domingo, 24 de enero de 2016

EL COLETO QUE LLEGÓ A PUEBLA




Una tarde, Luis Alberto Flores Mason llegó a mi casa de Puebla (él, que, sus amigos afirman, no le gustaba viajar). Ayer me enteré que Luis Alberto falleció. En el muro del Facebook de Rolando Villafuerte me enteré de su muerte. Qué pena.
Cuando alguien radica fuera de su tierra natal, extraña todo lo que dejó. Así me sucedió el tiempo que viví en Puebla. Por eso, cuando alguien de mi tierra asomaba su cara en la puerta de mi casa era como un día de fiesta.
En 2005, una tarde, un mensajero de Estafeta tocó mi puerta. Abrí, firmé y volví a abrir (primero la puerta y luego el empaque). Un amigo me había enviado, generosamente, un libro: “Chiapas en la literatura del siglo XX: visión de sus narradores”, una antología preparada por mi amigo Paco Mayorga.
Ahí, junto a Rosario Castellanos, Óscar Palacios, Roberto López Moreno, Leopoldo Borrás, Héctor Cortés Mandujano y muchos destacados narradores, estaba Luis Alberto, con un cuento llamado “La Cornada”.
Nunca había leído algo de él. Digamos que la referencia más cercana fue la opinión del mismo Francisco Mayorga: “Un excelente cuentista que se ha difundido poco”. Mayorga agregaba: “Cabe la posibilidad de que sea con los más jóvenes, entre quienes destacan Luis Alberto Flores Mason, Héctor Cortés, Alejandro Aldana Sellschopp, Karla Morales, María Luisa Armendáriz, Nadia Villafuerte y Fernando Domínguez, que se den los pasos a seguir para que el cuento pueda tomar el camino hacia la posmodernidad del cuento mexicano actual”. Mayorga no escatimaba el monto de la apuesta por la literatura de Luis Alberto.
Ayer que me enteré de su muerte, fui al librero y busqué “Chiapas en la literatura…”. Lo hallé. Estaba entre una antología del cuento cubano y “La puerta de la luna”, un libro choncho que reúne muchos cuentos de Ana María Matute.
Releí el cuento del escritor coleto, un poco siguiendo la sabia recomendación que dice que el mejor homenaje a un escritor fallecido es releer su obra.
La anécdota del cuento es sencilla, narra la muerte de un sacerdote, cornado por una vaca que escapó del rastro. El narrador cuenta a su hermano menor los pormenores de la empitonada, lo cuenta (se presupone) en presencia de la mamá de ambos, quien sanciona el lenguaje irrespetuoso que puede darse en la narración y que el autor contiene. Con ello logra un juego verbal agradable. Luis rescata palabras onomatopéyicas que se emplean en los Altos de Chiapas (“La vaca de repente levanta la cabezota, le clava los ojos al padre Julián, rasca el suelo y ¡tucutún, tucutún! (…) y ¡prangam!, hasta allá fue a dar el pobre”), así como expresiones populares (tal vez algo excesivas); entrelazadas con alusiones literarias universales. Ejemplo de esto último es cuando el narrador dice que el padre Julián murió a las cinco de la tarde y pone entre paréntesis “(Como diría Federico)”, todos los lectores sabemos a qué Federico nos remite. Todo el cuento es un guiño al mundo de Federico, porque la empitonada tonta de una vaca corriente, tiene guiños al mundo del toreo. Basta decir que el hermanito se llama Fermín.
Sí, disfruté el cuento en mi casa de Puebla. Hallé que su virtud era la anti solemnidad. Está narrado con desparpajo.
Sé que el maestro Rolando Villafuerte extraña la ausencia física de su gran amigo. Por ello no entenderá (así como yo no entiendo su dolor) que ayer Luis estuvo, de nuevo, en mi casa, ahora en la casa de mi pueblo natal. Y volví a saludarlo y volví a gozarlo. Estuve a punto de decirle que lo estaban buscando en su pueblo, que volviera, pero supe que él ya caminaba por otras veredas y que, de paso, había hecho una escala en mi casa.
Ahora, maestro Villafuerte, como vivo en mi pueblo, ya no extraño las cosas de Chiapas, me basta alargar la mano para tocar las nubes, los pájaros y los árboles. Pero, eso sí, cada vez que estiro la mano siento algo como una fiesta en mi corazón. Es mi manera de agradecer a la vida la oportunidad de vivir acá, de estar junto a mi gente, de tener la dicha de volver, sin regateos, a Luis.
Paco escribió acerca de Luis: “Un excelente cuentista que se ha difundido poco”. Tal vez es cierto. “La cornada” es un cuento agradable. ¿En dónde están sus demás libros de cuentos? Es una pena que los autores de Chiapas tengan tan poca difusión en su estado; es una pena que los lectores tengamos escaso conocimiento de nuestros autores chiapanecos. Tal vez ahora (más vale tarde que nunca) las autoridades culturales de su pueblo reediten sus obras y el nombre de Luis camine con la misma naturalidad con que el escritor camina en esta fotografía, que, por cierto, robé del muro de Rolando.
Una vez, un coleto llegó a mi casa de Puebla. Ahora está acá, en mi casa de Comitán. ¡Luz infinita para él!