viernes, 12 de julio de 2019

CARTA A MARIANA, DESDE UNA BANQUETA




Querida Mariana: ¡Este es mi privilegio! Es el privilegio de todos los comitecos y de todos los visitantes de nuestro pueblo.
Te escribo desde una banqueta. Estoy sentado sobre el cemento. Tengo la laptop sobre mis piernas. Escribo casi de manera automática. Frente a mí pasan autos (un automovilista es mi amigo, se detiene tantito y me pregunta qué hago. Yo, tolerante, digo que escribo. “Fuéramos a beber trago, mejor.”, dice él, ríe y se despide). Frente a mí pasan caminantes, casi hago una estadística: una señora que camina en forma apresurada, dos jóvenes que caminan despacio, una chica que me ve, yo sonrío y ella desvía su mirada. Sé lo que piensa.
Te escribo. Mis dedos se mueven ágilmente, brincan, como pulgas, sobre las teclas. Me sorprende el vértigo de las palabras que asoman, casi por acto mágico, en la pantalla de la computadora.
Debo confesar que no escribiría sentado en la banqueta si estuviera solo. La inseguridad lo impediría, cualquier delincuente, al verme solo, me arrebataría la computadora, la cartera y el celular. Escribo, porque dos de mis alumnos me acompañan, esto hace que me sienta seguro. Nos sentamos ahí, porque Mario lo sugirió, vio las flores que se asomaban sobre la barda y dijo que era una imagen muy bonita. Cuando nos detuvimos comenzamos a ver detalles (siempre sucede así cuando hacemos la pausa en el trasiego de la vida). Amanda dijo que la puerta ya había perdido su vocación porque señaló las tablas atravesadas y dijo que la puerta ya no se abría y luego preguntó: ¿Desde cuándo estará cancelada? Ninguno dijo algo. Fue cuando decidimos hacer más intensa la pausa y nos sentamos. Amanda se sentó, extendió sus piernas, colocó sus manos sobre el vientre y dijo que tenía mucho tiempo que no hacía algo similar. Sí, completó Mario, nos perdemos este disfrute. Yo pensé que me encantaba la posibilidad de compartir ese instante con dos jóvenes, pensé que si alguien, en la banqueta de enfrente, nos tomara una fotografía, podría hacer la misma lectura que hacíamos nosotros, porque en la foto que te anexo podés ver cómo están aliados tres tiempos: uno viejo, con aroma a humedad, simbolizados por la puerta y por la barda que provienen del siglo pasado; otro, el torreón moderno que se ve en el fondo; y el último, las manos llenas de flores que se asoman sobre la barda y que representan lo perenne. Si alguien nos hubiese tomado una foto habría pensado que los muchachos (Amanda ¡tan linda!) son representantes auténticos de estos tiempos; yo (no debo explicar qué tiempo represento, es obvio); y el aire que nos alimentaba era el símbolo de lo infinito, de lo que siempre ha rodeado a este pueblo, lleno de estos remates visuales que dan sosiego al alma.
A final de cuentas, Comitán es esto. Hay un grupo de comitecos que anhelan que la ciudad se modernice, que cuente con servicios de primer mundo y que su arquitectura sea como la que existe en Nueva York; hay otros que añoran un Comitán que rechace la posmodernidad y que mantenga su arquitectura tradicional y que proteja los valores esenciales; y hay el aire que es eterno, el que nos otorga una identidad propia.
¿Qué hacer? No sé. ¡Yo qué voy a saber! Lo único que se me ocurre decir, acá, al lado de Mario y de Amanda, acá, sentado en la banqueta, es que no hay disfrute más pleno que hacer una pausa para buscar que la mirada encuentre algo como una flor que se abre.
Esta mañana, a la hora que escribo, una flor se abre ante mis ojos, me muestra una barda con cicatrices pintadas con pintura de agua; me otorga un ramo de flores que se desparrama en mi mente y en mi corazón; me brinda una puerta que se cansó de abrirse y cerrarse y se contagió con la inmutabilidad de la barda; me concede el privilegio de advertir cómo los sitios, en lugar de árboles, permiten el crecimiento de torreones modernos; me otorga la gloria de estar al lado de muchachos bonitos; y me permite reconocer que las calles de este pueblo tienen todas las líneas ¡menos la horizontal! Las calles son inclinadas, chuecas, torcidas, alebrestadas, risueñas, juguetonas. Nunca han conocido el aburrimiento que sí poseen las calles que tienen el sueño horizontal. Las calles de este pueblo son sensuales, traviesas y cabronas, porque meten el pie a las viejitas y las hacen caer. ¡Cabronas!
Posdata: Te escribo desde una banqueta. Lo hago porque estoy acompañado. Solo, ¡no lo haría! En el tiempo de la barda la delincuencia era mínima; en el tiempo de los torreones de cemento, la delincuencia ha crecido. Lo único que se mantiene eterno el ¡el aire! El bendito aire de este bendito pueblo.