domingo, 3 de enero de 2016

YO NO OLVIDO EL AÑO VIEJO




Una tarde alguien dirá: “El 2015 se fue”; pero alguien más (es lo deseable) dirá: “El 2015 ¡fue!”. Hay una distancia de nube entre irse y ser. ¿Por qué el 2015 en Comitán fue? Porque ocurrieron sucesos notables.
Los humanos quisiéramos que algunos años se fueran, sobre todo los años dramáticos, los que nos marcaron como si fuésemos toros o vacas en “yerra”. Yo recuerdo el año 1990, porque fue el año que mi papá murió. Pero ese año no se fue, no se ha ido, permanecerá.
El 2015 fue porque hubo magnos sucesos. Sé que cada comiteco elegirá los más cercanos. ¿El nacimiento de un hijo? ¿La muerte del abuelo? ¿El mejor gol de la historia del fútbol comiteco? ¿La primera visita al Motel “Las Palmas”? (Rogando a Dios que no se incendiara como ocurrió en épocas pasadas).
Hay sucesos personales y sucesos sociales. Estos últimos también nos tocan, a veces de pasadita, en ocasiones de lleno. Todo mundo tiene sus propias listas de los sucesos más importantes del año. Yo también tengo mi relación (iba a escribir “mi lista”, pero sonaría muy pretencioso). Guardo en mi corazón los sucesos que me tocaron en forma personal, los que iluminaron mi estancia particular; pero considero un deber social mencionar un suceso común que me toca directo y que, espero, también toca el espíritu de los demás, aunque algunos (muchos) aún no lo entiendan. En 2015 sucedió la inauguración de la Librería Lalilu.
A veces he recordado cómo, en un Comitán apacible, pero inserto en la inercia fatal de la desidia, los comitecos no teníamos más museo de artes plásticas que el templo de Santo Domingo. El padre Carlos, en buena hora, había encargado al maestro Javier Mandujano (estudiante de la Academia de San Carlos) pintara una serie de cuadros que colgó en las paredes del templo. Mientras el padre bordaba un tapete con la palabra de Dios, a la hora del sermón, nosotros mirábamos al techo o las paredes donde estaban esos cuadros. De manera modesta era como si estuviésemos en la Capilla Sixtina y nos deslumbráramos con los trazos de Miguel Ángel. Esa breve sala de arte nos hincó el gusto por la pintura, por la buena pintura. El maestro Güero era un artista.
En 2015, Librería Lalilu abrió sus puertas; unas puertas que dan a un breve zaguán que se abre, generoso, a un patio que es como un jardín, a un jardín que funciona a manera de patio, con un muro completamente vestido de enredadera y una fuente. Desde la librería, a través de las vidrieras, puede verse ese jardín que, nos cuentan los que saben, fue el origen del Vivero Belén; que es un poco como decir que fue el lugar donde la luz nació.
Igual que en tiempos del padre Carlos, su templo no estuvo considerado entre los más hermosos templos del mundo, esta librería, por el momento, no está catalogada entre las diez librerías más bellas del mundo; no tiene la magnificencia de la Librería “El Ateneo”, de Buenos Aires, Argentina (librería que, sin duda, conocieron Samy y Sol -propietarios de Lalilu- cuando radicaron allá).
El 2015 ¡fue!, al menos en Comitán, porque fue la realización de un sueño. ¿Una librería en Comitán? Sí. Una librería muy digna, muy bella, un poco nuestro ateneo bonaerense.
Sé que en el 2015 hubo muchos sucesos en Comitán; algunos los recordaremos como se recuerda el estallido de un cuete o el encendido de un cerillo (llamas que apenas alcanzó el deslumbre inicial). Pero, en el plano del cultivo del espíritu, ninguno supera al nacimiento de esa luz que se llama Lalilu.
El 2014 se fue (un año antes, dicen los entendidos), se fue, porque en ese año, los comitecos no podíamos, como sí podemos hacerlo hoy: llegar a la librería, tomarnos un café, ver el hermoso jardín, dejar que el sol se recline sobre nuestro hombro mientras elegimos un libro de Del Paso o uno de Marirrós Bonifaz. En 2014 no podíamos disfrutar su sala breve, contenida, pero generosa, llena de libros que se abren como si fuesen diez mil manos llenas de luz.
A veces, cuando entro a Lalilu y veo tantos libros, recuerdo la tarde en que mi papá, igual de generoso, abrió sus manos y me obsequió los dos tomos de “Lecturas clásicas para niños”. Esa tarde, mi papá abonó el árbol que me da vida. Sé que Lalilu es la mano que, ahora, riega la planta de la imaginación en muchos corazones de comitecos.
2015 se fue. 2015 ¡fue! Hay como cien mil libros de distancia entre irse y ¡ser!