lunes, 4 de enero de 2016

EL ORIGEN DEL ORIGEN




A algunas personas les da por inventar palabras. Son ingeniosos y hábiles con el uso del lenguaje. Cuando era niño me preguntaba quién había inventado las palabras, por qué a la mesa le decíamos mesa. Ahora, ya viejo, sigo preguntándomelo. Los sabios me explican el origen de las palabras, me ponen el clásico ejemplo de las palabras onomatopéyicas: tambor, de tam, tam, tam. Lo dicen con la boca y mueven las manos como si tuviesen un tambor en sus manos. Está bien, digo yo, pero entonces, ¿por qué el tambor no se llama tam tam tam? Digo, si, en realidad, esa teoría de lo onomatopéyico funcionara tal como ellos lo dicen. Acá en Comitán, cuando alguien quiere decir que el otro se cayó dice ¡Pongoch!, debe ser porque al “onomatopeyista” le sonó la caída así. De esta manera, pongoch sería verbo. Para decir que Mario cayó se diría Mario pongoch (bueno, acá en Comitán éste sería el apodo que le pondrían a Mario).
Tal vez no soy el único que se pregunta acerca del origen de las palabras. A quién se le ocurrió nombrar libro al libro. Mi tío Ponciano también se hacía la pregunta en forma constante (El tío Ponciano, incluso, decía que su nombre era como un tumor del lenguaje; decía que muchas palabras no eran saludables, que eran producto de la enfermedad de los “inventores” del lenguaje. ¿Cómo llamar a alguien Ponciano? Se enojaba, en serio, cuando el compadre Eustaquio (¡otro nombre sin par!) llegaba y le preguntaba cuál era el sinónimo de ano. El tío levantaba el puño y le decía que si se acercaba le daría de cates. ¿De cates? Ay, señor. Por eso, a veces estoy como ese personaje del comediante Derbez que, molesto, grita: “Que alguien me explique”. Pero, no, ya dejé de preguntar, ya dejé de pedir que alguien me explique. Los sabios me han explicado el origen de las palabras, los escucho con atención, pero, al final, digo que este conocimiento está más allá de mis entendederas (¿entendederas?).
A veces estoy atento cuando mis amigos “inventan” palabras, para ver si por ahí encuentro el hilo que me lleve al descubrimiento. Pienso que todo es un gran río y que, como todo gran río, el lenguaje también debe tener su ojo de agua, su nacedero, el lugar de donde brota todo. Porque eso sí me queda claro, el nacedero del lenguaje es un borbotón de agua limpia. Cuando la palabra puta salió del ojo de agua salió sin mancha, ya luego es que fue tomando el color pardo que ahora tiene. Y pongo este ejemplo porque hay muchas personas que se molestan cuando la uso para designar a las niñas bonitas que laboran en la zona roja, en el putero. Por eso, ahora, hay eufemismos tontos. A las putas, los señores las llaman sexoservidoras (perdón, ¿en dónde puedo vomitar?). Ahora, el Sector Salud de este país ya no usa el término viejo, porque se les hace despectivo, ahora usan los términos tercera edad o edad en plenitud o adultos mayores. Dios mío, ya quisiera oír la canción de Piero transformada de manera eufemística: “Viejo, mi querido viejo”, sonaría más o menos así: “Adulto mayor, mi querida persona de la tercera edad”. ¡Boberas! Tal vez por esto, ahora los viejos ya no crecen con dignidad; tal vez por esto ahora les da por hacer que pierden la memoria, sólo para no escuchar la bola de estupideces que “inventan” los que tienen el deber de atenderlos y no los atienden. Tal vez sería mejor que, en lugar de aplicar eufemismos a los viejos, se dedicaran a atenderlos con amor y darles una vida digna. ¿De qué sirve que los traten de adultos en plenitud si les dan un trato de ancianos costales de huesos?
Sé que moriré con la duda del origen de las palabras. ¿Por qué al gavilán le llaman así? ¿Quién, al verlo volar, dijo que se llamaría así? ¿Los iniciadores del lenguaje inventaron concursos de asignar nombres a los objetos que aún no tenían nombre?
Tal vez me ahogo en un vaso de agua. Tal vez, Dios, desde el origen ya dio la potestad a los seres humanos y colocó en sus chips los nombres de todo, porque si no ¿cómo Dios dijo hágase la luz sin tener antes el nombre de lo que haría? Tal vez la Biblia tiene razón y primero fue el Verbo. Tal vez. Pero, yo, tonto y machacón, digo ¿quién dijo que el Verbo sería verbo? ¿Quién dijo que Dios sería Dios? ¿Él mismo?
Tengo algunos amigos que inventan palabras, juegan con las letras y sin alguna justificación lógica nombran los objetos y nombran a las personas. Sólo como juego. Tal vez esto es el origen de todo. No hay más razón que el simple y hermoso juego. Tal vez por esto, los comitecos llaman chimbo al chimbo, sólo como mero juego, como aventarse desde lo alto de una resbaladilla.