miércoles, 18 de noviembre de 2009

LIENZOS PARA ARTISTAS GRAFITEROS




¿Muro de Berlín? De niño pregunté: ¿qué es un muro? ¿Dónde está Berlín? Y hoy, viejo, vuelvo a preguntar lo mismo.
Disculpen sus mercedes, pero no me corto las venas cuando alguien, iracundo, grita que el mundo levanta muros. Si alguien se enoja porque levantan muros en la línea divisoria entre México y Estados Unidos yo me quedo tranquilo. Disculpen, nací en un pueblo donde la palabra muro ¡no existe! Acá, lo más que levantamos son paredes de bajareque para construir casas o bardas para delimitar terrenos. Y esto ya es un avance, porque antes las construcciones las hacíamos con paredes de tejamanil y las divisiones entre terrenos las hacíamos con un amontonamiento de piedras de una altura apenas superior al metro y medio. El tejamanil es como una “telita” de madera, por esto más que paredes las divisiones eran como vestidos de viento.
Los libros de historia consignan que los compas de Berlín Oriental no podían visitar a los compas de Berlín Occidental. Discúlpenme, pero acá en Comitán lo más que pasaba era que los de La Pila se encabronaban cuando los de San Sebastián llegaban a enamorar a “sus” mujeres de “su” propiedad. Los pileños esperaban a los “batanecos” con piedras y uno que otro cuchillo cebollero y los expulsaban de su territorio. Pero ¡nunca levantaron muros! En las ferias de ambos barrios se establecía una tregua. En la feria de San Caralampio los “batanecos” paseaban y bebían mistela con toda tranquilidad, y lo mismo hacían los pileños en el barrio de San Sebastián en la fiesta de enero.
Dicen que en Berlín el muro dividió familias que nunca volvieron a reunirse. Digo, ¡qué métodos tan complicados para hacer lo que acá hacemos con la mano en la cintura! Acá en Comitán, sin necesidad de levantar muros, las familias se dividen en serio. Basta que la mamá fallezca para que todos los hijos se agarren de la greña por la herencia y no vuelvan a hablarse jamás.
Crecí en un lugar donde el viento corre sin riesgo de tropezarse. Los niños trepábamos sobre las bardas enanas y entrábamos a los “sitios” a cortar jocote de corona, chulules o limas de pechito; brincábamos los “empedrados” y nos atrevíamos a robar el aguamiel de los magueyales. El horizonte era una línea sin impedimentos y el viento un corcel sin prótesis.
Cumplimos al pie de la letra el artículo constitucional en donde se reconoce que todo paisano tiene derecho al libre tránsito en territorio comiteco y puntos intermedios.
Sólo como broma y por pura envidia, una vez en Chiapas circuló el chiste de que los tuxtlecos iban a colocar un muro para que ya ningún comiteco fuera gobernador. Fue broma porque no construyeron tal cosa, pero algo de hechizo tuvo porque los cositías no suenan ya por el momento para la grande de Chiapas, “quesque” porque está flaca la caballada.
Siendo niño leí una revista de “monitos” que contaba la historia de Marco Polo, recuerdo que una de las imágenes mostraba una gran culebra sobre las montañas: La muralla china. En ese tiempo lo vi como la barda que había entre la casa vecina y mi casa. Claro, era una barda a lo bestia, una culebra fenomenal. Pero la vi como si fuera una simple raya que dividía dos terrenos. Ya se sabe que los seres humanos juegan constantemente a la venta y compra de inmuebles. Y la vi como cosa natural porque don Marco bajó del caballo, tocó la puerta de la muralla y entró como Polo por su casa. Dicen que la muralla es la única estructura humana que los astronautas ven desde arriba. Tal vez entonces los muros y murallas tienen un objetivo que no alcanzan a ver los que permanecen con los pies sobre la tierra.
En el pueblo circula una sentencia filosófica al estilo de Güemes: Un compa se paró frente al panteón municipal y reflexionó: “Esta barda está de más, porque los que están afuera no quieren entrar y los que están adentro no pueden salir”. Tal vez esto piensan los hombres que se enojan cuando alguien en el mundo tiene la ocurrencia de levantar un muro. Pareciera que los muros están de más en la tierra. Como acá en mi pueblo los muros no existen no sé qué sienten los hombres que, de la noche a la mañana, hallaron que el muro de Berlín que los dividía ya no estaba. ¿Les ayudó en algo pasar de un lado a otro, sabiendo que el otro lado es un territorio ajeno que nunca llegarán a tenerlo en su corazón?
A mí me disculpan, pero yo nací en un territorio donde no hay muros. Sin embargo, no voy más allá de mi espacio porque sé que “del otro lado” no hay nada. Disculpen sus mercedes.