viernes, 17 de mayo de 2019



EN EL GUATEQUE, LO QUE DIGA MI DEDITO

Todos están en el argüende, pero no todos están argüendeando. He visto cómo en guateques ¡no todo mundo está en lo mismo! Los ejecutantes de la marimba disfrutan su chamba, pero están chambeando, tocan para que los invitados bailen, se diviertan, levanten los brazos y hagan una bulla. El marimbista debe cumplir con su encargo, no puede retirarse a mitad de la fiesta, como sí pueden hacerlo los invitados.
Si en el festejo acude una personalidad, hay dos o tres personas que están encargados de su seguridad. Las he visto en lugares estratégicos, con mariconeras cruzadas sobre el vientre, vigilando que nada y nadie entorpezca la sana convivencia de su jefe o jefa. Su encargo es estar en el argüende, pero evitar argüendear, deben estar pendientes al ciento por ciento de los sucesos que ocurran alrededor. Ante el mínimo connato de bronca de dos bolos, ellos actúan de inmediato. ¿Quieren pelear? Vayan a hacerlo fuera de casa. Su trabajo tiene mucha similitud con los guardianes de bares y antros. Deben impedir a toda costa que el festejo tenga rupturas.
El otro día me tocó estar en primera fila de un festejo popular, en el parque central de Comitán. Y vi cómo los marimbistas trabajaban, y cómo los guardianes hacían su labor callada, pero eficiente, así también vi cómo mi amigo fotógrafo realizaba su trabajo, un trabajo que, en muchas ocasiones, adquiere la categoría de arte, porque (acá se ve) hace lo indecible para lograr la mejor toma: se hinca, se tira al piso, se trepa a un segundo nivel o sobre una tarima o sobre la plataforma de un camión o sobre el ala de una avioneta, para que el resultado final sea una escena deslumbrante. Su trabajo es deslumbrar. Está en el argüende, pero le está vedado argüendear.
En el arte fotográfico, el ojo es importantísimo, pero él debe estar en sincronía con el dedo. El ojo capta lo sublime, pero el dedo acciona el obturador. El dedo es el que dice: “Hágase la luz”.
Esa tarde, no sólo los marimbistas y guardianes y fotógrafos estaban cumpliendo una labor, había más personas que, de manera coordinada, realizaban un encargo superior: Que el guateque brillara, que los invitados se sintieran bien. Sí, los invitados ¡se sintieron bien! La tarde estaba plena, el cielo azul, el sol se derramaba tibio. Los invitados pepenaron festones de alegría. Todos cumplieron con su encargo. Los marimbistas le metieron corazón a los bolillazos y desparramaron sonidos agradables, y mi amigo fotógrafo, se desparramó en el piso, para conseguir la mejor toma posible, la que quedará como constancia de ese instante, para la posteridad. Él tomó las fotografías a los personajes importantes, a los invitados, a los marimbistas, y a la paloma que se paró en un pretil, la paloma que, lejos de ser símbolo del Espíritu Santo o de la Paz, esa tarde se asumió como una parte más de ese guateque comiteco. En las fotografías, en planos secundarios, aparecen también los guardias, haciendo su labor. Todo mundo aparece en las fotografías. ¿Y mi amigo el fotógrafo? ¿Quién le toma fotografías al fotógrafo? Por lo regular, los fotógrafos (si no se toman selfies o algún colega hace el favor) no aparecen en fotografías. ¡No! Su destino es consignar la historia, no ser personajes de la historia. Se convierten en personajes cuando su obra trasciende el territorio de la sombra y se encarama en el territorio de la luz. Entonces, los nombres de Manuel Álvarez Bravo, Tina Modotti, Pedro Valtierra, Graciela Iturbide abandonan los zaguanes y se instalan en el centro de los patios.
La labor, la verdadera labor de los grandes fotógrafos, es callada. Su grito es a través de la imagen. El fotógrafo debe pasar casi inadvertido, para que el retratado no sepa que es retratado. Hay fotografías de estudio y hay fotografías que se dan en el campo de batalla, donde está la vida tropezándose y arrimándose al vestido sencillo en que lo cotidiano se mueve. La labor de los verdaderos fotógrafos es tomar la fotografía que sea la crónica del mejor instante, del instante sublime. Por esto, digo yo, el fotógrafo no debe extraviarse ni un instante, como el guardián debe estar atento al ciento por ciento, porque en cualquier instante puede brotar el detalle luminoso, el único, el que le está destinado. El fotógrafo que desvía su atención nunca estará al lado de Álvarez Bravo ni de Tina Modotti.
Yo, pésimo fotógrafo, le tomé esta foto a Hugo Nandayapa, se la tomé en el instante que se acuclilló para lograr el mejor ángulo. ¿Por qué aparece mi dedo en uno de los ángulos? Porque, igual que le sucede al presidente de la república, cuando mi conciencia preguntó: ¿A quién le tomarás la foto: a la muchacha bonita o a Hugo?, mi conciencia respondió: “Lo que diga mi dedito.” Yo, antes, había pensado: ¡A la muchacha bonita!, pero mi dedito dijo: “¡A Hugo!”, por eso ahora hablo de Hugo y no de la muchacha bonita; por eso Hugo aparece acá y no la muchacha bonita; por eso, en primer plano, aparece el metido de mi dedito.