martes, 14 de mayo de 2019

EL CANTO DE TODOS LOS DÍAS




¿Han visto cómo las patrias se desgajan? Los noticiarios televisivos muestran en las pantallas cómo el mundo se despedaza como si fuese un árbol con frutos podridos. Los muros, los gusanos de alambre de púas, los misiles, son el pan sin levadura de todos los días.
Pero, a pesar de esa inmundicia que cubre nuestros cielos, millones de hombres y mujeres de buena voluntad se levantan en medio del hambre, del hambre del vacío ¡se levantan! En los pueblos de esta parte de América hay semillas para todo, semillas para el viento y para el aire.
Los hijos buenos de la patria lo hacen como si imploraran un canto, injertando los pasos en el suelo, pensando que las semillas de esos pasos crecerán y serán árboles y no habrá talador que eche abajo sus sueños.
Los buenos ciudadanos quieren ser árboles, abonan para ser la semilla del agua y del canto.
¡Ah!, con qué gusto siembran, a pesar del cielo sin agua, a pesar de la gota agotada. Con qué esmero sueñan la arena del África, el cemento de la urbe americana, la palma deshecha, la choza.
Se levantan del hambre. Del hambre del pie desnudo, del árbol, de la montaña sin ramas.
Se levantan a media noche, con el frío arropado en los párpados, con la destreza del que no mira y tentalea el hocico de la madrugada.
Se levantan hartos del tedio.
Quieren ser la hendija que pare luz; quieren ser el renuevo de lo que no se ve, de lo que no existe.
Se levantan sin muletas. Lo hacen para no extraviar la memoria, para recordar que aún hay esencias en medio de la polvareda.
Se levantan a prender la misma radio que escuchó el abuelo, a regar las plantas que sembró la abuela. ¡Ah!, con qué alegría consienten el vientre del alma. Saben que la miseria es el sol que alcanza sus mañanas; no obstante, ¡se levantan!, toman la coa y el morral y, como si rezaran, abren sus manos y eligen la semilla del alba.
A pesar de la corriente inmunda, algo de agua limpia refresca el ánimo. No se dejan, no cejan en el intento.
En todos los pueblos del mundo hay miles de personas que abonan para que los cimientos crezcan como árboles.
En todos los pueblos del mundo hay niños que brincan la cuerda, que trepan a los árboles, que dan de comer a los animales del huerto.
En todos los pueblos del mundo hay gente que no tala árboles, que, al contrario, hace nidos con sus manos.
Todas las mañanas hay incesantes repiqueteos de metralla, pero también repican las campanas.
Es decir, hay brotes de esperanza, a pesar de los ríos de mierda, hay esperanza; hay esperanza de que más gente noble se una a la campaña de sembrar sonrisas en los rostros de los niños. Intentan, día a día, convertir el ruido en un canto de cenzontle, para formar el canto bueno de todos los días.