sábado, 30 de enero de 2016

CARTA A MARIANA, CON JAULA INCLUIDA




Querida Mariana: Existe una escritora que admiro. Es simpática y penosa mi admiración por su escritura ya que sólo he leído una novela de ella. Pero, en mi descargo digo que esa novela ha bastado para descubrir su talento. La escritora se llama Joyce Carol Oates. He visto fotografías de ella y la miro con su carita de canario translúcido, como si fuera mujer de otro siglo y no hubiese nacido en 1938. Mi tía Eugenia decía que hay personas que nacieron en otro tiempo del que viven. Así explicaba la presencia de su esposo, quien siempre se comportaba, en efecto, como si hubiese nacido en el siglo XIX. Ella decía que, a veces, le mostraba fotos antiguas y de lugares diversos en intento de que él, señalando con su dedo índice, dijera: “Acá, acá viví”. Me confesaba que era una locura, pero albergaba esa esperanza. Decía que temía que algún día sucediera lo que pensaba. “¿Qué voy a hacer, hijo, el día que resulte que tu tío no nació cuando nació sino que nació en otra época y en otro país?”, me decía. Luego, cuando miraba mi cara de espanto, ella echaba la carcajada y repetía que era una locura, pero la duda la mantenía.
Joyce Carol Oates nació en un pueblo de no más de quince mil habitantes, en el estado de Nueva York, en los Estados Unidos de Norteamérica. Cuando imagino su pueblo lo imagino como La Trinitaria, que es un poco un pueblo como jaula de canario. Mi Paty dice que no soportaría vivir en un pueblo tan tranquilo, demasiado tranquilo. Ella lo dice porque sabe que a mí me encanta el ritmo de ese pueblo, donde el tiempo parece estar siempre recostado en una hamaca, con los brazos debajo de la nuca y meciéndose con un pie en el piso.
El carácter de la mayoría de las personas, digo yo, tiene cierta influencia por el lugar donde nace cada una de ellas. Quien nace, por ejemplo, en la Ciudad de México tiene una forma de ser muy diferente a quien nace en Comitán o en La Trinitaria o en una comunidad indígena de la selva lacandona. El entorno nos marca y nos modela. Por esto, la misma tía Eugenia decía que ella había nacido en un pueblo jaula, porque el pueblo donde nació era como el pueblo donde nació Joyce Carol. ¿Por qué mi tía llamaba pueblos jaula a los pueblos pequeños? Ah, hijo -me decía- porque ahí vivís feliz, tenés tu comida, cantás todo el día y, por lo mismo, a pesar de que está abierta la puerta, estás tan contento, que no salís y no volás.
A mí siempre me aterró esa descripción de la tía, un poco como si los habitantes tuviesen alas, pero no supieran para qué sirven. Es cierto, hay muchas personas que nacen en un lugar, lo llegan a amar e ignoran al mundo exterior. ¿Esto es bueno? ¿Es bueno ser canario por siempre? A veces le digo a Paty que el canario debería estar volando de manera libre, pero ella me dice que si el canario saliera de la jaula se moriría días después, porque es un pájaro que nunca potenció sus capacidades y no sabe proveerse de su alimento. Los canarios, cotorritas australianas y demás primos son aves dependientes.
Alfonso (admirador de la literatura de Joyce Carol) se atacó de la risa cuando comparé La Trinitaria con el pueblo donde ella nació. Dijo que nuestro país está a mil años luz de Estados Unidos. ¿La Trinitaria? ¡A cien mil años luz! Además, me dijo, pero ya como chanza: “Allá hablan inglés”. Sí, no comparo el avance industrial o tecnológico, comparo el aire que se mueve en los pueblos pequeños. La escritora nació en un pueblo muy diferente a la ciudad de Nueva York, por ejemplo; y los compas de La Trinitaria viven en un pueblo que nada tiene que ver con la Ciudad de México. A mí me imponen las grandes ciudades; por el contrario, me seducen los pueblos con casas con sitios grandes. Cuando viajo a La Trinitaria, a visitar a los amigos de Radio Brisas de Montebello o a comprar caramelitos con doña Margarita o entro al templo del Padre Eterno siento algo como una cobija que me dice que todo está bien, que si el mundo se acaba, los demás pueden irse a Mérida, pero yo agarro mis chivas y me voy a La Trinitaria. Y digo esto, porque la literatura demuestra que las grandes historias no sólo están concentradas en las grandes ciudades. Las historias más grandes también están en los pueblos pequeños.
La escritora Rosa Beltrán ingresó el jueves pasado a la Academia Mexicana de la Lengua (es la décima mujer que lo logra). Ella sostiene que ahora debe darse atención especial a dos géneros literarios un tanto olvidados: la crónica y el testimonio. ¿Mirás? ¡El testimonio! Claro, ahora todo mundo vuelve la mirada a la gente común, desde que la periodista Svetlana Aleksiévich obtuvo el Premio Nobel de Literatura.
Los escritores de todo el mundo saben lo que ahora está de moda: la literatura está hecha con lo que le sucede a las personas; y a todas las personas les suceden hechos. Por supuesto que son la experiencia y la malicia literaria las que hacen los grandes libros, pero todo está hecho de ese sustrato. ¿Imaginás la cantidad de historias que han sucedido en el mercado Primero de Mayo, en los colegios, en el interior de las casas de todos los habitantes de Comitán? ¿Imaginás las historias que se bordan en los moteles y en las casas de huéspedes? La pregunta ahora es: ¿lo interesante sólo se da en Nueva York? ¿Es una fórmula matemática decir que a mayor cantidad de habitantes mayor cantidad de historias interesantes? En literatura no es cierto que la cantidad esté relacionada con la calidad.
Imagino a Joyce Carol, de niña, caminando por su pueblo de no más de veinte mil habitantes, la imagino recorriendo, una y otra vez, los caminos empolvados o llenos de nieve; la imagino viendo los pájaros en vuelo de emigración; yendo a templos; visitando parques donde los niños (igual que en La Trinitaria) juegan carreras o saltan la cuerda. La imagino, sobre todo, jalando la silla pequeña para sentarse al lado de la abuela y, mientras ésta teje un suéter o una bufanda, Joyce Carol escucha atenta las historias que la mamá grande cuenta. ¿Recordás qué decía García Márquez? Que las más grandes historias de sus libros le fueron dadas por su abuela. Doña Lolita Albores (quien fue cronista vitalicia de nuestro Comitán) decía que algunas historias que Rosario Castellanos puso en sus libros las contaba su mamá Adriana.
¿Qué pasa en los pueblos jaula, ahí donde el tiempo es un niño que juega en la arena? La gente tiene más tiempo para contar historias. Siempre se ha dicho que en los pueblos pequeños nada pasa. Pero, los escritores saben que ahí están pasando muchas historias detrás de los muros y adentro de las habitaciones, por ejemplo.
En la Ciudad de México no alcanza la vida para sentarse un rato y disfrutar de una buena plática tomando café con pan. Los habitantes de las grandes ciudades malgastan sus horas en traslados de un lado a otro. Quien vive en Satélite, ¿a qué hora llega a la UNAM para recibir sus clases? Los universitarios corren para alcanzar un vagón del metro que va lleno (Margarita me dice que cuando sube a un vagón se siente como papa frita adentro de una bolsa bien sellada). ¿Cuántas horas destinan los habitantes de la Ciudad de México para ir de su trabajo a la casa? ¿A qué hora llega a su casa la mujer que sale de la oficina a las ocho de la noche? ¿Y qué pasa con el pueblo de nuestro ejemplo? ¿Qué sucede en La Trinitaria? Los niños que van a la escuela deben ir pateando un bote para hacer tiempo y no llegar tan pronto, porque los niños de La Trinitaria caminan las calles sin prisa. Cuando alguien perdió el tiempo limpiando las plantas del jardín, sale a la calle, hace la parada y sube a un moto taxi y, con cara de apremio, dice: “Dios santo, ya se me hizo tardísimo”, pero diez minutos después, cuando mucho, ya está en su lugar de destino.
La novela que leí de Joyce Carol se llama “La hija del sepulturero” y, por la dedicatoria, uno deduce que mucho de esa historia le fue legada por su abuela Blanche.
Las ciudades del centro de la república mexicana brindan más oportunidades de asistir a salas de cine, a buenos restaurantes, a museos y a un sinfín de actividades recreativas. Es una de las ventajas. Los pueblos olvidados no pueden competir con esa oferta cultural. Del 10 al 14 de febrero, en San Miguel Allende, Guanajuato, se celebrará el Festival Internacional de Escritores y Literatura y ¿qué creés? Pues nada, que doña Joyce Carol estará por ahí para brindar una conferencia. Ahí estará ella con su mente privilegiada y su cuerpo de canarito, como a punto de hacerse agua, de hacerse aire. Ahí estará también Rosa Beltrán (casi estrenando su inclusión en la Academia Mexicana de la Lengua) y estará el amigo de Samy y de Malena: Juan Villoro.

Posdata: ¿Qué tan grande es San Miguel de Allende? Los que conocen dicen que es como Comitán. ¿Por qué, entonces, allá llega Joyce Carol y acá jamás llegará, a menos que llegue empaquetada en un libro? Ah, ya lo dije: la cantidad no está siempre aliada a la calidad. Hay, mi tía Eugenia siempre lo dijo, pueblos que son como jaulas. Nosotros somos, hay que admitirlo, un pueblo jaula, tenemos alas, pero a veces, no sabemos para qué sirven.