sábado, 2 de enero de 2016

DESDE EL TREN




¡Ah, cómo baila la gente! Cuando voy en tren veo a los hombres y mujeres que bailan en los patios, debajo de manteados, al lado de las mesas llenas de platos con comida y botellas. No escucho la música, porque los trenes tienen los cristales sellados, pero al ver cómo bailan las personas es como si escuchara el sonido que sale de las bocinas colgadas en los árboles. Me repego a la ventanilla para verlos bailar. Es apenas un instante, porque, a pesar de que los trenes se mueven lento, ¡avanzan!, y cuando vengo a ver ya dejé de ver el patio donde bailan y luego veo montañas y riachuelos, donde, imagino, corre agua fría, porque la zona es fría, sólo se ven pinos, zacatonales y piedras. Mariano dice que allá donde vive hace mucho calor, que la gente usa sombreros todo el día y se colocan pañuelos alrededor del cuello para que el sudor no manche las camisas, pero éstas, de todos modos quedan untadas a los cuerpos, así como quedan untados los vestidos a los cuerpos de las mujeres cuando bailan, porque Mariano dice que allá en su pueblo las mujeres son bien arrechas y les gusta el baile, dice que se esponjan como jolotes y que, como son culonas, los que están viendo el baile sienten una flama que les azota el rostro; los mirones disfrutan cómo esas mujeres les avientan el trasero y se los ponen frente a sus caras, como diciendo, huele, toca, atrévete, porque los mirones aspiran ese vaho caliente que emana de esos cuerpos que bailan como si en ello se les fuera la vida o como si la vida no pudiera ser sin el baile. Esas mujeres están hechas con cordeles de fuego y se trenzan para arder más. Las mujeres se ponen las manos en las cinturas y se hacen para atrás, como si fuesen hipopótamos lanzándose al río, ahí chapotean (es el sudor que les resbala y moja a los que están sentados viendo), echan las nalgas (soberbias) hacia atrás, mueven los traseros como si les picaran mil hormigas, pero ellas están contentas, se mira en sus caras. Ellas sonríen, tuercen las bocas, abren los brazos como si recibieran la lluvia. Pero no llueve, porque allá, dice Mariano, no llueve, todo está seco, menos los cuerpos de las mujeres que bailan. Mariano dice que ellas son las que riegan la tierra, que si no fuera por ellas y por sus cuerpos la tierra se agrietaría de más. Mariano dice que las mujeres, con sus vestidos repegados al cuerpo, húmedos, sudorosos, flexionan sus piernas y colocan sus manos en las rodillas, en esa posición mueven sus traseros, lo hacen de un lado para otro. Mariano dice que las mujeres, conforme bailan, despiden un aroma como de lluvia caliente, como de semilla a punto de crecer; dice que este aroma enerva a los hombres mirones que, somatando los pies en el suelo, también sudan de deseo.
Las personas bailan, mueven los brazos, los elevan; se mueven como si fuesen gallinas a la hora que la dueña de la finca reparte el maíz. ¡Ah, cómo baila la gente! Veo a los bailadores desde la ventanilla del tren. Cuando llega la noche voy pendiente de los patios iluminados por las teas prendidas. Veo las sombras que alzan las piernas, que levantan polvo; veo las sombras que se toman de las manos y mueven sus vientres, los hacen para adelante y para atrás; mueven las cinturas en un movimiento circular, de licuadora, como decía la tía Romelia. Flexionan sus piernas, colocan sus manos en las rodillas y mueven sus culos como si batieran algo, los mueven frente a la cara de los que están sentados en círculo. Veo, lejos del círculo de bailadores, en medio de las sombras de los árboles, cómo algunas parejas ya dejaron de bailar separados y están juntos, besándose, acariciándose, volviéndose uno, lloviéndose, haciéndose brasa.
En la zona fría las mujeres también sudan y hacen que la tierra fructifique, que crezcan los pinos. Ellas sudan, en medio del frío, se calientan y calientan a los que están viéndolos. Dicen que todo viene del origen, que todo es un ritual para que la vida siga en la Tierra, que así fue en África al principio y que así sigue siendo al ritmo del tambor, de la chirimía, del caracol de mar, del sintetizador, de la guitarra eléctrica, de la marimba.
Arriba del tren, donde voy, nadie baila, todos están sentados, apenas se levantan para ir al sanitario o para ir al comedor donde cenan quesadillas y beben bebidas calientes, porque afuera hace frío, se nota en el rocío helado que cuelga de las hojas de los pinos. La lluvia de fuego sólo está afuera, ahí en las entrepiernas de los que bailan. Acá en el tren la gente ignora a los que bailan allá afuera. Yo los veo, porque tengo la costumbre de ir viendo todo lo de afuera, me gusta ver cómo todo pasa rápido.
En los patios que veo desde el tren, las mujeres mueven las manos como si éstas fueran alas y estuvieran a punto de hacerlas volar; repasan sus manos sobre sus muslos, sudados; van de un lado a otro del terreno y son como gallinas a punto de recibir el maíz. Todo lo veo desde la ventanilla del tren.