sábado, 30 de marzo de 2019
CARTA A MARIANA, DONDE HAY UN DISFRUTE DE VIDA
Querida Mariana: Algunos crecimos con complejos. Yo, por ejemplo, crecí con el complejo de que es malo sentir placer. Bueno, con decirte que tía Elena recomendaba no reír mucho, porque esto podía atraer la desgracia. ¿Mirás? Mi tía recomendaba reír con moderación; es decir, limitarse ante el placer. Ahora sé que eso era una bobera. ¿Vas a reír? Reí con ganas, si es preciso orinate de la risa, gozá cada instante. Y cuando llegue el momento de llorar, de igual manera, lloralo galán. La vida está llena de placeres, de disfrutes y de desgracias y todo debe recibirse con las manos abiertas, así como recibimos el sol, la lluvia y la nieve (bueno, en lugares donde nieva, porque acá en Comitán la única nieve que podemos gozar es la que compramos con los neveros del parque central o en la papelería “El Escritorio” o con doña Estelita de Martínez.)
Digo esto, porque uno de los disfrutes de la vida es ¡la comida! Y, de igual manera, en una ocasión me senté ante una mesa en la que una muchacha bonita (de verdad, bonita), en lugar de gozar el placer de la gastronomía, lo sufría, lo sufría como si estuviera en un potro de tormento, de esos que eran comunes en tiempos de la Inquisición. Cada vez que el mesero colocaba un plato con frijolitos molidos, con quesito y chiles de Simojovel, bien doraditos, o costillitas, ella, al contrario de los demás amigos, se lamentaba. Cuando le pregunté por qué ponía esa cara de ratón atrapado en ratonera, ella dijo que estaba a dieta y que la simple vista de esos chicharroncitos o de ese guacamole le provocaba un inmenso dolor, como si estuviera sentada en la sala de espera del odontólogo. ¿Por qué? ¡Porque estaba a dieta! ¡Por el amor de Dios! Sufría innecesariamente. ¿Para qué fue si sabía lo que ahí pasaría? Ya, metiéndome en argüendes ajenos, pensé que, o estaba a dieta porque quería bajar de peso (se sentía marranita, a pesar de que, así, sentada como estaba, yo veía que tenía un cuerpo de ocho punto ocho que subía a nueve) o porque su médico se la impuso para ayudar a aliviar alguna dolencia; es decir, en ambos casos había una razón de peso (bueno, más en el primer caso), pero ella no estaba recibiendo la bendición con placer. ¿No quería sufrir? Entonces, que botara la dieta, que aceptara estar pasadita de peso o que hiciera caso omiso de la indicación del doctor; o ¡lo contrario!, que disfrutara las verduritas al vapor, el atún sin aderezos, para que recuperara la figura esbelta o la salud completa. En uno o en otro caso todo debería recibirlo con placer, sin complejos, sin ataduras. Todo mundo ha dicho que la vida es única, no se repetirá, por lo tanto, debemos aceptar los placeres y llevarlos al límite del gozo.
Toda esta perorata, porque el jueves pasado hubo un acto celebratorio de trascendencia en Comitán: El restaurante ‘Ta Bonitío cumplió cuatro años y los cumplió como debe celebrarse el cumpleaños, porque los cumpleaños celebran la vida, siempre la vida. Los celebró con una Cena Degustación, con platillos de gourmet, donde el placer culinario fue el invitado de honor.
Recordé, entonces, que una tarde mi papá me platicó que el 10 de enero de 1964, Gustavo Díaz Ordaz llegó a Comitán, llegó como candidato del Partido Revolucionario Institucional. En esos tiempos, el candidato del PRI prácticamente tenía ganada la presidencia de la república. Recordá lo que Mario Vargas Llosa dijo respecto de ese partido político, era “la Dictadura Perfecta”. Las llamadas fuerzas vivas recibieron al candidato presidencial, sabiendo que estaban frente al próximo Presidente de México. Lo recibieron y le ofrecieron un banquete, cuyo menú consistió en lo siguiente: Aperitivo, coctel de frutas, entremés de camarones, sopa de espárragos, sopa de espagueti a la italiana, bacalao a la vizcaína, pollo en champiñones, dulce envinado y café. ¡Ah, un menú especial para un personaje especial!
Bueno, pues la Cena Degustación que ofreció el ‘Ta Bonitío estuvo a la altura, porque, en este caso, como es característica del chef Sergio Caballero García, invitaron a grandes chefs del país, quienes ofrecieron una cena de seis tiempos, cada uno con un platillo de excelencia. A mí me da mucho gusto que esto se presente en nuestra ciudad, una cena para paladares hedónicos. Comitán se ha caracterizado por el buen gusto en la mesa y sus riquezas gastronómicas son alabadas por medio mundo. El chef Sergio siempre está en busca de nuevas propuestas, siempre alienta la tradición y alimenta la innovación.
¿Querés mirar qué ofrecieron los chefs invitados y el propio Chef Sergio? El programa anotaba lo siguiente: Mirá, en el primer tiempo Kievf Rueda ofreció un aguachile de pepita con camarón fresco y cecina ahumada de Teopisca, acompañado con la sugerencia de Macario Vásquez: comiteco, Ancho Reyes y vino espumoso. En el menú apareció la palabra Maridaje, que me explican es el concepto en que el vino “casa” perfectamente con el platillo servido, a fin de potencializar los sabores. ¡Ah!, nadita, ¿verdad? El segundo tiempo fue ofrecido por Humberto Gómez y fue un Pulpo a las Brasas, con tsizim.
No sé a qué hora estás leyendo esta carta, espero que no sea en tu oficina, antes de comida, porque si es así, estoy seguro que ya comenzó tu estómago a levantar la manita.
El tercer tiempo lo ofreció el chef anfitrión y consistió en taco de zats con puré de frijol, puré de albahaca, acompañado de salsa tatemada.
¡Uf! ¡Qué delicia! Desde acá, estoy seguro, vos mirás cómo estas exquisiteces están preparadas con ingredientes regionales; es decir, esta Cena Degustación demuestra lo que siempre vos y yo hemos platicado, que Comitán y Chiapas deben ofrecer la riqueza de lo propio para que los demás y nosotros mismos la apreciemos, la disfrutemos y, sobre todo, ¡la gocemos!
El cuarto tiempo, perdón mi niña, pero me pongo de pie, lo ofreció Marta Zepeda, quien es una chef galardonada a nivel nacional e internacional y de quien me siento profundamente orgulloso, porque vos no estás para saberlo, pero yo sí, ¡yo sí!, para contarlo: Ella es mi sobrina, es nieta de mi querido tío Fernando Zepeda, hija de mi apreciado primo Paco y hermana de una de las poetas más brillantes de Chiapas: Mónica Zepeda. Perdón, tenés razón, me ganó la emoción. Pero, bueno, vos sabés cómo somos los viejos, nos llenamos de orgullo con los triunfos de los nuestros, de los cercanos. Marta ofreció un mole coleto con suprema de pollo, plátano macho y queso de Ocosingo.
El quinto tiempo lo ofreció Christian Constantino y consistió en costilla de cerdo ahumada, con madera de manzano.
Y en el sexto tiempo sirvieron brownie de cacao, acompañado de gaznate, de tascalate, yelli de frutos rojos y helado de café, acompañado por un carajillo poblano, y fue preparado por Jesús Sánchez.
Un amigo me platicó que Ancho Reyes es un licor hecho a base de chile ancho. ¡Qué maravilla! Nunca lo hubiera imaginado. Este licor fue ofrecido como maridaje del primer tiempo. Esto me provoca un gran placer, así a distancia. Me encanta ese conocimiento donde los expertos nos explican qué se lleva con qué. No es la tragazón porque sí. ¡No! La comida es un supremo placer.
A veces escucho que alguien juega con el concepto gourmet, dice que cenó una rebanada fina de maíz crujiente, cubierta con esencia de leguminosa refrita, y regada, abundantemente, con una mezla de jitomate y ají español, y luego, ríe y dice que eso no fue más que una tostada con frijoles y salsa.
Bromeamos, pero lo cierto es que nuestro paladar también se refina con el buen gusto, en la medida que conocemos. Mi amigo Quique bebía sólo cerveza en bote, y al bote le agregaba un chorro de limón y una pizca de sal. Un día, en buen momento, algún amigo le ofreció un vino y comenzó a aficionarse a esta bebida y, poco a poco, conoció más de esta bebida ancestral. Compró libros y fue a catas internacionales. Esto lo llevó, ¡por supuesto!, a hallar el concepto de maridaje. Hay vinos que potencializan los sabores de un platillo. Los legos sabemos lo esencial, pero ya es ganancia, sabemos que el vino blanco se lleva bien con el pescado y que a una carne no le cae mal un vino tinto. Esto es lo esencial, pero el universo de la gastronomía es tan ancho como el goce del buen vivir, del buen beber.
Posdata: El restaurante del chef Sergio le hace un gran bien a la tradición gastronómica de nuestro pueblo, le agrega el mojol a la vida, ¡el goce!
Yo crecí con muchos complejos. Poco a poco los he ido botando. Cuando escucho o veo algo simpático me boto de la risa, y eso que muchos amigos dicen que siempre estoy con mi cara de piedra. En realidad, disfruto la vida, la paladeo a cada instante, tal como, sin duda, lo hicieron los comensales que asistieron a la Cena Degustación, con la que el ‘Ta Bonitío celebró sus cuatro años de vida. ¡Comitán los celebra con ellos y con sus invitados de honor!
viernes, 29 de marzo de 2019
CARTA A MARIANA, DONDE LA MANO GENEROSA DICE ¡SALUD!
Querida Mariana: Así como a muchos lectores les gusta “Los amorosos”, del poeta Sabines, a mí me gustan “Los generosos”, esos hombres y mujeres que comparten sus conocimientos o su felicidad. El otro día, en una mesa, me topé con esta receta, receta para preparar el “Cogollito”, que fue compartida por los dueños de “El Adobe”, que, entiendo, es un restaurante de Las Rosas, Chiapas.
¿Mirás qué bonito nombre? ¡Cogollito! Pero lo más bonito, aparte del nombre y del acto de compartir, es lo que aparece al final de la receta, dice que sirve para el cólico. ¡Claro!, para paliar el cólico.
Yo, la mera verdad, no sé bien a bien qué es un cólico, pero tengo una amiga que, casi cada mes, dice que sufre cólicos cuando llega su menstruación. Así que busqué en el Internet y hallé lo que todo mundo sabe, pero que yo ignoro: “Cólico: Dolor en el vientre que es agudo, intermitente y espasmódico, y es debido a las contracciones de los músculos.”
¡Sí! He visto a personas que ponen sus manos en el vientre y se doblan del dolor, que, según la definición, es agudo; es decir, como de piquete de punta de cuchillo sin filo.
El mismo Internet (¡Ah, bendita maravilla tecnológica!) dice que el cólico se puede calmar con tomar una pastilla (hasta da el nombre de la pastilla) o hacer ejercicio o colocarse una almohada térmica en el abdomen o meterse en la tina con agua calientita. Pero lo que el Internet no dice es que también se puede aliviar un cólico bebiendo cogollito. Por desgracia, la receta compartida de “El Adobe” no dice cuál es la medida conveniente. Tal vez esto es cuestión de ensayo y error. Espero que no termine como la clásica frase que dice: “Tal vez no se te quite, pero te ayuda a olvidar”, en referencia a los amigos que recomiendan tomar tequila cuando uno tiene gripe, y digo esto, porque la receta para hacer el cogollito, lleva trago, ¡faltaba más!
De acuerdo con esta receta, mi amiga puede atenuar sus cólicos premenstruales bebiendo una copita o dos de cogollito. Bueno, es lo que digo yo, de acuerdo con lo leído. Si no sé qué es un cólico, menos sé si una muchacha puede beber alcohol cuando le llega su menstruación. Debe ser que sí, ¿verdad? Todo es muy natural, pero no sé. Disculpá, soy muy bobo.
Por esto, para evitar los cólicos, por menstruación o por otra afección, te paso la receta compartida. Va: “Trago de cogollito. Ingredientes y modo de preparación: Un litro de aguardiente, hinojo, verbena, hierbabuena negra, flor de lima, flor de naranja y puntas de guayaba. Se colocan en un recipiente y se deja en reposo por un periodo de treinta días para poderlo servir. Beneficios: Sirve para el cólico.”
¿Cómo lo ves? Sería bueno que guardaras muy bien esta carta, para que no caiga en manos de tu tío Enrique, porque ya lo estoy viendo, sentarse en la mecedora, ponerse marchito, llevar sus manos a la panza y comenzar a quejarse: “¡Ay, ay, pinche dolor tan jodido!” y pedir la botella de cogollito y empinársela como si fuera jarabe medicinal.
Cuando pasé copia de la receta a la tía Herlinda me dijo que el té de hinojo bastaba, que esto del cogollito es pretexto para beber trago. Romelia me dijo que para los cólicos premenstruales toma té de canela. Con eso es suficiente.
Posdata: Mi papá, en un barrilito de madera, ya curado, echaba un litro de posh y, con delicadeza, le agregaba nanche. Después de un reposo de dos o tres meses, lo veía entrar al oratorio, lugar en donde colocaba el barrilito, y tomar un poco de ese trago que, no curaba los cólicos, pero sí le inyectaba un color rojo a su cara y una explosiva contentura del espíritu.
¿Tenés cólicos? ¿Por qué no preparás un poquitío de cogollito? ¿Tenés un poco de flato? ¿Por qué no preparás un poco de posh con nanche? Esto, dicen los expertos, y confirman los generosos, ayuda a estar saludable y feliz. ¡Salud, mi niña! ¡Salud por siempre!
Más que los amorosos, me encantan los generosos, los que siempre comparten.
jueves, 28 de marzo de 2019
EJERCICIOS DE MEMORIZACIÓN
Se reunían todas las tardes, para evitar el olvido. Ya estaban viejos, Jorge tenía setenta y nueve años, era el más joven; Eduardo tenía ochenta y tres, era el más veterano. Se habían conocido desde niños, habían vivido en casas vecinas, en el barrio de Yalchivol.
Los dos, en pláticas con familiares, en plan de broma y también en serio, manifestaban que el Alzheimer comenzaba a rondarlos. Nadie recordaba cómo había llegado de improviso y se les había trepado. No recordaban, porque el Alzheimer tiene esa facultad de comenzar a esconder los recuerdos, las fechas, los rostros.
Jorge y Eduardo habían ido una tarde a visitar a Eugenio, el amigo que los había acompañado durante tantas tardes de juegos de dominó, de billar y de botanitas en el patio de la casa de Edelmira, y habían comprendido que el Alzheimer lo había cercado como puma al venado. Edelmira les contó que una tarde lo halló sentado, como niño, recargado en el árbol de aguacate. Ella le preguntó qué hacía y él dijo que no sabía. Como si alguien hubiese apagado la luz de su memoria, Eugenio había olvidado todo, ¡todo! Ellos se preguntaron si el Alzheimer actuaba así siempre, luego supieron que no, que, como en el caso de ellos, caminaba en puntillas y entraba al cuarto de la memoria, poco a poco, e iba apagando cada una de las velas. Edelmira había sido la novia eterna de Eugenio. Se hicieron novios cuando él tenía dieciséis y ella quince. Cuando Eugenio le propuso matrimonio, ella dijo que no, que no se casaría con él, pero que no se preocupara, porque tampoco se casaría con otro. Había decidido dos cosas importantes e irrenunciables, la primera era vivir soltera, y la segunda, dedicarse en cuerpo y alma a cuidarlo y a protegerlo. Le dijo: Vos vivís en tu casita y yo en la mía, pero la mía considerala tuya. Así, todos los amigos y vecinos fueron testigos de una maravillosa relación, en la que Edelmira atendía a Eugenio como si fuese su esposo. Ella le lavaba y planchaba la ropa, le servía su desayuno, con el infaltable chocolate calientito, la comida en donde no faltaban las tortillas recién salidas del comal y la borcelana con saquil, que es un platillo hecho con pepita de calabaza. Le servía su cena, con pan comiteco; y cuando tocaban las siete de la noche, en el reloj de la sala, él se despedía e iba a su casa. Al otro día llegaba temprano y Edelmira lo recibía con emoción contenida, con alegría de niña. Cuando los argüenderos y chismosos (¡nunca faltan!) hacían preguntas íntimas, ella respondía que sí, que hacían el amor, que eso era lo que hacían día y noche; y los curiosos impertinentes guardaban sus estiletes y quedaban mudos. La tarde que Jorge y Eduardo llegaron a la casa de Edelmira, se sorprendieron al hallar a su amigo carente de memoria y se sorprendieron más cuando ella les contó que todo el día hacían lo de siempre, como si él fuera un gatito al que ella le sirviera su ración de croquetas y su plato de leche. Él lo seguía a todas partes de la casa y ella era feliz. A la hora que el reloj de pared daba las siete campanadas de la noche, sin saber cómo, él se paraba y se despedía con un beso, pero se quedaba parado en la puerta, jugando con el sombrero, sin saber qué paso seguía; entonces ella lo llevaba a su recámara, le quitaba la ropa, le ponía el pijama y lo arropaba. Para tratar de estimular la memoria, como si fuese una mamá leyendo un cuento a su hijo, le contaba de los tiempos en que se habían conocido, de cuando iban de paseo a los Lagos, de cuando entraban al cine y se sentaban en las butacas de la última fila, de cuando los dos decidieron no estudiar en la universidad para seguir viviendo siempre en Comitán.
Jorge y Eduardo se reunían todas las tardes, se sentaban en las bancas del parque de San Sebastián. Era hermoso verlos y escucharlos platicar. Como si fueran niños de preescolar comenzaban a señalar lo que estaba al alcance de su vista y repetían los nombres de las cosas: Campana, campana, repetían; banca, banca, decían. Y así se estaban todas las tardes. Piernas, piernas, repetían a coro, y reían, cuando veían que la muchacha que había pasado frente a ellos apuraba su paso, tal vez alarmada por la presencia de esos viejos concupiscentes. ¡Ah, si ella hubiera sabido, que sólo era un par de viejos sencillos, honestos, que hacían ejercicios de memorización!
miércoles, 27 de marzo de 2019
CARTA A MARIANA, CON AROMAS Y SABORES EXTRAÑOS
Querida Mariana: Esta pieza de cerámica es una réplica. La pieza original fue hallada en Colima, es del periodo Clásico. Sí, es un chuchito, con una mazorca. Así lo dice la ficha, que, además, agrega un dato que no todo mundo sabe: “Debido a que desde épocas tempranas en Mesoamérica el perro sirvió de alimento, era común que algunos pueblos lo cebaran con maíz, para después ser consumido en fiestas y banquetes”. Y bueno, ahora nos alarmamos cuando nos enteramos que en la taquería fulana de tal servían tacos de carne de perro. ¡Nos alarmamos! Tal vez nuestra alarma debería ser moderada, ya que esta práctica no es más que el reflejo de nuestra herencia cultural: Somos un pueblo taquero que siempre ha comido carne de perro.
En la materia de Historia de México enseñan que los pochtecas (no creo que sean ancestros de los alegres bebedores de posh, en Chiapas) vendían chuchos en el mercado de Tlatelolco (xoloizcuintles). Estos perros estaban en el mismo petate donde ofrecían tortugas, conejos y armadillos; es decir, todos eran para el paladar exquisito de los antiguos moradores del valle de México.
A mí me han contado historias de mascotas que terminaron en la olla. Roxana contó que un tío le obsequió un corderito que se convirtió en su animal favorito y que, sin saberlo, se convirtió en el platillo de su festejo de quince años. Roxana lloró toda la tarde de su festejo. Su alegría inicial se convirtió en una gran tristeza y luego en un coraje de piedra cuando se enteró que en el recado de la barbacoa reposaba su animalito. El tío fue a su rancho para reponer el animal, pero, por supuesto, Roxana rechazó la propuesta. Ella sabía que era imposible su exigencia, pero zarandeaba al papá y le exigía que le regresara a su “Heriberto”, que así había bautizado a su mascota.
La historia de Roxana se ha repetido cientos de veces en todo el mundo. Ya te conté que a mí me tocó también ser víctima de esta atrocidad. Los conejos y patos son animales que casi casi nacen condenados a ir a la olla de vapor. ¡Tan bellos animalitos, tan amorosos, tan amigos!
Y cualquiera diría que la historia de los pochtecas ya pertenece al pasado. ¡No! Romina cuenta que en mercados de China venden carne de perro. Dice que una amiga china le contó que existe una especie de mafia que se dedica a robar mascotas o a atrapar a perros callejeros para alimentar el mercado negro. Los chinos consumen la carne de perro sin mayor problema.
En México tal práctica no es común. Dicen que, a veces, cachan a un taquero lazando perros callejeros o subiéndolos a la góndola de su camioneta; dicen que, a veces, a la hora de darle la mordida a un taco de carnitas, el taco parece quejarse con un tierno aullido; dicen que, a veces, en el momento en que alguien dice buen provecho, el comensal dice guau guau, por decir ¡guau!
Tengo amigos que son amantes de sus mascotas (chuchitos, la mayoría), los cuidan y los protegen en exceso. Ellos manifiestan el lugar común que dice que mientras más conocen a los humanos más conocen a sus chuchos; también alaban el concepto de fidelidad. En efecto, los chuchitos son animales tiernos, amorosos y fieles. Claro, cuando uno se entera que un chucho feroz atacó a un niño, un sentimiento confuso se apodera del espíritu humano. Nunca falta el que dice que está bien que sacrifiquen a esos animales, pero ¿quién aprueba la cacería de animalitos indefensos y nobles como los french poodle, si son tiernas cascaritas esponjosas?
Posdata: El otro día, Jesusa Rodríguez (artista, ahora metida a senadora) declaró que cada vez que alguien consume un taco de carnitas festeja la caída de Tenochtitlán. Fue una de esas declaraciones que los políticos avientan para hacer polémica, para levantar polvo y para que la sociedad se vaya por la orilla y deje de lado la reflexión importante. ¿Nadie le enseñó a Jesusa, en clase de Historia de México, que los aztecas se aventaban taquitos con carnita de xoloizcuintle? Parece que hay una consigna: desempolvar el pasado y echar la culpa de nuestras culpas a la conquista española. Lo peor y risible es que la declaración de Jesusa la hizo en castellano. ¿Nadie le enseñó, en clases de Español, que la lengua que hablamos nos la trajeron los conquistadores y evangelizadores? ¿Resulta ahora que cada vez que hablamos este maravilloso idioma festejamos la caída de Tenochtitlán? Jesusa, para ser nacionalista, debió hacer su declaración en Náhuatl. ¡Boba! (¡Xetoca!)
martes, 26 de marzo de 2019
LOS HIJOS DE DON PENE
Se pusieron de moda, en todo México. A cada rato, cuando aparece una persona con un mal comportamiento, alguien comenta que ese tipo es un hijo de don Pene. Los hijos de don Pene abundan. Parece que don Pene hizo honor a su nombre y regó hijos por todos lados. ¡Un verdadero garañón!
Ahí los vemos estacionándose en lugares especiales para discapacitados, sin ser discapacitados; los vemos metiéndose en las filas donde los demás respetan el orden; los oímos criticando sin ver la viga en el ojo propio; los vemos haciéndose tacuatz a la hora de pagar deudas contraídas hace dos o más años.
Los hijos de don Pene han existido desde siempre, pero es ahora cuando se han puesto de moda. ¡Y cómo no! Los muchachos de secundaria, ellos y ellas, a cada rato mencionan la palabreja. Tal vez, por tanta mención ahora hay más hijos de don Pene que árboles en la selva Lacandona.
Por ahí, los sociólogos deberán comenzar a hurgar en estos símbolos actuales. ¿Por qué ahora, más que nunca, han proliferado los ninis, los mirreyes y los hijos de don Pene? ¿Por qué ahora, más que nunca, las llamadas feminazis insisten en dañar el lenguaje escrito, en ofender su inteligencia, colocando equis o arrobas en el lugar donde debe ir la o a la a?
Los hijos de don Pene, se entiende, recibieron su educación inicial en las casas paternas; en donde, tal vez, aprendieron comportamientos abusivos y groseros. Algunos, en lugar de recibir leche, fueron amamantados con poquitos de cerveza y de tequila; sus entornos fueron entornos contaminados con humo de cigarro o de otras bachitas. Crecieron en la calle, ahí en donde proliferan basureros, cadáveres de perros, putas tristes, niños delincuentes y picaderos. Pero hay otros que nacieron en cunas selectas y, por imitación, se convirtieron en lo que son.
No debe justificarse el comportamiento agresivo, pero los hijos de don Pene bebieron aguas lodosas en su niñez. Los ninis y los mirreyes bebieron también aguas contaminadas.
Los hijos de la luz cada vez son menos. ¡Uf, qué pena! Los hijos de la luz siempre se alimentaron de ella y son los ciudadanos que aportan cosas buenas a las ciudades, que son incapaces de dañar el bien colectivo, que son atentos, responsables, y entienden que la convivencia colectiva sólo es posible si existe respeto a los semejantes.
Los hijos de don Pene se estacionan en lugares prohibidos, son los que pegan los cristalazos y roban las carteras dejadas en los asientos de los autos; los hijos de don Pene también son llamados Los Jijos, porque la jota suena más fuerte que la hache, que en muchas ocasiones es muda.
Es una pena saber que los hijos de don Pene se convierten ya en modelos a imitar. Hubo un tiempo (pasado infinito), en que los jóvenes tuvieron como ídolos a actores y actrices de cine, a deportistas sanos (como Pelé, en el fútbol soccer) o a santos (y no hablo sólo de Santo, el enmascarado de plata. ¡No!, hablo también de santos católicos. Yo conocí a un amigo que admiraba la vida de San Martín de Porres (mi amigo era de color moreno subido), y en su modesta pretensión trataba de imitarlo en actos mínimos). Ahora, hay muchachos que siguen a Maradona, quien, es cierto, fue un futbolista excepcional, pero, a la vez resultó pariente de don Pene, con su comportamiento inescrupuloso.
En la actualidad, muchos jóvenes (¡qué pena!) imitan comportamientos torcidos. ¡Cómo no, si los hijos de don Pene andan por todos lados, a cielo abierto, enviando mensajes a los cuatro vientos! En la televisión triunfan muchos conductores hijos de don Pene. ¿De qué manera se puede llamar a quienes hacen los programas de cámaras escondidas? Estos tipos, como dicen los abogados, actúan con premeditación, alevosía y ventaja. Hacen bromas, sin el consentimiento de sus víctimas. Los muy hijos de don Pene se esconden detrás de un poste y cuando la víctima se acerca, de manera abrupta saltan al frente, con una máscara de chango y gritan y mueven los brazos peludos. La víctima se espanta. El hijo de don Pene se quita la máscara, abraza a la víctima, ríe (¡estúpido!) y señala hacia donde está escondida la cámara. Con este movimiento justifica su comportamiento irracional. El jijo gana dinero con esta afrenta, vende las imágenes a las cadenas televisivas. La supuesta gracia puede ocasionar daños a la víctima, desde un susto hasta un caso de diabetes provocado por el espanto o un posible paro cardiaco. Y el hijo de don Pene ríe, se divierte, disfruta lo que hace.
Los hijos de don Pene han existido desde siempre. Judas Iscariote fue un jijo que traicionó a su maestro. Pero, Judas era un ejemplo extraño de mal comportamiento. En los tiempos actuales, hay miles y miles de Judas, los vemos a cada rato. Judas Iscariote se ahorcó, porque no pudo con la carga de su conciencia. ¿Qué hacen los Judas de estos tiempos? Ríen, se carcajean. El cinismo es una de las características de los hijos de don Pene; la desvergüenza es otra. Son abusivos y atropellan la buena fe de los hijos de la luz. Los hijos de don Pene son unos jijos. Y ahí andan, libres, jodiendo al prójimo, jodiendo al mundo. ¡Y cada vez son más! Miles y miles de hijos de don Verga.
lunes, 25 de marzo de 2019
UNA DE ESCRITORAS
El sábado 23 de marzo presentaron el libro “Primera Antología de Escritoras Mexicanas”, en el Centro Cultural Rosario Castellanos, en Comitán. Y fue así, porque (platicó Elsa D Solórzano) Ana Cristina Liceaga deseó presentar este libro en la tierra donde creció Rosario Castellanos. Algo intuyó Ana Cristina, tal vez tuvo la sensación de que la luz de este pueblo iluminaría el sendero, porque, al término de la presentación, el Vicecónsul de Guatemala, Fernando Castro, le ofreció la posibilidad de presentar el libro en Guatemala.
Elsa y Ana Cristina presentaron la “Primera Antología de Escritoras Mexicanas”, en San Cristóbal de Las Casas y en Tuxtla Gutiérrez, en la gira por Chiapas, y la coordinadora de la antología le dijo a Elsa que debían presentarla en Comitán, y en Comitán, el poeta Arbey Rivera, Director del Centro Cultural, les dio la bienvenida ante una nutrida concurrencia de más de sesenta asistentes.
El vicecónsul de Guatemala es un asistente regular a actos culturales que se ofrecen en la ciudad y entusiasta promotor de la relación de su país con México. La propuesta tomó por sorpresa a las presentadoras. Una hora antes, ellas no imaginaron que su presencia en Comitán hilara esta posibilidad, la de llevar el libro, como dicen los clásicos, allende las fronteras. Aunque, en Comitán se sabe que hay más distancia de México a tierras chiapanecas que de éstas a Guatemala. Acá sabemos, como dijo el poeta, que somos plumas de una misma ala.
Los comentaristas fueron el arquitecto Luis David Ramírez Solórzano, quien dijo que el libro le había parecido un Masaje Mental; la poeta Clara del Carmen Guillén, quien esbozó generalidades acerca del género literario llamado cuento; y la promotora cultural Angélica Altuzar, quien definió al libro como un Manantial de Voces.
Ana Cristina Liceaga Ruiz platicó cómo fue la gestación del libro, dijo que en algún momento se preguntó: ¿Qué escritoras mexicanas hay que no sean las mismas?, ¿cuáles son las nuevas voces femeninas?, y estas preguntas dieron pie al concurso, a la selección de veinticinco textos entre más de cuatrocientos recibidos, al prólogo escrito por Mónica Lavín y a la presentación de la antología en la FIL 2018, de Guadalajara.
Por su parte, Elsa D Solórzano, quien nació en Monterrey, pero radica en Tuxtla Gutiérrez, autora de un texto incluido en el libro, leyó su cuento.
Fue un acto agradable. Siempre es satisfactorio ver un salón lleno de asistentes y presentadores respetuosos. Angélica Altuzar hizo un ejercicio sublime de síntesis. Con una lectura clara y precisa, dio a conocer en dos o tres líneas (no más) su opinión acerca de cada uno de los veinticinco textos. Dijo que lo hizo para motivar a la audiencia a interesarse por el contenido del libro y acercarse a leerlo. ¡Lo logró! Al término de su participación lanzó un remate generoso, dijo que esta antología era “un pozo de agua fresca, limpia y samaritana”. Ah, qué bonita palabra: ¡samaritana! Ella misma se presentó como una buena samaritana.
Mónica Lavín, en el prólogo, fue más estricta, dijo que esta antología “Como todo libro es una apuesta editorial, una estela burbujeante que sólo el tiempo habrá de aquilatar en su justa dimensión.”
A este libro le fue bien en Comitán. Fue recibido por una audiencia magnánima. El vicecónsul de Guatemala, espléndido, abrió una ventana para que vuele por la tierra del quetzal.
Elsa D Solórzano dijo que empleaba un término de moda: visibilizar; dijo que esta antología pretendía hacer visible la escritura de mujeres. Bueno, pues en Comitán se hizo visible en forma espectacular. Fue una buena tarde. La audiencia rio cuando Elsa comentó que el horario de presentación era inusual (cinco y media de la tarde), dijo que era un horario de piñata. Al final de la tarde, quienes estuvieron en la mesa de honor supieron que habían quebrado una piñata llena de frutos celebratorios.
Fue una buena tarde.
sábado, 23 de marzo de 2019
CARTA A MARIANA, DONDE, COMO SI FUERA UN POZO, APARECE EL MILAGRO DEL AGUA
Querida Mariana: Dicen que un vaso de agua a nadie se le niega. Hoy te brindaré un vaso de agua, trataré que con mis palabras este vaso sea un vaso de agua limpia, tan limpia como tu carita cuando te lavás, como decía la canción infantil: “Pin pon es un muñeco de trapo y de cartón, se lava la carita, con agua y con jabón”.
Está de más decir que el agua es vital. Si sólo hay jabón y no hay agua no podés lavar tu cara, ni lavar tus dientes, ni, bueno…
Está de más decir que el agua es un recurso que cada vez se hace más escaso, no sólo en la región sino en el mundo entero. El futuro indica que el agua será un recurso motivo de disputas a nivel mundial.
Pues, bueno, el día jueves estuve en el auditorio de la UNACH, acá en Comitán, y presencié la charla que impartió la directora de COAPAM, mi amiga Regina Albores Aranda, quien es una profesional que anda metida en el ajo de la ingeniería, desde hace más de treinta años, y que ahora le tocó bailar con la más solicitada, con la más mencionada: la distribución del agua, en Comitán. ¡Uf, labor titánica! Pocos quisieran estar en su pellejo; sobre todo, pocos tendrían la capacidad para echarse ese torito al hombro.
Diré que Regina dio la charla ante una audiencia de doscientos jóvenes de diversas instituciones educativas. Cuando comencé a escucharla pensé que esa plática (es una bobera lo que diré) la debería estar dando en un espacio como el Estadio Azteca, para que cupiera la población de cien mil habitantes que ahora tiene el Comitán del 2019. ¿Por qué digo esto? Porque muchísimos paisanos no tenemos idea del problema del agua y de los esfuerzos que las autoridades hacen para resolverlo.
A ver, trataré de sintetizar, siguiendo el juego de imaginación. Imaginá que alguien te quiere vender una ciudad y, como buen vendedor, te habla sólo de las bondades. El vendedor te dice que esta ciudad cuenta con un clima agradable, que está considerada como una de las más bellas de Chiapas, que muchos de sus habitantes son gente maravillosa (sobre todo los que nacieron ahí y tienen ancestros del mismo pueblo), que su comida es exquisita y se le va la boca hablando maravillas. Y vos te emocionás, porque eso es lo que querés para vivir, un lugar en donde tus hijos y los hijos de tus hijos sean felices. Pero, a la hora que preguntás por el agua, mirás que el vendedor duda tantito y vos, entonces, pensás que tenés que preguntar con un experto y vas con el experto para que te explique y el experto te cuenta que Comitán, en los años veinte los comitecos compraban el agua, sí, ¡la compraban! Los burreros iban a la Pila, colocaban los barriles debajo de los chorros y luego, con ayuda de los burritos (siempre generosos, siempre chambeadores), subían al centro a vender el agua. A la hora que el burrero terminaba de poner el agua en las ollas que estaban en los patios, la señora abría el bolso y pagaba el agua. El burrero nada pagaba por el agua, el agua lo tomaba gratis, pero cobraba el servicio que prestaba a la sociedad; es decir, cobraba por la joda. Esto es como ese dicho que dice: “Dios da el agua, pero no la entuba”. Los comitecos del 2019, como todos los ciudadanos del mundo, debemos pagar el agua, no el líquido en sí (porque si así fuera no nos alcanzaría la paga para pagar un recurso que vale más que el oro y el platino), pagamos el servicio, como se hacía con los burreros. Pero, ¡ay, Señor!, el Comitán de los años veinte nada tiene que ver con el Comitán de estos tiempos. La directora de COAPAM (poné atención, por favor) dijo que antes había dos pozos: El de Cash y el de La Cueva (¿recordás la historia de tío Ticho, que murió ahí y que por eso se llama Cueva de tío Ticho?). Esos pozos siguen dotando de agua a la ciudad, pero (¡ah, el pero que hace difícil el tema!), Regina contó que el de Cash, en un inicio, daba veintisiete litros por segundo, y ahora da cinco litros por segundo. ¿Mirás qué problema tan serio? Antes, para una población de veinte mil habitantes el pozo suministraba 27 y ahora, para una población de cien mil habitantes, el pozo suministra sólo 5. ¿Qué harías, vos, ante este problema? No se puede sacar agua de las piedras. Ya dije (todo mundo lo sabe) que el recurso escasea, no sólo acá, sino en todo el mundo. ¿Es alarmante, no? Pero falta ver qué sucede con el pozo de La Cueva. Ya podés imaginar que anda por la misma senda. La directora de COAPAM dijo que antes daba 40 litros por segundo, ahora anda por los 20, ¡la mitad!, y, perdón por la insistencia, la población ha crecido de manera desproporcionada y anárquica. ¿Cómo mandás agua a lo alto de la montaña? La parte baja, bueno, es por gravedad, soltás el agua y baja bien bonito, pero mandá el agua hasta arriba del cerro. Para esto último se necesita del servicio de bombas y esto significa uso de la energía eléctrica y acá, vos que andás queriendo comprar la bonita ciudad, te enterás que hay un adeudo de millones de pesos. ¿Qué haces ante este severísimo problema? ¡No, no, mi querida Mariana, digo que la problemática no es sencilla ni simple, es complejísima! Empezás a temblar cuando te enterás de la situación que se agrava cada día.
Ahora recuerdo la anécdota graciosa que dicen ocurrió en Comitán hace años. Un grupo de campesinos llegó ante el cura para pedirle que les prestara la imagen del santo para que encabezara una procesión en donde solicitarían al cielo que les diera agua (el problema de siempre), el padre vio al grupo y dijo que para que el santo les cumpliera el milagro debían tener fe y ellos no tenían fe, una mujer dijo que sí, que sí tenían fe. ¡No!, dijo el padre, si tuvieran fe traerían paraguas. Es una broma, pero tiene algo de seriedad. Comitán ya se volvió un pueblo de poca fe. Acá no ocurrirá el milagro, pero sí comienza a aparecer una realidad menos brutal. Mi amiga Regina comentó esa mañana, en el auditorio de la UNACH, que, por indicaciones del presidente municipal, se han dado a la tarea de rehabilitar pozos y dio la noticia de que ya quedó listo el pozo del Ocote que proveerá a la ciudad de 40 litros de agua por segundo. ¿Mirás, qué prodigio? Además, dijo que ya pronto estará listo otro pozo que aportará más litros a la ciudad; es decir, en breve, Comitán tendrá, además de los siete pozos existentes, dos pozos más. ¿Recordás qué dijo Regina respecto a los pozos de Cash y de La Cueva? Que, por cuestiones naturales dejaron de aportar, más o menos, cuarenta y dos litros por segundo, y ahora resulta que, en menos de seis meses de esta administración, pronto esta merma podrá ser subsanada.
Cuando oís esto botás tu frustración y en tu carita vuelve a asomar el sol. ¡Claro, cómo no! El urgente problema del abasto del agua, comienza a tener visos de solución. A ver, a ver, con calma, hay una gran demanda, no se solucionará de la noche a la mañana, como dijera Panchita: “No es hacer enchiladas”. No es sencillo, pero, en el horizonte hay destellos, hay un vaso con un poco de agua (no tan limpia, como tu mirada, pero agua, al fin).
Regina comentó que una vez que se succiona el agua pasa a tratamiento de desinfección, para que no llegue tan cochina a las casas. Es imposible, ya en estos tiempos, que hablemos de agua potable. El agua que llega a las casas está desinfectada, pero tiene animalitos que hacen que esta agua no sea para beber. Cada uno en las casas debe echarle un poco de cloro en el tanque o en el tinaco o en la cisterna, para matar bichitos que provocan enfermedades, porque todo mundo a la hora que se baña se echa unos buches de agua sin querer.
Además de la dificultad de la distribución, el problema se agrava con otros elementos, algunos técnicos y otros humanos. ¡Dios mío! Gran parte de la tubería esté obsoleta, porque la red de distribución ya está vieja; muchos tubos se tapan porque el sarro hace de las suyas. El agua de esta región provoca sarro, ya que tiene mucho calcio. ¿Y qué pasa con comportamientos humanos valemadristas? Desde siempre, algunos (¡uf!) tienen tomas clandestinas (huachicoleros ingratos), cierran válvulas o no pagan. ¡No pagan un solo centavo! Qué ingratos. En los años veinte, a la hora que los comitecos recibían el agua que llevaban los burreros, abrían sus bolsos y pagaban el servicio, ¡el servicio!, porque ya dije que el agua es gratuita, pero Dios no la entuba. Estos ciudadanos ingratos agravan el problema. ¡No se vale! La irresponsabilidad de algunos perjudica a la mayoría. ¡Pagamos justos por pecadores!
Posdata: No sé qué digas, ahora. Yo digo lo que dije al principio, si todos los comitecos hubiesen asistido a la charla de mi amiga Regina, la mayoría habría hecho conciencia del problema heredado y habría reconocido avances. No hablo de otras cosas, hoy hablé del agua (problema severo en la ciudad) y reconozco que la puesta en marcha de dos pozos es un buen paso. Se trata de no minimizar los logros. ¿Qué queda a los ciudadanos? Tomar conciencia, primero de la gravedad del problema, luego de los avances obtenidos y, al final, hacerse solidarios. No desperdiciemos ni una sola gota, la gota desperdiciada es la gota que necesita el vecino y el vecino podemos ser nosotros. Los ciudadanos debemos responsabilizarnos con el pago, que es una cuota mínima, casi simbólica. ¿Cómo es posible que haya gente que se hace tacuatz con el pago mensual? ¡Por el amor de Dios! Debemos entender que el agua es un recurso más valioso que todo lo demás. Todo mundo debe colaborar para que la tengamos en casa.
Siguiendo con el juego de la compra de la ciudad, yo sí compro a este pueblo. El pueblo es maravilloso, la mayoría de sus habitantes son bellísimas personas. Este porcentaje mayoritario, entonces, es el que debe aportar sus manos generosas para que vivamos en un mejor lugar. No seamos ciudadanos de poca fe. Digo.
viernes, 22 de marzo de 2019
COMO SIMPLE JUEGO
Decidimos subir las bajadas y bajar las subidas. Decidimos hacer las cosas al revés. El abuelo advirtió que lo lamentaríamos, dijo que no era bueno cambiar el sentido de las cosas. Dijo que la izquierda no puede ser derecha, que el sol sale por el oriente y se oculta por el poniente. Nos dijo que el sur era sur y el norte norte, pero nosotros quisimos hacer las cosas de manera inusual.
Debo decir que lo hicimos como mera diversión. Sabíamos que no podíamos subvertir el orden natural. Claro, veíamos que algunos seres no seguían la corriente, que eran salmones que nadaban contracorriente, veíamos que algunos cangrejos caminaban hacia atrás, pero que no había ríos que se rebelaran a llegar al mar ni lluvia que cayera hacia arriba. Todo, lo sabíamos, seguía un modelo ya establecido. Los niños se hacían jóvenes y éstos, viejos. Pero había niños que no tomaban el jugo de botella de plástico en la forma que los adultos habían diseñado, ¡no!, esos niños le abrían, con la boca, un agujero en la base y ahí lo succionaban, como si fuesen becerritos mamando la teta de su madre. Había viejos, lo habíamos visto, que no iban al baño para saciar sus necesidades físicas, ¡no!, sentados en la sala hacían pipí o del dos, sin empacho alguno. Eran seres humanos, pensamos, que hacían las cosas al revés, que se divertían haciéndolo. Habíamos visto cómo en Cabo Cañaveral enumeraban de atrás para adelante, en donde el cero, y no el diez, era el importante.
Digo que lo hicimos sólo como mero juego, así que no nos importó que los amigos se burlaran cuando orinábamos sentados, y ellas, nuestras primas que se unieron a nuestro grupo de juego, comenzaron a orinar paradas. Tenemos una fotografía, tomada con flash, donde se ve que ellas hacen pis paradas y nosotros lo hacemos sentados. En esa ocasión ellas usaron faldas y nosotros también. Para seguir el caos del juego no llevamos ropa íntima.
El abuelo nos llamó a su biblioteca y nos dio una lección. Nos enseñó un reloj de pared cuyas manecillas jugaban el mismo juego que nosotros: caminaba hacia atrás. El abuelo dijo que era anárquico, que el mundo se descontrolaría si las horas fueran en sentido contrario, pero como nosotros jugábamos no aprendimos la lección, comenzamos a seguir las órdenes de ese desordenado reloj. Habíamos leído en un libro de Del Paso que un personaje había trastocado el orden de su vida: dormía de día y durante toda la noche permanecía en vigilia. Hicimos lo mismo. ¡Ah, qué divertida nos dimos! Dormíamos a la hora que todo mundo trabajaba, y hacíamos travesuras a la hora que todo el mundo dormía.
Se trataba de no aceptar lo dado, de hacerle un homenaje sencillo, vago, al escritor Julio Cortázar, porque creíamos, junto con él, que en algún momento se abriría una ventana en el aire.
El abuelo volvió a llamarnos. Dejó su tradicional bonhomía y, severo, nos reprendió, levantó la mano, endureció el puño, lo golpeó sobre el escritorio. Dijo que bastaba, que ya era suficiente, que ese juego no iba a llevarnos a ningún camino; rectificó, dijo que sí, que nos llevaría a la locura, a la muerte. Nos amenazó, lanzó su sentencia: Si insistíamos en el juego nos correría de la casa, ya no tendríamos acceso a las cuentas bancarias, ni podríamos utilizar los autos, ni nos estaría permitido ir a los ranchos y, en vacaciones, no gozaríamos de los viajes que realizábamos a los diversos países que nos encantaban. Terminó su amenaza, diciendo que no estaba jugando. Y nosotros asentimos, porque quienes estábamos metidos en el juego éramos nosotros, sólo nosotros. Todos los de casa y los vecinos y los demás habitantes del mundo no jugaban, ellos se levantaban a las seis de la mañana, se bañaban, se lavaban los dientes, desayunaban, jugaban tenis en el club, nadaban, tomaban un Martini al lado de la alberca, debajo de parasoles inmensos, comían en el restaurante giratorio, desde donde se veía toda la ciudad, y luego jugaban naipes, iban a la ópera y más tarde entraban a salones de baile donde cenaban y bebían y danzaban. Ellos llevaban una vida plegada al orden. Nosotros subvertíamos el orden, pero esa tarde, el abuelo había sido severo y había hablado en serio. Sabíamos que si ignorábamos su petición, su mandato, perderíamos mucho de lo heredado, de lo que los otros (nuestros antepasados) habían logrado con su trabajo sensato.
Salimos de la biblioteca, nos sentamos debajo del ciprés, fumamos y platicamos. Todos estuvimos de acuerdo, daríamos por terminado el juego. Había sido divertido, pero el abuelo tenía razón, ese juego no nos había llevado a nada. Los juegos son eso: simples juegos. Pusimos las palmas de las manos sobre las rodillas y nos paramos, dispuestos a ir, cada uno, a los cuartos, pero no habíamos dado el primer paso cuando Emilio dijo que aún podíamos jugar a hacer lo contrario. ¿Y si nosotros cambiábamos la jugada y hacíamos que el abuelo fuera uno de nosotros y nosotros nos convirtiéramos en él? Nos detuvimos. Sí, dijo Emilio, hagamos que el abuelo sea como el reloj de pared, que ande hacia atrás y nosotros andemos hacia adelante. Dijo que obligáramos al abuelo a hacer las cosas al revés, por ejemplo: a cedernos todos sus poderes, para que no nos chantajeara.
No dijimos algo más. Fuimos a nuestras recámaras y ahora todos pensamos en esa posibilidad: Podemos hacer que el orden, una vez más, pueda subvertirse, ¡total, no es más que un juego!, un juego en el que, sin desearlo, sin pedirlo, sin saberlo, el abuelo comience a subir la bajada.
Todo es un simple juego. El juego de hacer las cosas al revés. Hemos visto a niños que, en lugar de pintar en los cuadernos, lo hacen en las mesas, bancas, pizarrones, mesas.
jueves, 21 de marzo de 2019
CUENTO INFANTIL PARA LECTORES ADULTOS (Última parte, de dos)
Al principio todo pareció una broma. Nadie se percató de la trascendencia del acto. ¿Cómo fue que la letra erre se cansó de serlo y se transformó en letra te? ¡Nadie lo sabe! A veces ocurren estos actos de transmutación sin que haya una ley física que pueda explicarlos.
Y digo que en el pueblo nadie se percató de la trascendencia, porque, al principio, lo tomaron como una broma de la naturaleza. Sucede que una noche, en que un grupo de amigos hacía una lunada, la pira en la que flameaban bombones y alrededor de la cual tocaban guitarra, cantaban y bebían, se apagó, como si diez cubetas llena de agua se hubiesen volcado desde las frondas de los árboles. La pira se apagó, pero eso no fue todo, lo que había sido un túmulo de leños ardientes se convirtió en una madeja enorme de pita. Nadie advirtió en ese instante que tal suceso se debía a que la erre había cambiado de piel, convirtiéndose en te, de pira había pasado a ser pita. A la sorpresa inicial siguió la broma, Juan, con sus lentes oscuros, a mitad de la noche, se paró al lado del montón de lazo y dijo que ese montón de hilos gruesos podía servir para pescar. Ahora sólo faltaba que la naturaleza les mandara el mar. Todos rieron y, minutos después, alumbrándose con lámparas portátiles, siguieron bebiendo y cantando. Olvidaron lo sucedido, nadie reflexionó en el ocurrido.
Ese acto, testifica ahora la leyenda, fue el primer acto en el que la erre se transformó en te. Días después, el pueblo celebró el Día de la Cerveza, en el campo de fútbol, que se llenó de festones, mesas con comida y bebida. Los hombres vistieron ropa limpia, botas recién lustradas y sombreros nuevos, y las mujeres portaron vestidos con escote generoso, y largo a mitad del muslo, ajustados a sus espléndidos traseros. Hasta el campo acudieron miles de visitantes que se mezclaron con los nativos y gozaron como si fueran originarios del pueblo. Pero, a las cuatro de la tarde, hora en que la cerveza había provocado una desbordada alegría en todos los asistentes, sucedió el segundo acto de transformación. Todos cantaban en voz alta y bailaban haciendo rondas y aplaudiendo como si con sus manos tocaran los tambores del aire, cuando la letra erre volvió a hacer de las suyas y se convirtió en te. En la entrada del estacionamiento del campo de fútbol, que era una extensión de tierra delimitada por una cerca de alambre, había un enorme letrero, pintado de rojo, que advertía a los automovilistas un alto total, antes de ingresar. El letrero comenzó a convertirse: La palabra PARA se volvió PATA y lo que había permanecido inmutable durante tantos años, ¡tomó vida! Los automovilistas que esperaban entrar al estacionamiento, vieron cómo una pata se descolgó del letrero y, como si fuese una de las mujeres de culos generosos del pueblo, comenzó a caminar por un sendero de arena, la pata movía su colita de un lado para otro, despertando la admiración y el entusiasmo de los niños.
Todo fue un festejo. El maestro de ceremonias, vestido con un bombín negro y un saco rojo, anunció lo que parecía más bien un acto circense y todo mundo corrió para ser testigo de ese suceso que (ya se dijo) tomaron a broma, sin advertir que eso marcaba el principio del fin.
Porque el lector avieso ya adivinó cuál fue el siguiente acto de transformación. ¡Sí, así fue! La erre se volvió te en la palabra PURA, la palabra que siempre había sido la divisa de cada mujer del pueblo, de esas mujeres de traseros como de calabazas húmedas y gráciles. Ya se dijo que las mujeres de ese pueblo eran las mujeres con los culos más bellos, como soles, como enormes piedras bañadas por la bendición divina. En el momento en que la palabra PURA cambió su erre por la te, los visitantes que ahí estaban sufrieron una conmoción, como si las mujeres también hubiesen sufrido una transformación brutal. Las mujeres eran las mismas, ellas seguían comportándose igual, porque se sentían igual. En ellas nada había cambiado, seguían siendo las mismas impolutas hembras, pero un hedor había herido las narices de los turistas, a tal grado que la presencia de aquellas voluptuosas mujeres, dignas de ser inmortalizadas por el pincel de un Rubens o de un Botero, se volvió repelente, a tal grado que todos los visitantes corrieron hacia afuera del campo y, en el primer árbol que hallaron, colocaron un brazo en escuadra y vomitaron. La luz que irradiaban de por sí las mujeres del pueblo se volvió un mantón oscuro y el hedor fue el mismo que tienen la putas en el burdel, una pestilencia que era una mezcla de los perfumes baratos que usan, más el sudor a la hora de hacer el amor en cuartuchos oscuros, cerrados y con temperaturas superiores a treinta y cinco grados; más los olores de los orines, del semen y de las toallas sanitarias.
A partir de entonces, el pueblo se quedó vacío de visitantes. Los hombres del pueblo se acostumbraron a esos olores, de la misma manera que se acostumbran los vecinos recién llegados a un barrio en el que los olores de los albañales hieren el aire de todos los días.
Las mujeres siguieron siendo las mismas, ellas no advertían el cambio de aroma, porque sus espíritus continuaron siendo luminosos y sus traseros siguieron siendo los más bellos y generosos del mundo.
miércoles, 20 de marzo de 2019
CUENTO INFANTIL PARA LECTORES ADULTOS (Primera parte, de dos)
El pueblo no tenía playa, ni bares ni casinos, ni calles pavimentadas. Para llegar a él, los visitantes (que se contaban por miles y miles) debían conducir por un camino sinuoso, lleno de polvo, y carente de árboles, pero era muy visitado, porque sus mujeres, por alguna razón, tenían un derrier muy generoso. Todos los visitantes llegaban para disfrutar del espectáculo que brindaban las mujeres cuando caminaban por las calles del pueblo, tal disfrute era comparado a la emoción de estar frente a las cataratas del Iguazú, o ante la Torre Eiffel, o frente a la Mona lisa, en el Louvre.
Pero un día el pueblo dejó de ser visitado. ¿Por qué? ¡Ah, bueno, de eso va este cuento!
¡No, no, por favor, no se equivoquen! El concepto generoso sólo se refiere al tamaño del trasero de las chicas. No se refiere a la capacidad de entrega física; es decir, las mujeres de ese pueblo se sentían tan orgullosas de su trasero de sol sobre el horizonte, como se sentían orgullosas de su comportamiento moral, porque contrario a lo que podía pensarse, ellas aceptaban su físico con gran naturalidad y no les importaba que los turistas (hombres y mujeres) viajaran desde todos los puntos del mundo sólo para disfrutar de la visión de sus traseros. Los negocios más cotizados del pueblo eran las cafeterías a cielo abierto, que estaban dispuestas en los parques, portales y plazas. Desde ahí, los visitantes disfrutaban de un buen café o de una cerveza artesanal mientras veían a las chicas que, como si estuviesen en una pasarela, iban de un lado a otro por banquetas y calles. ¡Ah, qué bendición! Era un deleite ver cómo las mujeres bamboleaban su trasero, de acá para allá, como si fuesen campanas hechas con piel fresca, suave, húmeda. ¡Ah, qué ceremonia! Era un gozo para todos los sentidos ver esos traseros como manzanas dulces, para saciar el hambre de un batallón de golosos.
¡No, no, por favor, no se equivoquen! Las chicas no se molestaban porque algún admirador o admiradora tomara fotografías o videos de sus protuberancias. No, al contrario, las chicas se sentían honradas, ya que ese acto, decían, era un homenaje pues las colocaba en el mismo status de las artistas más connotadas del mundo que eran seguidas por cientos y cientos de paparazis. Ellas eran las estrellas del pueblo, las divas, las más queridas, las más deseadas.
¡No, no, por favor, no se equivoquen! Ese pueblo jamás apareció en la relación de paraísos de turismo sexual que proliferan en las prohibitivas agendas de viaje. No, como ya se dijo, todas las chicas eran fieles a su comportamiento moral. Tenían por norma privilegiar su cerebro y su capacidad de creación. Los indicadores económicos advertían que el ochenta y dos por ciento de ellas eran universitarias tituladas, que obtenían salarios más que dignos en el ejercicio de su profesión.
El disfrute de los otros (y de las otras) llegados de todo el mundo significaba para ellas el sencillo acto vanidoso de verse al espejo todos los días y preguntar: ¿Quién es la más bonita?, y escuchar miles de voces diciendo: ¡Tú, tú eres la más bonita, la más deseada!
Todo era como una lluvia de flores amarillas, pero un día sucedió lo inesperado: El pueblo se quedó sin visitantes. El pueblo sin playa, sin bares ni casinos, y de calles polvorientas mostró su verdadero rostro. ¿Qué sucedió? ¿Sus mujeres habían perdido el encanto que provocaba la llegada de miles y miles de visitantes? ¡No! Sus mujeres siguieron siendo chicas bellas y con generosos traseros. ¿Entonces, qué sucedió? ¡Ah, pues de eso va este cuento!
martes, 19 de marzo de 2019
INVENTARIOS
Un día debemos reunir todos los recuerdos del barrio. Digo, para que veamos por dónde creció el árbol de nuestra vocación. Ayer, en las redes sociales, Ramón Martínez Mancilla compartió un video de Ray Conniff e hizo el siguiente comentario: “De pequeño, siempre que regresaba de la escuela, llegaba y saludaba a mi papá, él estaba en su hamaca escuchando a Ray Conniff y leyendo algún libro. Cada que escucho a Ray Conniff regreso a esa etapa.”
Digo que debemos reunir todos los recuerdos del barrio, porque esa relación es la raíz del árbol. Así como Ramón nos regaló esa postal, todo mundo debe tomar la fotografía de su recuerdo y colgarlo en el muro de la casa común. Porque estoy seguro que cada hombre y mujer del barrio tiene una evocación similar. ¿Qué sucedía cuando el niño volvía a casa, después de la escuela? ¿Encontraba a su papá tocando el piano, escribiendo al lado del ventanal, leyendo el periódico, fumando un habano, cambiando la llanta de un auto, lijando una pieza de madera, pintando un cuadro al óleo, haciendo la talla de una máscara de parachico, cultivando plantas en el jardín, durmiendo bien borracho, golpeando con un cinto a la madre y a los hermanos? Porque cada niño tuvo una escena que le quedó grabada por siempre, para siempre.
Ramón, al final de su mensaje dice: “Cada que escucho a Ray Conniff regreso a esa etapa. Dios me bendice al tenerlo aún conmigo. Te amo, papá.”
Y es que Ramón, como lo expresa, tiene la bendición de tener vivo ese instante luminoso. Hubo hijos que cuando volvieron a casa, después de la escuela, no hallaron a sus padres, porque sus jornadas de trabajo eran de muchas horas y ellos regresaban hasta la noche; hubo otros que se pasaban los días en las cantinas o en prostíbulos; hubo otros que no volvieron a sus casas porque abandonaron a sus familias y fueron a buscar, como dirían los cantantes de Mocedades, “leña de otro hogar”.
El recuerdo de Ramón es puntual, luminoso. La última oración del mensaje así lo consigna: “Te amo, papá”; es decir, agradezco ese instante circular: Hallarte tumbado en la hamaca, escuchando música de Ray Conniff, leyendo algún libro. Porque Ramón explica que su papá era taxista y cuando él regresaba de la escuela, su papá había cumplido con su jornada, había comido, por lo tanto, ya merecía el descanso y su descanso era el disfrute de la música y el regocijo de la lectura.
Y digo que debemos reunir todos los recuerdos del barrio, porque nos darán la pauta del porqué y del cómo y de la ruta por venir. Somos lo que vivimos, lo que hallamos en casa cuando regresamos de la escuela. La mirada y el corazón de Ramón recibieron esta imagen llena de ternura. Otros niños, por fortuna, también recibieron imágenes tiernas como bienvenida: la abuela bordando, la hermana bailando al ritmo de los Beatles, el hermano jugando carros en la arena, el abuelo durmiendo en la mecedora del corredor, el papá pintando una pared, la mamá cocinando lengua en pebre. Pero otros, lo sabemos, bebieron imágenes crudas, burdas, llenas de espinas.
Y, cuando volvemos la mirada, sabemos que eso somos, lo que pepenamos de niños, lo que nos sembraron en nuestro patio espiritual. Somos luz o somos sombra. Amamos profundamente a nuestros padres o los odiamos sin tener culpa de algo, sin saber que el destino nos hincó, como murciélagos, una estaca a mitad del alma.
Somos mucho de lo que escucharon, vieron y hablaron nuestros padres; lo que ellos bebieron, la pieza de barro que ellos modelaron. Somos el cuadro que ellos, con pintura abstracta, pintaron sobre nuestros lienzos. Los que recibieron pintura negra, deben hacer un gran esfuerzo para borrar esa maldita herencia.
Digo que debemos reunir los recuerdos del barrio, para saber quiénes, como Ramón, declaran su amor al padre; y quienes borran la última línea, sólo para no seguir echando lumbre en el pozo.
Tal vez, digo sólo que tal vez, Ramón se dedica a los libros con una pasión desbordada, porque cuando fue niño, al regresar a su casa, después de la escuela, hallaba a su papá leyendo un libro. Tal vez, digo sólo que tal vez, Ramón es un hombre que da luz a Chiapas, porque cuando regresaba de la escuela hallaba luz, luz de un quinqué enorme con nombre de padre.
lunes, 18 de marzo de 2019
PREGUNTA CON ESPINAS
“¿Cómo fue que te hiciste viejo?”, esa fue la pregunta de Pau. La pregunta, como dicen los españoles, ¡me pilló! Hubiese preferido alguna pregunta de Matemáticas, algo como la fórmula para hallar el área de un paralelepípedo.
¿Cómo fue que me hice viejo? Tal vez es una de las preguntas más difíciles. Un día escuché que a Ramón le preguntaron cómo fue que llegó a vivir a Comitán, y él dio pormenores de toda una odisea que comenzó en Veracruz, lugar en donde nació y al que llegó su bisabuelo, en un barco, desde España, a comienzos del siglo XIX. Ramón contó que un día fue comisionado para viajar a Comitán, por motivos de trabajo, llegó al pueblo, se hospedó en el Hotel Delfín y, en la tarde, salió con la intención de caminar por algunas calles para conocer el nuevo entorno, pero, como el hotel está frente al parque central, se sentó en una de las bancas (dijo, como si fuese un cartógrafo, la posición exacta de la banca en que se sentó). El parque era el antiguo, el que aún estaba frente a la manzana que derribaron para hacer la ampliación. Contó que le sorprendió gratamente la fragilidad de la tarde, que parecía de cristal y caminaba de puntillas. Dijo que extendió sus piernas y colocó sus manos debajo de su cuello e imaginó que estaba en una hamaca, de esas que tenía en el corredor de su casa jarocha. Miraba todo con calma, como si el parque fuese un mar tranquilo, sin olas, sin tiburones, pero ¡con sirenas! Así lo contó. Su corazón se aceleró cuando, frente a él, pasó la muchacha más hermosa de toda América. Contó que él, siempre por motivos laborales (a pesar de su juventud) había viajado a muchas poblaciones de México, e incluso había hecho un viaje a Guatemala y otro a Costa Rica. ¡No, no!, dijo, en ninguna parte del mundo había una muchacha tan bella como la que caminaba ya por donde ahora está el Teatro de la Ciudad. Como permanecería sólo dos días en el pueblo, pensó que si no se animaba jamás volvería a verla. A pesar de que, en ese tiempo, Comitán era un pueblo pequeño las posibilidades de toparse de nuevo con ella eran mínimas. Se levantó, cortó una flor del arriate cercano y corrió, corrió hasta llegar a la esquina, justo cuando ella estaba a punto de alcanzarla, se paró frente a ella y le dijo: “Me llamo Ramón y soy de Veracruz”. Lo dijo acezante, como si fuera un motor fuera de borda de un barco. Ella sonrió, tomó la flor y le dijo que ella tenía un tío en aquel puerto. Él sonrió y, en lo interno, agradeció a su Dios por el favor concedido. Ella era bellísima, una flor del jardín mayor. Ella aceptó que él lo acompañara hasta su casa. ¡Por el amor de Dios!
Cuando se hicieron novios, ella confesó haberlo visto en el parque, había sentido un pinchazo directo en la boca del estómago, había pensado: Qué bello, no debe ser de acá. Había pensado lo mismo que Ramón, que tal vez jamás volvería a verlo, pero ella, al fin comiteca, no podía acercarse a él y decirle: Soy Alicia y soy cositía, usted ¿de dónde es?
En fin, Ramón contó cómo fue que llegó a vivir a Comitán: Desde acá renunció a su empleo, y a su familia pidió le enviaran sus ahorros y buscó un trabajo en esta ciudad. No podía regresar a Veracruz, allá en el puerto, jamás hallaría una mujer tan hermosa como Alicia.
Responder a la pregunta de cómo uno eligió una carrera profesional no es muy simple, pero puede llegar a darse, por tanteos; lo mismo sucede con la pregunta de cómo uno conoció a su pareja, cómo el viento arrasó con el techo de la casa, cómo se perdió la herencia familiar o cómo el lago perdió su coloración original y bella, pero cómo, cómo ¡por el amor de Dios!, se da respuesta a la pregunta de ¿cómo uno se hizo viejo?
Si apenas hace cuatro días estaba corriendo en el patio de la primaria, pidiéndole a mi papá que ya no quería ir, porque un estúpido muchachito, mayor que yo, hijo de la calle, siempre me esperaba a la entrada de la escuela y me obligaba a darle la moneda que mi mamá me daba para el recreo; apenas hace tres días concluía la preparatoria, me despedía de mis papás y subía a un autobús de la Cristóbal Colón, para ir a estudiar ingeniería en la UAM-Iztapalapa; apenas hace dos días conocía a mi Paty y me enamoraba de ella y al mes ya le pedía que se casara conmigo y ella decía que con calma, con calma; apenas hace un día nacían los hijos e íbamos de día de campo y jugábamos pelota o leíamos cuentos; apenas ayer jugaba a ser joven (jugaba) y abandonaba Comitán para ir a Cuba (¡no podía perderme ese momento histórico de abatimiento!) y luego llegar a París (A final de cuentas la cuerda no me alcanzó más que para llegar a Puebla y quedarme a vivir allí ¡nueve años!); apenas hoy, en la mañana, regresé a Comitán y acá ando, maravillado, encantado. Y en apenas estos cuatro días, la vida me cargó sesenta y un años y un poco más. Y hoy, después de la pregunta de Pau, al verme en el espejo no hallé una respuesta a la pregunta de cómo fue que me hice viejo. ¿Cómo? Pero si apenas ayer…
sábado, 16 de marzo de 2019
CARTA A MARIANA, CON AROMA DE HORMIGUILLO
Querida Mariana: Hoy hablaré de marimbas; es decir, hablaré de un pájaro maravilloso que tiene su nido en esta parte del mundo. Agustín Lara escribió una canción en la que nos sugiere escuchar la marimba, ¡escucharla! Don Tin Larín dice: “Oye la marimba / cómo se cimbra / cuando canta para ti…”
¿Mirás? (bueno, ¿oís?). Don Agustín dice que la marimba ¡canta!, canta para vos, para mí, ¡para todos! Para todos los que están dispuestos a escuchar, una práctica que ahora está en desuso. Los jóvenes de ahora ya no oyen la música. Recuerdo a mi abuelo Enrique limpiar con una franela un disco de acetato, colocarlo en la consola y sentarse en su mecedora para escuchar la melodía. Se veía en su mirada cómo la música colocaba lucecitas en sus ojos. Mi abuelo escuchaba, oía, disfrutaba la música. Muchos de sus discos contenían música en marimba, de los grandes grupos musicales de Chiapas y de Guatemala.
Y ahora que digo Chiapas y Guatemala recuerdo lo que el poeta Roberto López Moreno vino a entregarnos la semana pasada, cuando estuvo en Comitán. Roberto trajo dos libros, uno de poesía y otro que se llama “Entre el invento y el “origen”. La marimba”. Con este libro nos da un sacudón, nos dice que los habitantes de esta región debemos sentirnos orgullosos de ese instrumento musical y debemos reconocer que la gloria del invento de la marimba le corresponde a Chiapas y a Guatemala; en Chiapas, don Corazón Borraz fue el inventor de la marimba, la inventó en aquella maravillosa tierra que se llama Venustiano Carranza; en Guatemala, don Sebastián Hurtado fue la persona que descubrió este instrumento. López Moreno nos habla de finales del siglo XIX.
Sí, el poeta nos vino a decir que erradiquemos la idea colonialista de que la marimba llegó de África, nos recomendó que cimentemos la idea nacionalista de que la marimba es producto de esta tierra, tierra en la que sigue siendo el instrumento que nos identifica, que viste de lujo nuestro tejido cultural. Roberto nos vino a decir que la marimba que escuchamos en las fiestas, en los entierros, en los actos cívicos y religiosos, y en todos los guateques, no está construida en África, está construida en Chiapas y en Guatemala.
Sí, querida mía, mi abuelo escuchaba discos de los Hurtado, de Guatemala, y de los Nandayapa, de Chiapas.
Pero esto que cuento fue la semana pasada, ocurrió cuando López Moreno estuvo en el Centro Cultural Rosario Castellanos y compartió su palabra y su pensamiento con la audiencia que asistió.
Hoy ocurrirá un acto que camina por la misma senda. ¿Coincidencia? Sí, porque es un acto coincidente. Hoy, 16 de marzo, a partir de las seis de la tarde, en el Teatro de la Ciudad, presentarán el libro “Tú puedes hacer una marimba”, del comiteco Ramón Alejandro Palacios De León.
¿Mirás qué fantástica coincidencia? Este libro apuntala la idea de Roberto López Moreno, nos dice que en Chiapas está el bolcojosh donde sale esa hormiga culoncita y bailadora que nos da identidad.
Algo que está fuera de discusión es la importancia que la marimba tiene en nuestras vidas. Es cierto, ahora la marimba ya no se escucha con la profusión de antes, ha perdido su sitio de honor. ¡Es una lástima! A ver, una tarde de éstas fui al cumpleaños de un amigo (fue comida), al entrar vi el salón lleno de gente alegre, comiendo botanitas y tomando cervezas, en honor al festejado. En un esquinero estaba el cantante, encargado de amenizar el guateque, seleccionaba una pista musical y se aventaba sus gorgoritos, afinados, por cierto. Ese mismo día, en la noche, encendí la computadora y entré al Facebook, ahí vi fotografías de la celebración de cumpleaños de un amigo periodista, en San Cristóbal. Su festejo no fue en un salón, él lo preparó en el jardín de su casa, por lo que colocó carpas en donde, igual que en la fiesta de mi amigo comiteco, muchos amigos y familiares de él celebraban con sabrosas botanitas y cervezas un año más de vida del festejado. La diferencia era ¡la marimba! El periodista coleto (oriundo de Yajalón) contrató marimba para que ésta, como dijo Agustín Lara: se cimbrara al cantar para la concurrencia.
¡Ah, la marimba! Te he platicado que antes los enamorados llevaban serenatas a sus amadas, ¡con marimba! Una tarde (gris, en el plano espiritual y en la senda de identidad) a alguien se le ocurrió llevar serenata con mariachi (maravilloso grupo musical, cuyo nido está afincado en Jalisco) y todo sonó bonito y (¡codos!) resultó más barato. Los enamorados (¡marros!) colocaron el amor en una balanza, en el otro platillo ¡el dinero! Hicieron cuentas y dijeron que la serenata con mariachi salía ¡más barato! ¡Ah, nunca lo hubieran hecho! Porque de ahí en adelante todo fue más económico: dieron serenatas con casetes, desde el auto; y dieron serenatas con tecladistas, ¡con tecladistas, Dios mío!, o con cantantes que seleccionan pistas musicales. Hoy, la marimba sobrevive gracias a algunos románticos que son amantes a la antigua y que como bien dice Roberto Carlos, cantautor brasileño: “…suelen todavía mandar flores…”. La marimba sobrevive (¡Qué prodigio!) por las autoridades que mantienen la marimba municipal y estimulan las tardeadas en que muchos danzantes botan la polilla en el parque central. La marimba sobrevive gracias a las corporaciones religiosas que en las novenas de vírgenes y santos pagan la audición en los atrios. La marimba sobrevive gracias a los melómanos que están apasionados con este instrumento musical chiapaneco y siguen escuchando los discos en sus casas. La marimba sobrevive, gracias a las estaciones de radio que tienen programas especiales. La marimba sobrevive cuando se menciona la palabra marimba, cuando ésta pasea, baila y corre por los patios de las casas, por los valles de las rancherías y por las plazas iluminadas.
Los dos libros mencionados son actos de generosidad. Roberto nos entrega un libro lúcido en el que explica el concepto de invento y nos conmina a reconocernos en la genialidad, a aceptarnos como seres dotados de creatividad. Roberto nos dice, en su libro, que aceptemos la grandeza de nuestra gente chiapaneca. Alejandro, por su parte, nos entrega un libro con su experiencia, él no es un experto en construcción de marimbas, pero un día se atrevió a construir una. En este libro trasmite, generoso, esta experiencia.
En Chiapas ya no hay más de treinta constructores de marimbas (marimberos). El conocimiento puede extraviarse. Alejandro consultó en Internet y encontró muy poca información para conseguir su deseo; Alejandro se topó con una natural y equivocada actitud en los maestros constructores, un celo que los lleva, como muchas cocineras tradicionales, a guardarse la receta y, si el destino obliga, a llevársela a la tumba.
Por esto digo que estos dos libros vienen a dar luz al callejón cultural de Chiapas. Ambos libros nos hablan de un orgullo, nos mueven a reconocer a la marimba como un elemento fundamental de identidad.
Roberto nos dice que en Oaxaca se escucha marimba, pero este instrumento no es el hilo que da cuerda a su emoción, los oaxaqueños tienen a la banda como su motivo fundamental de vida. La música de banda es la línea de luz que ilumina el corazón de los oaxaqueños. De igual manera debemos reconocer que la música de marimba es la liana en la que los chiapanecos ponemos nuestro corazón a cabalgar.
Imaginemos tantito, sólo tantito, qué pasaría si desapareciera la marimba en Chiapas. Imaginemos tantito, sólo tantito, que todas nuestras pachangas y nuestros rituales religiosos y cívicos y los bautizos y las bodas y los entierros estuvieran acompañados por tecladistas o por cantantes con pistas musicales. Imaginemos tantito, sólo tantito, que, a mitad del patio central de una casa comiteca, bellísima, con piso de ladrillo y corredores llenos de helechos, alguien se parara y, en lugar del grito festivo de: “Cotz para los marimberos”, tuviera que decir: “Cotz para el tecladista”. ¿Qué pasaría a la hora de la diana, diana, conchinchín? ¿Qué a la hora que se va la luz y el tecladista se queda vacío de tan vacío?
Roberto López Moreno estuvo en Comitán la semana pasada y nos dejó su libro “Entre el invento y el “origen”. La marimba”, para que recordemos que no es casualidad que el constructor de la marimba se llamó Corazón; no es casualidad, porque cada chiapaneco tiene, en su corazón, savia de este instrumento maravilloso.
Posdata: Hoy, R. Alejandro Palacios De León hará lo propio, entregará el libro a su pueblo, para decir que en Comitán también hace aire y que la madera no sólo sirve para hacer cruces o para hacer bancas, que también se emplea para construir instrumentos que otorgan vida, mucha vida. Yo que vos, voy al Teatro, en la tarde.
viernes, 15 de marzo de 2019
LECCIÓN APRENDIDA
Pau y yo fuimos a la biblioteca pública, en Comitán. En el patio central del edificio está el busto de don Esteban Alfonzo, músico comiteco, quien compuso el “Danzón Juárez”. El patio es bello, lleno de luz, con caminos rodeados de flores y plantas. Después que Pau leyó un cuentito infantil, salimos de la sala y nos sentamos en uno de los corredores. Fue cuando pensé que debía darle algunos datos a Pau. Le dije que ese personaje había sido un gran músico y que sus hijas también se habían dedicado al arte, dos de sus hijas habían sido grandes actrices. Pau miraba hacia el frente y asentía conforme mis palabras fluían. Cuando hice una pausa, ella me preguntó:
- ¿Y las olas, tío?
- ¿Las olas?
- Sí, las que están sobre el mar de tejas.
Vi, entonces, los plásticos que los albañiles colocaron en el techo de la biblioteca, tal vez para evitar las filtraciones de agua. Iba a decirle a Pau lo que acabo de escribir, cuando ella dijo:
- ¿Así que fue un músico?
¡Sí!, dije yo, entusiasmado, porque mi comentario había caído en suelo fértil. Pau tendría, poco a poco, elementos culturales para hallar su identidad comiteca.
- ¿Y componía danzones?
¡Sí!, volví a exclamar entusiasmado, y como preví que la siguiente pregunta era: ¿Qué cosa era un danzón?, con mis escasos conocimientos musicales dije que era un género musical cubano y comencé a tararear, bajito, un poco desentonado, el danzón llamado Nereidas: Tan tan tan tan tan tan tantán, tantantán, que era interpretado por Acerina y su danzonera, y lo dije, porque cuando me gradué de bachiller, la mesa directiva de la Asociación Estudiantil trajo a este grupo al baile que se efectuó en el Club de Leones (y de paso le conté que ese mítico salón, ahora lo remodelan y será un templo religioso. Donde hubo rugidos ahora habrá alabados. ¡Bendito Dios!).
- ¿Y sus hijos fueron también artistas?
¡Sí!, volví a afirmar, con un gusto enorme. Gusto que comenzó a ahogarse cuando escuché que Pau decía:
- Nunca había conocido un dinosaurio artista.
¿Por qué le decía dinosaurio a don Esteban? ¿Por viejo? ¿Porque nació en el siglo XIX? ¡No! Pau hablaba de la otra figura, la escultura floral. Pau, desde que nos sentamos, había visto esa figura y relacionó todo mi palabrerío con lo que, su imaginación, vio como un dinosaurio, un dinosaurio que, igual que don Esteban, ve hacia el mismo sitio (el acceso al edificio), y entonces, igual que Pau, comencé a ver que el dinosaurio caminaba hacia la puerta, pasaba frente a nosotros, con paso firme, rotundo, y le dije a Pau que el dinosaurio tal vez era dinosauria, porque tenía un coqueto tutz sobre su cabeza.
- ¡Sí! Su mamá le puso un moñito. ¿Adónde va, tío?
¿Qué se dice en estos casos? Dije que buscaba la salida, que su mamá lo había enviado al mercado a comprar verduras.
- ¿Qué verduras, tío? ¿Zanahorias?
Dije que sí, que iría a comprar zanahorias para tener buena vista.
- ¿Y las olas, tío?
¡Las olas! Ya había olvidado el techo cubierto con plásticos. ¿Qué iba a decirle? Por lo regular, las olas están sobre la tierra y no en el cielo. ¿Podía decirle que eran nubes congeladas? Por fortuna, Pau intervino y yo me salvé.
- Cuando lleguemos a casa le diré a mi mamita que conocí a un dinosaurio artista, y no sólo eso, le diré que conocí al último dinosaurio vivo y que está en Comitán. ¿Sabías que sus abuelos murieron hace miles y miles de años?
Y entonces dije que no, que no sabía, que nada sé. Y Pau me explicó, y yo admiré la tarde, el aire, y vi cómo el sol calentaba las olas congeladas en el techo.
jueves, 14 de marzo de 2019
PALABRA DE HONOR
Imaginá que te llamás palabra, que sos palabra. Podrás ser palabra que se lleva el viento o la palabra que permanece en un texto. La gente dice: “Papelito habla”; es decir, vos hablás a través de la palabra escrita, la que permanece, porque la otra, la hablada, se la lleva el viento. Por eso, si alguien te usa para mentar la madre tené cuidado que no sea en papel, porque éste resguarda al Verbo del polvo y convierte a la palabra en inmortal. Mentada de madre en el aire ¡se hace polvo!; mentada de madre escrita permanece como marca de fierro candente. Ahí tenés el ejemplo de La Biblia, impresa por Gutenberg, que ha conservado la palabra de Dios por tantos años. Si la palabra divina no se hubiera preservado en un libro ya habría resultado como ese juego que se llama Teléfono Descompuesto, en el que todo se tergiversa. Ahora, la palabra de Dios ya fuese otra y no la palabra textual cuyo mensaje es una plegaria infinita y una amenaza eterna.
Si sos palabra podrás elegir entre ser palabra albañil o palabra fifí. La palabra albañil es la cochina, la llena de mezcla, la que se lanza (a través del albur) a la chica que pasa enfrente del edificio en construcción. Los albañiles ven a la chica desde la segunda planta, ella camina con su pantalón ajustado, con su blusa con escote generoso y ellos, los perversos albañiles, como si usaran una tiradora, avientan el clásico: “A esa de rojo, yo me la…” y no terminan la oración, porque todo mundo sabe la palabra que rima. Si elegís ser palabra albañil serás broza, pero, por el contrario, si elegís ser palabra fifí, serás palabra soberbia, palabra Ibero, palabra Mi Rey; serás palabra mamila, barroca en tiempo de minimalismo.
Pero podés elegir, ya se dijo, entre ser palabra oral o palabra escrita. Si elegís ser palabra oral serás como el brillo de un cerillo, al aparecer te disolverás en el aire, en el hilo del viento; por el contrario, si elegís ser palabra escrita permanecerás por mucho tiempo, si sos palabra de libro estarás destinada a ser palabra niña por siempre, porque, a pesar de las telarañas, cuando algún lector te encuentre, te hallará plena, saludable, risueña, volteadora de sueños y anhelos. Pero no sólo en libros y revistas hay palabras escritas. Podrás aparecer en paredes y entonces serás ingeniosa (“Mi poema tiene mil versos (bersos) para tus labios.”); serás malcriada (“Puto el que lo lea.”); serás apocalíptica (“Antes del fin ¡busca a Dios!”). Aparecerás en los parachoques de los camiones: “Voy con Dios, si no regreso estoy con Él.”; “Gozas cuando me voy.”; “Fiero tu modo, sólo brava ‘tas contenta.”; “No te enamores de mí, que voy de paso.”; “¡Qué prisa llevas, güey!”.
Pero también podrás ser palabra silenciosa, esa que no se dice y que oscila entre el odio y la pasión, porque hay palabras que se quedan atoradas en el albañal, palabras que quieren salir y abofetear al padre severo, al jefe asqueroso, al comemierda del compañero de trabajo; y hay otras palabras, que de igual manera, se quedan atoradas en el laberinto insondable de la pasión y quisieran acariciar a la muchacha que te gusta, palabras que son el bálsamo que nunca se aplica. Los jóvenes tímidos están llenos de palabras que nunca le dijeron a la chica de sus deseos, se quedaron en un esquinero, quedaron tiradas, abrigadas con la colcha sucia de la cobardía.
¿Has pensado cuántas palabras se quedan atoradas en la garganta del mundo? Los que saben dicen que ellas, las no dichas, provocan muchas enfermedades; los que saben recomiendan subir a lo alto de una montaña para gritarlas, soltarlas como águilas, vomitarlas como arañas ponzoñosas; los que saben dicen que las personas no deben tragarse ni una sola palabra, todas hay que botarlas. A veces es necesario refregarlas en el rostro del hijo de la chingada; a veces hay que ser diplomático y escribirlas en un papel, gritarlas en una hoja, y luego quemarlas, que se vuelvan polvo, que se vuelvan nada.
Imaginá que te llamás palabra, que sos palabra. ¿Cuál de las miles y miles de palabras te gustaría ser? ¿Te gustaría ser la palabra almohada? ¿Preferirías ser la palabra amanecer? ¿Esperanza? ¿Dádiva?
Imaginá que sos palabra. ¿Te gustaría ser la que está a punto de nacer en los labios de tu muchacha o la que brota, como puñal, de la trompa de los cuches que te dicen con intención malsana?
¿Y si elegís ser la palabra Cotz? ¡Buen provecho, niño, buen provecho!
miércoles, 13 de marzo de 2019
CARTA A MARIANA, CON PIEZAS DESCOMPUESTAS
Querida Mariana: El maestro Rey me habría reprobado. El maestro Rey me impartió la cátedra de Ejercicios Lexicológicos. Si hubiera sabido lo que hacía, el maestro me habría reprobado.
Yo (hasta ahora) justificaba mi jueguito bobo en que había nacido en Comitán, y en Comitán comemos el riquísimo pan compuesto, a la hora que lo comemos ¡lo descomponemos! Algunos (tragones) lo descomponen en dos partes, otros (los más melindrosos) lo descomponen en varios fragmentos.
Yo (hasta la fecha) cuando escuchaba una palabra la descomponía. Era como si todas las palabras del español fueran palabras compuestas. Imaginaba, entonces, que a la hora de escucharlas, de comerlas, de disfrutarlas, la descomponía, a veces (glotón) en dos secciones, a veces (juguetón de más) en varias secciones.
En tiempo de los Ejercicios Lexicológicos estudiaba la preparatoria. La pre – para – toria. ¿Qué era pre? Era un tiempo antes de. El pre escolar era el tiempo preparatorio antes de entrar a la etapa escolar, así que la preparatoria significaba (para mí) el periodo antes de la toria, y qué era la toria, pues el toro que significaba ir a la universidad.
Digo, querida Mariana, que el juego era tonto (hasta la fecha), pero me divertía muchísimo. A veces, los amigos me veían reír a lo mudo, decían que estaba loco, pero ¡no!, no estaba loco (hasta ahora). Me divertía como loco, es cierto, pero no estaba loco. Jugaba. Simplemente jugaba (como hasta hoy). Una vez escuché la palabra episodio. Leía un libro de Julio Verne. Ah, de inmediato descompuse la palabra: epi – sodio. ¿Qué es epi? Es un prefijo griego que significa “Sobre la superficie”, y ¿sodio? Pues ¡la sal!, así que epi-sodio era la sal sobre la mesa. Yo comía y solicitaba el episodio, mi mamá no entendía, con un movimiento torcido de boca que semejaba una sonrisa me daba a entender que yo andaba loquito. Lo-quito, y entonces yo quitaba la sal de la mesa y la es-con-día, que, como ya lo intuiste, significaba que tenía la propiedad del ser cuando era de día. ¡Jugaba!
Así pues, cuando terminé el pre antes del toro, fui a enfrentarme a ese miura, entré a la universidad. Uni – ver – sí – dad. Y no tuve problema en definir la palabra descompuesta. Uni era lo que es, lo universal, lo único; ver se refería al conocimiento a través de la visión; el sí era el afirmativo de siempre, y dad era el acto generoso que cumplía aquella maravillosa institución llamada UNAM. Y yo no me cansé de ver, no me cansé de recibir los dones que mi universidad me entregaba a manos llenas.
Entendí que en mi pre-para-toria comiteca todo había sido una preparación para lo grande, un poco como decir: Esperate a ver lo que el porvenir te depara. Sí, en la uni-ver-si-dad yo recibí mil dones. Aquello era la universalidad total, sin resquicio.
En mi época de pre-para-toria nunca asistí a una función de cine, ni por asomo. Había teatro, una estudiantina, equipos de fútbol o de básquetbol, había la cancha Pantaleón Domínguez, los billares en el parque, las vueltas en carro (en el mismo parque) y cantinas, muchas cantinas. Había bailes de ocote y marimba y trago, mucho trago y cigarro y humo y pleitos.
En la uni-ver-sí-dad había también todo esto, pero había más: cine de arte, conferencias con conferenciantes internacionales, danza contemporánea, exposiciones de pintura, teatro, mucho teatro, muy buen teatro; había conciertos de música clásica, ópera (¡ópera, Dios mío!) y fútbol y básquetbol y natación y hockey y trago, mucho trago, también.
Había (¡padre eterno!) canchas de tenis. En Comitán había canchas de tenis sólo en el Club Campestre; es decir, sólo los socios tenían acceso, en cambio en mi uni-ver-sí-dad había muchas canchas dispuestas para todo mundo, para ¡todo mundo! Uno llegaba con su raqueta y pelotas y se apoderaba de una cancha y jugaba ese deporte que estaba reservado para príncipes, uno se sentía príncipe en una institución popular. ¡Ah, con qué generosidad mi uni-ver-sí-dad repartía dones! Porque (no lo he dicho aún, mi niña bonita), había libros, miles y miles de libros. En mi escuela comiteca había una biblioteca. ¡Ay, señor! Ocupaba un cuartote frío, triste, oscuro, húmedo y poseía escasos libros, apenas unos dos o tres mil, no más. En la uni – ver – sí – dad había miles y miles, en un espacio iluminado, con grandes vitrales. Era tan bello el edificio que por fuera tenía murales igual de luminosos.
Posdata: Hasta la fecha sigo descomponiendo palabras. Gracias a Dios ya no soy estudiante, nadie me puede reprobar, re – probar. Me divierte ese juego. Es una mera di – versión, y cuando lo di – go, juego a que soy príncipe y doy instrucciones estrictas a alguien: ¡Di versión!, ¡Di canción! ¡Di pasión!, y el otro lo dice, con timidez, con cierto temor, té – mor.
martes, 12 de marzo de 2019
QUÉ MALA ONDA
José Agustín es uno de los escritores mexicanos de la llamada Literatura de La Onda. La literatura de La Onda fue como una ola expansiva similar al Boom Latinoamericano. Si con el Boom los lectores de Latinoamérica hallaron a sus escritores, con La Onda los lectores mexicanos hallaron a sus escritores, se hallaron en los libros escritos por compatriotas, se encontraron en el lenguaje de su tiempo.
Los chavos de hoy dicen que la Neta es lo máximo. En los sesenta y setenta, del siglo pasado, la neta del planeta era ¡estar en la onda! Los chavos vivían la psicodelia, el amor libre, escuchaban rock, vestían con pantalones acampanados, minifaldas, blusas y camisas llenas de colores, fumaban marihuana o se metían sustancias más alucinantes: LSD, por ejemplo, y los hombres usaban el cabello largo. Los escritores mexicanos de La Onda hablaron de esto y de otras orillas y de grietas y de vacíos llenos de vacío.
Los más conocidos escritores de la Literatura de la Onda fueron Gustavo Sainz, Parménides García y José Agustín. De los tres mencionados, sólo José Agustín vive. Y decir vive es un decir, porque un día (en abril de 2019 se cumplen diez años) sufrió un accidente, un accidente bobo que le provocó una amnesia que le impidió volver a escribir, desde entonces hasta la eternidad. ¿Qué sucede cuando un jugador de fútbol soccer pierde la movilidad de sus piernas? ¿Qué sucede cuando un actor de teatro pierde la capacidad del habla? ¿Qué sucede cuando un escritor extravía el don de la escritura?
Qué mala onda. Una tarde viajó a Puebla, porque impartiría una charla, en el Teatro de la Ciudad (teatro que está frente al zócalo). Cuentan que la audiencia llenó el teatro, porque José Agustín es un escritor admirado y querido que convoca multitudes. Al final de la charla, muchos admiradores subieron para solicitar la firma del libro o el autógrafo en la libreta. Ahí José Agustín se sintió cobijado. Nadie le advirtió que el escenario tenía un foso para la orquesta, nadie le advirtió del posible peligro de una caída. José Agustín se movió en el escenario sin saber que caminaba por una orilla trágica. Un paso en falso (nadie sabe bien a bien cómo ocurrió) provocó que el escritor se desplomara en el vacío. Todo era alegría, todo era manifestación de vida, pero instantes después de las manifestaciones de júbilo popular, tal vez el amontonamiento provocó que José Agustín pisara en falso y se precipitara al hueco de dos o tres metros de altura.
La fotografía que apareció en el periódico La Jornada es brutal e impactante. En el piso aparece José Agustín, tendido boca abajo. Nadie hace nada. Todos esperan los servicios médicos. El escritor vestía una camisa amarilla, jeans y zapatos cafés. Es un mal chiste decir que parece estar “De perfil en La tumba”, títulos de sus dos novelas más celebradas.
Todo transcurría de manera normal, todo era un festejo. De pronto, la grieta se abrió y José Agustín, escritor acostumbrado a vivir al borde del abismo, se fue hacia la gruta donde anida la oscuridad. El diagnóstico médico fue que su memoria se quedó sin luz y el mundo literario se quedó sin las dos novelas que escribía en ese momento.
Uno de sus hijos ha revelado que su padre, desde entonces, se dedica a beber. El buen José Agustín no olvidó cómo se bebe, cómo se fuma. Esto sigue haciendo. Estas dependencias son las lianas que le permiten la sobrevivencia en la jungla en que está metido.
El escritor de La Onda se perdió en una de ellas, en una de las llamadas malas ondas. Nadie lo advirtió, nadie le dijo que ahí, donde caminaba, había un foso; nadie le dijo que su destino se modificaría de ahí en adelante. Pronto (en el mes de abril) se cumplirán diez años de la tragedia.
Fotografías recientes lo muestran en una silla de ruedas. Él, que caminó libre por mil escenarios, ahora está condenado a recordar el tiempo en que estuvo encarcelado.
Lejos están los días en que fue pareja de la novia de México: Angélica María; lejos los días en que escribió guiones para películas de su novia; lejos las tardes en que el LSD era el viaje para hallar el registro del regreso. Ahora, cuentan sus allegados, no hace más que beber y ya no bebe las cascadas de agua tambor que bebía antes, ni fuma las nubes oscuras que fumaba antes. Ahora bebe el trago que beben los otros, los que no son como él, los que poseen su memoria intacta, salvo algunos lapsus ocasionales provocados por la borrachera fenomenal. La vida de José Agustín dejó lo fenomenal y adquirió el absurdo rostro del mal.
Una tarde, José Agustín cayó a un foso. Volvió por obra y gracia de los médicos, pero volvió sin memoria, sin la materia prima para escribir. ¿Qué hace un escritor que escribió siempre y no puede volver a hacerlo? ¿Bebe todo el día? ¿Se bebe el día, la tarde y la noche, la noche que no tiene estrellas?
Un día se accidentó el escritor de La Onda, ¡qué mala onda!
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