miércoles, 10 de abril de 2019
CARTA A MARIANA, CON UN REFLEJO EN EL AGUA
Querida Mariana: Azucena nunca lo entendió a cabalidad. Jamás comprendió que su novio Elías era el hombre más bello del mundo, a pesar de que era chaparrito y tenía una cicatriz debajo del labio, que parecía un gusano. La sociedad (las amigas de Azucena) dijeron que era un hombre avaro, miserable, regiomontano, codo (dirían en Comitán). Esta avalancha hizo que Azucena terminara su relación.
Todo sucedió en su primer cumpleaños que pasaron juntos, el cumpleaños de ella. Azucena estaba acostumbrada a que sus enamorados (había tenido dos o tres) le llevaran serenata, le obsequiaran perfumes, ramos de rosas y la invitaran a cenar a algún restaurante exclusivo.
Una tarde de abril, Elías le recordó que al día siguiente era su cumpleaños. ¡Claro!, dijo ella. Lo sé, aseguró, llevo sabiéndolo veintidós años.
Esa misma noche, al despedirse, Elías le dijo al oído: Mañana es tu cumpleaños. Azucena dijo que sí, ya un poco molesta, por la insistencia. Pensó entonces que esa noche, Elías le llevaría serenata. Azucena se acostó a las diez (siempre lo hacía a las once o doce de la noche) y esperó que el mariachi sonara, pero, como dice la canción: “Los mariachis callaron”, porque nunca hicieron acto de presencia. El sueño venció a Azucena y se quedó dormida sobre su cama, con el vestido que había elegido para bajar a la hora de la serenata.
Dos o tres meses después que Azucena se hizo novia de Elías respondió a la pregunta de Amalia: ¿Por qué te hiciste novia de Elías? Azucena no se lo había planteado con tal seriedad. En su casa decía que las cosas se habían dado de manera natural, sin buscarla. Una tarde de abril, mientras ella estaba en la biblioteca, se acercó Elías y colocó sobre la mesa un libro de Gabriel García Márquez (ya no recordaba el título), Elías (en ese momento no sabía que ese era su nombre) le sonrió y dio unas palmadas al libro, como si dijera que sugería la lectura. Azucena no era lectora contumaz. Vio el libro a la distancia y pensó: “Qué sonso” y siguió haciendo la tarea de Química, motivo por el que estaba esa tarde en la biblioteca. A la hora que guardó su libreta en la mochila y salió de la biblioteca vio que el muchacho aparecía, dejaba un clavel blanco sobre un pretil y, con su mano, hacía el mismo movimiento que había hecho con el libro. Azucena siguió caminando y volvió a pensar: ¡Qué sonso! Pero, a partir de ese día, Azucena encontró claveles blancos por los lugares que caminaba: en el asiento del templo, en la banca del parque, en el asiento del autobús urbano, en el pretil de la ventana de su recámara, en la banqueta, en el asiento del cine, en la portezuela de su auto. Ella supo que esos claveles venían de la mano del chico del libro. Y así comenzó la historia del enamoramiento. Elías logró el objetivo de llamar la atención de Azucena. Por esto, cuando Amalia le preguntó por qué se había hecho novia de Elías, un chico que no era, según ella, el más apropiado para la chica más bella del colegio, dijo que le había llamado la atención la forma sutil y diferente con que la sedujo, casi sin palabras, con una serie de símbolos maravillosos, dijo que Elías no era un chico común. ¡Eso!, dijo, por eso me hice su novia.
Pero, cuando llegó el primer cumpleaños de ella, sus amigas le llamaron temprano por teléfono para felicitarla y deslizaron la idea de que Elías era un chico miserable, porque no le había llevado serenata y cuando en la noche se enteraron del obsequio que Elías le había dado, arreciaron los comentarios al grado que Azucena se sintió mal y pensó que todo era culpa de él. Su novio la había puesto frente al paredón de la crítica de la sociedad, ¡de sus amigas! Al día siguiente, Azucena fue a casa de Elías y clavó en la puerta un mensaje de despedida. Tocó el timbre y se fue. En el mensaje, Azucena había dejado muy en claro que no respondería a sus llamadas y a sus mensajes y que no se atreviera a buscarla en persona porque lo ignoraría, así como un gato, al contrario del perro, ignora la salida o llegada de su amo.
Azucena jamás lo entendió a cabalidad. Jamás comprendió que su novio Elías era el hombre más bello del mundo. Ella, ¡qué pena!, olvidó por qué había aceptado a Elías como su novio; olvidó que hay vientos suaves que traen lo mejor de otras regiones.
El día de su cumpleaños, Azucena había cancelado su malestar por la ausencia de la serenata, se vistió con el vestido rojo que tan bien le sentaba, colocó su mejor sonrisa en su rostro y esperó a que Elías llegara. A las doce en punto, ella escuchó el timbre, bajó apresurada, abrió la puerta, con la misma intensidad con que abrió sus brazos y cerró los ojos en espera de una sorpresa, Elías la abrazó, fuerte, con una mano retiró un mechón del cabello y le dijo al oído: “Hoy es tu cumpleaños”, ella sonrió, dijo que sí. Abrió los ojos y vio que su novio nada llevaba entre las manos. ¿Ni un ramo de flores? ¿Una caja de chocolates? ¿Nada? Elías vestía una playera polo, de color azul. Repitió: Hoy es tu cumpleaños, mientras le daba un beso en la mejilla. Azucena comenzó a impacientarse. Fue cuando Elías le dijo que le tenía una sorpresa, que subiera al auto. Azucena recuperó su sonrisa, subió al auto y dejó que su novio le colocara una bufanda en los ojos y le pusiera el cinturón de seguridad. Escuchó que Elías subió al auto, cerró la puerta, prendió el carro y metió primera. El auto se deslizó por las calles llenas de baches, ella brincaba, pero se divertía con el juego, esperaba con ansias el momento en que el auto se detuviera, él se bajara, abriera la puerta, le retirara la bufanda, abriera los ojos, poco a poco, hasta acostumbrarse de nuevo a la luminosidad del día y escuchara que él dijera: ¡Hoy es tu cumpleaños!, y, con las manos abiertas, como si le entregara el mayor presente del mundo, le ofreciera ese ramo inmenso de narcisos que se desprendían de lo alto de una barda. Él repetiría: ¡Es tu cumpleaños!, y la acercaría al muro para que oliera el aroma fascinante del narciso.
Ella se fascinó con el obsequio, pero ya la ponzoña había hecho efecto en su espíritu desprotegido.
Posdata: En fin, ella jamás comprendió a cabalidad que estaba al lado del hombre más bello del mundo, el hombre que, lejos de ser un narcisista, le obsequió un buqué exquisito, que se derramaba generoso en una mañana única, con fondo azul.
Los que saben dicen que el narciso sólo florea una vez al año y su perfume no se prolonga más allá de veinte días, pero los espíritus sensibles que lo admiran guardan el buqué durante toda su vida.