miércoles, 27 de enero de 2016
EL HOMBRE QUE AMA LOS BACHES
Mariana dijo que sólo un ignorante o desequilibrado mental puede amar a los baches. Me puse frente a ella y le dije: “Te presento a un desequilibrado”, y luego le conté una historia: En un pueblo con cara de ponche calientito había un tramo con calles de doble sentido, como de cuatro calles en línea recta, cada calle tenía varios baches (de tres a cuatro cada calle). Los peatones se molestaban, porque, a veces, un auto caía en uno de esos baches llenos de agua y los salpicaba. Los peatones levantaban el brazo derecho y somataban la mano izquierda sobre el bíceps a la hora de la flexión. Sólo algunos peatones se enojaban, pero la totalidad de automovilistas manifestaba su enojo y coraje, porque, en temporada de lluvias, el agua ocultaba los cráteres y los autos caían dañando quién sabe qué piezas mecánicas. Así pues, el reclamo general era que la autoridad municipal rellenara esos baches, que no los rellenara con piedrín y arena, sino con algún material duradero a fin de que los autos no sufrieran averías. Porque, además, el tiempo de recorrido se duplicaba. Cuando el automovilista recorría el trayecto varias veces comenzaba a aprenderse de memoria el lugar de los hoyancos y debía, maniobra muy peligrosa, eludir los baches e invadir el otro carril por donde transitaban los autos que iban del poniente al oriente, lo que causaba uno que otro “laminazo”. Fue tanto el coraje de los automovilistas y vecinos que una tarde cerraron las calles, colocaron piedras y una manta que sentenciaba que no sería abierto el tramo hasta que la autoridad compusiera esas calles con cara de muchacho lleno de acné. A la autoridad no le quedó más que ceder a los reclamos y enviar una cuadrilla de chalanes para rellenar los baches y dejar las calles como nalga de niño. ¡Ah, fue día de fiesta el día que terminaron las obras! El presidente llegó, junto con todos los integrantes de su cabildo, levantó las manos, sonrió, recibió los aplausos y vítores de la ciudadanía y ésta manifestó su alegría bebiendo dos o tres cervezas, acompañadas con una barbacoa que sirvieron en las mesas de manteles blancos que pusieron en las calles recién arregladas.
Al día siguiente, los automovilistas notaron la diferencia, no había necesidad de ir con precaución para no caer en algún bache, porque no había baches, toda la superficie de las calles era tan tersa como el vuelo de un chinchibul. Si alguien les hubiese quitado el freno a sus autos no habrían protestado, porque era tan bonito aplastar el acelerador y sentir la felicidad del vértigo de la velocidad. Ah, era como tener una pista de Le Mans. Si algún automovilista despistado viajaba con velocidad moderada, los seguidores de Checo Pérez los rebasaban y sentían la misma felicidad que siente el corredor de fórmula uno cuando deja atrás al conductor de un McLaren. Los peatones y vecinos comenzaron a sentir una especie de cosquilla de clavo. Un señor dijo: “Niños, vean a ambos lados antes de cruzar la calle, ¿no ven que estos animales manejan como bestias?”. Sí, los automovilistas manejaban como bestias, a una velocidad de crucero. Olvidaron que transitaban por calles y no en súper carreteras.
Por esto digo que amo los baches. Recuerdo que antes viajaba a Tuxtla por la carretera vieja de Tzimol, era una carretera que no estaba asfaltada. Los pocos automovilistas que por ahí transitaban viajaban con cuidado y a velocidades más que moderadas. Una vez ocurrió un accidente con un camión cargado y fue la noticia en toda la región. Esa vez se quebraron cientos de botellas de refresco, pero, por fortuna, el chofer salió ileso, con dos o tres raspones, pero ileso. Ahora, esa carretera está asfaltada. Ya no hay necesidad de que los automovilistas viajen a velocidades moderadas.
Antes, para viajar de San Cristóbal a Tuxtla Gutiérrez había que hacerlo por una carretera peligrosísima, que tenía cientos de curvas. Todos los automovilistas debían manejar con mucha precaución, en cada curva debían bajar la velocidad y tener cuidado de los barrancos que se despeñaban como lágrima en velorio. Ahora, el viaje de San Cristóbal a San Cristóbal se hace en una carretera sin curvas, casi como en bajada de tobogán. El trayecto es de pocos minutos. He escuchado el comentario de amigos que hacen el trayecto en tales minutos (muy pocos) y a velocidades equis (superiores a ciento veinte kilómetros).
No tengo a la mano las estadísticas de años recientes de accidentes de las carreteras de Tzimol, de San Cristóbal a Tuxtla y de las calles de voy y vengo sin baches, pero tengo el suficiente sentido común para decir que son muy superiores a cuando esas carreteras y baches obligaban a manejar con sentido de responsabilidad. ¿Cuánta gente ha muerto en accidentes automovilísticos en la carretera de San Cristóbal a Tuxtla, en el último año?
Perdón, soy un desequilibrado, amo los baches y amo las carreteras que no son súper carreteras. Tengo nostalgia por aquellas carreteras donde se necesitaban horas para llegar a los destinos, pero uno, todo empolvado y con dolor de cintura por tanto brinco, ¡llegaba!
A veces sueño que voy a las calles y, con una barreta, abro hoyancos para que los automovilistas se detengan y manejen con precaución porque ellos, siempre, están muy pendientes de que sus autos no se deterioren con tanto bache.