lunes, 8 de julio de 2019

CARTA A MARIANA, CON LA MITAD DE UN CORAZÓN




Querida Mariana: “Tomame una foto”, me dijo José Romeo. Estábamos en La Pila, era una tarde de julio. Desde donde estábamos se escuchaba el ruido del agua al caer de los chorros.
Le tomé la foto y luego le enseñé la pantalla de la cámara, para que se viera. “Sí –dijo-, me gusta.”
Los comitecos lo conocen bien. Su mirada cambió el 29 de enero de 2003, tomó esa niebla que desde entonces lo muestra triste, como si viera más hacia adentro que hacia afuera. El 29 de enero de 2003 falleció su hermano gemelo René Francisco.
Los comitecos saben que ellos eran inseparables, que su condición de gemelos la cumplían con precisión. Si habían compartido la placenta materna pensaron que debían compartir también todos los instantes de su vida y así sucedió hasta que René murió. José Romeo dice que su hermano murió de hipertensión arterial, así lo dice. Cuando habla saca la lengua y tarda en que la palabra asome por su boca. Su hermano padecía del mismo tic, en ocasiones se hacía para atrás, tantito, como un vagón de tren que necesitara encarrilarse para soltar la fumarola de la palabra.
Ahora camina solo. “No, nunca tuvimos novia. Él no se casó, yo tampoco me casé. Me llevo por sí solo. A las muchachas me las cotorreaba yo bien, pero nada más.”
José Romeo y René Francisco nacieron el 21 de julio de 1946, en la ranchería Los Riegos. Dice que no nacieron en Comitán, reafirma que nacieron en Los Riegos. José Romeo se quedó solo. El día que despidió a su hermano alargó la mano y cortó un fruto del árbol de los frutos secos y se lo refregó en los ojos. Desde entonces tiene una mirada triste, cansada, como de tortuga a mitad de un desierto. Dice que sigue dibujando (en una ocasión llegaron a coordinar un taller de dibujo para niños, en el corredor externo de la Casa de la Cultura), dice que estudia los cuerpos geométricos, menciona el cubo, el cilindro, el cono y demás formas geométricas, como si supiera que Cezanne buscaba lo mismo, las formas esenciales en la naturaleza: las formas geométricas.
Cuando le enseñé la fotografía dijo que le gustaba, estaba sentado en el arriate que rodea a la ceiba de La Pila, que, esa mañana, fue declarada Patrimonio Natural de nuestro pueblo.
Dentro de pocos días cumplirá los setenta y tres años de vida, una vida que estuvo completa mientras vivió su otra mitad.
Sé que el corazón del ser humano está divido en ventrículo izquierdo y ventrículo derecho, y en aurícula derecha y aurícula izquierda. Pero no sé más. Me gustaría que un médico me explicara qué sucede cuando un lado del corazón se apaga, cuando la noche llega a su cuarto y no vuelve a aparecer el sol. Cuando se apagó la mitad del corazón de esta pareja de gemelos, José Romeo colocó un velo en su mirada, un velo que es como una cortina que no deja pasar la luz a plenitud.
José Romeo quedó solo, camina solo por las calles de la ciudad, va al parque central y se acerca a una banca y platica con los que ahí estén o se sienta al lado de los boleros y ahí se está horas y horas. Tal vez busca un cáñamo que sirva para coser la parte dañada del corazón, aunque sabe que no hay cura posible.
Tiene otros hermanos y ellos le dan asistencia, pero su gemelo se fue y con él se fue el agua que formaba el río común, que ahora es apenas un hilo. Los gemelos tuvieron doce hermanos, la familia fue de catorce hijos, y (cosa sorprendente) fueron tres parejas de gemelos. El papá de José Romeo fue don Francisco Javier Gómez López, que se dedicó al oficio de la agricultura y de la curtiduría, su mamá fue doña Rosario Albores Argüello, que se dedicó a inyectar y a atender una “media tiendita, que nada tenía.”
José Romeo dice que va al panteón a dejarle flores a su hermano, al ventrículo izquierdo del corazón.
Posdata: “Me llevo por sí solo”, dijo, como si dijera que es un sol en medio de un sistema solar en el que los planetas giran a distancia. Dice que ninguno de los dos se casó, porque tenían una misión por cumplir. Cuando le pregunto cuál era esa misión, abre la boca, saca la lengua, se hace tantito para atrás y ya no logra que la palabra asome por sus labios. Luego habla de la corrupción y su mensaje se vuelve inteligible, porque algo como un rayo asoma en su espíritu y se molesta. Él quisiera estar en compañía de su hermano, porque ambos, como malabaristas, se arrebataban la palabra y decían su mensaje. La conversación la completaban entre los dos. Ahora la conversación es incompleta. José Romeo se quedó solo desde hace dieciséis años; el corazón, por un prodigio, ha seguido latiendo a pesar de carecer del lado izquierdo, sólo que la ventana derecha casi siempre está con el postigo cerrado y entra poca luz.