viernes, 12 de abril de 2019

EL JUEGO DEL AIRE




¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán? ¡Ah, ya Sabines nos dijo cómo! Nos lo dijo en un poema que colgó en el aire.
¿Cómo puede decirse un atardecer en Comitán? El poeta Sabines ya no vivió para decírnoslo. Se fue antes, se volvió aire.
Pero, ahora, nosotros, sobrevivientes, podemos colgar un sol sobre la rama de una jacaranda en primavera, que llena de morados y lilas los cielos azules de estos cielos.
Podemos, si queremos, desgajar los pétalos de una orquídea y ofrecerlos con las manos abiertas.
Pero, Robertoni, el gran ceramista chiapaneco, llegó a Comitán y dijo un atardecer a su manera, de la mejor manera.
Robertoni llegó a Comitán por invitación de los organizadores del IV Festival Internacional de Artes y Literatura Balún Canán. Llegó la tarde del once de abril de dos mil diecinueve, y llegó colgado de una liana de aire, liana pariente de aquélla en la que Sabines se descolgó como un sencillo Tarzán de las Letras.
Y Robertoni llegó desenfadado, libre, gozando del aire de Comitán y colocó las piezas de exposición en los corredores del Centro Cultural que lleva el nombre de Rosario, quien, cuenta en su novela Balún-Canán, una tarde en que fue a volar papalotes en los llanos de Nicalococ, conoció ¡el viento!, y corrió a contárselo a su nana y su nana, también hija del aire, le dijo, con voz mesurada, con voz de cántaro de barro, que el viento era uno de los nueve guardianes de su pueblo.
Y esto, sin decirlo, sin contarlo a voz abierta, porque los misterios del mundo deben conservarse como si fueran pétalos de ámbar, Robertoni descolgó del aire y comió sus hojas, como si fueran hojas de hierbabuena, y las maceró en su boca y luego soltó su aliento sobre las máscaras de barro que estaban expuestas, que estaban recargadas sobre la columna vertebral de piedra del edificio.
Y fue un instante prodigioso, porque él, niño de barro, jugó esa tarde en Comitán, jugó porque su oficio es jugar la tierra disuelta en agua. Descolgó el aire (el viento de Rosario, el guardián de Balún Canán) y colocó sus manos sobre las bases de madera y aventó su huelgo (juelgo diríamos en Comitán) y dio vida a sus máscaras, las que cerraron los ojos, abrieron sus bocas, dejaron que sus cabellos se retorcieran ante esa manifestación de vida. Porque esto es lo que hace el poeta de la cerámica, dar vida en donde sólo hay una pella de barro.
Se trata, demuestra Robertoni, que el lodo tome otra categoría, que, en lugar de manchar las rodillas y los pies, pinte el espíritu con colores tierra, con sepias quemadas que, a su vez, dan vida a los ojos del espectador.
Robertoni jugó al llegar a Comitán. Jamás lo había hecho. Esa tarde prodigiosa lo hizo, porque, al fin poeta, debía nombrar un atardecer en Comitán. Y él, niño travieso, colocó las manos sobre las bases de madera, hinchó sus pulmones y soltó una línea de aire que se enredó en los ojos y en el cabello de sus máscaras, máscaras que, en ese instante, despertaron a una vida que las mantenía encerradas en el sueño de Xibalba, de la otredad.
Robertoni dijo que esa era una forma de nombrar un atardecer en Comitán, en los corredores del Centro Cultural, ahí en medio de esos muros que, dice Gladys Bonifaz, están bañados en piedra. Conjunción de piedra y barro, de barro y huesos con carne, de la carne del gran ceramista, del gran pepenador de hilos de tierra.
Robertoni vino a exponer sus obras en el corredor del edificio que lleva el nombre de Rosario. Ahí, Robertoni jugó, nos dijo que basta un soplido para despertar del sueño de los tiempos.
¡Ah, qué artista tan juguetón, tan de meter las manos al barro, tan de darle forma, tan de darle vida a la tarde, tarde de Festival, de arte y literatura, de barro encimado sobre la cuerda del aire, del viento, del papalote que Rosario echó a volar, del vuelo enorme de los cielos llenos de lilas jacarandas, de orquídeas comitecas, de blanco tenocté, de tejas, de tejas de barro, del mismo barro con que juegan las manos de Robertoni!