lunes, 11 de enero de 2016

UN SUEÑO EXTRAÑO




Romeo abrió el refrigerador, sacó un tarro del congelador, sirvió el contenido de una lata de cerveza, se sentó a mi lado y dijo: “Te contaré algo muy extraño” y me contó.
Yo diría que su historia es, no sé, simpática. No, no es el término correcto. Su historia es un poco desconcertante. Mariana dice que es una tomadura de pelo, eso es: ¡una tomadura de pelo!, y Romeo me hizo la broma.
La historia es muy simple. Romeo se acostó el sábado, temprano (cree él que eran las nueve con diez o quince minutos de la noche), leyó un rato y se durmió. Como a las tres y media despertó (esto lo sabe, porque prendió la lámpara de mano y afocó el despertador: ¡las tres y media!), entonces recordó retazos de su sueño. Él dice que, por lo regular, no recuerda sus sueños, pero éste estaba tan reciente, tan salido del horno, que recordó caminaba por unas calles de París, recuerda a su lado a Alfonso y a Tina, quien es amiga de su novia y es fotógrafa. Caminaban cuando Tina se acercó a un grupo de niños que brincaban sobre un chapoteadero, Tina se hincó sobre el espejo de agua y le pidió a Romeo que le tomara una foto. Romeo recuerda que al fondo se veía la punta de la Torre Eiffel, pensó que luego debían buscar un lugar donde la Torre se viera completa. Tomó la foto y a Tina le regresó su cámara (que quién sabe a qué hora se la había dado). Alfonso, entonces, lo tomó del brazo y le recordó a qué habían ido a París. Le dijo que dejara de tomar fotos. Caminaron más de prisa. Romeo dice que, a partir de ese instante, Tina no volvió a aparecer. Él iba detrás de Alfonso y de otra persona que les decía que no había de qué preocuparse que todo estaba listo. Entrarían a la casa de un millonario y robarían, no pinturas, no joyas, sólo dinero. Tomarían apenas unos cuantos miles de euros y saldrían. Romeo dice que alcanzó a Alfonso y le expresó su temor porque el plan fallara, pero Alfonso dijo que no tenía de qué preocuparse, que Romeo no entraría, que todo estaría bien. Pero, ¿cómo llevaremos el dinero a Comitán?, Romeo preguntó. Alfonso, mientras caminaban por una calle llena de cafés al aire libre, dijo que él tenía una cuenta en euros. El viejo (se refería al millonario parisino) no se daría cuenta, porque sólo tomarían un fajo de euros. Pero, dice Romeo que preguntó, ¿si dicen que sos narco y el banco te reporta? Acá, dice Romeo, la escena cambió, está Romeo en una esquina y está con Trilce, toman un café, en una mesa, debajo de una sombrilla, Trilce sonríe y dice que es la primera vez que está en París, Romeo dice que también es su primera vez, mira un letrero en la fachada del café, se levanta y, con su celular, toma la fotografía. Romeo (al contarme su sueño) se mata de la risa, porque dice que el letrero está en francés, pero él jura que detectó un error de ortografía, como si fuese un experto en la lengua francesa y por eso tomó la foto, para luego subirla al Facebook y hacer notar lo burros que son los parisinos (así lo elaboró en su sueño). Total que, Trilce está con su cara como recién lavada por la luz, viendo el esplendor de las calles de París, escuchando a un muchacho que toca el acordeón al lado de un árbol sin hojas, y Romeo, nervioso, tamborilea con sus dedos sobre la mesa de granito. Alfonso ya se tardó. De pronto, Alfonso asoma en una esquina, Romeo corre y le pregunta cómo le fue, Alfonso sonríe y dice: “Todo perfecto” (Romeo dice que, incluso, oyó que Alfonso dijo Parfait y él supo que era perfecto, en francés). Entonces, Romeo despertó, tomó la lámpara de mano y vio que eran las tres y media de la madrugada.
Cuando Romeo terminó de contármelo dio un sorbo a la cerveza, dejó el tarro sobre la mesa de centro, tomó su celular, buscó y me enseñó: un letrero en madera, con un mensaje en francés. ¿Qué decís?, me preguntó. Nada, le dije, no sé francés. No, mudo -dijo- ¿qué decís de esto? Ayer en la mañana me bañé, me vestí, desayuné y, a la hora de revisar mi celular, encontré la foto. ¡Es la misma de mi sueño!
Mariana dice que soy un inocente (lo dice con otra palabra), pero lo cierto es que dudé. A Romeo le dije que me estaba tomando el pelo, él (para reforzar el verbo) tomó otro sorbo de la cerveza y dijo que nada podía hacer para convencerme de lo contrario. Te juro que encendí el celular y encontré esto. No sé, qué pensar. Igual que a vos se me hace una inocentada, pero ahí está. ¿Cómo llegó esta foto? No lo sé. ¡Mirá, mirá, la hora en que se tomó! ¡Seis con treinta de la tarde! ¡Mirá el día! Domingo 10 de enero de 2016. Es la hora y el día en que estuve en París, dijo Romeo y después de decirlo, se sonrojó tantito, como si fuese un niño cachado en una mentira. Repitió: El día que estuve en París. ¿Qué pensar?, me dijo. Sé que suena a una bobera, pero ¿cómo me explico esto?
“¿Y?”, me preguntó Mariana cuando terminé de contarla. ¿Dónde está la foto? Romeo la tiene, dijo. Entonces Mariana tomó su celular y por whatsapp le pidió la foto. Un segundo después Romeo dijo que no era cierto, que todo era un cuento mío. Le marqué a Romeo y le dije que no fuera cabrón. Romeo lo negó, lo negó no tres veces como el apóstol Pedro, sino más veces. Sos un culero, le dije. Entonces Romeo me dijo: “Ya la borré. Iba a terminar loco. Fue un sueño, Alejandro, ¡un sueño! No pasó” y colgó.
Ya no le conté a Mariana que estuve a punto de preguntarle a Romeo si no habían visto la cuenta bancaria de Alfonso, ¿qué tal que ahí estaba el dinero depositado? Lo que sí le conté a Mariana fue que fui a casa de Tina y le pedí que buscara en su cámara si estaba una fotografía que Romeo le había tomado. Tina, toda extrañada, me dijo que tenía más de una semana que no veía a Romeo, que nunca le había dado su cámara y que, justo ayer, había extraviado su cámara. Dijo que no sabía dónde la había dejado. ¡Se quedó en París!, dije. ¿Qué?, preguntó Tina. No, no, no me hagás caso, le dije y me despedí. Tina me dijo que fuera a ver un siquiatra y, con su dedo en la sien, hizo una veleta para hacerme saber que estoy loquito (así lo dijo: loquito) y sonrió.
Mariana dijo que escribiera esta historia, que lo sacara de mí y que la olvidara, porque parecía ya una obsesión mía y no de Romeo. Al final, Mariana me preguntó si no la había soñado yo. No, le dije, no Mariana, te juro que Romeo me lo contó. Te digo que al final de la llamada me dijo que ya borró la foto que era la evidencia. Entonces, Mariana me dijo que tratara de recordar qué decía el mensaje en francés, ella sabe que llevé dos semestres de francés cuando estudié en la UNACH. Algo recordarás, me dijo, pero luego se dio cuenta que era como si ella estuviese cayendo en el juego. Hizo un movimiento con sus manos, como si algo retirara de su cerebro y dijo: “No, no, esto no puede ser. Escribila y la olvidás”, me dijo, y esto es lo que ahora hago (No sé si sirva para olvidarla por completo, pero acá está la historia del cuento de Romeo).
Una historia ¿simpática? ¿Desconcertante? ¿Increíble? ¿Una historia inexplicable? ¡Eso! Este es el término que le corresponde: ¡inexplicable! ¿Cómo explicar que apareciera en su celular una fotografía tomada en un sueño? Mariana dice que Romeo bajó una fotografía de Internet y que con eso me tomó el pelo, dijo que quién sabe a quiénes más les jugó la broma, y que, al final, se hace el tonto, porque no supo cómo seguirla.
¿Y si revisaron la cuenta bancaria de Alfonso y un depósito apareció? Se han dado casos, el otro día Roselia me dijo que había hallado en su estado de cuenta un depósito de más de veinte mil pesos que no supo de dónde llegó.