viernes, 19 de abril de 2019
CARTA A MARIANA, CON UNA ERRATA
Querida Mariana: Es difícil que un libro se escape de las erratas. Casi todos los libros que se publican en el mundo tienen algún error. Hay erratas ortográficas, así como palabras que omiten alguna letra o duplican otra. Y no sólo libros, también hay exámenes con erratas. ¿Exámenes de ortografía con errores? También. De todo hay en la viña del lenguaje.
Antulio, el joven, maestro de Taller de redacción revisó su examen y no halló errata alguna. Al otro día, al distribuir el examen, los estudiantes resolvieron la prueba. Nunca se dieron cuenta que el examen tenía una ligera errata, muy ligera: En lugar de escribir Vocación, el maestro escribió Vacación. No se dieron cuenta, porque ellos no sabían que el maestro se había equivocado al pasar la prueba a la computadora. Nadie pudo haber detectado tal error, porque, en estricto sentido, no tenía error alguno. Era una errata simple, apenas del cambio de una letra, que no afectaba en absoluto la validez de la prueba. En el borrador del examen, que Antulio, el joven, había hecho a mano, con lápiz, escribió Vocación, pero al transcribir la prueba en la computadora, por error de lectura o por error al escribirla, la palabra pasó de Vocación a Vacación.
El maestro solicitaba que los muchachos dieran una definición del concepto. Los muchachos respondieron (tal como lo solicitaba la prueba) con una definición breve y concisa; es decir, con precisión.
Cuando el maestro, en la tarde, tuvo el bonche de pruebas en la mesa de su estudio, comenzó a calificarlas. Todos los alumnos, sin excepción, obtuvieron una palomita en la pregunta ocho, la que decía: “Define el concepto: Vacación”.
Antulio no se dio cuenta del cambio de palabra. Olvidó que en el borrador había escrito Vocación.
La prueba consistía en revisar el grado de concisión. Los estudiantes habían hecho alarde de ello, por lo que el maestro marcó como buena cada respuesta de la pregunta ocho del total de exámenes.
Al azar tomó una prueba y leyó: “Vacación: Lapso en que el trabajo cotidiano se suspende”. Le puso buena.
Todas las demás respuestas iban por el mismo sendero. Sólo una se salía del lugar de lo decente y entraba al terreno de lo prosaico, pero Antulio también la calificó como buena, ya que consideró que estaba dentro del rango de lo comprensible: “Vacación: Periodo en que mandamos a la mierda el trabajo.”
En cuanto terminó de calificar y anotó en la relación del grupo todas las calificaciones vio el borrador, lo tomó e iba a romperlo, pero algo, como si apareciese un arco iris a mitad de la noche, envió su mirada hacia la palabra: ¡Vocación! ¡Se había equivocado en la transcripción! Torció la boca como si fuese un trasatlántico chocando contra un iceberg.
Tal vez, pensó, viendo el jardín por la ventana, había colocado la palabra Vacación porque el examen lo había practicado el último día de clases, antes del periodo vacacional de Semana Santa. ¡Sí, eso había pasado! Su mente le hizo un juego. En lugar de escribir la palabra Vocación, su mente le ordenó escribir Vacación.
Antulio, el joven, se sentó en el sofá al lado de la lámpara de pie, sacó un cigarro de la cajetilla, lo prendió y lo dejó en el cenicero que estaba sobre la mesa del té. Las dos palabras rondaron su mente; como si saltaran la cuerda brincaron de un lado a otro: Vocación – Vacación.
Y pensó que él, igual que los alumnos, había dado gracias a Dios el último día de clases. Los muchachos, igual que él, no veían que llegara la hora de salir de ese encierro y correr hacia la puerta que era el mayor símbolo de libertad. El periodo vacacional los llevaría a los campos, a la playa, a la alberca, a los antros, a las calles y plazas. Se levantarían tarde, comerían comida rica y no los sándwiches desabridos de la cafetería. No verían la cara de Peptobismol del conserje, ni sufrirían el maltrato de la apergaminada señora que atiende la biblioteca.
Pensó, entonces, que su vocación no era tal, pues prefería el concepto vacación. Su amigo Iván estudió cinematografía en el CUC, de la UNAM. El cine fue su vocación, desde niño. Iván asistía al Cine Comitán todas las tardes. Una vez, ya cuando él daba clases en la preparatoria, e Iván presentaba su primer cortometraje en el Festival de Cine, de Morelia, supo que su amigo no tenía vacaciones, porque no las buscaba, siempre estaba realizando su pasión: El cine. En cambio él, cuando iniciaba el ciclo escolar, lo primero que hacía era revisar el calendario para ver los días de asueto, los puentes programados y los periodos vacacionales de Semana Santa, Navidad y de Fin de Cursos. Podía decirse que trabajaba de lunes a viernes esperando que llegara el periodo de vacaciones. En cambio, su amigo Iván…
Había sido un ligero error, un simple cambio de letra: Vocación se había transformado en Vacación. Sus alumnos habían respondido de manera breve y concisa. Antulio, el joven, había puesto buena a todos los exámenes, en la pregunta ocho.
Vio hacia la mesilla y halló que el cigarro se había consumido, un chorizo frágil de ceniza salía de la boquilla y se recostaba en la superficie del cenicero.
Posdata: Recordó que su papá, Antulio, el viejo, le había dicho de joven que seguiría la tradición y él aceptó estudió la Licenciatura en Español, y en cuanto terminó buscó trabajo en una escuela. Sí, siguió la tradición. Ahora, muchos años después, había descubierto que una simple letra modificaba el concepto Vocación y se convertía en Vacación, concepto que significaba, más o menos, “Mandar a la mierda el trabajo.”