sábado, 7 de noviembre de 2009

DE PREOCUPACIONES Y OTROS CHUNCHES


La mujer de Adriano llegó a decirme que él estaba extraviado. Le dije que no se preocupara. Pero, ya van dos noches que no llega a dormir. Por ahí debe andar, ya mirás cómo es él. No te preocupés. Lo dije para calmarla. Se fue más tranquila. Ahora yo soy el que está preocupado. Hace como cuatro meses, Adriano me dijo que sentía algo raro cuando se veía a un espejo. Como lo vi realmente preocupado le dije que no se viera al espejo por un tiempo; pero (igual que hice con su esposa) lo dije sólo para que dejara de preocuparse. Me dijo: Es una buena idea. Ni tanto, pensé. El rostro de Adriano tenía el color que toman los rostros cuando estás solo en tu casa y apagás la luz y sentís que "algo" te toca en la espalda y sentís frío, un frío como de congelador, como de tumba, como cuando sentís que un cadáver se te repega a la hora que estás dormido. ¡Eso haré!, dijo Adriano y vi que se fue más tranquilo, pero lo cierto es que parecía que Adriano poco a poco se estaba "borrando".
El de Adriano no es el único caso que me ha tocado ver. Hace varios años, Armando, el pintor que hacía rótulos, desapareció. Nadie se explica su desaparíción. Aparentemente sólo a mí me hizo la confesión de que sentía "algo raro" cuando se miraba al espejo. En ese tiempo le sugerí lo mismo que le sugeri a Adriano.
Ahora me doy cuenta que no es tan fácil dejar de verse en el espejo. Armando me dijo que se rasuraba y se peinaba frente a una palangana de agua; me dijo que tapó con mantas azules todos los espejos de su casa, pero, a veces, cuando su esposa limpiaba los muebles y, por descuido, una manta caía, él sentía un irrefrenable deseo de ver su rostro. Trataba de resistirse, pero no lo lograba y terminaba viéndose al espejo. Él se justificaba diciendo que era para comprobar si el color de su rostro había mejorado. Lo cierto es que cada vez que caía en la tentación su color desmejoraba.
Armando dejó de salir a la calle, porque una mañana descubrió que el cristal de un aparador de una tienda de ropa le provocaba el mismo sentimiento. Se paró para ver la ropa de verano y al lado del maniquí descubrió su imagen y sintió como si un viento soplara y él estuviera hecho de un barro que se desintegraba. Se tapó la cara y corrió hasta llegar a su casa.
Su esposa lo abandonó porque Armando renunció al trabajo y a todo contacto con el mundo exterior. Pintó su cuarto de negro y cubrió la ventana con un triplay, tambíén pintado con negro.
Un día, doña Marina (quien le llevaba la comida y lavaba su ropa) no halló a Armando y lo buscó en casa de los vecinos. Todo el vecindario se movilizó y desde entonces se le dio por desaparecido.
Hoy hizo ocho días que Adriano desapareció. Hace rato fui a su casa y su esposa me dijo: "Sí, no se preocupe don Alex, por ahí debe andar". Sí, por ahí debe andar, dije.