lunes, 30 de abril de 2018
CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO POR LOS QUE NO CONOCIMOS
Querida Mariana: Son más los que no conocimos que los conocidos o los que conoceremos. No sabemos quiénes serán los que conoceremos, están a la vuelta de la esquina, pero aún no damos la vuelta. ¿Quiénes son los que conocemos? Los conocemos, pero no sabemos bien a bien quiénes son, porque, como decía Cuauhtémoc (no el emperador azteca sino el vecino de la colonia Roma): “No me alcanzará la vida para llegar a conocer a mi esposa” (y eso que llevaba más de treinta años viviendo con ella).
Un día, Juan me preguntó si había conocido a mis abuelos, él había dicho que, de niño, vivió en casa de sus abuelos paternos. Dije que sí, pero un segundo después, rectifiqué: No, no había conocido a mis abuelos paternos. A los maternos sí. Conviví más con mi abuela materna, Esperanza (¡qué nombre tan más simbólico se aventó!). Mi abuelo materno, Enrique, vivía con mi tío Mario en Baja California, así que era difícil verlo. Por el contrario, mi abuela Esperanza tenía un maravilloso itinerario de vida: repartía el año en lapsos de tres meses para vivir con sus hijos, así, en casa nos tocaban tres meses. Ya te conté que ella acostumbraba llevar tres velas para prender una cada primer día del mes. Yo hacía trampa, le colocaba una o dos velas de más. Ella sonreía y, a veces, se dejaba seducir por mi engaño y se quedaba un mes más. Yo era feliz. Tal vez hubiera sido feliz de igual manera si hubiese conocido a mi abuela paterna, María; si hubiese conocido a mi abuelo paterno, Ángel.
No conocí, tampoco, a mi papá cuando fue niño. A veces lo imagino con su chaleco, sentado en las gradas de los portales del parque central de Comitán. Lo imagino comiendo puñitos de la semita que compró en el mercado y que, según me contaba, la colocaba en la bolsa de su chamarra y la hacía polvito, para que le durara más tiempo. Tampoco conocí a mi mamá de adolescente, pero puedo imaginarla al lado de un grupo de sus amigas dando vueltas en el parque de Huixtla, parque que, ella me cuenta, le encantaba porque tenía muchos árboles que los jardineros podaban dándoles forma de animales. Puedo imaginarla esbelta, coqueta, linda, garza, dejándose mimar por los jóvenes que, desde las bancas, le sonreían. Si hubiera conocido a mi papá de niño me habría gustado ser su amigo.
A veces pienso (qué bobera) que si hubiese nacido en París no habría conocido a los amigos que tengo. Mis amigos habrían sido niños de allá (niños que tampoco conocí, por haber nacido en Comitán).
A veces, en las noches, a la hora del rezo, improviso una “Oración por los que no conocí”. Digo: “Por los que no cruzaron mi patio, dales luz; por las que no me tendieron su mano, dales luz; por los que llegaron y se fueron sin que los notara, dales luz; por los que caminaron en otras orillas y se ahogaron en otras aguas, dales luz; por los que llegaron y se hospedaron en otras casas, dales luz; por los que nunca volaron papalotes en nuestros cielos, dales luz; y, en fin, por las que fueron ángeles con alas de viento, dales luz eterna”.
Cuando termino de rezar, algo, como un colibrí, aletea sobre mi frente y duermo tranquilo.
No sé, pero pienso que ellos, los desconocidos, pudieron ser más que mis amigos, más que mis tíos, más que mis piedras para el cimiento, por eso, porque mi casa tiene más pilares que patios, pienso en todos aquellos que no conocí, porque cada persona tiene sus calles y sus ríos y sus banquetas y sus plazas y sus aves y sus sueños y en estos últimos no están considerados aquellos que ahora, en este instante, caminan por la orilla del Sena o cabalgan en la pampa argentina o montan bicicleta en alguna carretera de Uruguay o toman una cerveza en algún bar de Guatemala.
Por eso, porque, a veces, tengo nostalgia por los cristales que nunca completan mi ventana, es que hoy quise decirte que agradezco que vos seás de esos pájaros que vuelan por mi cielo.
Posdata: No conocí a la hija que no tuve; no conocí al agua que dejé correr sin beberla; no conocí la noche que se desnudó en otro cuarto; no conocí la tarde que se emborrachó en madrugada. Que mi oración nocturna también sea para ellas.
domingo, 29 de abril de 2018
A ÓSCAR BONIFAZ
El poeta Arbey Rivera me invitó a participar en el homenaje que brindó a los poetas Óscar Bonifaz y Roberto Rico, en el Tercer Festival Internacional de Artes y Literatura “Balún-Canán”. A la poeta Mirtha Luz Pérez Robledo le correspondió hacer los honores a Rico y a mí me tocó comentar la obra de Bonifaz. Paso copia del textillo que leí (Fotografía: Cortesía de Alejandro Hiram Morales Torres).
Buenas noches.
¿Puedo centrar mi participación en sólo dos elementos de la vasta obra que Óscar Bonifaz nos ha legado? Gracias. Hablaré de manera breve de dos aportes de Bonifaz. Por un lado, la anécdota y por el otro lado el rescate y la preservación de nuestros modismos.
En los dos elementos está presente, en el sitial de honor, el lenguaje, materia prima esencial de los poetas y narradores.
En lo que refiere a la anécdota, todo mundo de Comitán y de otros lugares reconoce el uso que Bonifaz hace de ella. La anécdota está presente en sus novelas, es como la sal y la pimienta en los guisos de los chefs del mundo. Es de tal manera eje de su creación literaria que ha ido más allá y la ha introducido en la poesía. Cuando recibió el Premio Chiapas, en 2014, Bonifaz declamó el poema “Vuelo Nupcial”, poema que es solicitado como si el poeta fuera Luis Miguel y sus fans le pidieran una canción favorita. El poema basa su eficacia en el final anecdótico, por lo que muchos lectores lo identifican como el “del zancudo”. No creo que haya alguien que desconozca tal poema breve, pero, en caso de que fuera así, acá lo leo:
Me acompañaste toda la noche.
Junto a mi oído cantabas
esa lejana canción de cuna;
ávidamente te pegaste a mi piel desnuda,
en el estremecimiento
de las dos de la mañana.
Y el dolor de estar juntos,
frente a la evidencia
de una mancha ensangrentada.
Pero hoy en la mañana te maté,
pinche zancudo,
en la pared azul de mi recámara.
La transición del primer bloque hacia el segundo tiene todas las características de la anécdota graciosa que se practica en todo el mundo. Tal estructura prepara el camino para la explosión final que es como una catarsis para la carcajada, para el disfrute de vida.
Quien se acerca a Óscar Bonifaz recibe el saludo del zaguán y luego, un minuto después, él ofrece la luz de su patio central a través de una anécdota que hace que el interlocutor ría, ría mucho. Puede ser motivo de análisis más exhaustivo este hilo de luz que Bonifaz emplea en su obra y que define su personalidad. La anécdota le ha permitido hacer muchas amistades, pero también, no lo sé bien, es una máscara que, desde siempre, le ha ayudado a superar el ambiente opresivo en el que creció de niño. La anécdota simpática, graciosa, también ha funcionado como escudo para enfrentar el ambiente cerrado de esta sociedad provinciana.
El otro elemento es el rescate y preservación de nuestro modo de hablar. De igual manera que Carlos Monsiváis nos enseñó que la cultura popular mexicana es fundamental para entender el carácter del mexicano, Bonifaz, a través de la investigación y posterior publicación del libro “Arcaísmos, regionalismos y modismos de Comitán, Chiapas” nos dijo que la conservación de nuestro lenguaje original es esencial para afianzar la personalidad de los comitecos. Nos dijo que si perdemos estas joyas lingüísticas seremos un pueblo común y corriente. Monsiváis se fijó en los personajes que el pueblo ha recibido con gran pasión, como Pedro Infante; Santo, el enmascarado de plata; la familia Burrón y demás ajos que dan sazón a nuestro carácter mexicano. Bonifaz tomó las palabras que siguen siendo constante en el modo de hablar del pueblo comiteco y las colocó en el libro citado con su definición. En tiempos de globalización esta labor toma una dimensión gigantesca. Ahí están las palabras originales, las que le dan sentido a nuestro modo de hablar, las que nos hacen únicos y originalísimos en todo el mundo. Ahí está la columna vertebral de nuestro voseo.
Este legado es muy claro. ¿De dónde Bonifaz obtiene la anécdota? De lo que hablan las personas en el mercado, en el parque, en el café. Ahí donde Bonifaz llega pepena esas piedritas lingüísticas, las acomoda y les agrega su particular sentido del humor. Bonifaz es tan hábil que pepena anécdotas de otros lugares del mundo y las adecua a nuestro entorno y personajes. Con esas adecuaciones las hace comitecas.
Una vez me contó que tenía escrito un cuento que se desarrollaba en Comitán, leyó una convocatoria de cuento lanzada en Querétaro. Tomó el cuento, cambió el entorno, el parque de Comitán se convirtió en plaza de aquella ciudad. La maquilló con tal pericia que obtuvo el Primer Lugar de ese concurso nacional.
El legado de Bonifaz es rico y preciso. Nos dice que debemos valorar nuestro lenguaje, porque ahí está la esencia del patrimonio cultural. Comitán es un pueblo cultural de gran valor, por lo que es su gente. Bonifaz lo entendió y ahora somos nosotros los que debemos comprenderlo a cabalidad.
Por eso, en esta noche que se reconoce el valor de su creación, pido, de manera respetuosa, que le brindemos un aplauso generoso al poeta Óscar Bonifaz.
Muchas gracias.
sábado, 28 de abril de 2018
CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DE CARTAS
Querida Mariana: Un día, de hace años, una universidad norteamericana le ofreció una buena cantidad de dólares a la escritora Elena Poniatowska, a cambio de su archivo personal. Ella ya estaba a punto de decir que sí, cuando su hijo dijo que no. ¿No? Sí, dijo que no, que la familia no quería esa cantidad suculenta de dólares. El hijo (en un gesto patriótico) dijo que el archivo de su famosa madre debería quedarse en México, dijo que ya estaba bueno que todos los archivos personales de los escritores famosos fueran a dar a las universidades norteamericanas. Y digo que fue un gesto patriótico porque requiere mucha dignidad rechazar una dolariza. El hijo de la Pony prefirió la dignidad nacional a la paga. Sin duda que el archivo es rico en sucesos de la historia de México. ¿Podés imaginar cuántos audios tiene la escritora de entrevistas que ha realizado a lo largo de su vida? Entre los tesoros de su archivo está un fajo de cartas que le enviaron muchos intelectuales de éste y de otros países.
Las cartas, querida Mariana, son testimonios de gran valía. Vos y yo (y muchos más) sabemos que cuando alguien escribe una carta desliza sentimientos imposibles de hacerlo cara a cara. El papel de una carta posee la capacidad de dar luz a los actos más íntimos. Samuel decía que las cartas son el confesionario literario. Por esto hay cientos de libros que dan a conocer la correspondencia entre famosos. Te he contado que el escritor Julio Cortázar (mi escritor favorito) tenía una norma que seguía al pie de la letra: Carta que recibía ¡la contestaba! Has de imaginar la cantidad de cartas que recibía este famoso escritor, no sólo de amigos cercanos sino de muchos lectores del mundo que, a través de cartas, le manifestaban su admiración. Julio se sentaba en su asiento favorito (tal vez al lado de un ventanal), leía la correspondencia y luego, ante su máquina de escribir mecánica, con dos dedos enormes de sus enormísimas manos, daba respuesta puntual a cada una de las cartas recibidas. No imagino qué haría Julio en estos tiempos. Tengo la experiencia de la escritora Ángeles Mastretta que tuvo un blog en el periódico “El País”, de España. Los primeros días comenzó a responder cada uno de los comentarios que recibía de sus lectores, pero estos mensajes comenzaron a ser montañas de palabras, por lo que llegó el momento en que la Mastretta decidió cancelar la posibilidad de diálogo, porque destinaba mucho tiempo en dar respuesta breve a los mensajes. Sin duda que, en estos tiempos, Julio terminaría por botar su norma, porque se plantearía la siguiente disyuntiva: “¿Contesto las centenas de cartas diarias o escribo cuentos y novelas?”.
Hoy, el envío de cartas (al modo antiguo) es un método en proceso de extinción. Con la llegada del Internet, todo mundo comenzó a enviar correos electrónicos y luego éstos fueron sustituidos por los famosos WhatsApps o por Tuits, que le apuestan a la brevedad y concisión. Lejos están los tiempos en que una persona se sentaba ante un escritorio y con el auxilio de una lámpara personal escribía a mano, ¡a mano!, una carta en papel especial. Las cartas de entonces eran largas, porque el envío significaba un viaje larguísimo. Recuerdo que en la oficina de correos de Comitán vendían sellos postales para envíos por vía terrestre o vía aérea. ¿Cuándo llegaban las cartas que enviaba un comiteco a la Ciudad de México, por vía terrestre? Lo menos, lo menos, tardaba diez días. ¡Ah!, ya podés imaginar la inquietud que esto provocaba en las novias que estaban en el pueblo esperando la carta enviada por el novio estudiante de la UNAM. Alfonso, en los años setenta, tuvo a su novia en Comitán. Él y ella habían hecho un pacto: Escribir cartas a diario, para que las noticias no fueran tan espaciadas. Lo ideal hubiese sido que las cartas llegaran con la misma disciplina con que eran escritas: una diaria. Pero no era así, porque la institución no funcionaba con tal atingencia. Alfonso recibía cartas cada diez días, eso sí, recibía el bonche de siete u ocho cartas. Cuando pasó un mes y Alfonso no recibió el bonche esperado pensó en dos posibilidades: O el servicio de correo estaba más lento que de costumbre o su chica ya había cambiado de destinatario. Alfonso fue al restaurante donde nos prestaban el teléfono para hacer llamadas de larga distancia. A fin de mes, el dueño del restaurante mostraba el recibo telefónico y nos cobraba el costo de las llamadas que, a veces, hacíamos cuando ya estábamos medio borrachos. El restaurantero, viejo agradable que tenía un estómago bien generoso que siempre ocultaba bajo un impecable mandil blanco, nos cobraba un módico diez por ciento de comisión. Alfonso marcó el número de la casa de su novia. Romeo y yo estábamos expectantes a sus gestos. Alfonso estaba nervioso, pasaban los segundos y nos veía con apuro y desasosiego, como si estuviera a mitad del mar y viera acercarse la aleta de un tiburón. Después de dos o tres minutos lo escuchamos decir: “¿Lidia? Soy Alfonso”. Vimos que su cara tomó el color del gis y supimos que el tiburón ya le había cercenado una pierna, cuando menos. Alfonso colgó y al hacerlo fue como si él mismo se colgara en el cadalso. Sólo alcanzó a decirnos: “Colgó”, antes de derrumbarse en la silla y pedir un trago de brandy. Sí, la tal Lidia había cambiado de destinatario de su correspondencia. Ahora, pienso, las rupturas amorosas son instantáneas, basta un Whatssapazo o un tuitazo para decir: “Hasta acá se estiró mi liga”. Esto lo veo como una gran ventaja, porque el caso de Alfonso fue como un ejemplo de ingratitud vivida bajo el peso de la incertidumbre. Pasaban los días y los días y la ausencia de cartas propiciaba un estado de infinita inquietud, que rayaba en la histeria y en la impotencia total.
¿Ya nadie escribe cartas? Bueno, tampoco podemos exagerar. Hay algunos románticos que aún las redactan y las envían. Hace dos o tres días fui a la librería “Lalilu” y me topé con el libro más reciente del escritor chilango Xavier Velasco (¿Recordás que me dijiste que “La edad de la punzada”, libro de Xaviercito, te había encantado por su desenfado y por su alegría manifiesta?). Pues resulta que su libro más reciente (“Entrega insensata. Cartas a la deriva”) es una recopilación de cartas que ha escrito a personajes célebres. Lo que Xavier hace es un ejercicio literario. Él, como yo (disculpá que me incluya), pretende desempolvar el género epistolar que tanta luz dio en el pasado.
Lo que es una certeza es que una carta es como una ventana abierta donde se puede ver desnudo al remitente. Por esto, una carta genera tanto morbo. Rosario Castellanos se partió el lomo de su cerebro escribiendo sus novelas y sus cuentos, pero ningún libro, en México cuando menos, levantó tanto polvo como el que se publicó con cartas que ella dirigió a Ricardo Guerra, el papá de su hijo Gabriel. Y esto fue así, porque en las cartas Rosario encontramos a una mujer infeliz, dependiente de un amor no correspondido en plenitud. Ricardo cometió la incorrección y grosería de regresarle muchas cartas sin haberlas leído.
Me dio gusto hallar el libro de Xavier Velasco. ¿Sabés a quiénes les manda cartas? Ya dije que a famosos, famosos de chile, dulce y manteca. Hay, por ejemplo, una carta a José José. Sí, el cantante de “Gavilán o Paloma”, que ahora anda (qué pena) malito de salud. Otra carta es para Chabelo, el “amigo de todos los niños”. Una de las cartas más insólitas es una que le dirige a, nada más y nada menos, la mariguana. Sí, a la mariguana. El saludo inicial es fantástico, Xaviercito le dice a la mariguana: “Óyeme, motita”. ¡Motita! ¡Pucha! Entre los destinatarios de sus cartas hay dos que están dirigidas a mujeres polémicas de este país, actrices ambas: Isela Vega (que en su momento fue conocida como la de “Los senos más famosos de México” (Si tenés alguna duda de este bautizo, entrá al Internet y busca imágenes de esta polémica mujer y verás qué par de pechos se mandaba) e Irma Serrano, nuestra paisana, quien ahora vive en nuestra ciudad. La famosa tigresa ha sido una mujer temperamental, ella ha recibido los mayores elogios y las más acervas críticas por su proceder. Bueno, todo mundo sabe que ella no es una perita en dulce, pero es una mujer que logró posicionarse en las más altas esferas del cine mexicano y de la política (llegó a ser Senadora). Los títulos de sus libros ya dicen mucho de su personalidad: “A calzón amarrado” y “Sin pelos en la lengua”. Estos libros fueron muy leídos, porque ya dije que el morbo despierta nuestro más elemental estado primitivo.
Posdata: Una de estas tardes abundaré más en el libro de Xaviercito y, sobre todo, en lo que le dice a nuestra paisana, la Serrano, quien (como he sostenido) es una mujer de gran polémica. Hay multitudes que la aman y multitudes que se expresan mal de ella. Entre estos últimos están los que criticaron en su momento que el teatro Virginia Fábregas cambiara su nombre por el de Teatro Fru-Frú, pero, como sostuvo doña Irma (quien había comprado el teatro), siendo ella ya la propietaria podía ponerle el nombre que se le ocurriera.
Xaviercito nos ha legado un bonche de cartas. Xaviercito ha escrito cartas públicas, para que no solo los destinatarios conozcan su pensamiento sino también sus lectores podamos curiosear por esas ventanas maravillosas que constituyen el género epistolar.
Ojalá que, como ha sucedido en múltiples casos, la correspondencia que Elena Poniatowska sostuvo con sus amigos sea publicada. Ahí está un importante gajo de la historia de este país.
Estas cartas, querida Mariana (de manera modesta), no sólo dan constancia de mi cariño hacia vos, sino también ya son parte mínima de la mínima historia de nuestro pueblo.
viernes, 27 de abril de 2018
DEFINICIÓN DE PEOR
Es una palabra plaga, ¡todo mundo rehúye de ella! Pero, ¿de verdad es tan perniciosa? Alfonso, entre amigos que tomaban cerveza, hizo una encuesta cantinera en un minuto: ¿Qué preferís: lo mejor o lo peor? De los cinco amigos que estaban cuatro respondieron de inmediato: ¡Lo mejor! Juan, que trabaja como diseñador, en lugar de responder, preguntó: “¿Lo peor o mejor de qué?”. Los cinco rieron, se burlaron, Abraham lo empujó haciendo que Juan casi casi se cayera de la silla. Amín dijo: “De todo, imbécil, lo mejor o peor de todo”. Juan, entonces, dijo: “¡Ah, pues lo mejor!”. Pues sí, concluyeron todos y pidieron otra ronda de cervezas. El cielo estaba oscuro, pronto iba a soltarse el aguacero. Alfonso dijo que se apuraran. Amín dijo que no, que tomaran la cerveza con calma. Total, si comenzaba la lluvia fuerte podían pedir una botella para pasar el aguacero hasta que amainara.
¿Cómo define el diccionario la palabra peor? El de la Real Academia dice: “De mala condición o de inferior calidad respecto de otra cosa con la que se compara”. La definición es precisa. El mundo nos enseña que en un extremo está lo peor y en el otro extremo está lo mejor; es decir, en un extremo está lo óptimo y en el otro lo menos óptimo. Para poder establecer tales extremos (como dice el diccionario) se debe comparar la cosa peor para advertir que hay algo mejor.
Los amigos de Alfonso no tuvieron problema en elegir la respuesta. Parece que todo mundo prefiere lo mejor. Pero, qué hubiese pasado si Alfonso hubiera preguntado: “¿Qué es lo peor de lo peor?”. Acá la respuesta, por ser abierta, habría generado controversia.
¿Qué es lo peor de lo peor? Si esto tiene respuesta, entonces también tiene respuesta la pregunta: ¿Qué es lo mejor de lo mejor?
¿De verdad algo puede ser definido como lo peor de lo peor? A cada rato escucho que muchas personas dicen que deberíamos vivir en el “mejor de los mundos posibles”. ¿Cuál sería éste? Cuando le dicen lo anterior al tío Eulogio, él dice que eso es un sueño imposible de lograr, porque hemos decidido vivir en el “peor de los mundos posibles” y enumera una serie de situaciones que van desde la contaminación de los mares con plásticos que provocan la muerte de peces hasta la insólita acumulación de satélites en el espacio que están convirtiendo a la atmósfera terrestre en un basurero estelar.
Como bien dice el tío ¡es imposible pensar en un mundo mejor! La degradación del medio ambiente es paulatina y sostenida. Los optimistas aspiran a vivir, en el futuro, en un mundo menos peor de lo que la prospectiva vaticina.
¿Qué es lo peor de lo peor? Si esto tiene respuesta significa que lo que llamamos peor ¡no es lo peor! Hay abismos aún más tenebrosos, más oscuros.
Por la existencia de estas grietas es que las personas siempre eligen lo mejor, aunque no sepan bien cuál es el nivel óptimo, porque la comparación siempre será incompleta, ya que ante el gris oscuro el gris pálido siempre será mejor que aquel, que, en su momento, será definido como peor, sin darse cuenta que sigue siendo gris.
jueves, 26 de abril de 2018
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA
Puede suceder cualquier domingo. Basta que alguien (algunos) lance la iniciativa, que la lance como si fuese una piedra de algodón, que la lance sobre un lago, para que la piedrita haga “patitos” en el cristal del agua. Se sabe que cuando alguien arroja una piedra al lago las ondas se expanden y (¡qué prodigio!) el primer círculo concéntrico envía su mensaje hasta la otra orilla, ahí donde hay patos de carne y hueso que cantan y juegan como niños.
En esta fotografía, los niños y las niñas no están alrededor del árbol. Por primera vez el árbol niño parece ser parte de esa ronda que está pendiente de lo que acontece al frente, porque los niños y las niñas (algunas grandes, que se asumen como mamás) están atentos a lo que sucede en el frente. ¿Qué es lo que llama su atención? ¡Ah!, es algo como un encantamiento. ¿Ven cómo los espectadores están arrobados por lo que sucede al frente? Esto es como un teatro al aire libre, pero un teatro muy íntimo, muy seductor.
Esto sucedió una mañana de domingo, en el jardín del Centro de Convenciones, de San Cristóbal de Las Casas. Ahí se realizaba la Feria del Libro (feria en la que mis amigos Luis Rincón y Chary Gumeta presentaron sus más recientes libros: “Ábrase en noches de tormenta”, libro de cuentos de Luis; y “Como plumas de pájaros”, antología de poesía, de Chary). Debo decir que la oferta era limitada, porque sólo ocho o diez (o menos) doce editoriales y librerías ofrecían su catálogo mínimo. Pero, bueno, uno sabe que el mundo de libros es así: la siembra es de poco a poco.
Lo que sí resultó muy atractivo fue la serie de talleres y actividades relacionadas con el libro. En esta fotografía se muestra esa magia. Un grupo de niños y niñas (mamás incluidas) están fascinados con lo que ocurre al frente, con lo que enseñaba la maestra (le llamemos así, porque era como una diosa contando parábolas musicales). Ella, al frente, había instalado algo como un teatrito, un fascinante chunche de madera que es como una ventana (nunca tan bien puesto el nombre) con postigos abiertos. El chunche tiene un nombre especial (los lectores deben saberlo), se llama Kamishibai, concepto que según los entendidos es una palabra japonesa que quiere decir: Teatro de papel. La maestra dijo que contaría una historia. ¿Querían los niños escuchar la historia? ¡Sí, sí!, dijeron todos. Ella, como si fuese una maga, metió la mano en un extremo y comenzó a contar la historia a través de imágenes. “Un gato refunfuñón”, decía y mostraba la imagen donde estaba el gato refunfuñón, tirado sobre un sofá, con sus bigotes de popote, pelambre gris, y los espectadores (todos) iluminaban su rostro y pintaban una sonrisa de gato remolón emocionado.
El cuento tardó no más de cinco minutos, tal vez seis, o menos, ¡ocho! En ese tiempo, los espectadores se dejaron seducir por la historia, por la magia de la palabra y de la imagen. Todos estuvieron muy atentos, casi podía escucharse el aleteo de un colibrí que llegó a revolotear por ahí, en ese arbolito que, de igual manera, casi no movía sus hojas. ¿Llegó el colibrí a escuchar la historia? No lo sé. Desde que leí en un libro de la Szymborska que los peces ¡hablan! no sé qué hacen los pájaros cuando se paran en el dintel de mi ventana. Sí, ¡una ventana es el kamishibai! Una ventana que la maestra abrió para que el aleteo de mil colibríes iluminara los rostros de los espectadores.
Basta ver las emociones de la mamá y del hijo que están cerca del poste e imaginar las caras de los demás, para saber que ellos estaban teniendo un domingo diferente. La maestra estaba sembrando espigas de luz en las caritas de los espectadores y ellos (sin duda) recordarán esta mañana indecible de domingo.
Puede suceder cualquier domingo. Puede suceder en cualquier plaza de cualquier pueblo. Cualquier mañana puede ocurrir el prodigio. Yo presencié el milagro de la repartición de los panes y supe que ahí había un atisbo a la esperanza, la verdadera. Fue en un pequeño espacio del jardín del Centro de Convenciones de San Cristóbal de Las Casas. Sucedió con un pequeño grupo de espectadores, pero así es como se hace la verdadera siembra: se injerta un rayo de luz inteligente en cada corazón, aunque los corazones no sean multitud.
martes, 24 de abril de 2018
UN PREMIO CHIAPAS EMPOLVADO
He estado frente a dos o tres Premios Chiapas y frente a dos o tres candidatos; es decir, he estado frente a destacados intelectuales de mi estado.
Cualquier feminista apostaría a que entre ellos no había mujer alguna. En efecto, la feminista ganaría. Por alguna razón (búsquele la feminista los pies) sólo he estado con hombres premiados o postulados (bueno, una vez, en una mesa de lectura, estuve al lado de Elva Macías, pero no estuve de frente, sino de lado y no sé bien a bien si ella recibió el Premio, en algún momento).
Como es lógico de entender (porque así es la naturaleza humana) he hallado personalidades de chile, dulce y manteca. En el caso de los premiados me he topado con el verdadero sabio, el que camina por la orilla, alejado de reflectores y de espejos vanidosos, hasta con el que da su nombre y le agrega “Premio Chiapas, de tal año”. ¡Por el amor de Dios!
En el caso de los postulados (o auto postulados) he hallado ausencia de humildad, a tal grado que cualquiera podría pensar: “Si así se comporta siendo un simple candidato, ¿cómo se comportaría si lo obtuviera?”.
Es una pena reconocer que el gobierno actual agregó a sus múltiples yerros la virtual muerte del Premio Chiapas. Desde hace dos años, el gobierno ignoró la distinción que reconocía el talento y el servicio de destacados chiapanecos. Las entidades que, en nombre del gobierno de Chiapas, lanzaban la convocatoria (CONECULTA-Chiapas y la Secretaría de Educación) se han hecho pijijis. Algunos premiados en años anteriores, incluso, protestan porque la pensión mensual vitalicia a que tienen derecho, ¡por derecho!, no les ha sido entregada con la puntualidad requerida.
El futuro gobernador de Chiapas (quien sea, quien determine la voluntad popular -así se dice, ¿verdad?-) deberá rescatar del olvido tal presea que, como lo establece el decreto, reconoce “a aquellas personas que han dado todo su esfuerzo para fomentar la cultura, ciencias y artes en sus diversas manifestaciones”. El actual gobierno ignoró tal reconocimiento y echó polvo a aquellas personas que fomentan la cultura, ciencias y artes en Chiapas, y demostró su desprecio a las actividades relacionadas con la ciencia y con el arte.
Por fortuna (esto lo sabe medio mundo) en Chiapas brilla el talento cultural y éste aporta su valiosa obra creativa para el fortalecimiento del estado. Chiapas es un estado grande, lo es por su gente, por los que, día a día, arriman el hombro para fortalecer su espíritu. Los verdaderos creadores no trabajan por premios, lo hacen por la satisfacción de colocar agua limpia en los vertederos donde los políticos arrojan sus desechos. Chiapas sobrevive por el trabajo de millones de personas honestas, a pesar de la deshonestidad brutal de muchos políticos que no aman al estado.
El próximo gobernador (quien sea) deberá restituir la presea y tendrá la gran oportunidad de dignificarla. En una ocasión, el licenciado Mario Uvence Rojas (en ese momento director de CONECULTA-Chiapas) me dijo que el Premio Chiapas había perdido su esencia, era necesario restituirle el brillo que tuvo cuando fue concedido a los mejores hombres y mujeres de nuestro estado. Es de desear que, en el futuro, a los nombres de eminentes artistas que en el pasado fueron galardonados se agreguen los nombres de actuales creadores que, con su obra, enaltecen la cultura de Chiapas.
La convocatoria deberá establecer de manera puntual que los auto postulados serán eliminados de inmediato. Así como ha sido penoso ver a las autoridades ignorar por dos años este galardón, de igual manera ha sido penoso ver a uno o dos “intelectuales” mendigar tal presea. Su propio comportamiento los hace indignos de tal reconocimiento.
Creo que el mundo intelectual exige la restitución del Premio Chiapas. No se le pide al gobernador en turno, porque ya demostró (junto con sus colaboradores del área cultural y educativa) poco respeto a la labor cultural, se le exige al próximo gobernador de Chiapas (el que sea). ¿Quién de los candidatos a gobernador tiene integrado en su propuesta de trabajo el fortalecimiento del arte y el reconocimiento a los creadores chiapanecos?
Ojalá que el próximo sí tenga inteligencia para reconocer la inteligencia y se premie a lo mejor del arte y no a los amigos, compadres o improvisados.
lunes, 23 de abril de 2018
CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DE UNA RAZA EXTRAÑA QUE ES CONOCIDA CON EL NOMBRE DE ESCRITOR
Querida Mariana: La siguiente cita: “Soy mejor escribiendo que hablando”, podría ser dicha por cualquier escritor. Bueno, hay un dos por ciento de escritores que son buenos con la palabra oral; y hay un ochenta y nueve por ciento que no son buenos hablando ni escribiendo, a pesar de que se asuman como escritores.
De los primeros (de los que hablaban bien) puedo mencionar a Carlos Fuentes y a Carlos Monsiváis, y por ahí se colaba Rosario Castellanos. Fuentes era como una mantarraya en el océano del verbo. ¿Qué decir de Monsiváis? Era tal su desborde de palabras que se atragantaba con su propia saliva.
Pero quien recientemente dijo lo de “Soy mejor escribiendo que hablando” fue Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura. Lo dijo en España, un poco resignado porque iba a una charla con periodistas y lectores; es decir, no le quedó más que enhebrar un discurso improvisado. Si le hubiesen dado a elegir entre escribir o hablar en ese instante hubiera elegido, mil veces, la de escribir.
A mí me encantó lo que Pamuk dijo porque siempre he pensado lo mismo de mí: Soy mejor escribiendo que hablando; es decir, me asumo como escritor y no como hablador. Por eso, igual que Pamuk (salvadas las distancias que deben salvarse siempre que se menciona a un famoso), procuro no participar en reuniones donde soy sometido como si fuera un hereje frente a ejecutores del Santo Oficio. Porque, la verdad, los periodistas y los lectores asumen que un escritor debe responder de manera puntual a las preguntas inquisitoriales que ellos avientan, que avientan como si uno fuese el negro de las ferias, el que saca la cabeza por un ventanillo para que le den en la mera nariz. Un día (lo juro) un compañero periodista (en un encuentro literario) levantó la mano como niño de escuela y aventó la pregunta: “Usted ¿está a favor de que talen los árboles para que hagan libros?”. La pregunta (como ya advirtió el lector de esta Arenilla) era cruel. Vi al periodista como si tuviera una motosierra y, en lugar de talar un árbol, quisiera cercenarme la cabeza, parcela donde mi imaginación tiene su nido. Al final de la reunión, Mario me felicitó: “Lo pusiste en su lugar”, se refería al periodista. Ya no recordaba qué había respondido. ¿Cómo recordarlo si me habían puesto frente a un pelotón de fusilamiento? Mario dijo que respondí, más o menos, de la siguiente manera: “No. Estoy a favor de que, los árboles talados y convertidos en libros, oxigenen los cerebros de los niños y jóvenes para que hagan preguntas inteligentes”. ¡No, no!, le dije a Mario que yo no había dicho eso, pero él juró que sí, que me había visto muy bien, eso dijo. Bueno, pudo ser, porque como Pamuk sostiene, muchos escritores somos mejores escribiendo que hablando.
Siempre he sostenido, querida Mariana, que el tiempo (tempo) de la escritura es muy diferente al de la oralidad. El que habla corta hojas (árboles, a veces), en cambio, el que escribe descuelga nubes. Como es comprensible, el acto de descolgar nubes exige, como la canción, una escalera grande y otra chiquita, la escalera grande está dada por el sustrato del conocimiento común, pero la escalera chiquita está formada por escalones con ladrillos de amaranto o de menta. El ascenso por esta escalera es tenue, casi paso de tigre frente al ciervo. No debe moverse ni una sola hoja del árbol (del árbol que, tal vez, el talador está a punto de derribar). Para descolgar nubes es preciso que exista algo como un río de aire limpio.
Posdata: Como mirás, Pamuk tiene razón. Sus libros son de gran riqueza intelectual. Por compromisos de las editoriales o de la avalancha de mercadotecnia se ve sometido a hablar de vez en vez. Es tan listo que, a pesar de que es mejor escribiendo que hablando, devela misterios tan profundos como el de que la escritura es una actividad intelectual que está por encima de la oralidad, porque quien escribe se encarga de descargar nubes en los árboles del cielo; es decir, está muy por encima de los frutos terrenales.
domingo, 22 de abril de 2018
COMO HOJA SECA
A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: Mujeres que son como cuerpos arrojados al mar, y Mujeres que son como los antiguos amores.
La mujer que es como un antiguo amor tiene el aroma del incienso de los oratorios. A veces camina como si lo hiciera en un andén vacío, porque los trenes se detuvieron en el puente.
Lo del puente no es una mera referencia temporal, ¡no!, es casi casi la síntesis de la personalidad de ella, porque la mujer antiguo amor es la chica que nunca permitió que el amado cruzara el puente; siempre, por alguna u otra razón, lo vio desde su orilla y no hizo el mínimo guiño para que él no se sintiera rechazado.
La mujer antiguo amor tiene preferencia por vivir en pueblos cercanos a la playa, lugar donde, por las tardes, levanta estrellas de mar, estrellas que utiliza para colgar en el cuerpo de la noche. Casi siempre camina sola, como si fuese uno de esos árboles que, cuenta la leyenda, Jesús ordenó que se levantaran y andaran, andaran cosechando aire en las dunas.
Ella, por lo regular, va a las plazas, se sienta en una banca de fierro, cierra los ojos y coloca las manos como si estuviera frente a un teclado de piano y mueve sus manos como si tocara y los pájaros se arraciman como si ella fuera un cántaro lleno de alpiste y escuchan, iluminados, las canciones que ella interpreta, que son, como el lector ya adivinó, éxitos de mediados del siglo XX, de cuando los nombres de Agustín Lara, Amparo Montes, Toña La Negra y Los Panchos eran los faros que iluminaban las esquinas del espíritu.
Su casa siempre es una casa de ensueño, puede ser la casa del árbol, o la casa que está sobre la montaña y domina todo el valle; es decir, siempre está en las alturas, siempre es el escote del vestido, el arco del pasillo, la cinta del cabello, el sol del mediodía.
Aplaude, aplaude por cualquier situación. Aplaude cuando un grupo de muchachos bailan en la plaza; aplaude cuando un niño sube a la bicicleta y por primera vez logra el equilibrio; aplaude cuando un muchacho, con short deportivo, domina el balón de fútbol con la cabeza; aplaude cuando el sol aparece detrás de la montaña; cuando las olas del mar besan la arena tibia; aplaude cuando los demás no lo hacen, cuando los demás advierten que la botella de licor ya está vacía. Aplaude cuando hay un libro sobre el estante y el libro es El Quijote.
Aplaude, porque, como el lector ya advirtió, ella, igual que la poeta Szymborska, piensa que el mejor pasatiempo es la lectura, y como tiene un alma antigua, sabe que lo contemporáneo carece de la pátina excelsa que poseen los clásicos. Por eso lee libros que huelen a viejo, que saben a arenque ahumado, que, como vinos, han pasado por la prueba de la cava del tiempo.
Es mujer que acostumbra saludar y sentirse seducida con palabras de pétalo. No la deslumbra el reflector de led, sino la flama de la vela.
Es mujer que acude al cine a ver películas en blanco y negro y, al salir de la sala, va a un café a escuchar a un pianista y a tomar una taza de café y un ocasional oporto.
Aplaude cuando asiste a un concierto, cuando una paloma se posa en la fuente, cuando su padre apaga la luz del cuarto y le da las buenas noches, cuando un perro ladra del otro lado de la cerca, cuando se abre el telón del teatro y en el escenario no hay más que una silla vacía.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: Mujeres que son como el abrigo del mendigo, y Mujeres que son como una pulsera hecha con nubes escarlatas.
sábado, 21 de abril de 2018
CARTA A MARIANA, DONDE VUELAN PALOMAS
Querida Mariana: Luis Aguilar, nuestro escultor comiteco, no lo calculó así; las palomas no tienen conciencia del acto; es decir, a las palomas les da lo mismo estar sobre una escultura, que sobre un dintel, que sobre un tejado o que sobre el piso.
Y digo que Luis Aguilar no lo calculó así, porque la escultura no estuvo pensada para que dos palomas se posaran sobre ella, para que fuera un palomar, ¡no!
La escultura en cuestión está frente a la cafetería “El centro”, muy cerca de donde varias mujeres venden tamales, empanadas, atoles y pozol; y es una de las muchas esculturas que artistas de todo el mundo realizaron en los simposios que promovió Luis, en nuestra ciudad.
Si a las palomas no les importa estar encima de una escultura, entonces, la siguiente pregunta es válida: ¿Para qué, Luis, impulsó los simposios?
Bueno, la respuesta es jabonosa, porque el terreno del arte es subjetivo.
¡Ah!, si todo fuera como las respuestas sencillas. ¿Para qué las mujeres venden los tamales en ese espacio? Pues porque es su manera de sobrevivencia. Ellas cocinan e improvisan sus changarros en el parque central, porque saben que hay personas que necesitan (así, de manera apresurada y de costo bajo) saciar el hambre. No todo mundo tiene suficiente paga para desayunar en un restaurante. Muchas personas piden un pozol y una orden de empanadas, porque el precio es muy asequible. La respuesta es sencilla, casi simple. Pero, cuando la pregunta es: ¿Para qué promovió Luis los simposios de escultura?, la respuesta se complica tantito.
¿Hubo un interés económico de parte suya? ¿Hubo un intento de trascender legando a su pueblo estas obras? ¿Hubo una tentativa de acercar el arte al pueblo y viceversa? ¿Hubo un esfuerzo por hacer que en algunos niños y jóvenes naciera el gusto por ser como ellos, los escultores del mundo? ¿Hubo una intentona por hacer de Comitán una ciudad muy cercana a lo que es, por ejemplo, Florencia?
Como no es una respuesta simple, ya que surgen muchas interrogantes, es aventurado tratar de responder desde afuera.
Lo más sencillo sería acercarse a Luis y pedirle que diera sus razones de tal proyecto. Pero, como (me conocés) me gusta trazar cuerdas donde sólo hay vacío, intento deslizar algunas posibles respuestas. Y mi intromisión la justifico de la siguiente manera: No puedo ser como paloma (ni ser como dicen que es la caca de paloma, que no hiede ni huele). ¡No! Los comitecos sí debemos tener plena conciencia del lugar donde se posan nuestras miradas. No es lo mismo que nuestro espíritu esté posándose sobre una escultura (casi casi como si ese espíritu fuese una paloma divina) o que se pose en el suelo.
¿Ganó dinero Luis con este proyecto? No lo sé. Espero que sí, porque sería ilusorio y utópico que todo fuera como un mero proyecto por amor al arte. Como bien sostienen los artistas ¡nadie come del aire! Los artistas (de manera especial) deberían (en este país) tener los suficientes estímulos para crear el arte que entregan al pueblo. El otro día, querida Mariana, llamó mi atención una frase del escultor Robertoni Gómez, a quien le adeudan el monto de un mural. Robertoni dijo (cito de memoria y mi memoria es pichancha) que en lugar de ser creador andaba de cobrador. Una pena que en Chiapas y en todo el país, la creación no sea bien comprendida.
No tengo la referencia completa de cómo Luis Aguilar logró los apoyos para realizar los simposios. Parece ser que halló eco en la autoridad municipal y ésta financió alguna parte importante, lo que permitió que Luis invitara a amigos escultores de varios lugares del mundo. Muchas personas aún recuerdan las mañanas y tardes en que los artistas trabajaron al aire libre, a la vista de todos. Ese, creo, era uno de los objetivos de Luis (lo que da una posible respuesta a la pregunta de sembrar la pasión por la escultura en niños y jóvenes comitecos). ¿Cómo los creadores realizan su obra? ¡Uf!, muchos de ellos lo hacen en sus estudios y son egoístas en compartir el conocimiento. En los simposios que se realizaron en Comitán, todas las personas pudieron acercarse y contemplar el proceso de creación. El patio de la casa se convirtió en el laboratorio creativo y, sin duda, fue emocionante seguir el proceso donde una simple piedra o un pedazo de metal o un fragmento de mármol o un trozo de madera abandonaban su forma natural y adquirían el rostro de un elemento simbólico.
Los seres humanos no somos palomas, por lo tanto, nuestra posición ante una escultura difiere mucho. No obstante, he visto (en dos o tres esculturas) cómo los niños suben a ellas y las montan como si fueran caballos y se deslizan como si fueran toboganes. Los niños juegan y esto es bueno. Esto, tal vez, responde a otra pregunta, Luis logró con esos simposios que el arte estuviera en el paso del peatón y fuera motivo de juego. Los artistas (se ha dicho desde siempre) juegan cuando crean, son como niños. Por esto, no hay cosa más hermosa que un grupo de niños observando un cuadro en un museo, tratando de acercarse y tocarlo. Porque los niños no se conforman con tocar con la mirada, necesitan hacerlo con todos sus sentidos. En el juego, los niños tocan, huelen, besan, comen. El objetivo mayor del arte es precisamente ese: Que el espectador se coma la obra con todos sus sentidos, que no deje residuos, que sea un comensal satisfecho.
A la segunda pregunta digo que sí. Luis ha legado un acervo artístico al pueblo. Donde no había más que aire, Luis colocó un busto de Rosario Castellanos o un grupo de músicos. ¿Ha ganado dinero con ello? Por supuesto que sí, pero ha sido una manera muy honesta y honrosa de hacerlo. Ganan más dinero todos los que, en esta temporada electoral, se dedicarán a tapizar las calles del pueblo con pendones de plástico promocionando los rostros de los candidatos y estos pendones sólo causarán basura. La propuesta estética de Luis, por el contrario, llena de luz los espacios y los hace más agradables, más confortables, más dignos.
¿Hubo un intento por hacer de Comitán una ciudad artística? ¡Por supuesto que sí! Luis pensó en llenar con arte las calles.
No lo aquilatamos de manera suficiente, pero los simposios y la cesión de las obras por parte de los artistas que participaron le dieron un rostro más pleno a nuestra ciudad. Conozco muchas ciudades que están plagadas de placas donde los gobernantes, de manera ególatra, promocionan como suyas obras que construyeron con dinero del erario. Conozco pocas ciudades que, como Comitán, tengan corredores con espacios escultóricos. A Comitán (habrá que decirlo) le falta valorar tales obras y colocarlas de tal manera que la gente sepa que eso hace diferencia. Luis se molestó un día que dije que los comitecos no sabíamos qué hacer con esos “armatostes”, el término que empleé (lo dije en su momento) no lo había dicho yo, lo había dicho una persona que (con razón) había mencionado que las esculturas estaban como amontonadas sin criterio estético. Luis explicó, después, que el proyecto contemplaba la construcción de un espacio escultórico que albergara las obras, como sucede, por ejemplo, en la ciudad de Xalapa, donde existe un jardín hermoso para que la gente camine, descanse, platique y conviva en medio de esculturas y de una zona arbolada maravillosa. Por desgracia, en Comitán tal proyecto no se concretó. Es un pendiente cultural. En una fotografía que Manolo Morante subió al Facebook se ve un andador con esculturas, en Campeche.
Comitán es pueblo mágico. No creo que en la carpeta de bondades hayan incluido las piezas escultóricas, pero debieron hacerlo, porque hace diferencia positiva.
Posdata: Estas palomas no reconocen la diferencia. Para ellas es lo mismo estar sobre la rama de un árbol que sobre una escultura (Juan dice que las cagan igual). Estas palomas no saben (no pueden saberlo) que en la explanada del Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey existe la escultura en bronce de una enorme paloma. La escultura es de Juan Soriano, talentosísimo artista mexicano. Estas palomas no saben que allá (¡mirá qué prodigio!) una tarde, alguna paloma viva se posa sobre la cabeza de una paloma de bronce y sostienen un diálogo insólito e infinito, gracias al arte.
No sé bien a bien qué piensan los comitecos de ahora con respecto a esas esculturas. ¿Detienen tantito su paso y las ven? ¿Las aprecian? ¿Les dan ganas de grafitearlas? ¿Creen que vale la pena alterar el espacio con esas obras? ¿Las siguen viendo como armatostes? Digo que no lo sé. Lo único que sé es que yo puedo decir que en mi pueblo las palomas no sólo se detienen en pretiles o en balcones o en tejados; puedo decir que, en Comitán, las palomas sobrevuelan el parque central y se mojan en la fuente y se posan sobre esculturas, objetos de arte, objetos que esperan lecturas inteligentes de ocasionales espectadores.
Comitán es pueblo mágico por una infinidad de dones. Un mojol es el hecho de que en sus plazas hay esculturas realizadas por artistas de todo el mundo, quienes, una tarde, llegaron a este pueblo y las trabajaron y las donaron para que nuestro entorno fuera más amistoso, más de vuelo de paloma.
viernes, 20 de abril de 2018
DEFINICIÓN DE MÚSICA
Rocío dice que cada ser humano tiene su propia definición de música y que cada una de ellas es válida. Rodrigo dice que su abuelo Efraín, mientras trabajaba en su carpintería y escuchaba música en la radio, decía que la música era “Hilos invisibles que mueven los pies”.
Yo también tengo mi definición de música, pero se queda pálida ante la definición de don Efraín: “Hilos invisibles que mueven los pies”. Se me hace una definición genial, porque de niño, cuando iba a las fiestas y me sentaba en el piso lo primero que veía era cómo, al primer bolillazo de marimba, se movían los pies de todos los que estaban sentados, en sillas azules, plegables, debajo del manteado en el patio central de la casa. Cuando escuché la definición del abuelo de Rodrigo supe que eso era lo que sucedía: la música (en marimba), a través de hilos invisibles, movía los pies de los escuchas.
El otro día fui al despacho de un arquitecto. La secretaria (niña muy bonita, con el cabello recogido y con un escote que dejaba ver un tatuaje en la parte superior de su pecho izquierdo) me dijo que esperara tantito, que me sentara mientras el arquitecto me recibía. Yo me senté, tomé un periódico del revistero y comencé a hojearlo. En realidad me hacía tacuatz, porque, de manera tangencial, para no ser muy obvio, observaba el escote de la muchacha, para intentar descubrir cuál era el dibujo que tenía. Vi que ella entrecerraba los ojos y supe el motivo: Tenía un audífono pequeño en un oído izquierdo (pienso que lo hacía así para tener un oído atento al teléfono, al llamado de la puerta o a cualquier indicación de su jefe). El oído izquierdo escuchaba música (quién sabe qué) y el oído derecho estaba presto a los demás sonidos. Ella movía tantito la cabeza. Pensé en la definición del abuelo Efraín: “Hilos invisibles que mueven… la cabeza, también”. Y luego, con los ojos cerrados, ella movió tantito los hombros, hacia arriba, a la izquierda, y luego hacia la derecha, como si fuese un auto pasando encima de un tope, de manera cadenciosa, rítmica. Ella siguió con los ojos cerrados y yo con los ojos abiertos, gratamente sorprendido, agradecido por presenciar ese instante sublime en el que una muchacha bonita, de pechos bellos, dejaba que los hilos invisibles de la música la fueran guiando por caminos también invisibles. Ella (perdón por insistir) estaba sentada y aun así parecía bailar. No podía ver sus pies, pero imaginé que, igual que las demás extensiones de su cuerpo, estaban en movimiento. Supe, también, que su corazón palpitaba al mismo ritmo. Como era una chica linda pedí a todos los santos (para no frustrarme) que no fuera una canción de Arjona la que movía sus hilos. Me hubiese gustado que ella me viera, me llamara y que, notando mi insistente mirada, me ofreciera el audífono que no utilizaba y me dijera: “¿Quiere escuchar qué oigo?” y me colocara el audífono en cualquiera de mis oídos y yo escuchara a Barry White y ella, viendo mi rostro iluminado, dijera: “Mi papá es admirador de la música de Barry y yo ya me volví adicta”. Para ese momento, mi cuerpo también ya estaría entregado a esos hilos invisibles y, con pasito tuntún, yo movería mis pies y ella, muchacha bella, hilo de oro de la vida, sonreiría satisfecha, y yo sonreiría más por esa gracia divina de poder compartir ese instante con ella.
Pero nada de esto se dio. Yo seguía con el periódico entre mis manos, desviando la mirada de las hojas, insistiendo, desde el asiento, para atisbar el tatuaje. Pensé que, con cualquier pretexto, podía levantarme, acercarme a ella, acodarme en el escritorio y, con ligero atrevimiento, ver el dibujo, pero luego pensé que (me conozco) mi mirada delataría cierta perversión, ella se ofendería, porque pensaría que mi mirada estaba dirigida más a su pecho que a su tatuaje. Si debo ser sincero, desde mi asiento se veía un busto como de duna sencilla y agradable donde el deseo podía levantar su tienda de campaña.
Escuché su voz (tenía un tono medio, muy sensual, como de esas actrices que tienen como única misión en el mundo la encomienda de seducir a los espectadores). Dejé el periódico y me acerqué. ¿Se haría realidad mi deseo? ¡No! Dijo que el arquitecto me esperaba y señaló una puerta hacia donde debía caminar. Por un instante me resistí. Hubiese querido quedarme un rato más, sólo breves instantes, para apreciar su tatuaje, para llenar mi mirada con los pétalos de su cuerpo, para escucharla decir: “¿Le gusta la música de Barry White? ¿Quiere oírla?”
Cada ser humano tiene su propia definición de música. No digo la mía, porque no alcanza a los hilos invisibles de la definición del abuelo, pero mi definición tiene algo de aire y algo de vuelo.
jueves, 19 de abril de 2018
LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA
En Comitán hay casas viejas que tienen ventanas minúsculas, como si fuesen de una casa de muñecas o de la casa de Pulgarcito. Bernardo dice que existe un antecedente histórico que puede explicar tal rareza. Y digo rareza, porque se entiende que una ventana debe ser amplia para permitir el paso del aire y de la luz solar. ¿De qué sirve una ventana del tamaño de una uña? Bernardo dice que un presidente de la república determinó que el propietario debía pagar un impuesto por cada ventana que tuviera su casa. El impuesto era proporcional al tamaño de la ventana, casi como si dijéramos: “Ventana grande, impuesto grande; ventana pequeña, impuesto pequeño”, así, proliferaron las ventanas minúsculas. Por el decreto presidencial los propietarios debían pagar buenos pesos por la entrada del aire y del sol. Los pobres, como sucede en forma regular, recibieron poco aire y poca luz solar.
Este balcón es atípico. No tiene nada qué ver con lo relatado, pero debe tener alguna explicación que está más allá de lo obvio, de lo racional.
Los balcones (salvo éste) sirven para que el propietario salga al exterior, se acode y, desde ahí, vea lo que sucede en la calle. Cuando hay un acto público, un desfile, por ejemplo, los propietarios de casas con balcones se diferencian del pueblo, porque aquellos ven el acto desde la altura, abren las puertas y se asoman a los balcones, con la misma dignidad con que el presidente de la república se asoma al balcón central del palacio nacional y desde ahí da el grito de independencia. Ellos, desde arriba, tienen el mundo a sus pies.
Este balcón (si lo vemos bien) no tiene las dimensiones exigidas. El barandal es altísimo, lo que impide que el propietario pueda acodarse cómodamente. En realidad, el error arquitectónico no está en el balcón. ¡No! El error está en la proporción de la puerta. No corresponde con la pulcritud del balcón. Casi pareciera que es como un remiendo, como si, al principio, no hubiese existido un balcón, como si, inicialmente, sólo existiera una ventana, con postigos de madera y, con un complejo ancestral, el propietario dijera: “¿Por qué mi casa no puede tener un balcón como las casas de los ricos?”. Así pues tomó medidas de un balcón normal y luego exigió su colocación.
No sé qué pasó el día del desfile. Tal vez el propietario abrió los postigos, sostuvo sus manos en los barrotes del balcón y, como si fuese un canario, atisbó a través del balcón, sin poder pararse (se habría golpeado la cabeza).
Rosario Castellanos escribió en la novela “Balún-Canán”: “Debe ser tan bonito estar siempre como los balcones, desocupado y distraído, sólo mirando”. Rosario tiene razón. Debe ser bonito estar siempre como este balcón: mirando hacia la calle. Pero lo que Rosario no dijo fue que debe ser feo poseer un balcón que no sirve como balcón, que es como una simple contraventana.
A este balcón le falta altura. Si el propietario mandara a abrir el espacio superior de la ventana, podría darle aire a la casa y lograría que su casa tuviese un verdadero balcón, un balcón soberbio. Total, en estos tiempos los decretos presidenciales para impuestos ya no tienen incidencia directa en el tamaño de las ventanas. Hoy, los impuestos se pagan a través de inventos neoliberales como el IVA o como el aumento diario a las gasolinas.
miércoles, 18 de abril de 2018
UNA PARED QUE YA NO ESTÁ
Es muy atrevido decirlo, pero esta imagen puede ser la síntesis de estos tiempos. Caminaba por la calle y hallé esta imagen: un par de albañiles tiraba esta pared iluminada. Es una pared de bajareque, se ven los postes de madera, las varas horizontales que funcionan a manera de amarre y las plastas de lodo. No es casual que en un temblor estas paredes cedan con más facilidad. ¡Eran tan frágiles! Sin embargo, en el Comitán actual hay muchas casas que ahí siguen tan campantes.
Entré y le pedí permiso al maestro albañil. Le pedí que me permitiera tomar una fotografía a esta pared, antes de que la derribara (Tal vez en este momento, la pared ya no existe más, sólo pervive en esta fotografía).
Entiendo que el propietario está sustituyendo las paredes de bajareque por paredes de ladrillo, con cimientos, trabes y columnas con varilla y cemento, para que la propiedad garantice su supervivencia por treinta o cuarenta años más. Entiendo que son tiempos que exigen mantenimiento para que las casas sean seguras. En los últimos meses, la Tierra (por estos lugares) se ha vuelto más bailadora que antes, a cada rato anda bailando al ritmo del chachachá y esto ocasiona fracturas y grietas en las casas con paredes de bajareque.
Tomé la fotografía y luego vi con atención el paisaje. Pensé que los albañiles (sin saberlo bien a bien) habían tirado un árbol y un pedazo de cielo. ¡Dios mío! Lo que pensé era una exageración. Lo que ellos habían tirado no era más que pedazos de resane y piedra y lodo. Pero, como dije al principio, pensé que esto podía ser como una síntesis de estos tiempos. El otro día fui a la Ciudad de México y desde la ventanilla del avión supe que ya estábamos llegando cuando vi una nata de smog cubriendo la ciudad; es decir, los seres humanos, así como estos albañiles, también tiramos pedazos de cielo. ¿Los árboles? ¡Ay, Señor! En las carreteras de Chiapas, vemos a cada rato enormes camiones que llevan decenas de troncos de árboles que fueron talados de manera inmisericorde.
El propietario de esta casa la está arreglando. Por eso decidió sustituir el bajareque por el cemento. ¿Qué hace el mundo? Está botando los cielos y los árboles de la naturaleza y, de igual manera, los está sustituyendo por cemento. Esto último sí es una apuesta equivocada, es una estupidez.
Vi el mural y pensé en su simple belleza. Ahora (lo más seguro) es que la pintura ya no existe, el muro ya cayó (dicen los analistas políticos que de igual manera caerá el muro que Trump levantará). Vi el piso y ahí vi fragmentos con pintura azul (tepalcates) y supe que ahí, ya en el suelo, estaban los pedazos de cielo; ahí en el suelo, también, estaban los fragmentos de la fronda del árbol. Casi casi oí un ligero piar, como si ese árbol hubiese tenido un nido y los pajaritos, que esperaban a su madre, para que les diera la comida en el pico, habían caído también y ahora piaban y alzaban sus alitas queriendo volar. Pero deseché la idea, porque era una locura. Mas luego pensé que no lo era tanto en la Selva, porque en la Selva, todos los días, los taladores botan decenas, centenas, de árboles y muchos nidos caen y los pájaros mueren. ¿Cree la humanidad que luego los sustituirá por aves de cemento?
El río refleja el azul del cielo, corre alegre por en medio de pendientes de tierra roja y de césped color Irlanda. En la pendiente se aprecia un hato de flores y hojas y unas mariposas jugando el infinito juego del aleteo de la vida. ¡Ya nada de esto existe! La pared ya cayó.
Dije que podía ser como una síntesis de los tiempos actuales. Nuestra pared de vida se está cayendo, se derrumba. Nos quedamos sin cielos, sin árboles, sin aguas limpias (basta ver lo que sucede en el Río Grande o en los Lagos de Montebello).
Me despedí. Dejé a los albañiles en su labor de derrumbe, para que luego acometieran la labor de reconstrucción. Caminé por la banqueta. Algo oprimía mi corazón. Me senté en una banca del parquecito de El Calvario y miré hacia arriba, necesitaba ese azul puro del cielo comiteco. ¡Lo necesitaba!
martes, 17 de abril de 2018
SIEMPRE
“Como siempre, ¿verdad?”. Esto fue lo que me dijo el peluquero. Dije que sí. Él, silbando, comenzó su labor de botar el cabello sobrante, con la tijera.
Siempre que voy a la peluquería tengo dos sensaciones: una, de desasosiego, y otra, de alegría.
Ya he dicho que no disfruto el trance de sentarme en el sillón del peluquero (ya falleció el maestro que desde niño me cortó el cabello y con quien me sentía muy bien). Pero, siento alegría cuando entro al local y advierto que tiene espejos en todas las paredes y hay un juego donde las imágenes se repiten de manera divertida, como si trataran de explicar esa teoría de los universos paralelos.
La sensación de desasosiego la tengo porque recuerdo un muy buen cuento de Nabokov, donde narra el instante que un hombre se sienta en el sillón y el peluquero lo reconoce como el tipo que lo humilló en un campo de concentración (o algo así). Veo la navaja del peluquero y una gota de sudor recorre mi columna, al recordar que el peluquero del cuento sostiene la navaja y la coloca sobre el cuello del hombre, quien ignora que el peluquero lo ha reconocido y en su mente y en su corazón brotan sensaciones de odio y de coraje.
Pero, ahora que me senté, olvidé mi desasosiego, porque el peluquero me dijo: “Como siempre, ¿verdad?”. Me sentí bien. Como si estuviera en casa, con alguien de toda mi confianza, porque esas palabras sólo pueden decirse cuando hay una cuerda de afecto. El “Como siempre” me indicó que él soltaba un barco en mi mar y yo mantenía mis aguas sin tormenta.
Pero, luego pensé que ese “Como siempre” no “siempre” fue tan afectuoso, no “siempre” tuvo la carga de afecto que empleó el peluquero.
Mi mamá (cuando yo estudiaba la preparatoria) me soltó las frases varias veces y sonaba como reclamo. En dos o tres (o más ocasiones) mi mamá me dijo: “Anoche viniste tomado otra vez”, y al final, soltaba el “Como siempre”. Yo, apenado (y un poco crudo) nada decía, sólo bajaba la cabeza, pero tenía ganas de explicarle a mi mamá el significado de “Como siempre”; deseaba decirle que de las trescientas sesenta y cinco noches que tenía el año, un noventa y ocho punto nueve porcentual llegaba en completo estado de sobriedad, sin comer ni siquiera un curtidito, pero no lo decía, porque la cautela recomendaba hacer silencio y recibir el regaño y la posterior recomendación de mi mamá que concluía invocando a Dios (eso sí lo hacía ella siempre): “Que Dios se apiade de vos”.
Cuando estudiaba en la UNAM, me enamoré de una amiga (ella no se enamoró). A pesar de que nunca fuimos novios, ella me trataba como si fuera mi esposa y, a cada rato, le brotaba el síndrome del “Como siempre”, que yo conocía al dedillo. Cuando caminábamos por “Las Islas”, ese espacio lleno de cielo en Ciudad Universitaria, y pasaba una muchacha bonita a mi lado, yo (siempre lo he reconocido) no podía evitar mirar su busto. Mi amiga, como si metiera una llave en mi brazo, le daba vuelta sobre mi piel, y me decía: “Ahí estás de caliente, ¡como siempre!”. Yo le explicaba lo que siempre he explicado: Que lo mío no es lujuria, sino lección de anatomía para los cuadros que pinto y que, en su mayoría, son pinturas figurativas (Dichoso Diego Rivera, quien siempre tuvo un estudio con mucha luz y él tuvo el suficiente dinero para pagar a una chica profesional que le servía de modelo de las mujeres que pintó en sus murales y en sus cuadros de caballete). Bromeaba con mi amiga y le comentaba que ella debía posar desnuda para mí. Ella decía: “Como siempre, sales con tus babosadas”, le daba vuelta a la hoja (un poco como pensando que a palabras necias oídos sordos) y me invitaba a comer una torta en la cafetería de la Facultad de Filosofía.
Ahora pienso que el “Como siempre” debería estar reservado para las ocasiones luminosas, para los espacios donde suena como un puente afectuoso. Me encantaría que la chica dijera a su amado: “Te lo hago como siempre, ¿verdad?” y él, con cara de pan envinado, dijera que sí, como siempre, y ella se parara del sofá de la sala y caminara hacia la cocina para prepararle el pan compuesto como a él le gusta. Me encantaría que él le dijera a su chica amada: “¿Quieres que te consienta como siempre?”, y ella dijera que sí, como siempre, y él colocara una almohada en su cabeza, subiera los pies de ella en el sofá y, con un poco de aceite, le diera un masaje que fuera como un paseo por una playa tibia a las seis de la tarde.
Cuando el peluquero me dijo que ya había terminado yo me bajé del sillón y pregunté cuánto debía y el maestro peluquero volvió a sorprenderme: “Lo de siempre”, respondió, y yo busqué el billete en mi billetera y dije que así estaba bien, que no me diera cambio, lo hice como siempre lo he hecho, desde que frecuento esa peluquería donde me siento bien y olvido mi desasosiego Nabokoviano.
lunes, 16 de abril de 2018
LA TARDE QUE EL DIRECTOR GENERAL DE CONECULTA-CHIAPAS ME ENVIÓ AL COSTAL DE “LOS OTROS”
Rosario Castellanos cumplió noventa años en 2015. Dada la relevancia de la vida y de la obra de la escritora, varias instituciones oficiales editaron un libro para conmemorar tal fecha. El libro se llama “Poesía fuiste tú. A 90 años de Rosario Castellanos”.
No es casualidad que nueve escritores aparezcan en dicho libro. No lo es, porque, quienes imaginaron dicho libro, tienen conocimiento de que “Balún-Canán” significa “Nueve guardianes o nueve luceros”. Comitán, pueblo-herencia de Rosario, lugar donde ella vivió su niñez y parte de su adolescencia, y que fue la luz para el proceso creativo de dicha novela, está señalado por ese simbólico número nueve.
Un día, de manera generosa, recibí la invitación para participar con un texto. Lo escribí y lo envié. Mi textillo se llama: “Un rosario para Rosario, desde Comitán”. El texto apareció publicado al lado de los otros ocho, con lo que el Nueve dio forma a la figura simbólica.
¿Cuáles son los otros ocho textos que aparecen en el libro? Aparece un texto de Guadalupe Loaeza, que se llama “Aquellos ojos tristes de una tal Rosario”; se reproduce una entrevista que Rosario concedió a Emmanuel Carballo; la poeta Dolores Castro dividió en dos su aportación, la primera se llama “Caminando con Rosario Castellanos” y la segunda es un acercamiento a la obra de su amiga que tituló “La poesía de Rosario Castellanos”; Beatriz Espejo envió un texto que se llama “Rosario Castellanos: sus juegos creadores”; Pável Granados se enfocó en el trabajo periodístico de la escritora, su texto tiene el siguiente título “Rosario Castellanos, periodista”; El narrador David Martín de Campo escribió “El espejo de Rosario”; Lauri García Dueñas se concentró en la personalidad nubosa y tituló su texto de la siguiente manera: “Rosario Castellanos: Destino, fatalidad y amor desoído”; y el texto que cierra el libro se llama “Rosario Castellanos y Jerusalén”, de María Teresa Miaja.
Los simbólicos nueve textos son piezas de un mínimo rompecabezas que aportan una imagen de la escritora. El libro tiene un plus (mojol de lujo): incluye los discursos de quienes han recibido la Medalla Rosario Castellanos (hasta 2015).
En la presentación que redactó Juan Carlos Cal y Mayor Franco, Director General de CONECULTA-Chiapas, dice que el libro “…es una edición que nos permite reflexionar en torno a su vida y su obra a través de algunos de los grandes autores de las letras mexicanas: Guadalupe Loaeza, Emmanuel Carballo, Dolores Castro, Beatriz Espejo, David Martín del Campo, entre otros.”
Sí, yo entiendo que los cinco escritores mencionados por el licenciado Cal y Mayor Franco son “grandes autores de las letras mexicanas” y los otros cuatro (que nos envió al costal de “los otros”) no pertenecemos a tal categoría.
Lo menos que puedo decir de mi destacado paisano es que no fue inclusivo, usó un rasero discriminatorio, cuando la calidad del libro exigía un rasgo mínimo de diplomacia, donde los nueve autores estuviéramos incluidos sin distingos, tal como aparecemos en la publicación.
Y entonces pensé, sólo como juego, qué pensaría él (Director General de CONECULTA-Chiapas) que alguien empleara su mismo método en un texto de presentación donde aparecieran los treinta y tantos directores de los institutos de cultura de la república mexicana. ¿En dónde aparecería él? ¿En el apartado de “grandes intelectuales” o en el costal de los otros?
Y sólo como mero juego busqué en el Internet, el nombre del Director de Cultura de Yucatán y hallé que es Roger Metri Duarte, y en su mínima biografía encontré que es narrador, poeta y ensayista, premio nacional de poesía y premio estatal de literatura.
Y luego, sólo como mero juego, busqué en Google, el nombre del Director General del Instituto Veracruzano de la Cultura y hallé que es Enrique Manuel Márquez Almazán, único violinista mexicano que ha debutado en Carnegie Hall y es graduado de la Universidad de Harvard.
Y luego, sólo para seguir el juego, escribí el nombre de Juan Carlos Cal y Mayor Franco, en el buscador, y hallé que estudió la licenciatura en Derecho, en la Universidad de Guadalajara, que ha sido diputado local y que ha ocupado diferentes cargos en la administración pública.
Y pensé que si yo debiera redactar un texto que mencionara a los treinta y tantos directores de cultura de los estados, a todos, ¡de veras!, los metería en el mismo costal, porque (a pesar de las abismales diferencias intelectuales) todos tienen cargos semejantes.
En el libro “Poesía fuiste tú. A 90 años de Rosario Castellanos” aparecemos nueve escritores. El director general de la cultura de mi estado nos mandó a cuatro en el costal “de los otros”. Le faltó, digo yo, un poco de tacto, un poco de diplomacia, un poco de respeto al trabajo “de los otros”.
domingo, 15 de abril de 2018
CARTA A MARIANA, CON VENTANAS
Querida Mariana: Dicen que las comparaciones son odiosas, yo agregaría lo siguiente: “Los contrastes son necesarios”. ¿Cómo identificar el don de la luz si no se contrasta con la oscuridad?
¿Qué ves en la fotografía que anexo? ¡Sí! ¡La luz!
Te cuento, la mañana del viernes me llamó Irene y preguntó si había visto las imágenes de lo que había ocurrido en Siria. Dijo que Estados Unidos de Norteamérica, Francia e Inglaterra, habían enviado misiles a Siria. Irene estaba nerviosa, tenía una voz de colibrí cansado de tanto aleteo. Le dije que se calmara y logré el efecto contrario. No se calmó, al contrario, casi gritó: “¿Cómo pides que me calme? ¿Ya pensaste en lo que sufren aquellos niños?”
No, no lo había pensado, hasta el momento en que Irene dijo que aquellos niños viven sometidos al chicotazo permanente de la guerra.
En la tarde del mismo viernes asistí al Museo de la Ciudad, de Comitán, y hallé esta imagen: seis niños que realizan el corte inaugural de la Exposición Colectiva Infantil. Y digo seis niños, porque la directora del Museo es una mujer con corazón sencillo, juguetón, responsable, imaginativo: corazón de niña. Ella acompaña a los niños expositores (En el programa aparecen los siguientes artistas expositores: Axel Daniel Trujillo Miranda, Luis Rodolfo López Cid, Gissel Flores Robles, Mariana Moreno Guillén, Jesús Espinoza Álvarez, Mya Fores Morales y Yusavi Hernández Córdova. En el corte de listón faltaron dos).
Digo entonces que esta imagen contrasta con la imagen que se da en Siria. Lamenté que Irene no me hubiera acompañado a la exposición. Esta imagen (como a mí me sucedió) habría sido como ungüento para su desasosiego y lógica preocupación.
Irene sostiene que el mundo debería ser esto: niños pintores cortando el listón en un museo, porque ahí se expone obra realizada por ellos. Ellos, igual que muchos niños de Comitán, juegan y la directora del Museo, como mamá gallina, los convoca, los cuida, los protege, les brinda este instante de alegría.
¿Quién sabe si algún niño expositor logrará algún día realizar una exposición individual en el Reina Sofía, de España? ¡Nadie puede saberlo! Pero, ¡no importa! No importa, porque de lo que se trata es de jugar, no se deslumbrar.
Lo importante de la imagen es que estos niños comitecos no están contaminados con la baba de la guerra. Estos niños pintan imágenes llenas de color. Sus colores son como ríos de aire, como nubes armoniosas. De sus cielos sólo bajan aves, nunca bombas. Los adultos del mundo deberían procurar, siempre, esa burbuja protectora para que los niños vivieran una infancia sencilla.
No comparo el día a día de los niños sirios con el día a día de los niños comitecos. Lo que sí hago, consciente de que eso es preciso, es contrastar la nube de los niños sirios con la nube de los niños comitecos.
La directora del Museo de la Ciudad de Comitán sabe que es preciso regar estas plantas y proveerles luz solar y ventilar sus ventanas, abrirlas, ¡airearlas!
La tarde de exposición no pensé (lo siento) más que en estos niños, en sus rostros. Le marqué a Irene, pero no respondió. Su celular dijo: “El número que usted marcó está ocupado”, y durante tres intentos, en el lapso de media hora me dijo lo mismo. ¿Con quién estaba ocupada Irene?
Yo estuve ocupado en ver las caritas de estos niños; estuve ocupado en pensar en el contraste; en agradecer la lluvia de luz de la directora del Museo; en agradecer por ese instante.
Me retiré, en cuanto se realizó el corte de listón y el maestro de ceremonias avisó que la audiencia podía pasar a ver los cuadros. Siempre lo hago así. Dejo la visita para días posteriores, para observar con atención cada cuadro. Hoy lo haré, hoy iré al Museo para ver la obra de estos niños pintores. Sé lo que ya te dije: Hallaré cuadros con mucho colorido. La oscuridad de la guerra estará ausente. Así debería estar en todo el mundo. Los niños deberían, en este momento, estar aprendiendo a tocar el piano o el violín; deberían estar jugando pelota o saltando la cuerda; deberían estar leyendo el cuento: “La peor señora del mundo”, del escritor mexicano Francisco Hinojosa; deberían estar sentados en los parques comiendo un helado; deberían estar cantando, bailando; deberían estar pintando, pintando imágenes llenas de esperanza, de luz. Los niños del mundo deberían estar iluminando sus mundos con colores lejos del gris bomba, del negro muerte.
Posdata: ¡Ay, Mariana! Irene tiene razón, el mundo es una mierda. Pero, a veces, a veces, el mundo se pinta con los colores que usan estos niños para hacer sus cuadros, se pinta del color ámbar con el que trabaja la directora del Museo de la Ciudad, en Comitán. Esto es el contraste, el contraste necesario para alimentar la ventana que abre sus alas como paloma de la paz.
sábado, 14 de abril de 2018
CARTA A MARIANA, DONDE SE ENCIMAN PREGUNTAS
Querida Mariana: ¿Has visto cómo los turistas extranjeros llegan a nuestro pueblo con un libro grueso debajo del brazo? ¿Nunca te has preguntado qué dice de Comitán esa guía turística?
Cuando alguien viaja, busca información mínima del país que visitará, para no llegar con la venda en los ojos. Las grandes editoriales publican guías turísticas y éstas sirven para orientar al viajero.
Imaginemos a una pareja de franceses que decidió vacacionar en nuestro país. Van a la librería “Shakespeare and company” y eligen una guía que, en letras grandes, dice: “México”; luego se sientan en un café al aire libre y leen la información mínima del país que visitarán.
Esta información refiere datos geográficos, políticos, culturales y sociales. Sin duda que la guía les dice que en la Ciudad de México hay smog, que la altitud es de tantos metros sobre el nivel del mar, que el clima no es extremoso, que deben tener cuidado porque la violencia está a la vuelta de la esquina. Sin duda que les advierte del “Mal de Moctezuma” y los previene de las molestias por comer chile.
¿Qué dicen esas guías acerca de Chiapas y, sobre todo, de Comitán? Como es conocimiento mínimo, estos lazarillos editoriales deben instruir a los viajeros en esas minúsculas trazas culturales. Pienso que estos libros tienen sugerencias y advertencias.
Si yo quisiera ir a París de vacaciones compraría una guía que dijera, en letras grandes, “Francia” y me enteraría qué lugares hay para asistir al teatro, qué librerías existen, qué restaurantes sugieren y cómo puedo desplazarme en Metro a los diferentes barrios de la ciudad. ¿Qué ropa debo llevar si voy en diciembre o si voy en abril? ¿Cuáles son los precios para entrar al Museo del Louvre? Y, tal vez, venga un apartado con frases para pedir un pastel o un refresco o para preguntar “Oú se trouvent les toilettes por hommes?”, que, más o menos, significa: “¿En dónde están los sanitarios para que yo haga pis?”.
Imagino, entonces, que la guía de “México” ofrece datos mínimos para que la pareja de franceses tenga una idea de cómo es Comitán.
No pensés que mi ejemplo es desventajoso, porque alguien podría pensar que París es mucha ciudad para Comitán. Bueno, nadie pone en duda que aquella ciudad francesa es una de las ciudades más hermosas del mundo. Una amiga me dijo un día que cuando estuvo frente a la Torre Eiffel y caminó por el Palacio de las Tullerías y por los Campos Elíseos y por Montmartre pensó: “Esta ciudad la construyeron para ser bonita”.
Nuestro Comitán, también, es un pueblo bonito. La pareja de franceses que llegará al pueblo no piensa hallar la suntuosidad de París. ¡No! Lo que pretende hallar es un pueblo discreto, con una cultura auténtica. No vendrán a comer croissants sino a probar los panes compuestos. En la guía, sin duda, hay un apartado que explica qué es un pan compuesto, qué ingredientes lleva y los lugares donde se pueden probar los mejores. No será casualidad que mencione al “Foquito”, lugar íntimo, atendido por mamá Lupita, que prepara unos de los mejores panes compuestos de todo el mundo.
Tal vez, la guía sugiere la visita al mercado Primero de mayo; tal vez, de pasada, dice que Rosario Castellanos (quien vivió su niñez y parte de la adolescencia en este pueblo), menciona dicho mercado aparece en su novela “Balún-Canán”. Ahí, en el mercado, se puede comprar cacahuates, de sabor exquisito; asimismo riquísimos chinculguajes que prepara doña Chusita, de Quijá. ¡Ah, pero eso sí! Si tienen ganas de hacer pis ¡jamás se les ocurra usar los baños del mercado! No, por favor, ¡no! Es una pena que en Comitán no existan sanitarios públicos higiénicos.
¿Sugerencias para visitar lugares? Bueno, la guía debe sugerir una visita a la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez (a la pareja de franceses le gustará hallar imágenes del París que conoció nuestro héroe, que en confianza le decimos Tío Belis); al Museo Arqueológico (que contiene una colección de piezas prehispánicas de valor, de la zona de Tenam y de Chinkultic); al Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos (la guía debe señalar que, por desgracia, la mayoría de cuadros son muestra de la pintura oaxaqueña y no chiapaneca, como debería ser); y, por último, debe recomendar la visita al recientemente inaugurado Museo Rosario Castellanos, que, la verdad, la verdad, nos quedó a deber, y no hizo justicia a la grandeza del personaje que debería ser motivo de real orgullo de Comitán para chentearlo con medio mundo. ¡Ah, olvidaba mencionar el Museo de la Ciudad! Claro, también nos queda a deber, pero es un buen acercamiento a las raíces de este pueblo.
La guía debe señalar otras características importantes, debe privilegiar el “cantadito” del habla popular y la riqueza de nuestro lenguaje. Tal vez mencione algunas palabras propias con su correspondiente definición: “flato” no corresponde a la acumulación de gases que se entiende en otras latitudes, sino que es un sentimiento de nostalgia y de tristeza (tiricia) que tiene mucha semejanza con la “saudade” portuguesa; “armonía”, no es un estado de equilibrio, sino un estado de inquietud. Estos ejemplos servirán para que nuestros amigos franceses sepan que Comitán es un pueblo sencillo y complejo.
La guía estaría incompleta si no advirtiera de riesgos y peligros, y esta es la parte del libro que los comitecos quisiéramos quemar, porque apena que una ciudad tan bella tenga esas manchas que, cada vez, se hacen más grandes y profundas. La guía debe advertir que es posible, muy posible, que en el trayecto de San Cristóbal a Comitán se topen con un bloqueo carretero y permanezcan varados horas y horas hasta que los líderes de las organizaciones den paso; es decir, la guía debe advertir que la Constitución Mexicana consigna que es delito federal bloquear las vías de comunicación, pero que hay grupos que ignoran la Constitución y las autoridades no aplican las leyes, porque el estado de Chiapas está sumido en el caos.
Es triste, pero la guía debe advertir que, de igual forma que sucedió en la carretera, es probable, muy probable, que el parque central de Comitán esté lleno de carpas donde los comerciantes ofrecen, además de una imagen sucia, artesanía de Guatemala.
La pareja de franceses debe saber que la violencia ha crecido de manera exponencial. Nuestros amigos viajeros deben tener conocimiento de que un disfrute gozoso es caminar por barrios tradicionales, ir a la Cueva, lugar donde se fabricó el “comiteco”, bebida que dio brillo a este pueblo, o a Yalchivol, donde siguen haciendo las tejas y los ladrillos, pero, si lo hacen, deben hacerlo en compañía de más personas, porque, en el momento menos pensado, dos maleantes pueden despojarlos de sus celulares y de sus carteras. Deben saber que Comitán es frontera y que, Dios mío, ¡qué pena!, cada vez se convierte en una ciudad con las desventajas de Tijuana, que es ciudad fronteriza del Norte.
Nosotros, quisiéramos que una guía turística hablara sólo de las bondades y bellezas de este pueblo (¡que vaya que los tiene por montones!), pero sería hipócrita no mencionar sus carencias y desventajas. En los últimos tiempos, los naturales de esta tierra hemos dejado de sentir la armonía, que en otras partes significa equilibrio, y hemos fortalecido el concepto comiteco que significa desasosiego. Vemos, con tristeza, que nuestra ciudad pierde el equilibrio que la hizo un lugar pleno y sosegado. La leyenda urbana cuenta que era una ciudad limpia (los visitantes de antes daban fe). ¿Ahora? Hasta las propias autoridades permiten que sea una ciudad sucísima. En pleno parque central, un lugar lleno de luz como es el espacio donde está la escultura de Luis Aguilar, “Día marcado”, lo convirtieron en espacio para colocar la basura antes de que pase el camión recolector. Decenas de bolsas de basura afean el centro.
Ahora la leyenda urbana cuenta que hay una escasez tremenda de agua entubada. Si la guía turística menciona que en La Pila hay agua que, generosamente, brota de los chorros y que el sonido del agua es como un canto líquido de cenzontle, habrá que advertir que ya no es así. Un gran porcentaje de población no recibe agua en sus casas (hay usuarios que, molestos, aseguran que llevan más de seis meses sin recibir gota de agua).
Posdata: Uno quisiera sólo hablar de las cosas bonitas, pero no es posible ni es justo para el viajero. Las guías tienen sugerencias y advertencias. Siempre sugeriremos que lleguen a Comitán, que se llenen con sus cielos y con sus aires, con la riqueza de su cultura y con la afabilidad de los auténticos comitecos, pero también advertiremos que caminen con cuidado, porque el pueblo ya no es lo que era. Necesitamos en puestos públicos a personas que amen a Comitán. ¡Lo necesitamos, con urgencia!
viernes, 13 de abril de 2018
INSTANTE CRUENTO
Sólo la naturaleza sabe con precisión cuándo llega la primavera. Los sabios nos dicen que un día a tal hora llega la primavera, lo dicen como si lo sintieran en su cuerpo. Con voces engoladas dicen que el equinoccio de no sé qué tantos ya llegó. ¡Falso! Falso porque a la hora que los niños del jardín desfilan por las calles del pueblo y la multitud los aplaude desde la banqueta, comienza a llover y hace un frío como si fuera temporada de invierno. Las niñas que van disfrazadas de flores o de árboles buscan los brazos de sus mamás, huyendo del agua. Terminan como flores en florero, con las caras manchadas porque la pintura corre por las mejillas.
¿Quién puede decir el instante preciso en que la inocencia termina? ¡Nadie! Todo mundo habla de la inocencia de la niñez. Hay, incluso, una fecha en el calendario que conmemora el Día de los Inocentes; es decir, la inocencia es una característica humana que se pierde, así como se pierde la virginidad, por ejemplo.
Los inocentes siempre son niños. La inocencia tiene que ver con la edad. Llega un momento en que el niño pierde la inocencia y deja ese mundo tan de cristal pleno. Cuando a algún viejo le dicen: “Ay, te pasaste de inocente”, lo que en realidad le están diciendo es que se pasó de tonto, porque (ya se dijo) la inocencia es don de la niñez.
Pero, ¿en qué momento se pierde la inocencia? Ningún humano puede dar fe de ello. Tal vez depende del carácter del niño, porque hay infantes que son inmaculados frente a otros que son unos verdaderos demonios. Estos últimos perdieron su inocencia en algún momento precoz. Porque eso sí, todos los niños, al nacer, traen la estrella de la inocencia pegada en su frente, pero en algún infausto momento tal bendición se extravía.
Pau ¡perdió la inocencia! Ayer, en la tarde, fui a su casa y la hallé sentada en el piso en un rincón de la sala. Por lo regular siempre corre hacia mí y me abraza. Ayer estaba con las manos abrazando sus rodillas y con la cara hacia abajo. Llovía. Así que la escena fue un poco dramática. El cristal de la ventana estaba empañado, como empañada su cara. Su mamá me llevó al patio y me dijo que había perdido la inocencia. ¡Qué! Pero, ¡cómo!
Sí, dijo ella, y puso la misma cara que yo puse cuando de niño me enteré que habían matado a los conejos de la casa para hacerlos barbacoa.
Y me contó. Me contó que Pau se sorprendió la primera vez que escuchó la palabra “maravilla”, su rostro se iluminó y terminó “maravillado”. Desde entonces la dividió en tres segmentos: Mar a Villa, e imaginó que el Mar era una mariposa que volaba hacia la Villa, donde todo era una convivencia ideal: las personas no trabajaban porque todo les era dado por la naturaleza, de tal suerte que la gente se dedicaba a comer, pasear, leer y llevar a sus hijos a los parques donde había mil juegos. La mamá de Pau me contó que ella se “maravillaba” cuando su hija pronunciaba la palabra (ya convertida en tres): Mar a Villa, y la repetía, y la cantaba, y saltaba la cuerda mientras la volvía a decir, una y otra vez: ¡Mar a Villa!, ¡Mar a Villa!…
Pero, ayer en la mañana, mientras la mamá preparaba el desayuno, Pau entró, con su sonrisa de ámbar, de siempre, y le preguntó qué significaba “Mara” y la mamá, mientras cortaba una rebanada de pan integral, le explicó que Mara era… bueno, el lector sabe. Entonces fue cuando la carita de Pau se transformó, fue como si un árbol comenzara a tirar hojas, como si la primavera hubiera concluido de manera brutal, sin aviso.
Luego supe que, sin explicación alguna, la palabra se había transformado en su cerebro de Pau. Ella, como siempre, jugaba en el patio con sus muñecas y cantaba las tres palabras: ¡Mar a Villa!, ¡Mar a Villa!… pero hubo un momento en que, como si fuese una piedra, algo se atravesó en su garganta y las tres palabras se volvieron dos: ¡Mara Villa!, ¡Mara Villa!… Cuando su mamá le explicó, la frase, de manera bestial, se convirtió en la Villa Mara y ya el lector puede deducir lo que se metió en el cerebro de Pau, y en su corazón.
Lo que era la imagen de la inocencia: Mar a Villa, se convirtió en una imagen violenta: Villa Mara.
Sí, Pau abandonó la inocencia. La abandonó de manera brutal, sin que ella lo supiera, sin que ella lo deseara.
No la busqué, ya no me acerqué a ella. No sé qué recomendaría una sicóloga. ¿De qué manera se acerca uno a la sobrina que el mundo le acaba de arrebatar su inocencia?
jueves, 12 de abril de 2018
DEFINICIÓN DE ORGÍA
“¡Al origen, ve al origen!”, dice tío Chilo, cuando menciona la palabra orgía. Yo, al consultar el diccionario de la Real, hallé: “Orgía: Festín en que se come y bebe inmoderadamente y se cometen otros excesos”. Comprendí que “otros excesos” significa desenfreno sexual. De hecho, cuando escucho tal palabra, de inmediato me llegan imágenes de bacanales romanas donde hay una multitud de mujeres y hombres que juegan de manera disipada. ¡Juegan!
Y el tío Chilo recomienda buscar el origen de la palabra, porque cada año envía invitaciones a amigos de la casa para celebrar con una “orgía” su cumpleaños número tal. Cuando los invitados reciben tal mensaje, las mujeres pegan el grito en el cielo y los hombres ¡también! Las primeras de coraje (¡Cómo se atreve a invitarnos a sus cochinadas!) y los segundos de gusto (¡Va a estar buenísimo el guateque!).
¡Al origen!, dice el tío, y explica que, en el principio, la palabra orgía se aplicaba al entusiasmo religioso en que agricultores alcanzaban un trance místico; es decir, era todo un ritual que potenciaba las capacidades espirituales, ¡nada que ver con el concepto actual!
El tío sigue enviando la misma invitación. El año pasado cumplió ochenta y cuatro. Su cuerpo físico ha disminuido, ahora ya usa lentes para leer y un bastón para caminar, pero (dice él) su espíritu se ha fortalecido y, gran parte de este logro, se debe a las orgías anuales que realiza en su casa y donde comparte el gusto por la vida con sus amigos y familiares cercanos. En la orgía del año pasado hubo marimba, un mago que hizo aparecer conejos en chisteras, un payaso, baile, comida (los meseros sirvieron una chanfaina deliciosa. La chanfaina es un guiso preparado con vísceras de borrego), botanas (chicharrón, frijoles refritos, guacamole, chile al pastor y tostadas de manteca), agua de chía, refrescos y tequila.
El tío sostiene que en el latín medieval, la palabra orgía se usaba como sinónimo de los misterios de la fe cristiana. Por esto, siempre repite que él hace orgías en su sentido original, un guateque donde el espíritu se regodea en el río limpio de la vida.
Quienes ya entendieron el concepto, quienes (invitados) han disfrutado el convivio ofrecido por tío Chilo, al día siguiente, muy orgullosos y satisfechos, cuentan a medio mundo en el café que estuvieron en la orgía que se dio en casa del tío y que “este año estuvo mejor que el anterior”. No falta el que (ignorante del principio) se sorprende y pone cara de tuza enchilada (en el fondo, lo sabemos, quisiera ser partícipe de tal ágape, porque son más los que se dan golpes de pecho, que los que alimentan su alma).
Yo sigo alimentando mi imaginación con pinturas donde las muchachas bonitas bailan para mí la danza de los siete velos y la danza del vientre, lo hacen para alimentar mi cuerpo y mi espíritu, para reafirmar que la vida, después de todo, es un exceso, un exceso de luz ambarina, donde lo único torcido es la retorcida mente del perverso que desconoce el uso original de la palabra orgía.
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