lunes, 25 de enero de 2016

ARENILLA PARA DOÑA PIEDAD ALBORES DE RUIZ



Con un abrazo respetuoso para
la familia Ruiz Albores.


Amanda me reclamó un día: “Vos, ni chiste tenés, sólo del pasado escribís”. Fue una temporada en que escribí una Arenilla con la participación de un comiteco en la segunda guerra mundial, y otra Arenilla en que hablaba de mi tía Elena, quien había muerto recientemente.
¿Sólo del pasado? ¿Quién es el escritor que “sólo” del futuro escribe? Por ahí, Vargas Llosa y Piglia, entre otros, dicen que los escritores escriben con base en sus experiencias.
Hoy, qué pena, volveré a escribir del pasado, pero con referencia al futuro. Sucede que, antier, me enteré que falleció usted, doña Piedad.
En Comitán somos dados a llevar al extremo nuestro cariño, no por algo nos dicen cositías. A usted muchos le decían Piedacita, en el colmo del trato afectuoso.
Una noche, hace ya varias lunas, mientras preparaba la cena, mi mamá me dijo: “Hoy me encontré a la mamá de Glorita Albores y me dijo que no mira la hora que sea sábado para leer tus Arenillas”. Creo que usted, sin duda, fue lectora, igual que su esposo, que en gloria de Dios esté. Don Carlitos tenía una suscripción al “Excélsior”. Recuerdo que todas las tardes iba a la “Proveedora Cultural” por el ejemplar del día anterior, porque a Comitán no llegaba el periódico del día. A veces, incluso (sobre todo en temporada de lluvias), llegaba con dos o tres días de retraso. Era proverbial ver a don Carlitos, cargando un tambache de ejemplares del “Excélsior”, para ponerse al corriente de las noticias del mundo.
Hace como diez días, otra vez, mi mamá, mientras cortaba la manzana para mi cena, me dijo que a usted la habían internado. Había tenido una dolencia, pero ya estaba en su casa. Mi mamá dejó de cortar la manzana, puso el cuchillo sobre la mesa y me dijo: “Verónica dice que ahora que estaba de nuevo en su casa te mencionó”. ¿A mí, por qué? “Verónica dice que ella dijo: que venga Molinari, para leerme una Arenilla”. Dejé de escribir e imaginé una escena imposible: imaginé a don Carlitos leyendo la columna política del “Excelsior” y a usted leyendo la Arenilla en el “Diario de Comitán”, en la sala de su casa (Sí, perdón, doña Piedad, esto es un tachilgüil de tiempos, por eso dije que imaginé una escena imposible, un poco como para no sólo escribir del pasado, sino de un futuro hipotético). Don Carlitos dejó el periódico sobre la mesa de centro y dijo: “A Echeverría no lo recibieron muy bien en la UNAM, acá dice que los alumnos le dieron una pedrada”. Entonces usted dejó su ejemplar del “Diario de Comitán” encima del “Excélsior” y dijo: “¿No leíste la Carta a Mariana de hoy? Dice que el mundo es ancho”. Don Carlitos tomó una rosquilla chuja, la sopeó en la taza de café y comió un pedazo. Levantó la mirada y dijo: “Alejandro tiene y no tiene razón, más que ancho, el mundo es largo, como si fuese un pasaje, de esos que hay en Buenos Aires. ¿Te acordás de esos pasajes?”. “Sí -dijo usted- así como recuerdo la avenida 9 de julio”. “Ah, sí -dijo don Carlitos- considerada como la avenida más ancha del mundo”. “¿Mirás cómo Alejandro tiene razón? El mundo es ancho”.
¿Cuándo murió don Carlitos? Antier murió usted. Le cuento que mi mamá fue a velar y cuando volvió a casa me dijo que Verónica le contó que usted murió muy tranquila. ¿De verdad murió así como lo cuentan? Estaba en su cama y dijo que rezaría, tomó el rosario, se persignó. Como si entrara a un pasaje, pasó del primero al segundo misterio, después de diez padres nuestros y diez aves marías; luego pasó del segundo al tercer misterio y, como si fuese un rayo de luz, dio vuelta en el cuarto misterio y ya no volvió. Yo creo que fue a comprobar que el mundo, es efecto, más que largo, como un pasaje, es ancho. Porque ancho, también, el recuerdo que deja con todos. Su hija Gloria escribió en el Facebook: “Alejandro, no sabes cómo te admiraba mi madre. Espero que tus Arenillas le lleguen al cielo”.
Por eso, esta Arenilla es para usted, es para decirle que le agradezco su complicidad. Me da gusto que los sábados esperara con ansias el periódico para leer la Arenilla.
Las arenillas (todo mundo lo sabe) están regadas por el piso, a veces joden el paso tranquilo de quienes caminan descalzos, pero, ahora sé, gracias a usted, que también pueden servir como ungüento. Doña Piedacita (¡ah, con qué cariño, la trataron siempre sus afectos!): esta Arenilla ya no la leerá, ya no se enterará que, con su complicidad lectora, ha puesto un rayito de sol en mi corazón.
Ahora, algunos dicen que usted, doña Piedad está al lado de don Carlitos. Yo no sé cómo sea el misterio de la muerte, usted sí ya camina por ese sendero. En caso de que sea así como lo dicen, en caso de que ahora esté al lado de don Carlitos, dígale que, en efecto, el mundo es largo como un pasaje, pero también es ancho, como ancho el corazón de toda la familia que ustedes formaron. Gracias, doña Piedacita, por darse a su familia y darme a mí el gusto de saberme consentido en sus lecturas. Y ahora, deje que ponga el reproductor de discos, y la invite a bailar, mientras oímos la canción de Agustín Lara, que dice: “Piedad para el que sufre, / piedad para el que llora. / Un poco de calor en nuestras vidas / y un poquito de amor / en nuestra aurora.”
¿Sabe qué? Si Lara la hubiese conocido, la letra de su canción dijera: “Piedacita para el que llora”. Hoy, Amanda no podría reclamarme algo: escribí para usted, que es un poco decir que escribí sobre la línea del futuro.