martes, 30 de julio de 2019

EL CAMINO DE LA VOCACIÓN




Una vez le preguntaron a Truffaut, director de cine francés: ¿Qué hacés cuando no rodás un film? Él no lo pensó dos veces, respondió de inmediato: Preparo la siguiente cinta; es decir, el cineasta vivía siempre pensando y haciendo cine. Porque la vida, parece, debe ser eso: pensar y hacer lo que la pasión dicta.
Me topo con jóvenes que preguntan cómo va la vida, con jóvenes que dudan acerca de su futuro. Es comprensible. Sé que hallar el camino de la vocación no es sencillo. Pero, de igual manera, me topo con jóvenes, ¡aleluya!, que, desde sus primeros años, tienen bien claro cuál es su pasión, la actividad a la que entregarán su tiempo y su vida.
Muchas personas insisten en que el sistema educativo deforma, ¡no forma! Muchas personas dicen el ejemplo clásico: ¿De qué le servirá saber la regla de tres, al muchacho que se dedicará a la gimnasia?
Sí, a veces, también me pregunto ¿qué pasaría con los muchachos cuya vocación es la gimnasia, si en lugar de estar aburridos en clase de química (que no les servirá para nada en su futuro) estuvieran practicando su vocación?
He impartido cátedra durante muchos años. Sé de lo que hablo. Los muchachos que no son lectores, los que no disfrutan un fragmento de El Quijote, por más emoción que le ponga el lector en voz alta, se aburren; de igual manera se aburren en clase de matemáticas, los muchachos que son apasionados del fútbol.
Truffaut siempre estaba pensando en cine: cuando filmaba y cuando preparaba su siguiente cinta. Su pasión era el cine y a esta actividad dedicó su vida, cada hora de su vida. Incluso (imagino) a la hora que cenaba con amigos en algún restaurante francés, a la hora que caminaba por alguna callecilla de París, a la hora que estaba en su estudio, a la hora que hacía el amor, a la hora que viajaba en avión por encima del mar, ¡pensaba en el cine!, porque todo era materia para su pasión. ¿Por qué Truffaut llegó a ser un gran director del cine de todos los tiempos? Porque no hacía más que regar el árbol de su pasión. ¡No desperdiciaba un solo minuto en otra actividad! Cuando un muchacho apasionado por la práctica del fútbol, en lugar de practicar cómo debe tirar el penal, pierde su tiempo en el estudio de la Tabla Periódica, está desperdiciando su talento y será un mediocre en su oficio. Hay miles, millones de mediocres, porque no se dedican en cuerpo y alma, al ciento por ciento, al ejercicio de su vocación. Hay miles, millones de infelices, porque no se dedican en cuerpo y alma, al ciento por ciento, al ejercicio de su vocación.
Digo que a veces, como miles de personas, pienso que el sistema educativo no está diseñado para apuntalar vocaciones. A cada rato escucho el argumento magisterial de que los alumnos necesitan una educación integral; además, dicen, los jóvenes no saben qué quieren ser en la vida.
Es cierto. Muchos jóvenes, ¡muchos!, desconocen sus fortalezas. No reconocen qué los hace felices, cuál es el camino de su vocación, la senda de su pasión. ¿No sería, entonces, propósito del sistema educativo, fomentar este conocimiento interior? ¿Advertir cuál es la fortaleza del estudiante y a partir de ahí consolidar esta pasión? ¿Botar todo el conocimiento inútil y cimentar las materias que hagan más factible el desarrollo de su vocación? Que el alumno que es feliz observando el cielo reciba materias que le ayuden a comprender el desarrollo del universo, y que el alumno que es feliz pateando un balón aprenda las leyes de cómo patearlo.
Es cierto. Los jóvenes dudan. Somos los viejos quienes vemos, a distancia, para qué nacieron. Soy un convencido de que cada joven tiene un don especial que nadie más posee. Si ese don se alimenta desde temprana edad el árbol de la pasión será inmenso, frondoso, casa para pájaro.
Las biografías de Truffaut señalan que nunca fue un alumno aplicado, más bien fue un alumno mediocre; su tiempo libre lo dedicaba a la lectura y al cine. ¡Ah, asistía con frecuencia casi insana a la sala de cine! Ahí está. Acá está el camino de la pasión. Truffaut era un alumno mediocre. Por supuesto, si él, en lugar de aburrirse con clases de física y de química, hubiese estado en un aula donde el maestro le mostrara un librero lleno de novelas y cuentos, y un proyector con mil películas y le dijera: “Estas son las materias de este ciclo escolar: Literatura y Cine”, Truffaut hubiera sido un alumno sobresaliente y tal vez, digo sólo que tal vez, una de sus películas habría tratado el tema de cómo un ser humano puede cimentar una pasión. Y esta película habría dado pistas de cómo un ser humano puede dejar de ser infeliz, llevando materias escolares que sirven para maldita la cosa.