habitaron pensaron que ese cuarto era el cuarto ideal para la niña Eusebia, quien, como ustedes saben, era la niña más linda del pueblo. Cuando Eusebia se despertó al día siguiente del estreno de su cuarto, se sentó frente a la luna del tocador y comenzó a peinarse. Con cada cepillada la pared ronroneaba, como si fuera un gato y cada alisada de cabello lo acariciara a él. Cuando la niña terminó de peinarse y se vio linda ante el espejo, la pared se abrió como una ventana y dejó que el aire y el sol de la mañana entraran de lleno en la estancia. “Es un cuarto difícil” dijeron los albañiles, entonces los dueños, en lugar de pared levantaron una tapia con planchones de madera de pino y clausuraron el cuarto. Dicen que por la mañana se oye como un aletear, pero como la madera está sujeta con una gran cadena y dos candados no puede volar. Por esto, niños, no deben acercarse al cuarto cerrado”. Así Sara nos lo platicaba. Cuando le preguntábamos qué podía pasar si lo hacíamos, nos decía que si en una de esas las maderas agarraban vuelo, el viento también nos podía levantar a nosotros e ir a parar al fin del mundo (que para Sara era Chicomuselo, el lugar donde había nacido).
La mujer cuarto cerrado posee las mismas características. Siempre está como atada, pero dispuesta al vuelo. El misterio es su ingrediente principal. Nadie sabe por qué siempre está cerrada y todo mundo, ¡todo mundo!, quiere abrirla (en el más amplio sentido de la palabra).
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como corcholata de cerveza; y mujeres que, a la hora de sacarles el corcho, dan mucha lata.