domingo, 10 de enero de 2016

COPIAS Y LLAMADAS




El letrero que está en la entrada del local, en forma de bandera, es muy claro: ahí se hacen copias fotostáticas y, también, se realizan llamadas telefónicas. Los negocios de ahora son “multifuncionales”. No les queda de otra. Los negocios tratan de abrir el abanico de posibilidades. He visto cibercafés y estéticas que venden Sabritas y paquetes de galletas; he visto oficinas de gobierno donde, algunas secretarias, venden joyería y ropa de catálogo.
Mariana, siempre traviesa, dijo que ese letrero era comprensible. Sí, dijo, el local ofrece copias fotostáticas y llamadas telefónicas, pero ¿si le damos una vuelta? ¿Al letrero? No, tontito, al mensaje. Entonces dijo que podía leerse como un mensaje unitario: Copias llamadas, así, en forma imperativa ¡Copias llamadas!, un poco como cuando los policías están con su aparato de intercomunicación y preguntan al otro: ¿Me copias?
Cierto, le dije a Mariana. ¿Por qué la gente dice eso? ¿Me copias? Un poco como para decir ¿Recibiste el mensaje?
¿Me copias? Hay un negocio en Taxco que dice: “Se hacen copias fotostáticas iguales”. La gente goza el mensaje. Pero, tal vez, este mensaje no es tan simple ni bobo, sino que lleva algo en el sustrato.
Un amigo que fue a Brasil me contó que allá para pedir una copia se dice “una Xerox”, como una muestra del posicionamiento de una marca en la que es tan exitosa que sustituye al término original. Un poco como acá en México pedimos “un Kotex” en lugar de una toalla sanitaria; o un “Diurex” en lugar de una cinta adhesiva.
Mariana jugó con el mensaje. Nos sentamos en un café al aire libre, debajo de una sombrilla, y, mientras el mesero nos servía, Mariana preguntó: ¿Copias llamadas? Sí, dije, cuando son llamadas de auxilio de alumnos que copian un examen. ¿Esas son las llamadas copias?, dijo ella. Sí, dije, esas son las amadas copas (ya dándole una vuelta más al juego). Entonces, ella alzó el brazo y llamó al mesero, éste se acercó con la libreta en mano y preguntó qué se le ofrecía, Mariana le preguntó: ¿Haces llamadas? Sí, dijo el mesero, a cualquier parte del mundo, ¿quiere hacer una llamada? Sí, dijo Mariana, juguetona, quiero hacer una llamada al cielo, ¿me copias?, el mesero titubeó, pero luego sonrió y, con el lápiz en mano, dijo: “Sí, me da el número con la lada”. Mariana rio, rio mucho, disfrutó el juego del mesero, me vio y preguntó: “¿Cuál es la lada del cielo?”. Siguiendo el juego tomé el celular, marqué y después de unos segundos dije: “¿Dios? Sí, soy Alejandro… bien, gracias, y vos, ¿qué tal?... Ya, ya, qué bueno… perdón, una pregunta, ¿cuál es la lada del cielo?”, entonces vi al mesero y le hice una seña para que anotara y “repetí” el número que Dios me dictaba. El mesero anotó los números y al terminar preguntó: ¿A qué número y con quién desea hablar? Mariana dictó un número con ocho dígitos y dijo que quería hablar con su bisabuelo, el mesero insistió en el nombre y Mariana dijo que bastaba con que dijera el bisabuelo de Mariana. El mesero hizo una inclinación como si fuese japonés y dijo que en seguida la pondría en contacto y se retiró en medio de una gran seriedad. Mariana me vio y dijo que el tipo era muy agradable. Sí, le dije, es un juguetón. Mariana volvió a levantar el brazo y llamó al mesero, éste se acercó y dijo, sin que nosotros le preguntáramos: “Perdón, el sistema se ha caído y no podemos realizar la llamada. ¿Algún otro número al que desee llamar?” No, dijo Mariana, así está bien. Por favor, intenta más tarde. Así lo haré. Otro café americano y un té de limón. En seguida. Y el mesero hizo la reverencia y volvió a caminar hacia la cocina. Me cae bien, dijo Mariana. Sí, dije yo. ¿Qué dijiste?, preguntó ella y yo, regresando al juego le dije: Que si me copias. Sí, dijo Mariana, te copio, pero no hago cambio y fuera. No, le dije, sigamos enchufados. Ella sonrió y dijo, el mensaje es claro, se hacen copias y también llamadas telefónicas. Ya la tarde moría y los pájaros buscaban su resguardo en los árboles del parque.