martes, 12 de enero de 2016

CÁSCARA DE MANDARINA




El coco ¿es fruta? Su cáscara es, tal vez, una de las más duras. Doña Chencha, que tiene su negocio en una lateral del bulevar, usa un machete para cortar la cáscara y ofrecer agua de coco.
El tío Eugenio decía que le encantaba el invierno porque, en todos los mercados, aparecía la mandarina.
El tío Eugenio fue juguetón. Por las mañanas iba al mercado Primero de Mayo y, en medio de los amontonamientos de personas, elegía a una sirvienta y se colocaba detrás de ella; decía que aprovechaba cuando la sirvienta se agachaba a escoger los ramos de cilantro o los chiles siete caldos.
“¿Sabés por qué me gustan las mandarinas?”, me preguntaba. Cuando le decía que no (lo hacía para que me lo volviera a decir), él decía que por la facilidad con que se pelaban. De él aprendí que hay muchachas que son como las mandarinas, “fáciles de quitarles la ropita”, decía y echaba la risa de pícaro.
Era un tipo sencillo, calenturiento, desparpajado. Cuando lo conocí ya estaba jubilado, no hacía otra cosa que ir al mercado, temprano, y en la tarde ir a sentarse al parque a platicar con los pocos amigos que aún se conservaban con vida, y en la noche entrar al billar, sentarse en una silla y ver a los jugadores de carambola, mientras dormitaba.
La primera vez que el tío me confió su preferencia por la época navideña y su gusto por la mandarina, yo le dije que también el plátano era una fruta fácil de pelar, porque él había mencionado una serie de frutas con la cáscara gruesa que eran difíciles de pelar, había mencionado al coco, a la naranja, la sandía, la piña, el melón, la granada y otras más; incluso decía que el pistache (acá nos metíamos en una gran discusión de si era fruto o no). Él juraba que la mandarina era una fruta amigable, porque se dejaba pelar sin problema. Se enojó cuando dije plátano, me dijo que eso estaba bien que lo dijeran las mujeres, pero no los hombres. “No, no, yo estoy hablando de las frutas hembras”. Entonces también aprendí que hay frutos machos y frutos hembras. Claro, pensé, el plátano es un fruto macho, tal vez demasiado macho. El tío explicaba que la mandarina se abría con una gran facilidad, “así como se abren las muchachitas cuando les hablás bonito”. Luego decía que la mandarina estaba llena de jugo, pero era muy decente, porque no se desparramaba, como sí sucedía, por ejemplo, con el mango. Pelar un mango significa mancharse las manos y la camisa. La mandarina, decía el tío, trae una telita como la tienen las muchachas que no han sido tocadas por varón. Yo lo escuchaba maravillado.
Una tarde, Juanita llegó muy apurada a la casa, preguntó por mi mamá y cuando ésta se asomó por la ventana de la cocina, Juanita se echó a llorar y dijo que su papá estaba muy malo, que estaba agonizando. Yo vi todo desde el corredor, entré a mi cuarto, me puse un suéter y salí con rumbo a casa del tío. En efecto, llegué y todos estaban afuera de su recámara, mi tía lloraba recostada en el pecho de mi primo Hermilo. Se está muriendo, dijo Hermilo, cuando vio a mi mamá. El tío agonizaba. Adentro estaba el sacerdote, dándole la extremaunción. Yo, dentro de mi dolor, pensé que mi tío preferiría que sus últimas imágenes fueran la de una muchacha mandarina y no la del sacerdote pelón y panzudo.
El otro día alguien me preguntó cuál era la época que más me gustaba: dije que eran dos, la de los festejos patrios, cuando México se llena de banderitas y matracas, y la de la navidad, porque (así lo dije) es la época en que aparece la mandarina, fruto con el que rellenan las piñatas. Cuando lo dije recordé a mi tío Eugenio y coincidí con él que las muchachas coco no son de mi agrado, tampoco las muchachas plátano (Dios nos libre). Tal vez las muchachas más hermosas del mundo, son las muchachas mandarina, quienes, como decía el tío, son jugosas y no manchan.