lunes, 25 de enero de 2016

NI PÍO DIJO




Pensé que era sólo cosa de novelas, cuentos y películas. ¡No! Ayer descubrí que, en muchas ocasiones, la pantalla es una pared de la casa. ¿Pueden creer que existió una persona que se creía pájaro? Con toda la seriedad del mundo.
Mi compa Hermilo me invitó a su casa, a celebrar el cumpleaños del tío Macario. ¡Ya te conozco!, me dijo Hermilo, sé que no te gusta ir a guateques, pero hacé una excepción. Llegá un rato y luego te vas. Dije que sí, que con gusto iría a su casa.
Hermilo me conoce, sabe que soy escaso, sabe que no me gustan los tumultos, las manifestaciones y las tertulias; pero me encanta oír la marimba; ver los manteados y las mesas con manteles blancos, llenas de platos con botanas de chicharrón, sangrita, tostadas con carne tártara. No me gusta sentarme a mirar las caras de los de enfrente, pero sí me gusta sentarme debajo del árbol de durazno que tiene en su casa y mirar cómo los niños corren, los perros dormitan, las señoras bailan y las muchachas bonitas pasan la mano debajo de la mesa para acariciar la pierna de sus muchachos. Esto estimula mi imaginación, sobre todo lo de las manos por debajo de las mesas. Me gusta, ya en la tarde, oír las risas de los que tienen dos o tres entre pecho y espalda, me gusta ver cómo la comadre (como si fuese un simple juego) toma de la mano al compadre y se pierden detrás de los tapescos de chayotes; me gusta ver cómo regresan ya chapeados, riéndose, como queriendo pasar inadvertidos; me encanta ver la cara del esposo de la comadre, también roja, pero de coraje. Por esto, porque las fiestas en la casa de Hermilo están llenas de elementos maravillosos, fui un rato a su casa.
El tío Macario estaba sentado en el centro de la mesa, cubierto con una cobija de cuadros rojos y grises, dormitaba, de vez en vez abría los ojos, levantaba su vaso y decía salud, salud, sin que nadie le hiciera coro, porque todo mundo estaba en su propio mundo. A Hermilo le pregunté si tenía caso homenajear a su tío, quien, con noventa y ochos años encima, parecía ya estar con el pie en otro patio. Hermilo dijo que sí, que su tío aún estaba lúcido y aunque los demás de la familia pensaban que ya padecía demencia senil no era así. Entonces fue cuando Hermilo me dijo que el tío Macario (¡Qué nombre! Siempre remite al personaje de Juan Rulfo) era feliz afuera de su jaula. ¡Qué!, dije, y me eché a reír. Pero, en ese momento, Herlinda y Helena se acercaron al lugar donde estaba el tío y lo pararon y vi que su cobija cayó al piso. Hermilo corrió para levantar la cobija. Vi que el tío tenía un par de alas pegadas a la espalda, unas alas hechas con petate. Las dos hermanas de Hermilo le colocaron la colcha al viejo y lo llevaron a su cuarto. A Hermilo le pregunté si el cuarto era lo que él llamaba jaula, pero Hermilo nada dijo, me jaló del brazo y me llevó a la ventana del cuarto, me dijo que subiera por ese montón de ladrillos y mirara y miré y miré que el viejo lo acostaban en un camastro que estaba adentro de una jaula inmensa, una jaula que brillaba por los barrotes de latón. La jaula estaba en medio del cuarto, Hermilo me dijo que ahora mantenían la puerta abierta, porque el tío ya estaba viejo, pero que, cuando era joven, era necesario mantenerla con candado porque a toda hora quería escaparse, volar. Cuando vio mi cara de asombro y enojo porque me quería hacer tonto, dijo que su tío se pensó pájaro la primera vez que leyó el cuento de Laco Zepeda, el de Don Chico que vuela. Dice que fue un acto totalmente consciente, que no fue producto de un juego o de una desviación mental. El tío pensó que sería bonito ser pájaro y que si los seres humanos éramos producto de la evolución y de mono habíamos pasado a ser personas, bien podían las personas transmutar en aves o peces o animales de cuatro patas. Herlinda dijo que era un síntoma de locura y lo llevó con el médico general, pero el doctor dijo que el tío estaba en sus cabales y sólo expresaba un deseo inconsciente de todo ser humano: la posibilidad del vuelo. ¿Qué no Leonardo, el gran Leonardo, también había soñado con volar, lo mismo que Don Chico, lo mismo ahora que el tío Macario? Hermila exigió medicinas, pero el doctor recetó un té de tila, pero para ella y no para él. El tío cada vez manifestó más interés por la vida de los pájaros y compró una enciclopedia especializada en la vida de las aves. Un día inventó un arnés de cuero y le agregó un par de alas hecho con petate. Hermila se cansó de insistir y adoptó la actitud de los demás de casa: ignorar al tío y dejarlo en su “locura de chinchibul”. Poco a poco, el tío se creyó pájaro, al grado de que sólo comía alpiste y lombrices. Comenzó a perder peso en forma sorprendente, pero cuando llamaron al médico y éste llegó a la casa, lo auscultó y dijo que estaba muy sano y que su condición permitiría que tuviese menor resistencia al aire y podría volar mejor. El tío invitó un poco de alpiste al médico y le preguntó, tal como había visto su condición física, hasta donde podía llegar volando sin agotarse demasiado. El médico no dudó y respondió de inmediato: ¡Hasta la luna! Hermila dijo: ¡Hasta la luna!, ¡Hasta la luna! Ahora resulta que también el doctor es un lunático, dio la media vuelta y le pidió a su hermana que pagara y despidiera al doctor.
Debo decir que era una imagen triste ver al tío adentro de la jaula, recostado en su cama, con un buró de madera lleno de frascos con pastillas (para humanos) y un orinal de cerámica. Ahora, cada vez que entro a una casa y veo jaulas en los patios y miro los canarios gorjeando y saltando de un lado a otro, pienso en el tío de Hermilo y reflexiono acerca de la teoría de la evolución del mono al hombre y de la posibilidad del paso lógico del hombre a ángel.
Yo pensé que estas historias sólo aparecían en las novelas o en las películas, pero ¡no! El tío Macario se soñó pájaro. Lástima que logró su deseo justo en el instante de su muerte. Hermilo dice que ya no alcanzó a decir algo, sólo torció su cabeza como pajarito y se quedó ahí a mitad de su jaula, con sus alas de petate sin abrir.