domingo, 31 de enero de 2016

SIN BANQUETAS




Veo fotos antiguas y veo banquetas libres. Las calles tienen pocos automóviles, mucha gente camina. Las fotos actuales tienen muchos carros. Esto es comprensible, la población aumentó y muchas personas adquirieron sus autos. Esto es normal. Lo que se me hace fuera de lógica es la invasión de las banquetas. Las fotos actuales de ciudades mexicanas más o menos grandes y de las grandes urbes están llenas de contaminación visual por la proliferación de vendedores ambulantes. ¿En qué momento, las personas de estratos sociales menores se apropiaron de este bien común: la banqueta? Que no se malinterprete mi comentario, que nadie vea en esta pregunta una intención clasista. Que se vea, por favor, como un reclamo a las autoridades que no han sabido, primero: planificar los espacios urbanos para esta realidad que ya se advertía desde los años setenta; y, segundo: implementar políticas sociales que contrarresten tal situación lamentable.
Si uno mira fotografías de ciudades extranjeras, con desarrollo social sostenido, advierte que las plazas y banquetas no están invadidas. Las banquetas y andadores están libres y la gente camina sin estorbos.
Se advertía que las plazas y banquetas serían inundadas. Todo mundo dice que las personas que ponen sus puestos de venta en los andadores tienen derecho a buscar un modo de agenciarse dinero para sobrevivir. Sí, las estadísticas señalan que el país pare cada vez más pobres. ¡Dios mío, qué pasará dentro de diez, quince o veinte años!
Emilio Torija, escritor jarocho, tiene un cuento que se llama “La tarde que no quisimos vivir”. En dicho cuento narra cómo en una navidad, las autoridades permitieron que ambulantes se posesionaran de las calles centrales del pueblo, para instalar casetas provisionales y vender juguetes, pirotecnia, ropa, alimentos, imágenes religiosas, escarcha y series de focos. Las calles fueron invadidas. Los peatones nunca advirtieron que en el interior de esas barracas, los hombres abrieron hoyos y se conectaron a la red de drenaje. Entonces fue muy fácil que colocaran tazas y regaderas para hacer sus necesidades y asearse. Días después se introdujeron por la red subterránea y salieron a los patios de las casas circunvecinas. Como todas las calles estaban invadidas, los compradores ya no caminaban por las banquetas sino por el callejón del medio de la calle, así nadie advirtió que (un día) levantaron bardas con madera y unieron sus barracas con las casas, porque los vendedores habían asesinado a los propietarios de las casas. El cuento es apocalíptico: los vendedores se adueñan de las calles y de las casas. Cuando termina la temporada navideña, las autoridades ya no pueden sacar a los ambulantes de esa zona. El cuento termina en el momento en que los ambulantes se reúnen y dicen que para la próxima temporada de Semana Santa harán lo mismo en las calles aledañas a la catedral.
En Comitán, la sociedad ha ido perdiendo espacios comunes. En los portales del centro, los comerciantes exponen su mercancía en el paso de los peatones; en el parque central, integrantes de organizaciones populares se han adueñado de ciertos espacios que impiden que los paseantes caminen de manera franca. Poco a poco, las banquetas tienen más obstáculos. De manera sutil los ambulantes se adueñan de los espacios públicos, sin darnos cuenta perdemos el bien común.