viernes, 8 de enero de 2016

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE APARECE UNA MANO Y UN LIBRO




La mano no es cualquier mano (Tengo manita, no tengo manita), es la mano izquierda de Santo Domingo.
El libro no es cualquier libro (Sí lo libro, no lo libro, porque lo tengo desconchabadito).
Santo Domingo no me caía bien, a pesar de que es el santo patrono de mi pueblo. Igual que a muchos comitecos, a mí me cae más bien San Caralampio. Caralampio es un nombre con más eufonía. Además (pensaba) ¿a quién se le ocurre llamarse como un día de la semana? Bueno, Viernes, el personaje de la novela Robinson Crusoe, sí me caía bien. Ahora todo mundo da gracias a Dios cuando llega el viernes. ¿Quién da gracias a Dios cuando llega el domingo? No dieron las gracias los pobladores de estas regiones cuando aparecieron los dominicos, evangelizadores de la Conquista, y no dieron las gracias porque los hijos de Santo Domingo volvieron sábado cualquier martes y se hicieron propietarios de muchas haciendas de por acá y explotaron a los indígenas. Ah, cómo tuvieron paga estos dominicos. Y Santo Domingo no me caía muy bien, porque, así de pasadita, él (su pensamiento y obra) sirvió como modelo para iniciar el Santo Oficio (La Santa Inquisición). Ah, en el nombre del Dios de Domingo, los artefactos que empleaban los del Santo Oficio para infligir a “los herejes” eran unos verdaderos productos hijos del demonio. ¿Cómo era posible que estos santos varones fuesen tan crueles con sus semejantes? Bueno, los del Santo Oficio llegaban a extremos tales que “imponían severos y ejemplares castigos” a quienes “con maléficas artes” inhalaban y expelían humo por cualesquiera de sus orificios naturales, utilizando para ello la planta del tabaco, “malhallada en el Nuevo Mundo”. Ah, qué pensaría ahora el Señor Marlboro. ¿Qué pensaría de esto los millones y millones de personas fumadoras en México? ¿Cómo una institución se erigía en la sancionadora universal? ¿Por qué el tabaco estaba prohibido para el consumo de los cristianos? A mí no me pregunten. Yo no sé. Sólo digo que Santo Domingo no me caía bien, porque como su oficio (antes de que fuera santificado) fue evangelizar por todos lados, cuando los herejes aparecieron, los hermanos de Domingo pensaron que para evitar la proliferación de apóstatas se creara una institución que sancionara y suprimiera la herejía y ahí están los libros de Historia que dan cuenta de los horrores que cometieron los señores de la Santa Inquisición, quienes en nombre de Dios cometieron una interminable serie de atropellos.
Yo aplicaba a Santo Domingo un poco el dicho de la madre Sara de que “tanto peca el que mata la vaca como el que jala la pata”. El oficio de evangelizador de Domingo fue la chispa intelectual del origen del Santo Oficio.
Pero, el domingo pasado fui al templo que está en el centro del pueblo de Tzimol y encontré una pintura de Santo Domingo (Ah, el ser humano se unta un poco de aire cálido al caminar ese pueblo lleno de todos los verdes del universo. Es una delicia oler el aroma de la panela brotando de los calderos donde muelen la caña de azúcar). El santo tiene en la mano izquierda un libro (se supone que es la Biblia). Esto me dio gusto, porque el susodicho santo resulta así un buen promotor de la lectura. En estos tiempos es difícil ver a alguien con un libro en la mano, por lo regular, la gente anda con el celular, con la pistola, con el látigo (bueno, igual que andaban sus hermanos del Santo Oficio) o con el cigarro (Dios mío, ¿qué les pasaría si aún existiera la Santa Inquisición? No quiero imaginar qué castigos les impondrían) o con la bacha o con la botella de güisqui o con las pantaletas en las manos.
Ya no me cae tan mal Santo Domingo. Ahora pienso que, tal vez, no fue tan culpable del origen del Santo Oficio. Tal vez sus actos fueron un poco como lo que le sucedió a Einstein que, a pesar de haber descubierto los fundamentos científicos de la bomba nuclear, nada tuvo que ver con ese huevo maldito que explotó en Hiroshima.
Ya no me cae tan mal. Es bueno que los niños vean la imagen de una persona que lleva un libro en la mano. Tal vez el 4 de agosto (día del santo) vaya al parque central de mi pueblo, escuche marimba, baile un rato y entre a su templo y vea si, en la imagen de bulto, también carga un libro. Si no es así, volverá a caer de mi gracia.
Yo tengo mil libros, cien mil libritos y no los tengo desconchabaditos.